miércoles, 21 de noviembre de 2018

SER O TENER


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   Con la crisis cambió todo en la vida de Teo, no pudiendo celebrar la Nochebuena como Dios manda, compartiendo nostalgias y alegrías, entonando villancicos al compás de panderetas y zambombas, degustando los turrones y polvorones de toda la vida, y lanzando matasuegras u otras ocurrencias, al haber emigrado sus dos retoños ya hechos y derechos a tierras más prósperas donde abundase el pan, el aceite y un empleo con futuro, quedándose el nido semidesierto.
   El vacío familiar le obligaba a realizar otras actividades impensables hasta entonces, llevándolo al recogimiento y a la lectura.
   O acaso fuese una luz especial, como otrora la estrella de los pastores camino de Belén, la que le guiase hacia el estudio de conceptos ontológicos escudriñando en las intimidades del ser siguiendo los pasos de los eruditos hincándole el diente a la inconmensurable definición, "Cognitio omnium rerum per últimas cusas" (conocimiento de todas las cosas por las últimas causas), desembarcando en el universo de la filosofía, la metafísica y teodicea, empeñado en descubrir las incertidumbres y raíces de la ciencia.
   Teo, actor amateur en horas libres, rehuía encasillarse en los mismos roles o tópicos, sin embargo tras representar a Hamlet se encariñó tanto con él que se pasaba las horas enfrascado como niño con juguete averiguando el núcleo duro del dilema “Ser o no ser”, y no podía pasar página y contemplar nuevos amaneceres sapienciales, siguiendo erre que erre con las premisas y proposiciones silogísticas: "si es más noble para el alma soportar las flechas y pedradas de la áspera Fortuna o armarse contra un mar de adversidades y darle fin en el encuentro. Morir: dormir nada más”…, haciéndosele muy cuesta arriba abrir los ojos a otros amores u horizontes del pensamiento.
   Diríase que se ahogaba en un vaso de agua cada vez que se sumergía en otros saberes, como por ejemplo en el discernimiento del ser y el tener, perdiendo el norte a las primeras de cambio, chapoteando a ciegas en estériles charcos o fútiles evanescencias.
   Aquel invierno había más nieve que nunca, lo que le hizo reflexionar más si cabe a Teo haciendo un alto en el camino todo empantanado, sobre todo después de visitar belenes por los barrios de la ciudad desencadenándole no pocas turbulencias en sus vuelos pensantes, despertándole unas fervientes ansias por desvelar el secreto o enigmas que envuelven al Nacimiento del Niño Dios u otras encrucijadas referentes a la Ciencialogía, una problemática que turba a los humanos, y paulatinamente fue digiriendo la mudanza experimentada en su cerebro totalmente decidido como estaba a enfrentarse a los retos que llamaban a su puerta, pero que por hache o por b no los escuchaba, frustrándose al crepúsculo sus mejores guisos o buenas intenciones echándolos por la borda por  no encontrarle encaje o un traje a medida a las tesis esbozadas, y argüir con contundencia sobre la materia en cuestión, debido a que no eran pocos los que se dejaban llevar por expresiones tales como, "tanto tienes, tanto vales", "a la gente rica, todos le bailan la jarrica", alardeando de posibles, baños de oro, ricos cortijos o envidiables caballos cartujanos comulgando con ruedas de molino, viéndose obligado a continuar con lo puesto, los maltrechos harapos cognitivos cogidos a su Ego durante tanto tiempo, el enquistado equipaje de la inmadurez.
   Aquel invierno el tiempo había hecho de su capa un sayo entrando en la comarca como Pedro por su casa, invitando al calor de una buena lumbre en la chimenea cambiando impresiones o contando cuentos, siendo interminable el níveo elemento que caía sobre los campos vistiéndolos de blanco, que ni los más viejos del lugar recordaban.
   Y en esas coyunturas tan fluctuantes se movía, planteando toda una serie de disquisiciones harto comprometidas para unos por creyentes y para otros por agnósticos, asuntos que ya habían sido tratados en su día o elaborados en sumas teológicas, compendios filosóficos o libros de bolsillo por insignes filósofos, teólogos o demiurgos de diferentes épocas como Platón, Sócrates, Aristóteles, Tomás de Aquino, el Obispo de Hipona, Nietzsche o algún aprovechado, lo que en cierto modo le daba luz o fuelle para encararlo y no morir en el intento.
   Y de esa guisa fue entrando en materia, en la semántica, abriendo las primeras vibraciones de las páginas y hojas del laberíntico árbol de la ciencia, configurando un corpus con las denotaciones, connotaciones y rasgos esenciales de los términos ser y tener.
   Uno de los principales problemas que asediaban a Teo acarreándole no pocas arritmias era el SER, ya que por encima de todo tenía muy claro que quería ser, ser alguien en la vida, existiendo, permaneciendo, es decir, hacerse a sí mismo con el tiempo, golpe a golpe, como el buen vino, y hacerse valer en el confuso mundo de los vivos con talento y una vena virtuosa, sobresaliendo a ser posible en el campo del arte o la ciencia por su valía, por ello la idea de dejar de ser no colmaba sus ideales, y porfiaba por seguir siendo, persistiendo en las urdimbres y sentires de los entes, en sus corazones, en los frontispicios, en los libros a pesar del verdugo del tiempo.
