La música y el contacto hicieron lo demás en aquella noche loca en que se encontraron por casualidad en un viaje relámpago por la belle France.
Apenas se movía de
la guarida el resto del año, como no fuese por una fuerza mayor, un óbito o
algún raro compromiso para no quedar mal.
Mas como la
excepción confirma la regla, pues así ocurrió con el inesperado encuentro que
tuvo lugar en la entrega de los premios del festival de cine de Cannes, que no
entraba en sus planes ni por asomo por muy borracho que estuviese, siendo un
acierto en toda regla al ser como aquel que dice obsequiado con algo que jamás
hubiese soñado, el fiestón que se montó al final de la entrega de los trofeos
cinematográficos, una fiesta por todo lo alto amenizada por un excelente
conjunto musical, el que más fuerte pegaba en esos momentos por el continente generando
un envidiable clímax entre la audiencia.
A decir verdad,
estaba en boca de todos la exquisitez y excelencia de la velada, oyéndose
parabienes por doquier, y se saludaban entre sí harto efusivos los invitados, dándose
la mano o un abrazo por haber concurrido a tan singular cita al trasmitirles las
más gratas sensaciones, coincidiendo todos en ensalzar el buen hacer tanto de la
dirección como del servicio, y sobre todo por lo bien que lo estaban pasando,
disfrutando cada cual a su manera de un ambiente tan relajado y ameno escuchando
las dulces melodías que alegraban la noche, infundiendo en sus sorprendidos corazones
toda clase de reacciones y las mayores satisfacciones como nunca había acaecido.
La prensa del
corazón publicó a bombo y platillo en sus primeras páginas los romances que brotaron
durante aquella noche mágica, marcando un hito en los anales de la
cinematografía de Cannes, corroborándolo el buen nombre de los premiados en
aquella edición, y fue tan numerosa y ferviente la afluencia de público a las
salas de proyección que en más de una ocasión se colocó el cartel de completo,
y los anfitriones en recompensa y como agradecimiento a todos los asistentes,
aprobaron una resolución por la que se dignaban invitar al evento del próximo
año con todos los gastos pagados a las parejas que habiendo surgido la chispa en
aquella memorable noche materializasen su compromiso matrimonial tanto por lo
religioso como por lo civil.
Y después del
aluvión de felicitaciones de todos los puntos del globo, y los dimes y diretes
retratados en las lecturas de prensa que aparecían en los kioscos, así como los
comentarios y entrevistas como de costumbre de la efeméride, lo rubricaban los
enviados especiales de los medios de medio mundo y a buen seguro que del otro
medio resaltando el éxito y su trascendencia mundial, registrándose un auge del
turismo algo descomunal, no sólo en la Costa Azul sino en el resto de Francia, figurando
el nombre del festival de Cannes en los más célebres magazines y revistas del
corazón, agrandando su leyenda y la admiración por la industria cinematográfica
hasta límites insospechados, y de paso, como no podía ser de otra manera, su rica
gastronomía, la alta costura y los afamados perfumes parisinos.
Las conquistas y
arrebatadores singularidades del apoteósico certamen llegaron a los confines del
globo, siendo desbordados por el sinnúmero de panegíricos y loas por la excelente
gestión y coordinación a todos los niveles, causando la envidia y admiración de
propios y extraños.
Tan sólo restaba
mencionar la sorpresiva anécdota que ocurrió en el trascurso de la celebración
en el momento menos oportuno, cuando de repente una espigada muchacha, bastante
cultivada según se desprendía del atuendo y a la postre bien parecida, irrumpió
como un rayo en mitad de la pista de baile gritando con los ojos desencajados,
¡justicia, pido justicia!, alegando que estaba embarazada, y que el padre de la
criatura se encontraba allí y no quería saber nada, apuntando a un señor de cabeza
rapada y barba rebelde y rubia que se movía con aire solitario por la fiesta,
tal vez se equivocó al ir el buen señor, llamándolo por el nombre de Nicolás,
quedando todo el mundo estupefacto y sin articular palabra, hasta que por fin
intervino el cuerpo de vigilancia.
Y cuando se fueron apagando
los últimos sones de la esplendorosa noche, poco a poco fue saliendo el público
marchando cada uno a su nido, inhalando por el camino azules aromas del
amanecer marino, siendo acariciados sus rostros por una dulce brisa que llenaba
de ilusiones aquella noche tan especial de la Costa Azul.
Y bajando el telón
se vislumbró entre visillos que el contacto con la música en apretada danza corporal hizo brotar en los asistentes una savia primaveral, que reverdeció el letargo amoroso
que dormía en sus pechos.
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1 comentario:
Muy bonito como de costumbre, un abrazo
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