domingo, 4 de diciembre de 2016

Encantamiento o flechazo



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Como si fuese tocando la flauta por el camino radiante de alegría, así salía de su refugio Fulgencio aquella prometedora y despejada mañana rumbo a tierras norteñas con imperiosos deseos de inhalar frescos y risueños céfiros, así como toparse con los más saludables y felices hallazgos.
   Sonaba el despertador más temprano que de costumbre, y saltando como un gamo de la cama se dispuso a acicalarse raudo, el tiempo es oro, pensaba, deteniéndose en las arruguillas que le señalaban las inexorables secuelas del tiempo, y con las neuronas puestas en el GPS, que le indicaría con todo lujo de detalles los itinerarios y hojas vivas o muertas que arrastrase el viento por los caminos.
   No obstante ignoraba Fulgencio el grueso de la agenda, horarios, rostros del grupo, menús y otras minucias que le aguardaban durante una semana un tanto loca, que trataba de aglutinar entre pecho y espalda, acuñándolo interiormente con los mejores vaticinios, como algo fuera de lo común y digno de vivirse esperanzado en romper moldes, olvidando la servidumbre horaria de las mañanas confeccionada con tintes imperativos entre la obligación y lo políticamente correcto.
   No levantó apenas la cabeza o la mirada para hurgar en los desconchones o subterfugios que se ubicaban en sus interioridades, al no tener nada claro la contienda, dado que las primicias y parafernalia del viaje le provocaban no poco hipo e incertidumbre, dado que de entrada no le granjeaba buenas expectativas, si bien se alejaría por unos jornadas del monótono ambiente del barrio, de los cotidianos roces en el trabajo o al tomar un tentempié en el bar de la esquina, donde afluía la turbulenta concurrencia soliendo desembuchar las heridas, artritis, enamoramientos momentáneos, negras vigilias, bronceado de piel o broncas existenciales, como si estuviera purgándose en un balneario o en la consulta del sicólogo o gurú, recibiendo las sabias enseñanzas de don Juan.
   Por la mañana todo iba viento en popa, volando entre ilusiones y ensoñaciones, concatenándose devaneos y reminiscencias entre sí, como si emulase a Cristóbal Colón o a Marco Polo descubriendo otros continentes, ancha es Castilla, pensaba, y por allí circulaba precisamente, pateando tierras sin descanso, peleando con denuedo contra las adversidades puntuales, o alimentándose con galácticas fantasías, soñando que llevaba incrustado en el cerebro un chip de la NASA con las programaciones de los viajes interplanetarios de fin de semana o de luna de miel de enamorados, vamos, que por pedir, cualquier cosa.
   La imaginación se desbordaba a raudales tejiendo ricas urdimbres como el cuento de la lechera.
   Y puestos a elucubrar, para qué quedarse en la superficie, a ras de tierra, y no bucear en la hechura de las cosas, o quizá sea mejor volar y volar como las aves por las alturas campo a través atravesando sierras, cordilleras o mares, emigrando a donde el viento te lleve o encuentres una mirada dulce o vivificante primavera con tierras vírgenes al menos, y de esa guisa limpiarse las legañas y el deterioro cansino inoculado en las entrañas durante años, y acaso haciendo de su capa un sayo, vivir opíparamente, aunque sea clandestinamente, en la exuberante caverna de los pensares.
   Durante el viaje iría abriéndose un abanico de proyectos y visitas, como ríos de corrientes multiculturales, gustos opcionales, museos, prestigiosas bodeguitas del lugar con los taninos bien armados y enmadrados, quitando las penas al más obtuso o puritano de la expedición.
   Al día siguiente de tomar tierra en el lugar de destino, Fulgencio se sentía un tanto desnortado por tanta movilidad y lo novedoso de los terrenos que pisaba, cruzándose con caras desconocidas y personajes del más pintoresco y diverso linaje, cada cual de su padre y de su madre, y no las tenía todas consigo.
   Avanzaba silencioso, algo reflexivo, pero exhalando buenos modales y lo mejor de sí mismo. Y con el paso de los primeros días, ya próximo al medio día, cuando la chimenea del hotel de turismo rural iba calentando motores y ambiente, los corazones de los presentes se estaban animando y arrimando, formando corros, bebiendo y brindando por la felicidad, por un venturoso viaje y que todo saliese bien.
