miércoles, 25 de noviembre de 2020

Serpiente

 









   

                                                          

 

                                  

   La efigie de Dolorcicas, toda pizpireta y con rodete en el pelo evocaba la escena de la serpiente enroscada en el árbol del Paraíso tentando a Eva diciéndole, toma, muerde la manzana, y dale al compañero, que seguro que le encantará. Y sin ningún titubeo lo llevó a cabo.

   En esos momentos soñaba lo que no estaba en las Escrituras, con una lluvia de aventuras disfrutando a tope visitando los lugares más emblemáticos de medio mundo. No pensaba que morder la fruta le iba a acarrear tantos disgustos o algún castigo, sino todo lo contrario, que era lo mejor que podía hacer invitando a su pareja, al que tanto quería, y que tan ricamente vivían en aquel edén, como unos señores, no faltándoles de nada, tan sólo que no podían realizar desplazamientos a otros puntos del globo, cruceros o salir y entrar cuando se les antojase.

   En la práctica se puede decir que se hallaban confinados en su cuartel general, aunque muy lejos de lo que acontece hoy en día, pero no disponían de medios para efectuar cualquier capricho, como no fuese escapándose en noches sin luna por algún boquete o mediante un milagro, mas esos imperiosos anhelos se encontraban tan lejanos que probablemente nunca lo lograrían.

   Y al comer de la fruta prohibida saltó la liebre o, mejor dicho, la serpiente, ocurriendo que el Dios Padre se enfureció sobremanera llegando a perder los nervios, armándose la marimorena en el Reino de los Cielos, y empezaron a afilar los cuchillos rivalizando entre ellos para exhibirlos más brillantes y certeros, y sacaba toda la corte celestial su armamento y lo blandían al viento ofuscados, oyéndose a continuación un espantoso trueno y el globo terráqueo tembló, cristalizándose la despiadada sentencia contra los indefensos humanos, “ganarás el pan con el sudor de tu frente”.

   Daban a los terrícolas no poco que pensar los maremotos y algaradas en las alturas, al atisbar el trato tan desairado por parte del Todopoderoso, pareciendo que quisiera utilizarlos como cobayas de laboratorio, ensayando con ellos alguna operación secreta o acaso vacunación masiva por alguna rara pandemia en aquellos tiempos, echando mano de cualquier cosa, como bote salvavidas, un preludio del futuro diluvio universal con el arca de Noé varado en el monte Ararat, no muy lejos a lo mejor del cerro guajareño del  Águila.

   Lo tenía crudo Dolorocicas, si quería quitarse el sambenito, como la conocían los vecinos, pese a su empeño por sacudirse el polvo del camino y resarcirse de la leyenda negra de juventud, endosándole el apelativo de serpiente.

   No obstante hay que proclamar a los cuatro vientos que desde su tierna infancia había cumplido escrupulosamente con todas las pautas religiosas con no poco celo: sacramentos, ayunos, castidad, escotes y demás requerimientos de su director espiritual.

   Su conducta en ese aspecto era intachable, y el currículo viene a aclarar el porqué de la interjección, ¡lagarto, lagarto!, tan utilizada para ahuyentar los miedos por el mal de ojo u otros entuertos aliviando el sufrimiento por las emociones, y huir de los envenenados influjos de las serpientes.

   Es notorio que los lagartos gozan de cierta empatía, y si no que se lo pregunten a Dolorcicas que vivía en sus propias carnes las más atrevida segregación por la similitud de su semblante con el careto de las culebras, nariz aguileña, alargada faz y una lengua viperina, así como los gustos en el vestir, afectándole especialmente en lo anímico, al situarla a la altura de las serpientes, como si les confeccionase las camisas que mudan cada año, o las preparara para encuentros amorosos o fiestorras estrenando ropas de moda, y rejuvenecerse con sensuales y seductores aires.

   No cabe duda de que la expresión del lagarto era el talismán o tubo de escape más socorrido de las criaturas a la hora de verse ante una súbita amenaza.

   A los lagartos se les reconoce por sus oídos externos, párpados movibles, un cuello roto y cola larga, de la que se puede desprender para protegerse, y se alimentan de insectos.

   Es archisabido que las serpientes no son de la devoción de los mortales, acrecentado por la leyenda de la innombrable manzana (aunque al parecer no era esa fruta, al errar el traductor) y el aluvión de nombres que configura su álbum como algo tabú, a saber, víboras, boas, cobras, culebras de agua, serpientes de pitón, de cascabel, ofidios, de liga, de maíz, de coral, áspid, etc. … reptando o paseando su cuerpo serrano por los más eximios muros o privilegiados espacios, a pesar de carecer de párpados, oídos externos y patas delanteras, siendo sin embargo muy prácticas al engullir íntegra la presa, y estando al tanto de cuanto se cuece en derredor.

