miércoles, 25 de octubre de 2017

Párpados y ventanas para ver


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El punto de arranque de la vida es siempre digno de consideración, porque no se nace riendo, y es el venero donde brota la mayor parte de lo que surja después.
   Si como es sabido nacemos con los párpados, las ventanas de los ojos y otros miembros,  esperemos lo mejor de ellos, pero si no rinden lo que es debido, y como todo es susceptible de mejoramiento, habrá que remover Roma con Santiago para conseguirlo, poniendo en práctica las más ingeniosas técnicas oftalmológicas y de albañilería a fin de eliminar las trabas que provocan la disfunción, una vez que se ha verificado que con la educación y sigiloso encauzamiento de sus componentes no es suficiente.
   En cambio las ventanas de la guarida dan más juego o facilidades para remozarlas, si por un casual la abertura no ofreciera la suficiente visión para distinguir lo que hay en el entorno, e incluso en lontananza con unos potentes prismáticos localizando al más esquivo de los objetos o bicho viviente que se mueva por la pradera.
   Estaremos de acuerdo en que no es lo mismo mirar por el agujero de la puerta, que por el ventanuco de un corral de gallinas, a la hora de fisgar a los vecinos guajareños cuando están tranquilamente en sus aposentos durmiendo a pierna suelta, o en paños menores cuando el calor aprieta echando un trago de agua, porque el único remedio que había entonces para refrescarse era el agua fresquita del pipote traída de la minilla al caer la tarde y la del cántaro, y si encima, con la que estaba cayendo, son vigilados clandestinamente por el ojo de la puerta, pues apaga y vámonos.    
   Para despejar el horizonte no sería descalabrado abrir de par en par el balcón de los Guájares allá por Guájar Alto, donde abundaban los pinos y el carbón junto con frutales, almendros y olivos, y luego dejarse llevar con la mirada oteando los campos, la siega, las trillas en las eras, los molinos de aceite o almazaras, la fábrica de la luz o los novios paseando por las afueras del pueblo o pelando la pava a orillas del arroyo.
   Hay que reconocer que algunos vecinos siembran odio en la tierra, no jugando limpio, dañando las lindes de huertas y bancales.
   Y después de un ligero refrigerio, prosigamos la marcha río abajo, y visitemos el pueblo, entrando por las estrechas callejas y rincones con solera.
   Y ya en Guájar Faragüit tomar un tentempié en el bar Parada para reponer fuerzas, y saludar a los paisanos, y siguiendo el discurrir del río de la Toba contemplar las apreciadas islas que lo decoran, y luego echar por la vega, que generosamente riega, criándose maíz, alfalfa, patatas, habas y otros productos de la huerta, ajos, cebollas, berenjenas y calabazas, muchas calabazas de agua, de comer o de repostería para el disfrute de sus habitantes.
   Mientras tanto cabe preguntarse como en un juego, ¿qué habrá detrás de la cortina verde? He ahí el quid de la cuestión. Cómo averiguar o encontrar a alguien, como acontece con el juego de la gallina ciega, si faltan los párpados y las ventanas, o jugando al escondite por el campo en noches sin luna, porque en el fondo somos niños, y hay que descifrar quién está detrás de ese muro, cortina o árbol, desvelando con los cinco sentidos si es fulanito, al que se le murió una cabra, o menganito, el que se fue a trabajar a Alemania, o zutanito, que en paz descanse, porque la vida es una tómbola, un juego, sueño.
   ¿Cómo dar con los escondrijos de lagartijas, conejos o sacamantecas por aquellos parajes de entonces (en la infancia guajareña): la Cueva del Negro o de las Cabezuelas, el camino de Jurite o del cerro del Águila o por los interiorismos del alma, por muy afilados y lustrosos que se encuentren los párpados y ventanas de la vida?
   A veces no se ve uno a sí mismo, aunque parezca mentira, o no se encuentra o reconoce, como Diógenes cuando iba con el candil de aceite en la mano a plena luz del día por la vía pública buscando a un hombre.
   Y entrando en el cuerpo a cuerpo, en una avispada exploración con párpados y ventanas, decir sotto voce que, quienes hablan mal de ti, probablemente es porque no tienen nada bueno que decir de ellos mismos.
   Ahondando en la clarividencia, Zagajewski premio Princesa de Asturias de las letras puntualiza, "Los poetas no se conocen a sí mismos, suelen vivir en la inseguridad, esperando pacientemente la hora en la que se abren las puertas de la lengua".  
   Cuando se está en el vientre de la madre no se es consciente de las cosas, no sabiendo uno dónde está, a caso por ser muy chiquitos los párpados y ventanas. Cuando los mozos iban a la puta mili, que diría el otro, que antaño era forzoso, andaban los reclutas un tanto descerebrados, sin saber por dónde andaban, y a decir verdad, ni siquiera para qué habían ido.
