sábado, 27 de marzo de 2010

La leyenda de una asociación sin nombre


La leyenda de la asociación sin nombre era una leyenda fantasma, no obstante figuraba sin proponérselo en todos los frontispicios de los edificios más representativos de las ciudades con más arraigo, y en todos los frentes, políticos, económicos, culturales, sociales y deportivos. Se podía testificar que era un ente con identidad propia, con su ADN, constando de unos directivos y empleados fieles a sus funciones, sin ningún afán de lucro. Se fue extendiendo mediante los medios de comunicación más dispares, incluso los más peregrinos a la mayoría de los países del orbe de manera prodigiosa, creando centros modélicos en las principales foros, e implantándose paulatinamente en las capas más reacias a lo nuevo hasta el punto de que no había cenáculo donde no se venerase su efigie o se citara su prestigioso avance y abolengo, como era la categoría de sus orígenes, el enfoque de sus miembros, que dictaban el modo de hacer las cosas más delicadas y sutiles con el mayor sigilo, no quedando ahí el progreso, porque había otras asociaciones con nombre consagrado, emblemático y apellidos míticos que aplaudían en su fuero interno la callada y eficiente labor que llevaban a cabo en los ámbitos más inhóspitos con una llaneza sincera y digna de encomio.
Como sabían que no poseía nombre, a fin de que figurase en los anales de la historia escrita apostaban con más coraje por ella, por levantarla y verla reconocida no como una pequeña cenicienta algo maltratada desde la cuna, especialmente en el ranking mundial de la publicidad, y por ello pugnaban por fortalecerla en cualquier tiempo y lugar con acepciones inventadas, nombres supuestos o advenedizos pero siempre seleccionados por algún especialista del ramo, e imaginados sin duda con la más pulcra intención, de suerte que pensaban que le podría cuadrar en determinadas circunstancias en el ejercicio de su cometido, aunque al final solían echar en falta ciertas carencias, el que no tuviese ya desde tiempos inmemoriales un nombre acorde con su valía como todo hijo de vecino.
A veces elucubraban que le podía favorecer el hecho de no tener nombre, por la fortuna de poder viajar de incógnito por los cinco continentes. Es decir, donde le pluguiese sin ningún recato, sin huir de mirones que le hicieran sombra o algún intruso, sea reportero o paparazzi, y así aconteciese que apareciera como desposeído de secretos atributos que enaltecieran su aureola, y al mismo tiempo mostraba su lado humilde, sin alharacas, y que su misión sagrada consistiese únicamente en resolver conflictos o la problemática de la sociedad, sobre todo de los más débiles económica o físicamente, aquellas criaturas que tampoco figuraban por su nombre de pila en ninguna lista o padrón municipal. Eso le aportaba unos fulgores nunca dispensados y un encanto que pocos se atrevían a ocultar, o acaso querer aventajarle en tan singulares peculiaridades.
No cabe duda de que se conocen por doquier infinidad de leyendas de los ancestros, así por ejemplo la denominada entre los vecinos de un pueblo “la cueva del negro”. El nombre, tomado seguramente por la oscuridad de la noche, no hacía referencia a etnia alguna sino que venía dado por la escasa higiene de los moradores, por los churretes y descoloridos harapos que lucía el que se suponía que se refugiaba en las entrañas de la lóbrega cueva en noches de frío invierno. A la gente menuda del lugar, los peques, le rechinaban los dientes cada vez que pasaba por su cabeza la necesidad de cruzar aquellos parajes. La leyenda cuenta que una especie de diabluelos turbados merodeaban por allí y se sentían nerviosos y molestos cuando alguien rompía su silencio, y esos estrambóticos endemoniados, vaya usted a saber por qué, sin avisar se les echaban encima, paralizándoles el corazón, según apuntan los más viejos del lugar. Qué cosas no le habrían contado a los peques de los mendicantes venidos de cien leguas a la redonda, en una época en que no había trenes ni aviones u otros medios de transporte que acercaran a estos personajes por aquel entorno sembrando el terror. Tal vez se pensaba en el sacasebo u hombre del saco, de forma que al primer adolescente que vislumbrasen lo raptaban introduciéndolo casi sin darse cuenta en una especie de saco y luego arrojarlo a la olla hirviendo para saciar sus famélicos gaznates, o despedazarlos vivos para vemder los órganos al mejor postor. La cosa no era para tomársela a broma, pensarían los nativos, porque si alguien se pone en su lugar a ver cómo se justificaría la apatía, alegando que sólo era agua de borrajas y pelillos a la mar. La leyenda se expandió como un reguero de fuego por los vericuetos más lejanos.
No se sabe a ciencia cierta si habían consultado a algún oráculo, pero acaso por eso no querían que existiesen más leyendas de una asociación sin nombre, a la que el ciudadano acudía en sueños y a veces por qué no en la realidad, aunque no se sabía exacto cómo explicarlo, sin que los moradores de las comarcas limítrofes no supieran su historia, antecedentes, la auténtica biografía de la leyenda al objeto de saber a qué atenerse y darle largas cuando fuese menester, o tratarla con cariño cuando se lo merecía, además puede que alguien pensase que una asociación sin nombre es como un cuchillo sin hoja ni mango, o sea la nada pura y dura, digan lo que digan.
La leyenda de la asociación sin nombre necesitaba de todos modos de un espacio donde caerse muerta cuando le llegase la hora fatídica, un lugar palpable donde reposaran sus restos, o poder reunirse los miembros de la asociación para debatir los temas más candentes o sospechosos, y partir de allí, una vez acabadas las reuniones, cada uno a sus respectivos hogares u ocupaciones, porque no es posible vivir en el Vacío, en la pura entelequia, en una asociación nunca jamás manchada o decorada por alguien.
Si fuera por narrar leyendas a buen seguro que no iría mal la trama, pero habrá que ofrecer un trato consistente, una presencia con rostro, brazos y los miembros inferiores que conforman al ser humano o a una asociación en el buen sentido de la palabra, encontrar un esqueleto que lo sostenga, porque si no quién va a explicar todo este maremagnum y así el gran público lo comprenderá. Se pueden aducir mil y una leyendas a través de la historia de la humanidad y sin que se apunte al corazón de la leyenda de la asociación pero eso no reportaría beneficios, ni le satisfaría a los expertos en estos proyectos.

