sábado, 20 de enero de 2018

El DNI




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   Quizá sea preferible ir de incógnito por la vida pasando inadvertido, porque aumentaría sin duda las expectativas de que los sueños se cumplan, discurriendo las criaturas felices y contentas por las laberínticas encrucijadas.
   Cuando la adicción aprieta no hay mano de santo que la pare, o pozo negro que la engulla.
   En cierto pueblo morisco (*Nodnrajaug) de la ancha Andalucía vivía enganchada al shopping Puri, hasta el punto de que pasaba los mejores momentos de su vida pateando tiendas o grandes superficies, dedicando el resto del tiempo a las labores domésticas. Y se entregaba en alma y cuerpo al arte culinaria hasta que el director de orquesta que llevaba dentro le paraba los pies diciendo aquí estoy yo, poniéndola a interpretar mercantiles baladas, heroicas compras de ensueño.
   Llegado el momento fijado, y sin dilación alguna, salió de compras aquel día para matar el gusanillo que le corroía portando los documentos personales, tarjeta de crédito y un puñado de dólares, no sin antes emperejilarse con las mejores galas pintándose hasta las cejas, retocando el lunarillo que lucía en la mejilla izquierda.
   Se puso ropa cómoda y ligera para la ocasión a fin de aliviar la ardua tarea que le aguardaba, recorriendo los distintos stands faltándole horas al día para completarlo, teniendo en mente que sería un día diferente.
   Soñaba con encontrar un potosí en el Black Friday, que por cierto no era, pero qué más daba, o acaso fuese el día de Reyes o de Santa Claus obsequiando al gentío a diestro y siniestro.
   Aquel día amanecía soleado, compacto, de buen ver, aunque en el horizonte se vislumbraba leves nubes con tintes negros. No obstante, todo invitaba a zambullirse en las ofertas recibiendo alegrías y dulces estímulos, y despertaban el apetito y las ansias de tirarse de cabeza al río revuelto de las gangas, chollos y saldos capturando las más prestigiosas especies y marcas parisinas, londinenses o las nacionales, Paco Rabanne, Purificación García o Carolina Herrera.
   Así transcurría la jornada, toda risueña y llena de envidiables encantos.
   Una vez que visitó el centro comercial por antonomasia de la ciudad, el de toda la vida, se fue a los grandes almacenes de extrarradio en el transporte urbano. Y después de subir y bajar un sinfín de escaleras automáticas, en un frenético ir y venir de unos stands atiborrados de ropa a otros haciendo un gran acopio, se acercó a caja para abonar el importe.
   Y cuál no sería su estupor cuando al abrir el bolso no estaba el monedero, pensando que unos cacos se lo habrían robado junto con el pasaporte, la tarjeta bancaria y lo más preocupante de todo, El DNI.
   En vista de lo cual, y temiendo encontrarse desnuda ante un posible control policial, se personó en comisaría para ponerlo en su conocimiento. Pero aquel día por lo visto no era el más indicado para tal misión, quizá por lo del color negro del día según bullía en sus entendederas, vaya usted a saber, y las pasó moradas esperando todo el santo día por la cantidad de gente que como ella acudía a denunciar algo, y fue debido, según se supo más tarde, a que el grueso de la policía había sido requerido para un caso más urgente, la explosión de varias bombas no lejos de donde se encontraba, quedando tan sólo dos agentes para atender al personal, viéndose obligada a esperar una eternidad, debiendo matar el hambre con unos bollitos, o más bien unos cuscurros de mortadela y queso que le quedaban.
   Una vez realizadas las diligencias oportunas sobre el affaire, regresó a su residencia.
   Mas trascurridas unas pocas semanas empezó a sentirse mal, pensando que si salía a la calle podía verse envuelta en alguna redada por mor de disturbios callejeros o ajuste de cuentas, y volvió a ir a la comisaría de su pueblo al objeto de hacerse un DNI nuevo, quedando más tranquila con el resguardo en el bolsillo mientras tramitaban el otro.
   En el breve trayecto, se topó con una gran tienda que estaba echando la casa por la ventana, liquidando todas las existencias por cierre.
   Con las mismas entró como una exhalación, sin tiempo que perder, como no podía ser de otra manera, y una vez que se despachó a su gusto, fue a la caja a sabiendas de que no disponía de fondos, pero lo resolvió dejando reservada la compra para el día siguiente.
   Puri, en su afán por la moda, el estilo, y, cómo no, para estar en forma se inscribió a un curso de meditación chakra en su proceloso caminar, recuperando energías y cierto bienestar espiritual, evocando los años de catequesis y meditación parroquial de su adolescencia.
   Y no quedó ahí la cosa, ya que impulsada por los hálitos de su homónima Purificación García, empezó a buscar diseños exclusivos de su firma por todas las boutiques de moda, a sabiendas de que estaba sin blanca, y lo dejó pendiente, mas cuando terminó la operación se le torcieron los vientos.   
   En esas trapisondas andaba Puri, cuando sintió la necesidad de ir al baño, y cuál no sería su extrañeza cuando al introducir la mano en el bolso se topó con unos raros documentos, de distinta tinta y hechura pero con perfiles similares, de color rojo chillón mezclados con sangre seca, aumentando la incertidumbre más si cabe cuando vio que la foto del DNI era de una muchacha siria, que aparecía colgada en las redes sociales como presunta terrorista.
   Quizá no fuese lo peor que le habría ocurrido a Puri, pacífica y bondadosa como ella sola, al tener la mala suerte de cruzar una calleja del casco antiguo, refugio de indigentes y ocupas, en el instante preciso en que llegaban las fuerzas del orden pidiendo la documentación a todo el mundo, y al comprobar la de Puri la introdujeron ipso facto en el furgón, toda vez que no encontraban ninguna justificación al hecho de llevar en su bolso documentos de una supuesta asesina, ingresando en prisión preventiva, mientras se llevaba a cabo las oportunas pesquisas, si era inocente o pertenecía a una célula yihadista.
   Al cabo de un tiempo, las dudas se fueron despejando, y en un día trasparente y limpio vio Puri el cielo abierto, saliendo sana y salva del negro módulo, que casi le muerde el alma, pero al menos le arrancó los puntos negros de la adicción, no pensando ir nunca más a las rebajas, llevando una vida tranquila con los suyos. 
   A la mañana siguiente de la liberación fue Puri a la iglesia del barrio a agradecer a Santa Rita, abogada de imposibles, lo que había hecho por ella, liberándola de tan onerosa carga, cual otro Sísifo, y después de haberle acaecido tantos y tantos contratiempos y pesares.
   No cabe duda de que salió Puri totalmente purificada del templo, libre del compulsivo instinto, aunque con la cabeza gacha pero satisfecha, el pecho lleno de aire puro y una sonrisa ancha.
   Y sintiéndose desbordada por la emoción, y un tanto distraída por la euforia, se dio de bruces con un enorme cartel del Corte Inglés cayendo como un muerto al suelo.
   En grandes letras rojas anunciaba: últimas rebajas al 70 por 100 de descuento.    

                                                              *Nota del editor. Ése es el nombre del pueblo que aparece en el manuscrito.


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