   En ocasiones los párpados y las ventanas andan inmersos en otros menesteres, como cuando se pierde alguien yendo de viaje con un grupo, o va al cine ignorando la tramoya y el fondo de lo que se cuece en última instancia, porque las ventanas (sobre todo las cerebrales) no le cercioran de casi nada, y también porque los sentidos nos engañan a cada paso con espejismos y dislocaciones tremendas, ofreciendo informaciones sesgadas o miopes de la realidad.
   Hay que tener en cuenta que el arte y la palabra tienen el don de cambiarlo todo. Intervienen en los escenarios de la vida, entrando en el juego carnavalesco disfrazando la realidad, presentándola según cuadre al creador, como le ocurriera al mismo Dios al crear el hermoso mundo a su imagen y semejanza en seis días, según consta en los anales bíblicos y en los registros de la propiedad, ¿o es que no es en verdad hermoso el mundo pese a las hecatombes, tsunamis o huracanados terrorismos que llegan sin avisar?
   Y ahora que entramos en otoño, algo siniestro nos advierte de que vamos pisando muerte por los caminos, con hojas fenecidas de repente cubriendo los senderos, quejándose entristecidos por las frías lágrimas de algún caminante que caen en su regazo al hacer el camino para la labranza de la tierra o recolectar los frutos del campo, como si emulasen la desolación de un campo de batalla tras una guerra al ver con sus agudos párpados la esquilmada tierra muerta por falta de agua, aniquilando a los pobres supervivientes.
   ¿Y por dónde navegan los párpados del vivir?, al parecer se han evaporado en una noche loca o declarado en rebeldía no dando la cara, negando el saludo, yendo cabizbajos, entumecidos, ajenos a las faenas cotidianas, no arrimando el hombro para construir un mundo más feliz, donde reine la paz, la justicia y el pan para todos.
¿Y las ventanas, tan curiosas por naturaleza, dónde se ubican, qué se hizo de ellas, por qué no gritan a los cuatro vientos aireando sus virtudes y derechos conculcados desde que se construyera la famosa torre de Babel, proyectada sin apenas ventanas, y con no pocas trifulcas entre los atrevidos operarios del mundo conocido, dado que no había traductores para entenderse, y las ventanas del idioma permanecían cerradas a cal y cando, sin ningún signo de comunicación? Y eso no podía seguir así, tan negro y confuso, porque no llegaría a ninguna parte, por lo que sin más ambages habrá que acudir a Luz Casal para que nos alumbre, "Abre la puerta, no digas nada, deja que entre el sol, deja de lado los contratiempos, porque creo en ti cada mañana, aunque a veces tú no creas nada" ....  y poder atisbar lo que se avecina, preparándose lo mejor posible para que no nos coja el toro en el gran teatro del mundo, y empezar a correr con talento en los Sanfermines que nos planteemos, procurando que no nos corneen o pisoteen al amanecer.
   No se pude tolerar que en el ejercicio de nuestros derechos y obligaciones se den vejaciones, por ello urge potenciar párpados y ventanas para obviar la barbarie, y clama al cielo que no se mueva un dedo en protesta para ahuyentar a los espantajos, a lo maligno, aunque la posibilidad sea escasa por ser tan exiguos los párpados y el ventanuco de la vida, dando pie a que a veces no columbremos a un elefante que asoma por el horizonte.
   Si el género humano despertase de su somnoliento letargo, crearía párpados como la copa de un pino y ventanas anchas como la mar, y a buen seguro que no nos atropellarían con tanta facilidad al pasar por las Ramblas de Barcelona o por cualquier bulevar parisino, londinense o por el camino de la Cruz al regreso de las fiestas de San Lorenzo.
   El otro día un vecino, ausente por un tiempo, paseaba por los Guájares, y quería rescatar del olvido las andanzas y aventuras de la niñez, cuando se perdía con otros niños por aquellos campos y barrancos jugando como locos, pero por mucho que estiraba los párpados y empujaba al quicio de la ventana no vislumbraba en el recuerdo las pecas en la cara de aquellos intrépidos que le acompañaban saltando tapias, balates o bancales en noches sin luna, corriendo a velocidad de vértigo.
   Sería interesante llegar hasta el final de la trama, por si detrás de la cortina verde se encontrasen chillando los suspiros, los anhelos o las frustraciones de tod@s l@s guajareñ@s que han existido, esperando el momento en que un día, más pronto que tarde, se reúnan para esclarecerlo todo.
   Y como el arrepentimiento es más fuerte que la gratitud, justifica que reciban más flores los que se fueron que los vivos.
   Hoy, sin embargo, con los ritmos de Serrat, puede ser un gran día duro, duro, duro con él, planteémoslo así, no lo dejemos escapar...