Últimamente se había trabajado a fondo en el tema con vistas a que la asociación tuviese un nombre digno, que fuera la envidia de todos los terrícolas. Para ello se contrató a espigados publicistas, e intentaron colocarlo en las horas de máxima audiencia con idea de conseguir grandes réditos, aquello que más ansiaban en su vida, pues ese era el honor que según los especialistas se merecía dentro de todas las leyendas de su extirpe.
Por otro lado les daba pena que siendo una asociación tan poderosa virtualmente, con colosales tentáculos se arrinconase en un recinto escueto, minúsculo y no dispusiera de un mínimo de credenciales para presentarse diplomáticamente ante cualquier embajador de cualquier país y alegar las quejas a quien hiciera falta, sin andarse con remilgos, expresando alto y claro que dicha asociación era la más conspicua y mejor pertrechada de todas las que circulaban por el cosmos, mas le faltaba algo, y no lo tenía ya entre otras causas por intereses inconfesables de los poderosos.
Poniendo sobre la balanza los distintos dictámenes de unos y otros, por fin se decidieron desplazarse al lugar donde habitaba el espíritu de los distinguidos chamanes y gurus, y al parecer con cierta ironía encubierta por su parte, confirmaron que para que fuera grande y resplandeciente lo más acertado era subir el listón sin más ambages desplegando velas, y recogiendo las semillas de las más genuinas leyendas de asociaciones sin nombre del planeta, y por ende eso influiría en su ennoblecimiento y sería sin duda un acierto precisamente el que se mantuviese con el rótulo en mayúsculas, “LEYENDA DE UNA ASOCIACIÓN SIN NOMBRE”, lo que causaría estragos y haría que echase indelebles raíces, creciendo sus verdes tallos en una eterna primavera de ubérrimos frutos.

martes, 23 de marzo de 2010

La guinda y otros pinchos



1 –La guinda.
En un abrir y cerrar de ojos engulló Bartolo la guinda mezclada con piña y queso y sintió unos resplandores como nunca había experimentado, parecía que saboreaba un exquisito manjar traído de allende los mares con los encantos con que se envuelven en los parajes caribeños. Fue, según cuentan, un bocado de cielo, algo fuera de lo común que les infundió excelentes sensaciones por todas las células del cuerpo.
La pena que le embargaba era que lo presentía escaso para sus enormes ansias repentinas que le entraron al contactar con sus aromas. Sin embargo llegó a la conclusión de que en adelante, cuando se encontrase deprimido, con el ánimo por los suelos, se prepararía un buen plato de pinchos a base de guindas, queso, piña y vinagre balsámico de Módena, y conseguiría lo que no está en los escritos, reírse de todas las calamidades del cosmos.

