sábado, 26 de noviembre de 2011

Sorteo


Al columbrar al cojo, que cruzaba alegremente la calle con el semáforo en rojo, a Julio se le abrieron los ojos y se le llenaron los pulmones de un aire fresco, sintiéndose resplandeciente, como un hombre nuevo, al deshacerse del miope caparazón que lo aprisionaba en aquel estricto recinto de pensamientos.
No creía mucho en los artilugios de la suerte ni en los juegos de azar, como los sorteos, aunque a veces tuviese alguna suertecilla, pues la vida está llena de sorpresas y contradicciones, como cuando sortearon aquel año a los quintos de su reemplazo, en que se sentía deprimido, sin ganas de probar bocado ni salir a la calle, pensando que a lo mejor le tocaba un destino funesto, en la quinta puñeta, con lo a gusto que estaba en su ciudad, paseando con la novia y la cervecita todos los días en el círculo de amigos, sin embargo la abogada de imposibles o no se sabe qué duendecillos le echaron un cable, saliéndole todo a pedir de boca, no debiendo atravesar el charco o los tórridos desiertos para hacer la mili, quedándose en la Península, cerca de los suyos, disfrutando de su compañía.
Por aquellos años Julio intentaba labrarse un porvenir, romper barreras, conseguir un pasaporte para al futuro, así, quería hacer el bachiller y emprender alguna pequeña carrera, preferiblemente breve, corta, y enderezar el rumbo, pero el horno no estaba para bollos en el ámbito familiar, y necesitaba hacerse de unos ahorrillos para tal empresa. Con tal fin consultaba meticulosamente los magazines dominicales, revistas y prensa en general con asiduidad, escarbando por entre los rincones de las páginas buscando el tesoro escondido, y examinando con lupa las ofertas de empleo que por allí se publicaban, en la esperanza de toparse con alguna alegría que le garantizase unos arrimos, un mínimo de ingresos, que le permitiesen luchar contra la estrechez y, al menos, costearse la estancia en la capital durante ese tiempo, y de esa manera realizar el sueño, los estudios que anhelaba.
Sin embargo las expectativas se tornaban broncas, oscuras, tenía que esforzarse al máximo, y exponerse a las mayores privaciones, ya que, con el paso de los días, enfrascado como estaba en los libros y en la redes del trabajo, no frecuentaba otros circuitos existenciales, andando siempre estresado y apresado por la incertidumbre, torturándose con la esquiva búsqueda de algún trabajo temporal; vivía en un continuo sin vivir, y, para colmo, los fines de semana debía de encerrarse en su habitáculo para ponerse al día y preparar algún examen, y cuando llegaba el fin de curso, se hallaba al borde de un ataque de nervios y del precipicio académico, pues al recoger las papeletas de manos del bedel, veía que la mayoría de los exámenes los traía suspensos, por lo que no podía por menos que pasarse los veranos semienclaustrado, a pan y agua, a la sombra de un pino junto a la playa o de una higuera en la montaña, o en su guarida con montañas de fotocopias y libros y más libros, recuperando lo que le quedaba pendiente.
Julio, en las épocas, que no eran muchas, en que no debía recuperar materia suspensa, y como evasión, se dedicaba a devorar libros de ficción y de todo cuanto caía en sus manos, leyendo los Diálogos de Platón, donde se habla del famoso continente, así como la novela de Benoit sobre las conquistas de los atlantes y sus grandiosas hazañas, y la obra épica de Jacinto Verdaguer sobre la Atlántida. En consecuencia, en los ratos de ocio de que disponía, daba rienda suelta a la imaginación, y se descolgaba por las laderas de la fantasía, desentrañando leyendas, o rumiando historias que le habían contado en la niñez, o que descubrió más tarde por su propios medios en algún libro que cayese en sus manos. Y a propósito de tales lecturas, le impactó lo referente a tal mito, que, aunque no creía mucho en lo que se relataba, no obstante pasaba horas y horas ensimismado, dándole vueltas a semejante acontecimiento, y lo mismo le ocurría con los astros, las estrellas o los interrogantes que envuelven la existencia de otros mundos habitados, y, por ende, sin apenas darse cuenta, se decantó por los avatares de la Atlántida, interesándose sobremanera, y profundizó en sus entresijos, concluyendo que se destruyó por una oleada de gigantescos terremotos y erupciones a grandísima escala, similar a lo que está aconteciendo actualmente en la isla de El Hierro pero a pequeña escala, lo que provocó un descomunal desmadre y el vuelco de los continentes, subvirtiendo la orografía de muchos de ellos.