  Dolorcicas tenía mucho gancho en las conversaciones callejeras, saliéndose siempre con la suya, aunque no buscase guerra ni desease mal a nadie o ser la novia de la muerte, como en el himno de la legión, pero no se quedaba atrás en los envites al disponer de un sexto sentido, semejándose más si cabe a los ofidios, así como en otros puntos, como dando puntadas con la aguja en las prendas con rotos y descosidos.

   Disponía Dolorcicas de unas maneras de coser o charlar muy suyas, no permitiéndole llevar un paso uniforme en marchas nupciales o marciales, y menos aún en espacios cuadriculados o perimetrados por algún confinamiento.

   Vivía a su aire, feliz y contenta, en su morada bañándose con la serpiente en la bañera como si tal cosa, disfrutando y respirando vientos rurales, sin más preocupaciones que la labor del campo y el sustento de los animales.

   No le cuadraba el neologismo perimetrar, gestado con los mimbres víricos actuales en los mentideros sanitarios, cuando vamos a bordo del barco en el que navegamos (quédate en casa, yo me quedo), que por cierto no se parece en nada a un crucero de placer donde se respiran nuevos mundos, y goza de hechizados horizontes, ricos caldos o excelencias culturales cultivadas en los campos del saber.

   Los lagartos deambulan por terrenos más trillados sembrados de ojos curiosos, aunque con improvisadas reacciones de la gente, pero no siendo tan severas y discriminatorias en el trato; a las serpientes en cambio se les mira de una forma más turbia, con ojos abiertos como platos, como si estuviesen hechas de maléfica madera, y amamantadas con una leche asesina.

   Las serpientes son inteligentes, y están pertrechadas para el ataque repentino en cualquier momento, y donde ponen el ojo ponen la bala, por lo que hay que sentirse un afortunado cuando al toparse con una por los descampados escapamos indemnes, ya que no se andan con chiquitas.

   Dolorcicas, con su aureola serpentina y áspera voz hundía puentes sin despeinarse, tronchando los tiernos tallos, carantoñas o besos de corazón.

   Con sus airados movimientos de ponzoñosa basilisco fundía los comunicativos hervores hiriendo de muerte las partes más delicadas de las personas, dando sonoros bofetones, patadas o escobazos por los rincones de los días, sembrando en ciertos ámbitos y perfumados arriates un molesto hedor o el cenizo, destripando sueños o empatías de bocas ansiosas por saborear nuevos manjares, las primicias de fresca fruta de la huerta derramándose en los regazos, en sus vidas, alentando los buenos deseos en cumples y efemérides, mas Dolorcicas no estaba por la labor.

   Con su mirada de serpiente cercenaba lo sencillo, lo saludable, dejando en la cuneta o tiritando al más pintado.

   Al cabo del tiempo le salió un novio indiano, que había retornado a su terruño construyendo un casoplón, y contrajo matrimonio con todo lujo de detalles invitando a la fiesta a todo el vecindario, llegando a superar los records del libro Guinness.

   Dolorcicas era dicharachera, anárquica y arquitecta de heroicidades y de los más inverosímiles desplantes descolocando a cualquiera. Le gustaba contar cuentos y a veces se explayaba con historietas en sus horas de aliño culinario, como en Master chef, o enhebraba bruscas instantáneas quitándose la máscara, brotando sus lindezas listas para servirlas en bandeja de plata, y picasen en el anzuelo que amarraba muy corto desde su orilla, con idea de darle un susto al poco avispado al menor descuido, dejándolo plantado, clavándole el aguijón o dándole un mordisco, cual vampiresa, y al cabo se alejaba haciendo mutis por el foro.

   Y de esa guisa agenciaba Dolorcicas los fondos y trapos sucios en el teatro de la vida, utilizando su rasero de medir a la espera de que una mano negra o necia hiciese alguna de las suyas, aunque con disimulo, inoculando a los presentes, cual serpiente de cascabel, el virulento líquido sin temblarle el pulso, con sutiles tejemanejes y martingalas para rematar la faena, fulminando los sueños a los que aspira cualquier hijo de vecino con dos dedos de frente.

    En el fondo habrá que darle una oportunidad a Dolorcicas, y esperar a que madure el fruto de sus elucubraciones, pudiendo propalar al orbe que somos frágiles y tiernos, por ende es preciso respetar los cariños y puntos de vista de la buena gente, y los salvajes se reciclen en un crisol, reformatorio o fragua a fuego lento, y entre carta y cuento del juego de azar zanjar las vilezas o salidas de madre, dado que somos de carne y hueso, porque entre los mayúsculos gritos del silencio a veces duele hasta el aliento.