2 –Alga de mar.
En qué estaría pensando Luisito cuando su madre lo sorprendió exhalando un olor a mar, a auténtica sal extraída de las profundas cavernas marinas y permaneciendo obnubilado por las excitaciones que se agolpaban en su paladar. Luisito no acertaba a deslindar un sabor de otro, se perdía turbado entre los bordes de la mar sin saber a qué carta quedarse, entre el picorcillo y la alegre dulzura de su textura hasta el punto que imaginaba que ingería un conglomerado infinito de productos marinos mezclados entre sí con el agua untada de aleteos marinos nunca vistos, caracolas, pulpos, jibias y diferentes cangrejos. Un pincho que se clavaba en el sentido y abría de par en par el apetito de la vida.
Y sin avisar, llegaba como la primavera y lo dejaba todo revestido de una tupida cortina de erotismo culinario.

3 –Tortilla a la japonesa.
Su corazón duro, insensible, empezó a soltar paulatinamente unos destellos de arco iris de inhóspitas sensaciones que se disparaban como el fuego a través del paladar por todo el entorno embadurnando con su recio cuerpo las exangües vitaminas que aún sobrevivían entre los resquicios del ambiente.
Una voz le decía, no te resistas, necia, serás masticada como el león tritura a su presa y no quedará de ti ni rastro. Aunque en un principio te envalentones, tarde o temprano, tortilla a la japonesa, incluso sacando tus ásperos aguijones, casi metálicos, a la postre, irás poco a poco ablandando o derritiéndote como un acaramelado flan. Y si quieres emular a la tortilla francesa o española necesitarás echarte en remojo al menos veinticuatro horas y propinarte una sutil paliza antes de arrojarte a las entrañas infernales del aceite hirviendo en la sartén, y a buen seguro que triunfarás, que te saldrás con la tuya acaparando los piropos más dulces jamás oídos incluso fuera de tus fronteras.

4 –Pincho de jamón con huevo de codorniz.
El rico jamón hizo una de las suyas y se fue trasformando lujuriosamente en una sensacional papilla penetrando por la angosta garganta contra viento y marea, abriendo los intersticios del alma y despertando a la llamada de la vida de manera fantástica al recibir el sólido y compuesto alimento fortaleciendo la fragilidad que nos circundaba con rojizos pellizcos de cerdo y la clara y la yema de codorniz.
En los ratos turbios, de espesa niebla, en que vamos desnortados y tambaleándonos por polvorientos caminos, una buena receta para generar entusiasmo e ingenio será sin duda degustar pinchos de jamón serrano con huevos de codorniz, hágame caso querido lector, será la mejor medicina para espantar los miedos y cubrirse de gloria, de un manto de beatífica luz y podremos entonar con la boca llena un sinnúmero de aleluyas, ya que se acabará de una vez por todas cualquier indicio de crisis pandémica.

5 –Pincho de remojón granaíno: bacalao, patatas, olivas, aceite y sal.
Aquel día Alberto se saltó la norma cogiendo el bañador y la toalla rumbo a lo desconocido, pensó él, aunque la cosa estaba cantada. Tomó los utensilios indispensables para gozar de un remojón en la alberca que había según se sube por la loma del Corralillo del pueblito. Pero aquel día se llevó un chasco descomunal porque la halló vacía, debido a que el dueño la había desprovisto de la compuerta a fin de regar los sedientos campos y no contenía ni una gotita de agua. El remojón se difuminó como breve tormenta de verano.
Sin embargo, finalmente tuvo una idea que le despejó el horizonte. Se acordó del remojón tan original y sabroso que preparaba su tía Engracia, y ni corto ni perezoso encaminó sus pasos en esa dirección. La mezcolanza mental del remojón fallido y el hallazgo fortuito del excelente remojón de su tía se revolcaron en su presencia descaradamente con distinto sabor, logrando al final salir victorioso de la tremenda frustración de que fue objeto cuando arribó a la alberca y observó que sólo habían quedado dentro restos de ranas, sapos, basura, alguna maltrecha prenda íntima y un rijoso lodo.

