miércoles, 30 de diciembre de 2015

Un viaje en tren






                                     
   En una cruda mañana de invierno las prisas y la nieve le pisaban los talones al ir a coger el tren, quizás preludio de ulteriores avatares, aunque no fuese la intención hacer el viaje de su vida en el transiberiano, ese gran sueño viajero ambientado en las novelas de misterio de Agatha Christie. No paraba mientes Albano en materializar gesta alguna o lema como, vivir la vía férrea, cual un quijote surcando los mares de la vida con antorcha de bonhomía socorriendo viudas, desvalidos o desfaciendo toda clase de entuertos.
   Aunque en el pasaje figuraba ya impreso el destino, no lejos del pulmón alpino, en su fuero interno volaban con aires traviesos racimos de sorpresas, arrobos o locos anhelos estilo Marco Polo por descubrir y disfrutar tierras vírgenes, inenarrables prodigios, milagros y hechos mágicos que le avivasen los lánguidos rescoldos vitales reportándole inolvidables vivencias, desconociendo si en el trayecto se toparía con Marie Claire.
   Aunque se arguya que el tren es pesado y torpe por naturaleza, no es cierto. En los campos abiertos, cuando toma velocidad, estira las orejas, se libera del peso y vuela, porque el tren tiene alas según Albano. Y por las noches el vuelo le ofrece un sabor especial, algo tentador. Duerme de otra forma. En otras épocas, el vuelo le provocaba vértigos y fuerte opresión en el pecho. Ahora en cambio, cuando entra en el tren se siente como quien regresa a casa después de una prolongada estancia neoyorkina. Y verse solo en un vagón le suscita un extraño placer.
   Estaba acostumbrado Albano a sobrellevar pacientemente los engorros y contrariedades de idas y venidas en la acémila, yendo como secuestrado entre serones, capachos o alforjas sobre el aparejo en el vaivén del cuadrúpedo, encontrándose a veces al borde del precipicio por mor de un mal paso de la mula o al batirse el cobre con fantasmagorías por puro pundonor, séanse eólicos molinos o extraños entes que revolotean por la testuz, terca como ella sola, presumiendo o presintiendo perder el equilibrio, entablándose una encarnizada lucha por la supervivencia, resolviendo apoyar finalmente las herraduras en tierra firme, corriendo el riesgo de que en la refriega el jinete se escurra por la culata o cabeza al subir o bajar cuestas (como la de Panata) y perdiese los estribos o, peor aún, la solidez, rodando muy maltrecho por el campo pronunciando las palabras de don Quijote: “Non fuyades, cobardes y viles criaturas”…
   Por ende, era de suma urgencia atarse los machos para no ser devorado por sorpresivas coyunturas y salir airoso, llegando sano y salvo a su destino.
   Cuando la climatología se mostraba benigna en los labrantíos, se respiraba unas balsámicas fragancias, marchando todo como la seda, mas en llegando la cuesta de enero todo andaba manga por hombro (las condenadas cuestas), al coincidir el hambre con las ganas de comer, siendo las exigencias mayores, toda vez que las compras, azuzadas por la tentación de capturar los mejores pecios o saldos en el revuelto mar de las rebajas, juntamente con los embates de las frías nieves invernales, que se multiplican cubriendo puertas o ventanas, cuestas o puertos, propician con creces el ser más oneroso soportar las pendientes o cuestas existenciales, así como ir en Busca del tiempo perdido de Proust o de los pasos perdidos de Marie Claire.
   Cuando arrecian las lluvias, como acontece en ocasiones al pie de los Alpes, se acrecienta entonces la posibilidad de darse un baño vestido en la misma ruta ferroviaria debido a la horrible tormenta o en el río, en menos que canta un gallo, por la vorágine de la turbulenta corriente al vadearlo montado en la mula.
   ¡Pardiez! –farfullaba Albano, recordando el viaje-, ¡qué lejos estaba la estación! Por poco si no llego.
