viernes, 13 de abril de 2018

La música y el contacto



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   La música y el contacto hicieron lo demás en aquella noche loca en que se encontraron por casualidad en un viaje relámpago por la belle France.
   Apenas se movía de la guarida el resto del año, como no fuese por una fuerza mayor, un óbito o algún raro compromiso para no quedar mal.
   Mas como la excepción confirma la regla, pues así ocurrió con el inesperado encuentro que tuvo lugar en la entrega de los premios del festival de cine de Cannes, que no entraba en sus planes ni por asomo por muy borracho que estuviese, siendo un acierto en toda regla al ser como aquel que dice obsequiado con algo que jamás hubiese soñado, el fiestón que se montó al final de la entrega de los trofeos cinematográficos, una fiesta por todo lo alto amenizada por un excelente conjunto musical, el que más fuerte pegaba en esos momentos por el continente generando un envidiable clímax entre la audiencia.
   A decir verdad, estaba en boca de todos la exquisitez y excelencia de la velada, oyéndose parabienes por doquier, y se saludaban entre sí harto efusivos los invitados, dándose la mano o un abrazo por haber concurrido a tan singular cita al trasmitirles las más gratas sensaciones, coincidiendo todos en ensalzar el buen hacer tanto de la dirección como del servicio, y sobre todo por lo bien que lo estaban pasando, disfrutando cada cual a su manera de un ambiente tan relajado y ameno escuchando las dulces melodías que alegraban la noche, infundiendo en sus sorprendidos corazones toda clase de reacciones y las mayores satisfacciones como nunca había acaecido.
   La prensa del corazón publicó a bombo y platillo en sus primeras páginas los romances que brotaron durante aquella noche mágica, marcando un hito en los anales de la cinematografía de Cannes, corroborándolo el buen nombre de los premiados en aquella edición, y fue tan numerosa y ferviente la afluencia de público a las salas de proyección que en más de una ocasión se colocó el cartel de completo, y los anfitriones en recompensa y como agradecimiento a todos los asistentes, aprobaron una resolución por la que se dignaban invitar al evento del próximo año con todos los gastos pagados a las parejas que habiendo surgido la chispa en aquella memorable noche materializasen su compromiso matrimonial tanto por lo religioso como por lo civil.
   Y después del aluvión de felicitaciones de todos los puntos del globo, y los dimes y diretes retratados en las lecturas de prensa que aparecían en los kioscos, así como los comentarios y entrevistas como de costumbre de la efeméride, lo rubricaban los enviados especiales de los medios de medio mundo y a buen seguro que del otro medio resaltando el éxito y su trascendencia mundial, registrándose un auge del turismo algo descomunal, no sólo en la Costa Azul sino en el resto de Francia, figurando el nombre del festival de Cannes en los más célebres magazines y revistas del corazón, agrandando su leyenda y la admiración por la industria cinematográfica hasta límites insospechados, y de paso, como no podía ser de otra manera, su rica gastronomía, la alta costura y los afamados perfumes parisinos.
   Las conquistas y arrebatadores singularidades del apoteósico certamen llegaron a los confines del globo, siendo desbordados por el sinnúmero de panegíricos y loas por la excelente gestión y coordinación a todos los niveles, causando la envidia y admiración de propios y extraños.
   Tan sólo restaba mencionar la sorpresiva anécdota que ocurrió en el trascurso de la celebración en el momento menos oportuno, cuando de repente una espigada muchacha, bastante cultivada según se desprendía del atuendo y a la postre bien parecida, irrumpió como un rayo en mitad de la pista de baile gritando con los ojos desencajados, ¡justicia, pido justicia!, alegando que estaba embarazada, y que el padre de la criatura se encontraba allí y no quería saber nada, apuntando a un señor de cabeza rapada y barba rebelde y rubia que se movía con aire solitario por la fiesta, tal vez se equivocó al ir el buen señor, llamándolo por el nombre de Nicolás, quedando todo el mundo estupefacto y sin articular palabra, hasta que por fin intervino el cuerpo de vigilancia.
   Y cuando se fueron apagando los últimos sones de la esplendorosa noche, poco a poco fue saliendo el público marchando cada uno a su nido, inhalando por el camino azules aromas del amanecer marino, siendo acariciados sus rostros por una dulce brisa que llenaba de ilusiones aquella noche tan especial de la Costa Azul.
   Y bajando el telón se vislumbró entre visillos que el contacto con la música en apretada danza corporal hizo brotar en los asistentes una savia primaveral, que reverdeció el letargo amoroso que dormía en sus pechos.
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1 comentario:

Juanito dijo...

Muy bonito como de costumbre, un abrazo