6 –El queso y el pavo.
El hombre andaba sin rumbo, totalmente perdido, le desagradaba sobremanera la labor que desempeñaba en una fábrica de quesos. La alergia que padecía no le permitía aproximarse apenas a los condimentos que manipulaba y que debía revolver con parsimonia para la obtención de tal producto, por lo que al poco tiempo de entrar a trabajar en dicha fábrica se vio obligado a pedir la baja por enfermedad muy a su pesar, pues no estaba el horno para bollos, sobre todo por la grave crisis que reinaba en ese período.
Cuando transcurrió el tiempo reglamentario de baja, pasó a engrosar las listas del paro, al no poder incorporarse de nuevo a su antiguo empleo. Ante la apremiante necesidad de encontrar trabajo que tenía, comenzó a recorrer distintos lugares, variadas empresas, pero a cualquier parte que llegaba con el currículo le daban con la puerta en las narices. Se sentía triste, desesperado, destrozado.
Un buen día se cruzó en su camino una gigantesca granja de pavos, se detuvo ante ella saboreando las mieles del éxito al pensar, esto sería una magnífica solución para mí en el estado anímico en que me encuentro últimamente. Después de calibrar los pros y los contras se acercó a la oficina y entregó su currículo, llenándosele la cara de alegría al ser admitido de inmediato.
Mas cuando corría el aire de tramontana y le traía el horroroso olor a queso, se le inflamaban las meninges y le provocaba nudos en la garganta de suerte que se le atragantaba el pavo que comía hasta llegar a encontrarse atolondrado, absolutamente incapacitado para cualquier actividad laboral o de relax, y por supuesto no podía tragar ni bocado, con lo que le fascinaba la carne de pavo, era para él algo mítico, hasta tal punto que entraba en tales circunstancias, sin saber cómo, en la etapa de cuando tenía la edad del pavo.