Los habitantes de este continente, los atlantes, eran gente forzuda y luchadora, y se esculpían simbólicamente en el arte como sólidas estatuas que sostenían el cielo, a fin de que no se derrumbase como un castillo de naipes, estrellándose contra el pobre planeta Tierra, haciéndolo añicos.
Siguiendo con tales informaciones, los textos de Platón testifican la situación de la Atlántida frente a las columnas de Hércules, lugar entendido tradicionalmente como el estrecho de Gibraltar, y la describen como una isla más grande que Libia y Asia juntas. Su geografía era escarpada, con una gran llanura rodeada de montañas hasta el mar. A mitad de la llanura, el relato ubica una montaña baja, destacando que fue el hogar por antonomasia –por entonces aún no había ni okupas ni overbooking-, con compacto tejado y grande chimenea, donde ardían con ansias gruesos troncos de leña en los crudos fríos de invierno, y se contaban, al calor de la lumbre, chistes, chascarrillos y cuentos de los ancestros de los dioses.
Uno de los primeros habitantes de la isla fue Evenor. Según el parlamento de Critias, Evenor era uno de los hombres que había nacido de la lama de la tierra, con buenos augurios, en el entonces territorio inhabitado de la Atlántida. Evenor convivía con toda normalidad, en un ambiente sereno y tranquilo, sin contaminación ni ruidos de fábricas, sin sobresaltos por la bolsa o la prima de riesgo o los terremotos de Wall Street, con su mujer, Leucipe, sin brotes de violencia de género,(aunque echaba en falta que no fuese un poco más cariñosa, y le obsequiase con besos tan indiferentes, tan fríos), en una montaña baja, casi una meseta, que se ubicaba a unos cincuenta estadios del mar (unos 10 Km.). Fue padre de Clito. Ésta fue su única hija. Cuando Clito alcanza la edad de tener marido, muere Evenor y también su esposa. Clito sería la madre de la estirpe de los reyes atlantes.
Se cuenta, en el ámbito divino, que Poseidón era en realidad el amo y señor de las tierras de los atlantes, puesto que, cuando los dioses se habían repartido el mundo, no se sabe si como buenos amigos o si habría habido rencillas o testaferros entre ellos, como acaece de vez en cuando, y la suerte había querido que a Poseidón le correspondiera, entre otros lugares, la Atlántida. He aquí la razón de su gran influencia en esta isla. Este dios se enamoró de Clito, y para protegerla o mantenerla cautiva, creó tres anillos de agua en torno de la montaña que habitaba su amada. La pareja tuvo diez hijos, cosa nada desdeñable pero comprensible en aquella época, donde el vasto y ubérrimo campo permitía nutrir y retozar a sus anchas por las verdes praderas, y azuzaba a la procreación a fin de poblar el desierto continente aún en ciernes o en pañales, y para los cuales el dios dividió la isla en sus respectivos diez reinos. Al hijo mayor, Atlas o Atlante, le entregó el reino que comprendía la montaña rodeada de círculos de agua, dándole, además, autoridad soberana sobre sus hermanos. En honor a Atlas, la isla entera fue llamada Atlántida y el mar que la circundaba, Atlántico. Su hermano gemelo se llamaba Gadiro, y gobernaba el extremo de la isla, que se extendía desde las Columnas de Hércules hasta la región que, posiblemente por derivación de su nombre, se denominaba Gadiria (Cádiz).
Con el paso del tiempo Julio se fue aficionando a la lotería, a los cupones de la ONCE y otros sorteos, hasta tal punto que cayó en la ingrata ludopatía, y enrocado en ese rocambolesco mundillo, como llevaba bastante tiempo publicando novela negra, de aventuras y otros géneros, con objeto de amortizar parte de los gastos, convino en idear alguna estrategia o eficaz artimaña para salir airoso del atolladero, y encontrar algún acicate que le permitiese luchar contra la estrechez y ayudarse en la publicación de nuevos libros, y después de estudiar concienzudamente múltiples proyectos y efectuar innúmeros cálculos, abrió un blog en Internet, poniendo a la venta los trabajos, cuentos y demás novelas, estableciendo un juego de azar, un sorteo, que consistía en sortearse él mismo a los posibles clientes y lectores, de forma que los agraciados con la suerte los invitaría a cenar en el mejor restaurante de la comarca y a un espléndido espectáculo, una fiesta especial, que fuese del agrado de los afortunados, bien en saraos, tablao flamenco, ópera o en lo que se terciara.
No cabe duda de que en el fondo, después de tantos altibajos, lecturas y entelequias, lo que en realidad le preocupaba a Julio era no suspender el examen de su atlántida vital, teniendo buena estrella, y si de camino vendía novela negra, mucho mejor.

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