domingo, 5 de julio de 2020

De crucero o quédate en casa






10 consejos para acertar al elegir un crucero | El Viajero | EL PAÍS


Con los más halagüeños sueños se disponía Mario a ir al trabajo como de costumbre en el autobús de ALSA, convencido desde hacía tiempo que era un medio de transporte harto confortable y seguro, encontrándose como en casa, relajado, leyendo o durmiendo o hablando con familiares o amigos, en buena compañía y en las mejores manos.  
   Últimamente había llevado a cabo todos los preparativos para pasar las vacaciones de Semana Santa con la familia en el campo, respirando nuevos aires y desintoxicarse del síndrome del hastío rutinario.
Una idea genial, pensó Mario, que le vino al toparse con unos hexámetros del poeta Horacio alabando la vida retirada lejos de la voluble fortuna y usura, y andaba ensimismado rumiando en tales coyunturas las bondades del campo deleitoso con la mayor ilusión del mundo concretando proyectos y haciendo cábalas como el cuento de la lechera, cuando de súbito se le troncharon los sueños, al entrar por la ventana amenazadoras corrientes del mar de la vida.
La cuestión palpitante no se ceñía a supuestos caprichos porque sí de ninguna de las maneras, cuando se entera del decreto gubernamental avalado por la OMS en el que se ordena el confinamiento inmediato de la población por mor de unos brotes sanguinarios de pandemia detectados al parecer en China.
Mario, que vivía libre como el viento desafiando los más serios ogros o negras tempestades del cielo y vías terrenales y sin tiempo para reaccionar se ve obligado a modificar ipso facto los planes mudándose a un Crucero, acatando el mandato rubricado por los doctos arúspices del maquiavélico virus, asumiendo sin remilgos las nuevas recomendaciones echándose en brazos de la divina providencia pisando pensamientos y tierras vírgenes en el fluir de los días, pensando qué hacer para no contagiarse de la terrible plaga y recluirse en casa, emprendiendo un singular e incierto crucero con el ojo puesto en los dictámenes que fuese ofreciendo el capitán del barco.
Y al poco se oía por los altavoces del puerto el aviso confundiéndose con el nervioso hervor de la concurrencia, “Atención, viajeros, acomódense en sus camarotes que vamos a zarpar rumbo a Utopilandia”, un mundo recién descubierto por los más eximios expertos de la NASA, China y Rusia en viajes interplanetarios y asoladoras pandemias así mismo.
    Se empezó a divulgar por los medios que los primeros brotes tuvieron lugar en China, no sabiéndose el leitmotiv del affaire o intereses ocultos de tan denigrante empresa, surgiendo la duda de si el susodicho virus fue creado a conciencia en un laboratorio por venganza comercial o fue fruto de la madre natura como degeneración del cambio climático.
A lo largo de la travesía todos debían tomar conciencia  de que sus vidas pendían de un hilo, y había que estar atentos a los vaivenes de los fallecidos y del barco por las corrientes del Golfo e indicaciones de las autoridades sanitarias poniendo los puntos sobre las íes sobre la marcha y posible fecha del desembarco, así como tomar nota del desaguisado y desconcierto social fraguado en los distintos camarotes por la aparición de posibles contagios del invisible enemigo, portando en el pico lo que no está en los escritos de maleficios y su torticero comportamiento, generando neumonías a la carta, por lo que todas las precauciones que se tomasen eran pocas.
Por el oscurantismo de las laberínticas intenciones del virus, y  la suma gravedad de las circunstancias en que se veía envuelto el personal, no había más remedio que embarcarse pese al vértigo de algunas personas, y según fueran pasando los días y la evolución de los contagiados se irían desmenuzando paulatinamente los intríngulis de la pandemia.
   Para informar al público en general se había expuesto en un gran panel con todo lujo de detalles las diferentes actividades a realizar durante la travesía, a saber, horarios, eventos, áreas de descanso, concursos, talleres, programas culturales, ven a cenar conmigo esta noche, comidas de protocolo, amor a primera vista, barbacoas, picnics y un largo etcétera hasta completarlo.
Entre otras recomendaciones dignas de mención figuraba el consejo encarecido a los viajeros que no tirasen basura por el suelo del barco, ni por la borda cuantas novedades se les fuese trasmitiendo, porque pondrían en riesgo la vida de los demás y la propia, por lo que debían cumplir a rajatabla lo dictado.
   Convenía no relajarse en el confinamiento en el cumplimiento de las pautas a seguir por insulsas o extemporáneas que pareciesen a algunos como, aplausos en las ventanillas del barco a las ocho de la tarde, no salir a la puerta o cubierta a hacer footing, no alzar la voz en el pasillo del camarote por desavenencias con la pareja para no turbar a los tiburones que se crucen en sueños o en alta mar (¿¡personas asintomáticas!?, así como a los demás pececillos compañeros de fatiga (indefensos convecinos atrapados), porque al menor descuido la travesía puede atragantarse y alargarse más de la cuenta cayendo en perversas recaídas no deseables para nadie, como regresar de nuevo a la uci.
 Por otro lado se precisaba hacer mucho hincapié en la trascendencia de lo novedoso de todos estos episodios nunca vividos, como el de ser una ruta altamente peligrosa por imprevisibles acometidas de contagio, corrientes marinas, el paso por el triángulo de las Bermudas o estado febril de personas bajas en defensas, así como ser totalmente desconocido el itinerario entre otros motivos por ausencia de faros de alta gama o ser inservibles los GPS en los avatares en los que nos movemos, en todo caso puede que nos sacase del apuro por su veteranía el de Alejandría (los internistas hospitalarios), y la posibilidad de estar sembrado de avisperos acuáticos, que se pegan a las partes más vulnerables del barco (la casa), nadando en esas interioridades placenteramente los muy infames, y los albatros más aventureros y famélicos se dejaban caer en picado sobre el barco con sus fuertes garras llevándose la presa, provocando desgracias.