jueves, 18 de marzo de 2010

Paso palabra


No me eches el muerto, pásalo sin dilación a otra persona como si fuera la palabra que lo representa, pues las palabras se las lleva el viento. Que rueden los muertos de mano en mano como las monedas, como una llamada de teléfono donde vuelan atropelladamente las voces, achuchándose unas a otras, yendo del hablante al oyente a través del canal.
Hace tiempo que me acontecen algunas aventuras extrañas. Una de ellas se debe a las palabras, he de reconocerlo. Me pesan mucho, en especial las esdrújulas, creo que no las trago porque no las comprendo en su verdadera dimensión, tal vez por ser tan enigmáticas, y no digamos los sobreesdrújulos, ahí ya no hay forma de hincarle el diente, de hallar palabras llanas, sencillas que lo aclare, parece que no tienen corazón o hartura con tanta hojarasca y tallos como le florecen por todas partes, y sucede que cada vez que asoma una por la ventana enseguida te echas a temblar, pues deja pringando la casa, las ropas, el entendimiento, como si entraran a saco tropas enemigas en una auténtica guerra de asalto y pillaje resquebrajándose hasta los cimientos del pensamiento, es decir, que lo dejan a uno hecho un asco, con los hechos heroicos o las tristezas más horrendas que se puedan contar con ellas, al ir acumulándose en multiformes montones de excrementos físicos, metafísicos o morales.
Los contenedores, a buen seguro que se quedan atrás en aromas estridentes cuando se vislumbran por lo alto del callejón las esdrújulas o los sobreesdrújulos con sus perfumes, de ahí que esos vocablos no haya manera de poder pasarlos a nadie que sepa su ADN, a no ser que se mastiquen concienzudamente extrayendo la esencia, ya que los rechazan. Además rara es la vez en que no llegan a tu vida como simples okupas adueñándose de repente de excesivo espacio en la cavidad bucal, y encima se quejan de mal trato por el hostigamiento de la estrechura y salen desbocados como toros a la plaza, una vez que los colocas en fila para pronunciarlos, y te das cuenta de que ni suena en condiciones la úvula o campanilla del velo del paladar, ni nada de nada, pues le falta alimento, aire a las criaturas para emitirlas.
Ya está bien de tanta insistencia en paso palabra, y sobre todo sin especificar; habrá que hacer distingos entre las más dóciles o las menos corrosivas para que los más rebeldes a la recepción puedan dormir tranquilos protegiéndose de la metralla connotativa que en determinados momentos o situaciones límite conllevan.
El otro día un amigo pensó que sería bueno llevar a cabo
un lifting en la cara principal de tales palabras o realizar en el vientre una liposucción, donde más masa literal hay, al aire libre para que nadie se intoxique de su veneno, en la parada del metro o en la salida de un campo de fútbol y todos aplaudan por la hazaña.
Tal vez fuera todo un éxito pasar palabra donde más amor le dispensan, un foro de Chat de Internet, una sesión parlamentaria de políticos en el congreso, o en una clase que se imparta la enseñanza de un idioma, que seguramente que ya las tengan amordazadas o cautivadas por la cantidad de cadáveres lingüísticos que habrán pasado por su piel y lo más probable es que les resbalen.
Sin embargo es chocante y no se entiende el porqué nadie puede vivir sin pasar palabra, continuamente están largando, enviando SMS, fax, e-mail, cuya materia prima son las letras, como se sabe, y precisamente lo que están realizando es eso, pasar palabras encadenadas formando un puente comunicativo que no tiene fin.
A los niños cuando son pequeños le cantan nanas para dormirlos meciéndolos en la cuna o les cuentan cuentos según van creciendo y se quedan extasiados escuchando las aventuras de las heroínas, de los héroes, los cerditos, el lobo y funciona como alimento, como si se nutriesen más de las palabras que de la teta de la madre o de los potitos o plátanos aplastados que les daba su abuela.
En cierta ocasión un niño lloraba desconsolado, como si lo estuvieran matando, y cuando le pusieron en la tele una historieta de dibujos animados se le cambió el rostro y se puso a sonreír como si entendiese todas las palabras que pronunciaban los animalitos del bosque encantado.
Las palabras que se ponen pesadas pronto nos las quitamos de encima de un manotazo como mosca molesta, y a veces son las primeras que se quieren pasar al que se considera el enemigo para hacerle la pascua, pero no para divertirse con ellas jugando o tirándoselas como pompas de jabón, de ahí que se puede arreglar en estos casos el entuerto convirtiéndolas en juguetes que sean del agrado de la persona a la que se la pasamos, y así lograr conquistarla con floridos y bonitos crucigramas que lleven brillantes rayos de sol con ramilletes de flores o dulces trofeos de oro, todo confeccionado con rico chocolate, untándolo en las palabras antes de pasarlas a los demás.
De esta forma las palabras tediosas u horribles las transformaríamos en una rica aureola que fuera la envidia de los respectivos oyentes o lectores, de tal suerte que todo el orbe quisiera asistir al festín, atrapándolas, abrazándolas de todo corazón.
La incomunicación, la depresión, el estrés, la ansiedad son los enemigos primigenios del paso palabra, por el estado anímico en que se encuentran. Así que gritemos todos con fuerza, “viva el paso palabra”, que no decaiga la fiesta, y perdure por los siglos de los siglos.

