miércoles, 30 de diciembre de 2020

ILUMINACIÓN NAVIDEÑA

La iluminación navideña de la calle Larios fue todo un acontecimiento, una noche única, con la banda de música interpretando el Amor brujo, y el portentoso castillo de fuego que animaba al público a disfrutar de la espléndida fiesta de luces de variopintos colores y matices. Un show de ensueño con todos los ingredientes lumínicos a su alcance, juntamente con el cuerpo de técnicos, policía local y nacional y bomberos a la expectativa por si tuviesen que intervenir por algún desaguisado o fallo técnico de instalación, exhibiéndose en los balcones una envidiable exornación con las mejores galas, convirtiéndose el evento en una noche mágica, donde residentes, visitantes y foráneos se volcaron en encendida vorágine pasándolo en grande, disfrutando del fantástico espectáculo en el oleaje de un mar de luces multicolores. A la mescolanza de luminosos contrastes y afluencia de personal se unió subrepticiamente aquella noche un tironero, que como el que no hace la cosa, se movía a sus anchas por los barrios de Málaga, y aprovechando el bullicio reinante de criaturas pululando por doquier en la festiva inauguración, se abalanzó como un tigre sobre una mujer que estaba gozando de la maravillosa obra de los artificieros electrónicos malagueños robándole el bolso tras un fuerte forcejeo, rodando la señora por el frío suelo, y con las mismas se escurrió como una salamanquesa por entre el gentío que se agolpaba en esos instantes queriendo ver de cerca el altar de los sueños, siendo harto difícil dar con el paradero del infractor, dificultándolo aún más si cabe al ir cubierto con un pasamontañas, no quedando en principio ninguna pista o señales identificadoras por donde descolgarse. Tan desafortunado suceso tuvo lugar esa noche tan especial, víspera de las fiestas navideñas, mas recordando el dicho popular de “a Dios rogando y con el mazo dando” la policía siguió trabajando, y unas semanas más tarde informaba de que una muchacha había sacado una foto sin darle apenas importancia, ya que la hizo como un juego por entretenimiento, al llamarle poderosamente la atención la vertiginosa rapidez con que corría un muchacho por entre la tumultuosa masa humana sorteando obstáculos, haciendo la foto casi sin pensar al cruzarse con ella en la desesperante fuga, quedando grabado su perfil fotogénico en la memoria del móvil. La señora, que había quedado tirada en el suelo tras ser arrastrada por el tironero en encarnizada pugna por llevarse el botín, yacía maltrecha y seminconsciente. Al poco tiempo se oyeron los nerviosos gritos de la sirena que acudía presurosa, pidiéndole a la multitud que retrocediese para que pudiese pasar la ambulancia en medio de aquel río humano, que transitaba ansioso y apelotonado interesándose por el estado de la mujer. EL personal médico bajó lo más rápido que pudo para recogerla, y llevarla a urgencias del centro hospitalario más cercano. Ella, después del desgraciado percance fue poco a poco volviendo en sí en el centro hospitalario tras recibir los primeros auxilios, y luego iba incorporándose paulatinamente en la cama, abriendo un ojo y luego el otro con mucho tiento y miedo, y estuvo departiendo con los sanitarios, relatando lo mejor que podía los pormenores que recordaba del funesto suceso. Luego la animaron a que diese unos pasos por la habitación para ver someramente su estado general, por si tuviese algún hueso roto que le impidiese moverse, y finalmente se comprobó que era el brazo izquierdo la parte del cuerpo que tenía más dañada con fuertes dolores, al ser el punto donde recibió el impacto del tirón. Ella pidió la baja en el colegio donde trabajaba como maestra, y a la semana siguiente se supo que había sido detenido el ladronzuelo, y que no era la primera vez que lo hacía, sino que lo había realizado en multitud de ocasiones por adicción a las drogas. Tras las pesquisas de la policía, se informó de que era un muchacho huérfano del grupo de riesgo al que la maestra le impartía clase, y que había perdido a sus padres en accidente de coche, y vivía con una tía suya. El muchacho en el fondo no era mala persona, pero los problemas familiares y de afecto le asfixiaban sobremanera. Todo ese complejo de calamidades le empujaba a cometer los frecuentes hurtos principalmente en los grandes almacenes, por ser el espacio más favorable a sus pretensiones, y donde encontraba mayores facilidades. Sustraía pequeños objetos de valor para luego venderlos en donde podía, en mercadillos o por la calle, a fin de abastecerse de los estupefacientes que consumía. Un día bastante caluroso de estío iba una muchacha de compras por los distintos centros y stands del barrio, y le picó la curiosidad por conocerla, y observándola se percató de que se le había caído una hermosa flor que llevaba en el pelo, y con las mismas se agachó a recogérsela, y en ese cruce de miradas se miraron fijamente a los ojos quedando al instante prendados el uno del otro, en aquel fortuito y milagroso encuentro. Más adelante se citaron para ir a una discoteca del centro de la ciudad, pero el muchacho no tenía dinero, y con las mismas adelantó la salida para recabar fondos por algún mercado de la zona o tienda propicia y así poder cumplir el sueño, y hacerle un bonito regalo a la chica que había conocido. En ésas andaba el joven buscándose la vida, cuando se cruzó con la policía, y con las mismas le echaron el guante, y lo introdujeron en el vehículo policial siendo arrestado en los calabozos del distrito. La muchacha con la que había quedado citado en la discoteca esperaba desesperada e impaciente su llegada que nunca se materializó, y se quedó compuesta y sin novio, porque el muchacho entró en prisión preventiva por orden judicial. Al cabo de los años, cuando lo cambiaban de cárcel a otra población ideó un plan de fuga dándose un corte en el muslo, y tuvieron que llevarlo a prisa y corriendo a un centro médico porque se desangraba, y cuando iba a entrar en el recinto hospitalario dio un salto y salió corriendo como un loco huyendo de la policía, y todavía lo andan buscando. Ese muchacho huyó a Brasil, y con el paso de los años regresó a España convertido en todo un señor, un indiano de pies a cabeza, con los deberes hechos y saneadas las cuentas, que le permitirían hacerse una casona a su gusto en la zona preferida, y vivir felizmente de las rentas lo que le quedase de vida.