   Y más adelante encaró Teo el concepto de tener, voz patrimonial del latín tenere, tener asido u ocupado, retener, en línea con el campo semántico de poseer, acaparar, con el riesgo de caer en la avaricia, pero no llegaba a dar con la tecla conceptual o medicina que dilucidase o curase las heridas o excesos al respecto, porque imaginaba semejanzas entre la vida de la planta y la palabra tener, que nacen, crecen y echan fruto, y así mismo frases, ideas, pero necesitan agua, luz, inteligencia, abono, cimientos, mimo..., por ende su mente calibraba incansable sobre el modo de sulfatarlo para evitar contaminaciones, y compaginar los divergentes pensares y opiniones armonizando un sistema acorde con el sentido común de la ciencia, la religión y la moral, no discurriendo por descabellados pedregales.
   Y cuando cerraba el manuscrito y las oscuras nubes del pensamiento se asomaba por la ventana toda plena y radiante de luz, y veía el campo, las lomas y cobertizos sembrados de blancura, como recién decorado por la mano de un ángel.
   Pareciera que la climatología se hubiese vuelto loca, y quisiera echar la casa por la ventana embelleciendo el paisaje y dulcificando los ásperos rigores vitales.     
   Y tras idas y venidas por los sitios más dispares, hacía Teo un alto en el camino rumiando palabras evangélicas como, "En verdad, en verdad os digo que yo soy el camino"... y se  transfiguraba pensando que si en verdad era Teo, lo sería en invierno y en verano, señalando la disparidad entre ser un lince o tener un lince, y entresacaba las notas genuinas de la esencia con todo lo que conlleva de permanencia per se en el ser, hurgando en las entrañas del ADN, añadiendo taxativo, si se es, lo es, pues de lo contrario no sería tal individuo o actante responsable de sus hechos y reconocido por ley, ni existiría una brizna de su persona por ninguna parte, o acaso vagase como alma en pena por el averno, que nunca se sabe, porque los sentidos nos engañan.
   El significante Ser nace del infinitivo latino ÉSSERE al transformarse las lenguas romances, adquiriendo una majestuosa hidalguía que no le tose nadie con los pertinentes rasgos semánticos, semas, lexemas, raíces, palabras y conceptos. Lo fundamental de Ser es la esencia, lo que permanece per se, lo contrario es lo contingente, lo accidental, lo advenedizo, que llega por pura casualidad, como la Fortuna o el patrimonio heredado, y es lo que se plasma en el concepto de ser galeno, pianista, astronauta, azafato, flautista de Hámelin o un zascandil, a sabiendas de que en sus entrañas crecen tales esencias, como las colonias o fragancias de Loewe u otros exquisitas sustancias que embellecen o encarnan en su vientre aquello que nadie puede usurpar, pudiéndose exclamar a los cuatro vientos en Perú, los Guajares o París, "me podréis matar, pero nunca arrancaréis mi alma, los pensares y emociones, el corazón partío".
   Los amores y creencias portan el distintivo de propiedad por la eternidad. Por tales pasajes transitaba Teo refirmándose en su teoría, como instalado en las mismas barbas del diablo o del Todopoderoso.
   Y no erraba en las elucubraciones porque líricos como Lorca, Lope, o dramaturgos como Calderón, Shakespeare, o narradores como Cervantes, García Márquez o el malagueño Antonio Soler o los dulces acordes de Mozart continuarán por siempre en su puesto de mando como indelebles bastiones de su pluma y batuta, y nada cambiará la onomástica, su rumbo, por muchos huracanes o bombardeos atómicos que se perpetren.
   En cambio al celebérrimo dicho popular "tanto tienes tanto vales" se le ve el plumero en cuanto se agacha un pelín.
   Haciendo memoria, los hidalgos eran hijos de algo por la etimología, pero al cabo del tiempo se desmoronaron como castillos de arena en un mar de estrecheces y picardías manipulando con trucos o máscaras para seguir aparentándolo.
   Hubo un tiempo en sus vidas de vacas gordas, disfrutando de los mayores parabienes, pero cayeron en el pozo de las penurias engullidos, como roca Cronos, por la veleta del vocablo TENER, quedando a la luna de Valencia, bailando entre caballeros, arrieros, escuderos o hijos de nadie, perdidos en el espacio yendo a la deriva, cual trozos de meteoritos, no teniendo donde caerse muertos.
   Vivir para comer o poseer es la perdición de quienes sólo piensan en potosís, en que todo el monte sea oro para su granero, encontrándose a la postre más pobres que carracuca, semejando cáscaras de nuez por las aguas del río de la moda arrastrados por la corriente de los hontanares o pasarelas entre las turbiedades del mundo.
   Teo, que vivió un tiempo en la opulencia presumiendo de ricos manjares y copiosas posesiones atravesando los campos de su propiedad saltando de árbol en árbol, resulta que los herederos viven ahora en la miseria, no reconocidos ni por la que los alumbró, sin apellido creíble, y por quienes nadie apuesta un centavo.
   Conforme maduraba Teo, fue auscultando los latidos del ser convencido de que el virtuoso puede testificar ante notario los halagos del proverbio, genio y figura hasta la sepultura, estando a salvo de las veleidades de la diosa Fortuna.
   Ningún ave construye su vida sobre cimientos tan quebradizos como los que sostienen la vanidad humana.
   