martes, 2 de marzo de 2010

La otra


Aquel día Roberto se levantó muy consciente de lo que hacía. Se colocó la corbata en el punto justo, abrochándose los botones de la camisa con cierta prisa mirando hacia ninguna parte y se calzó los zapatos nuevos. Iba más elegante que de costumbre. Hacía semanas que lo llevaba madurando, aunque había días que se le iba de la mente. El recuerdo de las últimas jornadas le fue avivando el rescoldo de cuando estuvo con ella en el chalé verde a la vera de la playa durante uno de los fines de semana. Allí bailaban y se bañaban al arrullo de las olas, sus pies eran acariciados por las aguas nada más pisar la arena. Se divertían como niños chapoteando en la espuma que salpicaba la última ola.
El bañador preferido de Roberto estaba ya un poco descolorido por el paso del tiempo y el uso. Últimamente Laura no lo besaba como antes. Los labios destilaban un olor agrio de sucia borrachera, de turbia resaca.
Desde hacía un tiempo ella no usaba sujetador por prescripción facultativa, debido a una inoportuna y virulenta alergia que sufrió la pasada primavera, que la había tenido postrada en el sofá de la casa más de lo que ella esperaba golpeándole con saña.
El último día que lo pasaron juntos, sin la menor sospecha y como el que no hace la cosa Laura se arregló en un descuido y salió del hogar a las siete y cuarto de la tarde como si fuese de compras, demostrando que nada extraño pasaba por su cabeza, acaso los diferentes saldos o gangas que pudiera hallar en alguno de los grandes almacenes o boutiques de moda.
Sin embargo el hallazgo de unos pendientes de oro y un frasco de colonia selecta que dejó tal vez olvidados en la mesita de noche la delató ante los ojos de Roberto en ese instante, aunque luego la cosa en sí pudiera no revestir mucho fundamento, nada más que meras sospechas a causa de la incertidumbre que rodeaba el caso y los hechos, ya que ella no se prestaba a ese juego de amantes, más que nada por pura soberbia heredada de su abuela paterna.
A las once, después de una parada en la oficina en la que trabajaba trastocando el papeleo y dando consignas a la secretaria, fue a la cafetería donde solía tomar un tentempié y acaso se encontraba con ella, en aquella época de locura y pasión, en que ningún obstáculo hubiera podido impedir que se juntasen. Dentro del templado hervidero matutino, gente de alto copete y algún conocido del mundillo empresarial royendo sus churros y sorbiendo con fruición el café, la miraron, los unos de reojo, los otros con altivez y desprecio. Hablaban de ella los presentes sin apenas disimularlo, después de haberla identificado como objeto de escándalo –al menos era lo que allí se pensaba- , al entrar sin dirigir ni siquiera furtivamente un saludo por mera cortesía.
Al sentirse poco a sus anchas y por ello a punto de levantarse de su asiento, con mucha desfachatez y resolución, viniendo de una mesa lejana y plantándose enfrente, una mujer alta y espigada, rubia y de ojos verdes, porte arrogante y peinado de corte cuadrado que le daba aires de emperatriz seductora, deslizándose de un golpe del lugar que ocupaba, le pidió permiso para sentarse mientras lo hacía sin esperar su consentimiento.
De repente pero sin poder identificarla claramente, supo por los pendientes y el olor a perfume exquisito que exhalaba de toda su imponente figura que era aquella a quien buscaba.
Entonces en un arrebato de audacia inesperado y al tiempo que intentaba esta señora dirigirle la palabra, en un gesto raudo pero premeditado, hundió su mano derecha en el bolsillo interior de la chaqueta arrojando sobre la mesa los pendientes.
Ni siquiera había intentado protegerse y en la cafetería corrió un rumor de espanto.
-Siéntese, le espetó el ofendido. Seguro que sabe dónde los había colocado. Soy Roberto. Explíquese.
-Son míos sí. Lo mismo que Laura, su querida putilla, que no los ha sabido guardar dándole el placer que necesitaba. Es mía ahora y nunca, ni usted ni nadie me la usurpará. Si ha venido aquí para recuperarla, está perdiendo el tiempo.
-¿Perdiendo el tiempo? No me diga machota. ¿Piensa que voy a dejársela?
-Mire tonto. Nunca se ha dado cuenta de que nosotras, las mujeres de hoy necesitamos, además de culto a la belleza, consideración, buen sexo y una buena cartera…Ahora se paga todo eso y si quiere reanudar con ella le invito a una copa esta noche en el lugar convenido y le enseñaré el catálogo de los placeres programados que ofrecemos.
Al terminar la parrafada, se levantó, trincó los pendientes de la discordia y por despedida, masculló:
-Tendrá que preguntar por Eli…o por la inglesa. Así me llaman –agregó con soberbia, regresando a la mesa que minutos antes había abandonado, a reencontrarse con el tentempié que compartía con otras chicas del centro convenido.
A la mañana siguiente estalló la noticia en la ciudad de un ajuste de cuentas sucias en una discoteca de categoría en que un hombre –honrado, casado, con hijos…- había aparecido muerto en la acera, apuñalado por sicarios por querer forzar –a punta de pistola y alegando que era invitado- la entrada a dicho local.
Se perdían en conjeturas autoridades, policías y familiares.. La vida, tío, a secas y con derrame ocasional.