   Una vez que aterrizaba Albano en la estación, cambiaba de jaca subiendo al viejo tren, mudándose todo de repente, dando un triple salto mortal al pasar de la industria del Medievo a la Edad Moderna y Contemporánea.
   Al pisar Albano, por aquel entonces, las escalerillas del tren, sentía unos raros resquemores, un paralizante escalofrío que le subía por el cuerpo acelerando las pulsaciones, tragando saliva sin cesar y el corazón en un puño.
   Sin embargo, superados los prístinos temores, retrepado en el asiento de la ventanilla del tren soñaba con un mundo polícromo, de fructíferas experiencias, según iba visionando y grabando en la retina las admirables joyas de la Europa verde, todo cuanto deslumbra y embelesa al viajero, una vaca, coquetos sembrados nevados, la silueta de una sombra, los estimulantes árboles del bosque o el niño jugando en la ladera del monte.
    En noches de luna llena y sugestivos destellos, desgranaba Albano la idea de que los trenes le han hecho libre. De no ser por ellos, ¿qué habría sido en este mundo? –pensaba-. Quizás una larva, una lagartija, una mosca cojonera o el dueño de una tienda de todo a un euro, y al cerrarla volver a la madriguera, a casa exhausto y encontrarse con montañas de facturas y los malentendidos de la pareja. Tan pronto como sube al tren se eleva sobre las alas del viento, volando cual otro Ícaro por los océanos de los sueños.
   Quería Albano sacarle provecho a aquellas fértiles tierras y a la beca que, como regalo de reyes, llamaba a su puerta, y no era cosa de desaprovecharla por espinosos o encontrados que fuesen los escollos, los dimes y diretes, al ser la primera vez que se le ofrecía dicha dádiva, estando en sus manos arrojarla a las tinieblas o sacarle partido, evitando que se convirtiese en agua de borrajas o en mazazo en el alma, superando el mal trago de sentirse abandonado a su suerte, al volverle ella la espalda, alegando infantiles cuidos por imperativo maternal, farfullando entre dientes, arréglatelas como puedas.
   Por otro lado, abrigaba Albano fervientes anhelos de generosidad con las cosas de la naturaleza, considerando que la nieve caída en los campos al igual que el pan que se cae al suelo, son dignos de un beso por los beneficios que aportan a los seres vivos, debiendo dar las gracias asimismo a la Divina Providencia por los ricos bocados que recibía a diario en el aventurado viaje por los envidiables parajes galos, a pesar de que viniesen trucados en parte por las coyunturas, aunque según el refrán, Dios aprieta pero no ahoga, permitiendo a la postre que un fúlgido rayo de sol rompa una lanza en su favor, prometiéndoselas muy felices, mas no siendo la dicha completa, al no tener noticias de  Marie Claire.
   Era vox populi que el tren había pasado la prueba de fuego del sarampión, y dado por sentado su vacunación contra cualquier incordio, malaria o intruso que maniobre en su contra por los raíles, paso obligado del tren, debiendo jugárselas Albano al atravesar aquellos aviesos acantilados por los bruscos cambios de un tiempo tan tornadizo y canalla.
   No obstante, acariciaba interiormente una especie de bula para la ocasión, no ser engullida o anegada la vía por una montonera de fango, árboles hendidos por el rayo o cachos de rocas caídas desde la cima, levantando ampollas o barricadas al paso de la locomotora.
   Por aquellos puertos, las traiciones del cielo están a la orden del día, generando no pocos quebraderos de cabeza o violencia cósmica. Tales comportamientos o trances le retorcían las tripas a Albano, al confundir la noche con el día, el trigo con el agua, y no respetarse los tiempos, ni siquiera en la canícula cuando los franchutes celebran la fiesta nacional, al hacer la climatología de su capa un sayo, dejando en la cuneta o turulato al más pintado, cual púgil tras un golpe bajo, y pretendía en tales tesituras ejercer un papel estelar contra el traidor, desentrañando urdimbres, malas artes o puñaladas por la espalda del microclima.