viernes, 25 de diciembre de 2020

Estornudo

La Casita de Papel motrileña en su siglo de oro brillaba con luz propia, y era un espacio frecuentado por el mundo joven, que acudía a beber sus aguas y cargar de ilusiones y sueños los corazones, expandiéndolos por las innumerables estelas del horizonte. Aquella noche se hallaba el local como una rosa, exornado con todo lujo de detalles, globos y luces de colores anunciando la llegada de las fiestas navideñas, e invitaba a pasar en su regazo una dichosa velada en animada compañía. Y en ésas andaba Luis, cuando de pronto se desencadenó lo más inesperado. Nunca se sabe lo que hay detrás de la puerta verde. De pronto empezó a oírse por un extremo del recinto agresivos estornudos que clamaban al cielo, achísss…achísss…achísss, y de manera muy meditada y reiterativa iban subiendo de tono, y luego la correspondiente respuesta de amigas del grupo, Jesús, María y José a coro, si bien algo nerviosas, porque retumbaban con más fuerza cada vez en el aire sereno de la Casita, cayendo como un jarro de agua fría en el sosegado ambiente sembrando un agrio malestar entre los presentes, y más aún cuando se supo que eran fingidos, y hasta tal punto arreciaban los decibelios que las amigas se miraban estupefactas y encendidas, sintiéndose turbadas exteriorizando un cierto enojo, al percatarse de que era una jugarreta amañada por una de ellas, exhibiendo una falta de educación y respeto hacia los demás, hasta que finalmente Manuela se explayó desgranando el misterio a todas ellas, el leitmotiv de tamaña empresa. Manuela quería por todos los medios llamar la atención de Luis, su pretendiente en ciernes, porque, según ella, esa noche andaba enredando más de la cuenta y sacando los pies del plato con otra chica, y parecía desde lejos que le acariciaba la mano, aunque sólo tocaba el reloj de pulsera que lucía ella toda orgullosa en la muñeca, ocasionándole una mayúscula excitación superior a sus fuerzas, y que iba en aumento, haciendo su agosto los celos. Por ello instaba a las amigas a que colaborasen y acrecentaran a coro el estruendo, y con las mismas apretaban con toda energía en los estornudos a fin de que picase Luis, pero no había forma, y seguía ajeno al celoso zafarrancho de combate pergeñado a sus espaldas. Él, mientras tanto, seguía tejiendo sueños en su mundo sin advertir la tormenta urdida por Manuela para que se largase. Todos los intentos fueron vanos, al no darse cuenta Luis de los títeres que se habían montado en su honor, quejándose la clientela del bochornoso comportamiento por el persistente ruido con los estornudos, protestando airadamente. Es harto conocido lo inoportuno del estornudo, y más en tiempos de crisis sanitaria, siendo el pan nuestro de cada día por muchos rincones del planeta durante los fríos infernales, y si el arco iris muestra signos halagüeños de bonanza climática con su mítica aparición, el estornudo en cambio apunta al resfrío o catarro común encendiendo las alarmas, poniendo el grito en el cielo en menos que canta un gallo, sobre todo cuando hay fiebre y se pierden los nervios, respondiendo el organismo con un carrusel de estornudos, aunque en ocasiones se debe a alérgicos caprichos somáticos por un cambio de lugar o de azuzadas estancias por mutación térmica, llegando a alterar el normal funcionamiento de un evento cultural, sea una función de teatro, cine, conferencia u otro acto programado a la sazón, siendo en otros casos un serio aviso de enfermedad, y no como esta fatídica noche ni mucho menos, y luego ocurren los contagios por las vías respiratorias, como apunta el refrán, “cuando veas las barbas de tu vecino afeitar, pon las tuyas a remojar”, aunque en el caso que nos ocupa sea tongo, porque es el mismo autor el que se debía aplicar el cuento por si ya hubiese sido capturado por el virus, y a todo esto mejor será que tengamos una pizca de