miércoles, 7 de julio de 2010

Miedo




No quería Alberto oír hablar de componendas en lo referente a la infancia ni en broma. Cuando se enteró de que la vida humana podía ser analizada en el laboratorio igual que la de cualquier insecto llegando hasta las últimas consecuencias se desgañitó gritando como un poseso solo como estaba en el silencio de aquella noche oscura, y se decía, hala, hala, pasando de mano en mano, de mesa en mesa rozando guantes, agujas y batas blancas o las mismas narices de los analistas siendo manipulado de forma poco seria y sin un gesto de delicadeza o decoro en lo que se entiende por los derechos humanos. No daba pábulo a lo que imaginaba. Semejantes patrañas de laboratorio le inducían a la melancolía, a sentirse una piltrafa, una mísera cobaya predeterminada a viles servicios de excelsa y anónima investigación científica.
La experiencia le había demostrado que en el mundo existía un ingente material que avalaba su tesis sobre tales asuntos, recopilado por gentes sin escrúpulos la mayoría de las veces, que campaban a sus anchas por esos círculos traficando con un sinnúmero de películas, cuentos, encuentros o simposios de diversa índole que se recreaban en las cavernas de los genes. No comprendía el porqué de tamaño estudio, o por qué hurgaban en los ombligos de las criaturas con tanto descaro, y llegado a ese punto se le volvían los ojos y se desplomaba perdiendo el sentido, sobre todo al cerciorarse de que los tratados evaluaban en clave secreta los diferentes comportamientos o grados de maduración que conforman el embrión, abriendo en canal el árbol genealógico más críptico; así los abuelos, que tanto influyen en esta etapa de la vida cantándoles nanas al bebé mirándolo a los ojos o contando cuentos interminables, y más adelante los familiares realizando cábalas acerca de los primeros balbuceos, los vicios del cuerpo y otras debilidades, cómo funcionó el feto en el vientre de la madre, qué problemática apuntó el embarazo con la aparición o no de congénitas secuelas de los ancestros, o las intervenciones puntuales del padre a la hora de decidir asuntos de estado en los momentos cruciales, y todo ello siguiendo las pautas de costumbre, matrona, parto, bautizo, guardería y escuela después a los seis años. Estos períodos de la existencia no le agradaban a Alberto en absoluto.
Sin saber cómo, recalando casi subrepticiamente en leves lagunas de la memoria tropezó acaso sin querer con abultados escollos que lo turbaban, y resultaba curioso el hecho de haber pasado desapercibidos hasta la fecha, y de repente le asaltaron acaeciendo en un momento de máxima lucidez al saborear con claridad meridiana el día en que sin causa justificada cayó rodando por la escalera de la casa y al parecer por efecto del golpe el cerebro sufrió una lesión. El hallazgo fue tan brutal que no quedó ahí la cosa y le condujo al descubrimiento de otra lagunilla que se guarecía en el cerebelo, produciendo una fuerte sacudida no menos desequilibrante y recordó que por poco se queda tetrapléjico, cuando de súbito hocicó la mula que montaba en el lecho del río por mor de unas resbaladizas piedrecillas que había en el cieno cayendo como gato panza arriba a la corriente remedando el salto de la rana.
Tales infortunios le acarrearon a Alberto no pocos problemas y graves disfunciones, empezando a peligrar su estabilidad emocional, acorralado como se encontraba en el habitáculo, columpiándose entre el ser y no ser sin ton ni son a ojos del experto galeno, pero la cosa no quedaba ahí, sino que alcanzaba a creer en la incredulidad que lo alimentaba de que se moría de veras al verse en tan deprimente coyuntura al palparse sus partes y parecía que tocaba pañales en sueños, respirando con dificultad y con unos sudores de muerte advirtiendo lo diminuto que aparecía y tan lejos de una mano protectora.
Los ecos le llevaban a desconfiar hasta de su propia sombra, y no iba a ser menos el que lo engendró, aunque después de haber fallecido y cumplido con las honras fúnebres se dignara proclamar en público la veneración de su memoria expresando el sonsonete afectivo “que en gloria esté”.
Nadie sabe qué es el tiempo pero todo el mundo lo utiliza para manifestar cualquier inquietud o angustia que le agobian en silencio de un modo prolongado. Mas como el tiempo es un antes y un después no se detiene sino que avanza sin cesar, así los niños, como el tallo del árbol, crecen, echan bigote, ramas, flores y fruto o llevan corbata según la profesión y el aprovechamiento que hayan extraído de las enseñanzas de la vida a través de los periplos por los que ha navegado, y va cuajando la fruta en las ramas sociales y las redes afectivas, pero Alberto como tantos otros de distintos continentes barruntaba que había sido taladrado en esos años por una hiriente mano invisible, faltándole el calor y el riego preciso para despuntar en el campo de la vida.
Los pilares de su edificio psicológico se resquebrajaban día a día y no por falta de trazar proyectos con mimbres adecuados para tal o cual labor sino porque el miedo se había incrustado en los huesos, en los cimientos desde los comienzos, como si necesitase bocanadas de cemento no adulterado y hormigón mezclado con abundante agua que contuviera vitaminas y atenciones que normalmente requiere el cerebro humano.
La madre, en el estado de debilidad en que se hallaba, como tantas madres del globo, no podía ahuyentar los temores de la criatura debido a que la fuerza imperativa del macho obstruía los canales y las fuentes que podían satisfacer su sedienta garganta, y el pobre Alberto siempre escapaba descalabrado calle abajo por el negro murmullo que hervía en su derredor, mientras otros tenían la fortuna de seguir caminando bien que mal por el sendero.
Ya de mayor intentó resarcirse de los huecos que habían dejado en su corazón reparando las deficiencias de su formación; así se alistó en diferentes ONG buscando la manera de subsanar sus carencias y las de otros muchos del planeta ofreciéndose como repartidor de caricias, pan y servicios en campos devastados por guerras fratricidas, epidemias o la destrucción de los indefensos. Se propuso atenuar los tsunamis que proliferaban por doquier. Allí se agitaba siempre Alberto dispuesto a entregar lo que fuera preciso para ayudar a los demás.
Pero no lograba sacudirse las legañas del miedo que transportaba por los ingratos recovecos en los que había vivido, generadores del malestar de tanta criatura que malvive por no haber recibido unas migajas de ternura y alegre comprensión en esos inviernos cubiertos de contratiempos y de fría nieve. La primavera llegará confiada cantando el himno de la alegría, golpeando a la puerta de nuestro porvenir y a buen seguro que estallará en mil fulgurantes auroras.
Y conforme desaparecían los miedos, empezábamos a sentirnos libres y ya no era posible hacernos daño, pues ahora éramos dueños de nuestro destino.

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