   Y al cabo de una rauda elucubración, como si se hubiese nombrado la soga en casa del ahorcado, se desencadenó todo, atisbándose por la ventanilla del tren un enrarecido mar oscuro, como la boca del lobo, cuando una chispa antes lucía a raudales un sol espléndido, adueñándose repentinamente de todo el entorno una espesa nube negra, estructurando un convulso clímax de rayos, relámpagos y centellas, dejando K.O. al tren.
   Los viajeros, vencidos por el sueño, dormían como bebés a tan altas horas de la noche, despertándose de súbito desnortados y con el corazón en un puño por el bronco frenazo, contemplando los vagones atravesados bajo agua, sin saber qué hacer, a la espera de recibir instrucciones al respecto.
   Rumiaba Albano en su fuero interno horas de infarto, ya que se vería obligado a emprender una dura caminata por aquellos derroteros rumbo a lo desconocido, buscando un techo donde cobijarse, mientras en la cúspide alpina se respiraban aires fiesteros, como si hubiesen echado las campanas al vuelo o la casa por la ventana unos cuantos mozalbetes de conducta aberrante, depositándose en la vía los más dispares materiales.
   La escandalosa corriente, perdiendo los estribos, hizo perder asimismo el sentido del tren, al arrastrar todo cuanto hallaba a su paso, como si los elementos se hubiesen confabulado contra el convoy, perpetrando no pocas fechorías o acaso tendido una emboscada, como la copa de un pino, por aquellos insurrectos espacios.
   En la horrísona marimorena que se montó, cabían las más estrafalarias conjeturas, dando la espina de que una mano negra estaba detrás de todo el desaguisado.
   Hubo quien señalaba que el atropello no fue por casualidad, sino que había sido urdido con alevosía tras un largo tiempo, envasando en industriales sacas de basura metralla pétrea al por mayor, entre otros componentes, arrojándolas ladinamente ladera abajo al paso del tren, remedando las estratagemas del célebre pastor lusitano.
   Se percibió entre tanto que la emergencia no se hizo esperar, ocurriendo en un plis plas, alcanzando a las pulsiones de los viajeros, desconectándose el fluido eléctrico, e hincando el pico el tren (como la terca mula) aquella turbia noche entre los travesaños y matojos que a duras penas despuntaban por la vía.
   Daba la sensación de haberse parado todos los relojes del mundo, y tras tensas horas de pánico y estupor en el refinado territorio galo, la gente se peguntaba toda nerviosa por los motivos de la tardanza en auxiliarle, toda vez que en la zozobra existencial los instantes son eternos, y la noche asusta al no abrir los ojos ni las ventanas al sol naciente, avanzando impertérrita con afilados cuchillos por donde más duele sembrando angustia, hambre y desespero.
   En el descarrilamiento del tren le dieron a Albano y al resto, como en la canción, las diez y las once, las doce y la una y las dos y las tres, y deshechos al amanecer los encontró la luna, hasta que los bomberos y cuerpos especiales del Estado hicieron acto de presencia, levantando un puente salvavidas con troncos entre el tren y la falda del monte, permitiendo el apeamiento de  los maltrechos viajeros.
   Los altavoces informaban en su lengua nativa, Atentión, atentión, monsieurs voyayeurs, madames et mesdemoiselles, en aquellos momentos tan cruciales, en que tanto se echa de menos una mano amiga, que abriga y alivia. Y reiteraban el mensaje, invitando a que fuesen abandonando el tren y se dirigiesen a las casas o mesones más cercanos que vieran por el campo, a fin de descargar el equipaje y las inquietudes, reposando y reponiendo energías, mientras llegaban los autobuses para el posterior traslado al nido respectivo.
   En aquellos improvisados recintos, se suministraba tentempiés y caldos calientes, coñac y anís, tinto bordelés con nueces y calor humano, intentando reanimar al personal y alegrarle el ojillo, pidiendo calma y confianza en el rescate.   
