viernes, 23 de diciembre de 2016

La Tierra sin luna


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   A galopar, a galopar hasta llegar..., tarareaba Asdrúbal galopando con su 4x4 atravesando charcos, pujos o fronteras como un lunático, y plantarse delante del ansiado mar, exclamando con todas sus fuerzas eureka, lo encontré.  
   Cualquiera que lo viese pensaría que andaba pirado, yendo como atraído por un imán sin poderlo remediar.
   Meterse en los aposentos marinos, y penetrar en las bitácoras y ensoñaciones oceánicas era el sueño de su vida. Quería contemplar in situ las interioridades, su húmedo vientre, no parando durante el viaje ni para refrescarse pese a los rigores de la canícula, hasta no saciar la ansiedad que le embargaba, ¡tenía tanta hambre de mar!
   Otra cosa muy distinta hubiese sido el reto de tocar la luna tan lejana, cual niño consentido, mas en lo que se refiere al mar siempre, que se sepa, estuvo al alcance de cualquiera y de los poetas a través de los versos y del celuloide en marítimos escenarios de piratas, no entendiéndose lo que pasaba.
   Asdrúbal llevaba toda la vida luchando por contar las olas que mueren a la orilla del mar así como los flechazos de luna sobre la superficie, y deseaba sentirse  como pez en el agua, visionando el vuelo de las gaviotas sobre su presa, el revuelo de los bancos de alevines o los juegos y cabriolas de los delfines sorteando escollos o el remolino de los barcos al pasar.
   Goteaba Asdrúbal incertidumbre por los cuatro costados, aturdido por no barruntar nuevas pistas que le señalasen con premura en qué aguas se bañaba últimamente la luna con su cohorte.
   La obsesión era tan agobiante que no le dejaba vivir, y proseguía la búsqueda sin tregua, y cuando se las prometía muy felices llegando al rebalaje, ¡zas!, se quedó con dos palmos de narices, no avistando ni mar ni luna, sufriendo lo que no está en los escritos bíblicos siendo tan gravísimo, figurando en cambio las diez plagas de Egipto, por ejemplo, y otras muchas calaveradas de poca monta, porque hay que tener en cuenta que en aquel tiempo el señor Dios leía la cartilla a su gente y escribía las cosas, no apareciendo sin embargo tan sensibles pérdidas ni en borrador, toda una bofetada al rostro humano, siendo como fue la mayor hecatombe que jamás vieron los siglos.
   No cabe duda del incidente tan aterrador que se pergeñó en un plis plas, impensable para la estirpe humana, no había palabras para expresarlo, siendo tan conmovedor y apocalíptico que Asdrúbal no pudiendo contenerse vomitaba sangre a mansalva, vociferando sin fuerzas y fuera de sí, ladrones, insensatos, bestias, ¿qué habéis hecho con mi luna y mi mar?
   Mientras tanto, se movilizó toda la artillería pesada de astronomía del cosmos, analizando el desaguisado con el mayor secretismo en sofisticados laboratorios para no alarmar a la población, ofreciendo a cuenta gotas la investigación, dejando entrever que fue algo que sobrevino como un rayo.
   Se cernían sombras de sospecha sobre unos asteroides kamikaces del entorno, una especie de hackers troyanos, pero no dio apenas tiempo para reaccionar, comprobándose que no quedaba ni rastro de ellos.
   ¡Cuán extraño todo aquel escenario!, y más extraño aún que al escarbar en la orilla del mar ahora completamente seco, no apareciesen pececillos muertos, caracolas rellenitas de arena, medusas machacadas por las pisadas o esqueletos de estrellitas de mar, convertido todo en un abrasador desierto, habiéndose descascarillado la salada y sólida estructura marina como un castillo de naipes y evaporado el líquido elemento, privándonos de la blanca sonrisa en días de calma chicha, o en horas intempestivas de los fieros mostachones con ennegrecidos piélagos encrespados escupiendo enseres de toda índole, condones, cadavéricos productos, compresas, cepillos de dientes, prendas íntimas o troncos de árboles e incluso residuos nucleares.
   Y abundando en tan complejo y ominoso maremagno y otras raras disquisiciones, hacer hincapié en que no se divisaba por ninguna parte la pálida y enamoradiza cara de la luna, a caso tuviese algo que ver con el amor del que habla la copla, ese toro enamorado de la luna, que abandona por la noche la maná...habiendo sido robada por el toro.
   Ni tampoco relucía lo más mínimo el azul del mar con los bríos acostumbrados, y no digamos los niveles de contaminación en las arteriales Corrientes del Golfo, que deberían haber estado debidamente marcados al milímetro por los doctores del tiempo para poner freno a tales cataclismos, pero erraron en las predicciones de cabo a rabo y nunca se sabrá si maliciosa o estrepitosamente, cobrando como cobran un pastón por la labor de profetas.
   No obstante habrá que reseñar que, aunque parezcan elevados los emolumentos, no lo sean tanto por la responsabilidad y el riesgo que entraña el exponer al mundo los veleidosos y pueriles juegos de las nubes, presentándolo como algo atado y bien atado, cuando es de sobra conocido que giran como veletas, y además llamando a cada cosa por su nombre, turbulencia, chirimiri, orvallo, calabobos, cúmulo limbos, huracán Katrina, Patricia o el fenómeno del Niño o La Niña llevándolos presurosos, cual palomas mensajeras, a la parrilla de los medios de comunicación, turoperadores, agencias de viaje o a cada hijo de vecino vía internet para planificar los viajes, siendo los ángeles del tiempo, huyendo de lo chapucero o del engreimiento personal, buscando el bienestar ciudadano a toda costa, anunciando con antelación la que nos espera, alertando de los peligros a fin de extender de la mejor manera posible la hoja de ruta por tierra, mar y aire.