picardía y no mencionemos la soga en casa del ahorcado, y dejemos la Casita en paz. El caso más esperpéntico es cuando en la pareja no se sigue ninguna pauta en el devenir de los días, y uno de ellos estornuda o eructa como un volcán haciendo temblar los cimientos de Roma o de la vida, y no se disculpe para más inri zampándolo todo en el careto del otro como una pelota en el frontón, o como un conjunto de sustancias volátiles que se expanden a la buena de Dios por el medio ambiente. En tales aconteceres Casilda era muy suya, y propensa a semejantes delirios o zumbidos sin despeinarse no preocupándose en absoluto por nada, mancillando la higiene y el decoro y haciendo la pascua a cualquiera. Entre éstas y otras cuestiones palpitantes, y con la requerida parsimonia, pero sin pausa, se sugiere, para no perder el tren de la vida y entrar en razón a la mayor brevedad diálogo: -¡Casilda!, al estornudar, podías doblar un poquitín el codo y la cabeza al otro lado para que no le caiga a uno encima. - dijo él. -Vaya, lo que faltaba, pues si te mata ése es tu problema, ¿qué te crees?, pues uno menos y santas pascuas; voy a estar reprimida porque tú lo dictamines, pendiente de tus monsergas, pues ya sabes, a aguantarse, y creo que si estornudo es porque me has contagiado, listo, que eres un listo; así que márchate con la música a otra parte, y déjame en paz, y vea mi programa favorito de la tele. – dijo ella. -¿No te das cuenta, ángel de amor, que en esta orilla me hallo ocupando yo un espacio físico en frente de ti, y quiero seguir vivo, y ayudarte en los engorros y contratiempos que te perturben?-dijo él. -Me importa un comino, ya lo sabes, qué fino, estornudo como me plazca, y el que no lo quiera así que coja las de villa diego, hasta ahí podíamos llegar, ¿a quién le importa lo que yo haga?, nadie me impedirá que estornude a mis anchas en mis propios dominios; además todo esto tiene mucha gracia, porque estoy más sana que una manzana, gracias a Dios; en todo caso tú, ya en el campo de los desguaces, deberías guardar silencio, porque no sabes cuándo es de día ni cuándo es de noche, y puede que me pegues a la vuelta de la esquina lo que no está en los escritos, y sin embargo me aguanto. Y no hablemos de las sublimes toses que exhalas, ¡qué horror!, como de un desahuciado fumador, como si llevases el demonio por montera, pillando todos los achaques del globo terráqueo; mejor sería que cerraras el pico, querido. Se sabe por experiencia que los estornudos, al igual que el bostezo, las alergias o picores del cuerpo u otras vejatorias señales no preguntan al entrar en los cuerpos, y actúan como timbres o teléfonos llevando al exterior lo que hierve en su interior. El funcionamiento del cuerpo se asemeja en parte a una factoría o fábrica de lo más variopinto con un sinnúmero de cables, tornillos, enchufes, piezas, columnas, roscas, húmero, rótulas, empalmes o misiones sagradas con los que arman coches, aviones, barcos, esqueletos, ojos, etc., poniendo en ello los cinco sentidos, y saben a dónde acudir en cada momento, y no ocurra que alguna célula se vaya de parranda por mucho que le tire el instinto pregonando a los cuatro vientos que salga el sol por Antequera, dejando a uno tirado en la cuneta. El dinero hace a las personas ricas, el conocimiento, sabias, y la humildad, buenas personas. Intentemos abrir los ojos de par en par para ser grandes, apostando eufóricos por la última.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

El hombre de negro

 





   Salió Álvaro echando chispas de la iglesia tras confesar el último crimen que había llevado a cabo en un lugar sin concretar, apuntando a la sierra de Almijara, y se dirigía en dirección al monipodio, donde se mascaban los secretos de muerte y repartían el botín, aguardando eufóricos los compinches para alzar la copa brindando por la heroica gesta del último ajuste.