   Y he aquí que en una sorpresiva oleada de viento del Sur, como remedando lo que el viento se llevó, le llegaban a Albano mediterráneos rumores portando enigmáticos aires de Marie Claire divagando por la Costa Azul, donde hubiese ido tal vez huyendo de algún alud o de la justicia de Val d´Isère (que posee una de las zonas de esquí más bonitas del mundo) por haber actuado como testaferro en una importante operación de blanqueo de dinero, o acaso por asuntos profesionales, asistiendo a algún concurso de belleza o encuentro de divos del celuloide en Niza o Cannes para la entrega de premios. Pero no estaba del todo claro, dado que, tras las pertinentes pesquisas llevadas a cabo, no figuraba inscrito su nombre como actriz o similar en ningún certamen de los programados para tales fechas.
   Los hilvanes de la incertidumbre y otras diligencias conducían al Casino de Montecarlo, donde al parecer acudía cuando el peculio le sonreía.
   No se sabía con seguridad si el cuerpo, todo desfigurado, hallado en la bañera de un hotel cercano al Casino era el de Marie Claire, pero al poco se supo que todos los indicios apuntaban al aura, a su persona, no siendo al parecer algo casual, sino un ajuste de cuentas en toda regla, realizado por una banda criminal.
   Tres meses después, tras la correspondiente prueba de ADN, certificó el forense en Montecarlo, un martes a las doce de la mañana del año 2013, que, efectivamente, el cuerpo hallado era el de M.C.
              
Y una vez que los pasajeros entraron en contacto con el exterior, se estremecieron sobremanera al dar los primeros pasos por aquel lodazal, encogiéndosele el corazón y las piernas a Albano al echar a andar sobre todo por el dislate de equipaje que llevaba, que más que maleta era baúl, denigrándola con denuedo por lo pesada, en aquella noche tan desafortunada, plena de contrariedades, temiendo encontrar la sepultura en la tierra que pisaba, y sintiese que los estertores de la muerte le llamaban en persona, no pudiendo dar un paso.
   No obstante, siempre hay gente buena donde menos se espera, y le ofrece ayuda en el funesto infierno, que semejaba un lagar de uvas avinagradas y putrefactas mezcladas con inclasificables restos en las telúricas entrañas de la noche; de modo que tan pronto como se percataron del calvario de Albano, se pusieron manos a la obra, socorriéndole sin reservas, mientras recordaba apesadumbrado el momento en que ella le inyectó tanto veneno en el equipaje, como si vaticinase el enterramiento con sus pertenencias, emulando a los faraones egipcios, encontrando allí su sino, trucado adrede por los montaraces Alpes, enfangado como estaba en aquel patatal a pique de criar malvas, cumpliéndose la cita bíblica, “Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris (Recuerda, hombre, que eres polvo y en polvo te convertirás)”, llegando a sentirse exánime, sin sangre en las venas, ansioso por aterrizar en algún mesón de la campiña francesa, y beber un trago de vida o burdeos, pues la muerte por agotamiento y hambre le pisaban los talones y son malas consejeras, aunque no amedrentan lo más mínimo a las pateras de pueblos con la hambruna, que surcan los mares sin miedo a los temporales de cualquier índole.
   Que la vida es un sueño o don preciado es de sobra conocido, dándose la paradoja de que los místicos ensimismados en su frenesí por lograr la vida eterna, persiguen la muerte con pasión, pretendiendo vivir en la presencia divina, en una especie de jardín atiborrado de fragantes siemprevivas y no me olvides, exclamando, “Muero porque no muero”…, imaginando que la muerte es la beatífica prolongación de la vida, pero enriquecida con infinitas dosis de inmortalidad, y embarcados en tal singladura navegan harto contentos consumiendo los días.
   Después del execrable temporal y de reponer fuerzas, Albano y demás pasajeros fueron trasladados en el bus, cada uno a su lugar de destino, dejando el tren para mejores meriendas o tiempos, donde se proteja la ley natural, y se disfrute de la vida entre dulces y jubilosos amaneceres.
  Y entre tanto, mientras el mundo gira y gira, no le disgustaría a Albano que el nuevo año 2016 viniese preñado de abundantes nieves y placenteros viajes, aunque rodara como una piedra por la vida, dibujándose un mundo más justo y feliz, más humano.