                       
  
                                          
  

martes, 6 de noviembre de 2018

JAZMÍN



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   Las flores del campo eran la pasión de Engracia, tanto es así que se derretía cada vez que asomaba mayo todo florido y hermoso, emborrachándose sus sentidos tanto del cuerpo como del alma.
   Pasaba las noches en vela en el balcón haciendo de vigía, con objeto de que no le robase las aromáticas querencias ningún desaprensivo amparándose en la oscuridad o incluso la misma luna, o menoscabasen lo más mínimo los arrebatos emocionales que sentía con los perfumados efluvios del jazmín, quedando transida por tan sublime incienso hasta el punto que no sabía cuándo es de día ni cuándo las noches son.
   Y en esas andaba autocomplaciente Engracia cuando Rosendo, después de un día agotador realizando los más variados quehaceres regresaba a casa, y conforme caminaba cortó un ramito de jazmines para Engracia frotándose las manos convencido de que la sorprendería sobremanera imaginando que caería rendida a sus pies, y se le hacía la boca agua rumiando tales presentimientos, y no pensaba en otra cosa que no fuese el embeleso que le aguardaba tan pronto estuviera en su presencia, y tarareaba sugerentes canciones y estribillos de primavera exaltando las bondades del campo cubierto de flores multicolores y su poder embriagador, mientras cruzaba incansable trochas y veredas.
   Los murciélagos en la recién entrada noche planeaban desquiciados por los aires revoloteando como camicaces por entre oscuros y envenenados espacios, así como algún que otro abejaruco o búho que resoplaba quedo en las ramas de los árboles.
   La noche estaba serena, ofreciendo su mejor rostro, una impecable calma chicha en aquel ancho mar, parecía como si la atmósfera y la naturaleza presagiaran el apoteósico recibimiento que le esperaba a Rosendo tras los juguetones y confiados pasos que daba por el áspero camino.
   De vez en cuando miraba de reojo la manecilla del reloj, ansioso por llegar a su encuentro y desembuchar en brazos de la sensible y despierta Engracia el ramillete que con tanto sigilo traía, pendiente en todo momento de que no se torciera o deshojase antes de llegar a su destino.
   Cuando arribó las luces estaban a media luz, como si Engracia quisiera abreviar, haciéndolo todo más sencillo, íntimo y acogedor. Sin embargo el chucho hacía raros aspavientos con las orejas y daba nerviosos ladridos, como si no reconociese a Rosendo en aquella noche tan extraña, y cuando ya por fin atisbó a Engracia en el salón, se encontraba con los ojos medio cerrados y cara de pocos amigos y los rulos impregnados de copiosa cosmética en el pelo, advirtiendo su indiferencia al volver la espalda mientras Rosendo, todo amable y solícito, le hacía entrega del oloroso obsequio, un pequeño detalle en línea con el dicho popular, dígaselo con flores, con la esperanza de acrecentar el amor y afecto mutuos, y al olerlo Engracia casi subrepticiamente, ni corta ni perezosa soltó un exabrupto como la copa de un pino, exclamando, "huele a mierda".
   Rosendo se quedó sin aliento, no dando crédito a lo que veía, pues las cañas se volvían lanzas, viéndose obligado a hacer la vista gorda para evitar males mayores, reaccionando como si nada hubiese acaecido o no fuera con él.
   Cuál no sería el estupor, acostumbrado como estaba a verla venir la mayoría de las noches con su blanco y sensual ramillete de jazmines en el pelo presumiendo del florido engalanamiento, siguiendo el guión de la madre natura expandiendo envidiables esplendores y hermosura refrescando la vida, y aliviando las calenturientas noches del augusto y lento agosto.
   Quizá rememorase Rosendo en tales coyunturas la escena del paraíso bíblico, cuando la serpiente, un tanto altiva y pizpireta, aparece sembrando el desconcierto entre la pareja con la mordida por mor de la puñetera manzana de cuyo árbol no quería acordarse.
   Hay amores que matan, y perfumes que con incoherentes desplantes acaban con las mejores intenciones y las buenas costumbres, pues ya lo dice el refrán, "a caballo regalado no se le mira el diente", y no digamos si es un pura sangre, y menos aún pura esencia de jazmín.