   Todo lo que espetó Álvaro al sacerdote en el confesionario bajo secreto sacramental no quería que saliese de esa tumba por nada del mundo, haciendo lo indecible para no dejar cabos sueltos de su vida.

   Álvaro había sido toda su vida un humilde pescador echando las redes por la bahía malacitana con una vieja barca de segunda mano, que con mucho sacrificio pudo pagar mendigando por las calles del centro de la ciudad. La barquichuela no estaba para muchos trotes, y avanzaba renqueante peleándose con la espuma de las olas, y daba miedo verla haciendo milagrosos equilibrios para sostenerse en pie y millas a trancas y barrancas, no sabiendo nunca si llegaría a alguna parte o a un banco de peces, y aguantaba la pobre ya tan arrugada y despintada, pidiendo a gritos una reforma como el comer.

   A malas penas juntaba lo suficiente Álvaro para sufragar los gastos de carburante y el sustento de la familia con cinco retoños a su cargo, que se comían a pavía, y ante tan alarmantes estrecheces y penurias se vio abocado a jugarse la vida entrando en un grupo del crimen vendiendo muerte por los cuatro puntos cardinales del globo enviando droga por un tubo, y conseguir la mayor ganancia posible en poco tiempo y poder llevar en adelante una vida tranquila y decente, libre de miserias y calamidades.

   El tiempo tan negro que vivió sólo lo sabían su abuelo y una tía suya, que murió de tuberculosis muy temprano.

   No podía quejarse Álvaro de los ingresos que obtenía en tales circunstancias tan delicadas, pues sus cinco niñas iban a los mejores colegios de la comarca con buenos trajes y sus respectivas motos, pasando unas ricas vacaciones en los puntos más prestigiosos del planeta, buscando la fórmula para que sus descendientes viviesen felices y contentos, a salvo de cualquier contingencia.

   Mas la vida da muchas vueltas y tumbos, ya que nunca se sabe si lo que hoy vale se tornará mañana en veneno a la vuelta de la esquina.

   Un día de horrible temporal, que llovía a cántaros según iba con un flamante mercedes por la autopista, un vehículo de la guardia civil le iba siguiendo los pasos, dando la voz de alarma a los otras patrullas policiales, y al verse Álvaro rodeado de coches por los cuatro costados se dio una puñalada sangrando como un cochino, siendo transportado por la policía al hospital más cercano para que le atendiesen.

   El jefe de los capos andaba en esas fechas por Barranquilla, y cuando le llegó la noticia macabra empezó a construir contra viento y marea un fuerte, una especie de refugio atómico, con idea de no ser capturado por las fuerzas del orden.

   Con el paso del tiempo los actores cambian, y una antigua novia que tuvo había contraído una grave enfermedad por ingesta de estupefacientes, y quiso por despecho comunicarle a la policía todos los estragos de la banda a la que pertenecía ante sus inquietantes remordimientos, no pudiendo por menos de ir a desembuchar parte de lo que le asfixiaba, aunque temía por su  vida, porque en el momento en que se enterase la banda de la traición no tardarían en ajusticiarla a muerte y callase para siempre, porque eran sus instrucciones sumarísimas, lo mismo al chico que al grande, y no se podía dar el chivatazo, porque por la boca muere el pez. Así suele ocurrir en este sucio mundo del crimen.

   No cabe duda de que es harto reconfortante acaparar en dos días un gran capital que ni en cientos de años trabajando como un negro noche y día lo podría lograr, como no fuese con la lotería, pero ni tampoco, siendo la coartada acariciada por Álvaro para dar el salto y alistarse en la familia de la mafia, asegurándose una desahogada existencia cosechando un envidiable nivel económico y social, bien lejos de la hambruna.

   Su familia no compartía tales ideales, pero cuando le arrimaba buenas sumas de peculio, le sonreían y abrazaban haciéndole mil carantoñas, deseándole lo mejor hasta que llegase la nueva remesa tras las sentencias de muerte, con esperanza de que nunca le tocase a Álvaro, y siguiese en la brecha saliendo ileso y vivo de los embates del mar de la vida y redadas de la policía.

