sábado, 24 de diciembre de 2016

Conservación de la naturaleza

                                                                                

                  

        Resultado de imagen de hombre haciendo footing

   

   Los copitos de nieve se columpiaban sobre los campos a las 8 de la mañana, cuando Edmundo todo entusiasta y entregado a la causa se lanzaba como un rayo a acometer el recorrido acostumbrado, pateando los tres y medio o cuatro kilómetros a fin de mantener a raya colesteroles, ictus o lo que se cruzase en el camino, caminando con la cabeza bien alta, escuchando ensimismado las noticias matutinas en el móvil y satisfecho en parte por el deber cumplido, un deber acariciado, nada reglamentario sino esbozado conforme a los pálpitos vitales, como acicate para no perder el tren de la vida.
   No se sabía con certeza si lo transitado merecía la pena, si recibiría parabienes o iba a alguna parte, porque hay sensibilidades y gustos como colores, y a veces caemos nosotros mismos en el cepo, pudiendo alguien mofarse de tales andares, andanzas o sudadas caminatas por caminos perdidos alegando que a fin de cuentas lo mismo da permanecer sentado todo el día que mover las caderas de vez en cuando.
   Y si resulta que va uno arrastrando las piernas todavía peor, o que al andar se le caiga el alma a los pies, en tal caso, ¿de qué sirve tanta parafernalia o sufrido martirio?
   Hay quien apuesta por llevar una vida cómoda, placentera y disfrutar como un enano, rivalizando con el núcleo duro de Epicuro, dejándose de tantas monsergas que no conducen a ningún sitio, toda vez que ya está escrito en la mirada divina el día y la hora del viaje definitivo.
   No obstante, Edmundo decidió hacer el camino como otras veces, y conforme caminaba sintió de sopetón por la espalda no una palmadita amiga sino todo un trueno en los oídos, voces de almas en llamas, algo parecido al eco de ultratumba pero a lo bestia del Dios Padre al dirigirse a Moisés en el monte Sinaí al entregarle las tablas de la ley, ocurriendo todo mientras hacía el camino a la sombra de los pinos, retirado de la vorágine del tráfico que discurría por la carretera nacional, escuchando la radio con los cinco sentidos, como si fuese la clandestina emisora Pirenaica de aquella época tan oscura, abstraído como iba en los intríngulis obsesivos, cuando de súbito recibió el azote vocinglero metiéndole el miedo en el cuerpo.
   No alcanzó a calibrar qué estaría pasando en esos instantes por su entorno, si intento de secuestro, explosión de artefacto o aterrizaje de ovni en su espacio vital preguntando por la estación de servicio más próxima para repostar, quedándose Edmundo cegado ipso facto por el resplandor.
   Y al poco, todo estremecido y sin aliento, volviendo la cabeza a la izquierda, válgame Dios, farfulló, al percatarse de que se trataba de un coche (no bomba pero...) cuyo reluciente rótulo decía, "Conservación del medio ambiente y protección de la naturaleza", sacando el funcionario de turno medio cuerpo por la ventanilla con los ojos exaltados y fuera de sí gesticulando como un energúmeno, Somos los  vigilantes (emulando la sesuda serie televisiva de la playa) de la conservación de la naturaleza", y con las mismas se esfumaron saliendo a toda pastilla sin intercambiar palabra ni hacer la menor pesquisa sobre las pretensiones o menesteres coyunturales,  y sin más pusieron tierra de por medio.
   Edmundo, que discurría por el arcén de la carretera, al otro lado del quita miedos por precaución atravesando la estrecha trocha que había se quedó mudo, patidifuso, como abducido por lo vivido.
   El incidente fue de cine, como un hechizo o la milagrosa aparición de Santa Bárbara ante el repentino trueno, quedando todo a la postre en agua de borrajas.
   Y surgían sin querer los enigmas al respecto, ¿no sería que los susodichos vigilantes en un acto de inconsciencia supina, y cayendo en una extraña hipercorrección se propusieran extirpar lo humano so pretexto de salvar la flora y la fauna, alegando el lema tan ético y ecológico de conservar la naturaleza, utilizando para ello un arca como Noé pero trucado, yendo disfrazados, llevándolo todo ya amasado, si bien empleando métodos o cauces de cuello blanco?  
   No eran nada halagüeñas las expectativas despertadas en Edmundo, sobre todo tras escuchar aquel chorro de voz de tan insensatos mariachis que le perforaron los oídos, no llegando a entender aquel comportamiento tan raro, ya que en lugar de cuidar y alentar la vida de  los seres vivos, su descerebrada conducta azuzaría el efecto contrario, una cadena de desgracias y descalabros de incalculables consecuencias planetarias, acelerando aún más si cabe la destrucción del ánima cósmica.
   Que Dios reparta suerte y nos pille confesados, mascullaba entre dientes Edmundo, o que el demonio rebelándose de nuevo encienda una vela a sus congéneres en nuestra defensa al objeto de que levanten la cabeza nevada o cana los vigilantes (cual salidos del iglú), y no sigan dando palos de ciego, como si se tratase de un desierto y les cegaran las nubes de arena.
   La nevada cubría los cerros, algunos pensares y los caminos confundiéndose las imágenes, el horizonte, no sabiéndose si pisaba tierra firme con blancos rebaños de merinas por la nieve o un mar de minas, mientras alguien quería cortar los níveos brotes vitales.

                  

        


   




1 comentario:

Lucia Muñoz dijo...

Como siempre un placer leer tus escritos Pepe. Feliz Navidad