   Y se iban superponiendo uno tras otro los momentos, los suspiros, los encuentros y entradas a monumentos, las bajadas y subidas al bus, enterrando la dura monotonía que rige el calendario laboral en el trajín diario, donde ni una ciática o el dolor más hiriente del mundo puede frenar la laboriosa maquinaria del trabajador, arrastrándose si preciso fuera hasta la fábrica u oficina tomando para ello lo que no hay en los escritos, tabletas o pastillas o exóticos elixires para respirar, sonreír, seducir a los jefes o robar besos o para el mal de ojo, que de todo hay... y así llegar sano y salvo al tortura diaria, donde se cuece el pan de la vida, el salario mínimo interprofesional, que permite pasar hambres y tirar para adelante como la conocida consigna, camina o revienta.
   No era Fulgencio hombre de muchas alegrías en sus carnes, ni había recibido generosos regalos de los Reyes Magos o felices aventuras o parabienes, como ser agraciado con el gordo de Navidad, de la loto o le cayese alguna breva del cielo, sino todo lo contrario. Era el patito feo de la grey, lamentándose de la poca fortuna a la hora del reparto de la tarta.
   Sin embargo, aquellos vaivenes un tanto turbadores o destartalados del bus por la carretera rociaba sus sentires, sobre todo cuando el conductor jugueteaba con la concurrencia apartando las manos del volante, yendo casi dando bandazos, lo que no aturdía a nadie y se prestaba a que se relajase el personal en parte, pese a todo, logrando unos aires distendidos, joviales, de verdadera fiesta, poniéndose harto cachondos todos, zalameros, mientras el chófer ensartaba chascarrillos y dichos ingeniosos poniendo cedés con un variado repertorio de afamados humoristas, lo que  iba fomentando la sintonía y el gracejo entre los grupillos y de esa guisa la gentecilla se iba soltando el pelo, disipando la timidez, no parando mientes en saltarse a la torera ciertas reglas de cortesía o roles echando por la calle de en medio sin guardar las composturas.
   Pero he aquí que un corazón a lo mejor solitario (?) se fue abriendo paso en su vida como un rojo clavel temprano a los primeros rayos del sol dando pie a que Cupido lanzase la flecha a la pastora, que con su dulce caramillo y conversación lo deleitaba contando primores, peripecias, sensaciones o discurriendo por los más tiernos y encendidos cauces vitales rompiendo el hielo.
   Sabido es que a veces el hielo se derrite causando estragos en las campiñas y poblados, o anega cerebros sensibles y enamoradizos llegando a ocurrir cosas mayores, siendo abducidos o embriagados a machamartillo por ardientes corrientes produciendo a la postre el flechazo, siendo acariciada y reverenciada su persona a manos llenas y sin reparo a la luz del día, recibiendo toda clase de bocados, mensajes, masajes y tocino de cielo.
   Y así iban cayendo vertiginosas las hojas del almanaque durante el viaje, mientras los efluvios y dirección de la veleta impelida por los alisios o la tramontana o acaso viento de poniente hacen a veces barbaridades, acaeciendo entonces una especie de cataclismo repentino, inesperado, enturbiándolo todo, y las corrientes cristalinas que manaban en los más límpidos veneros se tornaron de súbito y sin fundamento negras, irrespirables, como inundadas de famélicos cocodrilos y envenenadas serpientes contra Fulgencio, y apareció la incongruencia más extraña que imaginarse pueda, sucediendo el macabro corte de ósmosis entre sí sin ton ni son, como no fuese por un brusco e inexplicable quite bipolar, generándose un odio a muerte en su contra.
   Y como no hay mal que cien años dure, así tampoco la encendida rosa sobrevivió al crepúsculo.
Ya lo dijo el poeta: ¡No le toques ya más/ que así es la rosa!   
                        
                

    


2 comentarios:

Lucia Muñoz dijo...

Muy bueno, como siempre, amigo Pepe. Es admirable tu arte al escribir.

franciscoortigosa dijo...

A veces, todas, me recuerdas a Cervantes. Estos retazos parecen, son poesía en prosa. ¡Ah Fulgencio y la brevedad de la rosa! Enhorabuena Pepe.