   Compraron varios pisos de lujo y suntuosos chalets por la costa malagueña, Costa Azul y zona de Mónaco, adonde acudían con frecuencia para invertir en el juego.

   Pese a todo no soportaba Álvaro el color oscuro de su vestimenta, provocándole no pocas depresiones. Los soleados amaneceres se le tornaban turbios y gruñones por el parte de vuelo que cada mañana le elaboraba la banda del crimen.

   Últimamente viajaba menos a Colombia y Sicilia por los contagios víricos entre otros motivos a parte del auge de controles policiales, pero unas fechas atrás sin embargo iba como pedro por su casa para gestionar ingresos, aranceles y aduanas para canalizar el clandestino transporte de estupefacientes en grandes buques de carga, y a veces en barcos de poca monta, exponiéndose a los más comprometidos peligros en la travesía.

   En el último viaje que realizó desde Barranquilla venía el barco con los motores a medio gas, asfixiado por la inmensa cantidad de sacas que transportaba, siendo interceptado por los carabinieri a su paso por aguas italianas, lo que le acarreó pasar cinco años en chirona, hasta que la novia le introdujo un arma camuflada, y una noche de horrible temporal con truenos y relámpagos a mansalva, cayendo chuzos de punta, cogió el revólver, y acercándose a los vigilantes empezó a dispararles cayendo muertos en el acto, dándose a la fuga en un helicóptero que le aguardaba en la puerta del presidio, llevándolo a un escondite de la banda.

   En su negro y largo historial, tuvo Álvaro que pasar por los distintos grados de la cofradía, aprendiz, oficial y maestro, y durante un tiempo fue el encargado de darle la puntilla al elegido para el ajuste de cuentas, ejecutando a sangre fría las estrictas órdenes.

   Un día después de dejar a la novia en las puertas de un museo, y regresando a la guarida con sumo sigilo quiso antes de nada ponerse en manos de un gurú que lo guiase, pidiéndole ayuda y descargar de paso el peso de la conciencia que le atormentaba, pues no podía conciliar el sueño por los remordimientos que como ascuas ardiendo le abrasaban hasta límites insospechados.

   Álvaro llevaba dentro de lo que cabe una vida bastante rutinaria, sin grandes sobresaltos, pero según pasaba el tiempo se iba haciendo más viejo y dejando por los senderos muy a su pesar desperdigados cachos de documentos secretos, trozos de su persona y gotas de sangre caliente.

   Cierto día apareció un cadáver en una playa de Sicilia escupido por las olas delatándole por los múltiples y fehacientes rastros que encontraron de su persona en ropas y cabeza del fallecido. Álvaro, ante la inminente detención por la interpol, no sabía qué hacer para borrar de su currículo tales sospechas, y auspiciar una primavera tranquila en libertad, mas tal percance precipitó más si cabe su perdición, porque a las pocas semanas unos sicarios secuestraron al cura obligándole a vomitar todo cuanto le había relatado a través de la confesión ante la tortura a la que se vio sometido, refiriendo con pelos y señales todas las desvergonzadas y atroces fechorías de Álvaro.

   En la fiesta de un amigo celebrando una boda en un paradisíaco hotel en aguas del Caribe fue arrestado ingresando en prisión, no pudiendo ya seguir con su corolario de muertes y tropelías según denunciaban los informes policiales, y que al parecer había sido autor material de la muerte de al menos cuatro personas por los ajustes de cuentas de la banda.

  Otra hija suya, al enterarse de la vida que había llevado su padre, entró en un convento de clausura a hacer penitencia pidiendo por él, pues su frágil conciencia se resquebrajaba sobremanera sintiéndose en parte responsable de los criminales y viles pasos de su progenitor.

   En una de las visitas que llevó a cabo la hija a la prisión le cogió un lazo que llevaba en el pelo, y en menos que canta un gallo entró en el cuarto de baño y con las mismas, con negras lágrimas en los ojos, se ahorcó con él.

   Cuando lo encontraron yacía en el suelo sin vida, y la policía se puso en contacto con su hija monja para informarle del deceso e interrogarle a cerca del fallecimiento para esclarecer los hechos, y a la hija sin saber cómo le entró de repente una convulsión tan severa que cayó sin conocimiento rodando por los suelos no volviendo en sí, como si hubiese querido dar la vida por su padre.

   En los insondables rumbos y montañas rusas del vivir nadie está exento de cualquier advenimiento de luz o apagón repentino de vida, cumpliéndose, como en el presente caso, el proverbio, “quien a hierro mata, a hierro muere”.