   Hay que reconocer que se le complicaba por momentos la existencia a Asdrúbal, al no tenerlas todas consigo en cuanto a su objetivo, dado que ya de madrugada se destapó el día con cara de pocos amigos, reventándole los sueños y las fibras más íntimas según proseguía el viaje con el todoterreno, hasta el punto de que la madre naturaleza y el corazón del sistema interplanetario lloraban como magdalenas, porque les faltaba el espejo donde mirarse, la cara oculta y la visible de la luna, reguladora de hitos cósmicos, mareas, bajamar, pleamar o convulsiones telúricas, siendo preciso así mismo estar al corriente de las diferentes fases de la luna para no cortarse el pelo en luna nueva por el riesgo de contraer una galopante alopecia, o que se pierda de por vida el encendido alimento de los foros poéticos de luna llena.
   Por ende los cielos y la tierra y la vena de los creadores languidecían de tristura, rabia  e impotencia, sintiéndose como tetrapléjicos en silla de ruedas.
   Y no era para menos, pues la frialdad de los dirigentes mundiales había desterrado de su dulce y entrañable habitáculo a la luna con asesinas explosiones nucleares fulminando las fluorescencias lunares con la trascendencia que se les atribuye, que actuaba como faro en las costas, guiando al corazón de los hombres y el tráfico marítimo, alumbrando las faenas de pesca y los movimientos rotatorios en las noches del tiempo.
¡Ay madre del amor hermoso, qué pesadilla, cómo soportar las noches sin luna hasta el fin de los días! ¿quién podrá vivir sin ver al bombón de oro pintarse los labios en el espejo del mar, y peinarse los cabellos de larga melena lunera, solazándose en la piel marinera después?
   La gente, enzarzada en la tarea diaria, vivía ajena a todo, y entre tanto habían desaparecido de la noche a la mañana tanto la luna como el mar, a caso yéndose cual niños traviesos con el corazón partío, emulando a Romeo y Julieta cogidos de la mano al parque ante la atónita mirada de los próceres astrólogos del globo y de la NASA, curtidos como están en mil batallas astrales, y para más INRI sin haberse enterado el establishment, borrándose del mapa los ardientes misterios del firmamento, la música astral y los valses lunares a través de los desplazamientos interplanetarios por el espacio besándose entre sí, brotando celestiales acordes beethovenianos.
   Según avanzaba la jornada, al caer las sombras por los campos, se supo que había sucedido todo en una noche de verano por una avecilla que cantaba al albor.
   Fue sin duda una noche aciaga, desdichada a más no poder por los tejemanejes de los intereses creados, que eran los culpables de la destrucción del universo, generando los agujeros negros, remedando a personajes con ojos de alacrán y atravesadas cornamentas y mortífero armamento, oliendo a fétidas cenizas, que se ensañaron con la tierna y mítica Selene, llevándosela en volandas a través de las galaxias como el célebre rapto de Helena.
    Las investigaciones siguieron su curso, dándole la mayor difusión posible al macabro evento a través de los foros, habiendo pedido auxilio a todos los cuerpos de seguridad del mundo, y haber puesto en órbita un cron atómico, disfrazado de mensajería de Papá Noel volando por la cara oculta de la luna, entrando por la puerta de atrás como vulgarmente se dice para no alarmar al personal, y ni por ésas consiguió nadie una brizna de información fidedigna o algún chivatazo de algún asteroide arrepentido que alumbrase el túnel o pasadizo para llegar a las raíces de los ejecutores de tan salvaje magnicidio interplanetario.
   Y si para algo sirvió que Asdrúbal se asomase al mar en el caso que nos ocupa, hay que felicitarse por su proverbial idea, porque la denuncia nos ha puesto al corriente de la mayor conmoción que ha ocurrido nunca en el Cosmos, y a todo esto ¿qué ocurrirá sin ir más lejos en los cielos creadores de los poetas o del violinista en el tejado, los tétricos devaneos de Espronceda o los platónicos y melancólicos de Bécquer en el salón del ángulo oscuro o en el Monte de las ánimas sin luna, dormida en los renglones del pensamiento, así como tantos y tantos compañeros tertulianos que cada noche se asoman al balcón de Europa o del universo a pedirle un deseo, y al verla se inspiran y sueñan conquistas y urdimbres de las Mil y una noches con lunas a la carta?
   Porque sin luna no podremos alunizar en rama alguna, ni en encantadas aguas ni posarse en los pensares, y qué duro sería sobre todo por las noches sin ella, aunque sea roja, verde, negra o de fría plata. Sin ella la vida se apagaría, sin luna apaga y vámonos. ¿Y qué será de los hechizos, los flechazos? 
   El amor se desmayará como la flor rubeniana en un vaso, siendo arrojado al monte del olvido.   
   ¡Cuántas notas y sentires duermen olvidados (esperemos que no para siempre) en sus cuerdas luneras esperando, como Bécquer, una mano que sepa arrancarlos y darles vida!            

     





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