No cabe duda de que hay que proclamar a los cuatro vientos que es una ruta nada aconsejable por no haber sido nunca transitada por ninguna tripulación, como no fuese el Arca de Noé, el providencial salvavidas.  
En la casa (¿el crucero de marras?) había antaño un tráfico intenso con todos los miembros de la familia al completo, con su trajín diario, y las ingentes labores agrícolas que realizaban entrando y saliendo por la puerta de la fachada principal, y por la de la izquierda, menos impoluta según el plano del edificio, conducía al establo donde dormían los animales, ocurriendo a veces cuando el hambre apretaba que unas cuantas gaviotas desnortadas o desmejoradas planeaban por el tejado del crucero echándole el ojo a boquerones, jureles, bogas o bocatas de jamón pata negra que había encima de la mesa o en la despensa del barco, y siempre figuraba en la fachada principal como en un altar la silla vacía, testigo fiel del ayer, delatando ausencias, soledad, pérdida.
El establo era lo más relevante del crucero, porque allí era donde se cocía la vida, ubicándose los motores de labranza y agentes que abastecían el sustento de la familia y animales dando leche y carne, ofreciendo unas existencias suculentas, así como compañía al cruzarse los miembros de la familia para realizar las distintas tareas domésticas o faenas del campo entre otros quehaceres.
De esa guisa salía o entraba la mula vacía o cargada hasta las orejas de frutos del campo endulzando los raros aires bucólicos, y las gallinas retozaban a sus anchas alegres y felices picoteando por aquí y por allá buscándose la vida, entrando y saliendo como pedro por su casa.
   Los autobuses ALSA de la comarca funcionaban a la perfección permitiendo viajar cómodamente, y al subir por las escalerillas se olvidaban los sinsabores vitales como, hipotecas, depres, prisas o infortunios propios de las obsesiones que acechan en los desplazamientos subsanándose por la buena gobernanza de la empresa con la distribución de horarios, equipamiento, paradas y la puntualidad en los trayectos, así como las atenciones de los conductores arribando dichosos a buen puerto.
    Ahora en el crucero (la casa) en el que nos ha tocado vivir y viajar ya nada es como antes, la silla vacía que aparece en el portal de la vivienda habla por sí sola, rememorando tiempos de penurias y decesos, y clama al cielo la fría estampa aireando los tejemanejes que se confabulan para tejer desventuras, salpullidos o desmanes, que como dice el refrán, no vienen solos, y acaecían precisamente en esa humilde morada, ya que el amo del terreno curtido en mil batallas (guerra de colonias, como el dicho popular, más se perdió en Cuba, Filipinas con los últimos, o la fratricida guerra civil, y habiendo superado tantos escollos y estrecheces en las propias carnes) errase el camino de mala manera, y viniese a caer tan temprano en la barca de Caronte, tal vez con el óbolo a flor de piel por aquello de hombre prevenido vale por dos.
Mientras tanto el barco no se para, seguimos navegando en el crucero (la casa) en tiempos tan inciertos con tiburones pisándonos los talones (invisibles virus) en alta mar, lejos de lo que fue el hogar entonces, dulce hogar, por mor de los desalmados virus que no dan tregua ni la cara apuñalando por la espalda al entrar o salir, al subir o bajar escaleras, ascensores o tocar puertas, ventanas o rellanos del crucero no pudiendo salir al tranco de la puerta ni a dar un recado, tan sólo por la compra de la ingesta vital al supermercado, farmacia o alguna imperiosa necesidad, permaneciendo enjaulados por imperativo legal.
¿Dónde están aquellas concurridas verbenas y joviales escenas de los viajeros de autobuses ALSA en viajes culturales o fiestas patronales con encendidos bailes en la plaza pública o rincones, donde ahora sólo se oye el canto del miedo o el serio carraspeo de algún fumador trasnochado, u objetos obsoletos abandonados en la fachada principal del crucero (la casa) connotando una triste estampa que recuerda la caída del imperio familiar, como otrora el imperio romano, bárbaramente pergeñado, conformando desestabilización, tristeza, muerte.
Cuando todo respiraba primavera y bonanza se fueron a pique de un día para otro, y los usuarios de los autobuses ALSA y del barco ni siquiera podían vislumbrar la cara de los invisibles y barriobajeros asesinos tras sus infernales caretas invisibles entrando por ventanas o rendijas de camarotes de residencias de ancianos a pecho descubierto disparando a bocajarro no quedando vivo ni el gato, o al deambular por la rúa apuñalan por la espalda sin que le duelan prendas o saltan a ojos, boca o fosas nasales por narices.
La voracidad del virus es tan galopante, morbosa y perversa que devora todo cuanto encuentra a su paso, y se ensaña siempre con el más débil, no dando el más mínimo respiro a la víctima en la macabra jugada.
Mientras los estragos y extrañas coyunturas se suceden, el crucero sigue navegando sin rumbo, no obstante, a pesar de los exasperantes vaivenes del viaje, hay que escuchar la voz de quienes ya pasaron por similares turbulencias de arresto carcelario, y asimilar algunas briznas más temprano que tarde de las aseveraciones de don Quijote: ”Sábete, Sancho, … todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo, y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal y el bien sean durables, y de aquí se sigue, que habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca”… y gritemos ¡albricias!, amig@s, viva la vida, subámonos a su tren, que no es otro que el autobús de ALSA.