lunes, 29 de noviembre de 2021

FANTASMAS

No poner puertas al campo era el lema de Gertrudis, todo abierto de par en par, hala, a la calle todo el mundo, a la buena de Dios. A buen seguro que en su ADN lo llevaba esculpido a sangre y fuego, y quería retozar por rincones, avenidas o callejuelas sin descanso. Era su modus vivendi, con una llamativa peca en la frente, y un airoso gracejo que le asomaba por las mejillas. Lo tenía tan claro Gertrudis que hizo suyo el dicho popular, el buey suelto bien se lame, y se lanzaba a los cuatro vientos sin cortapisas por el cruce de caminos de los mortales rumbo a su destino, sintiéndose como ungida por el Todopoderoso, de forma que en todo tiempo y lugar su efigie, poses y talle salían siempre a flote, indemnes ante cualquier contratiempo o feroz acometida que tuviese lugar por donde transitaba. Se sentía como pez en el agua atravesando las más hostiles besanas, vaguadas o parajes sombríos, siendo para ella todo coser y cantar. Ni el hombre lobo o alguna leyenda de los tiempos más oscuros de la infancia la amedrentaban, y se soltaba los pensamientos, el pelo, yendo toda entera dispuesta a comerse el mundo. Cómo de súbito llegaba a cambiar tanto su horóscopo por mor de unas inexplicables fluctuaciones, y cuando mejor le iba en sus andares mundanos o vitales, tan pronto pisaba el umbral del hogar, las cañas se le volvían lanzas, asaltándole los más horrendos miedos, y su imaginación se regocijaba sobremanera deslizándose por los más espinosos mundos poblados de insaciables monstruos de carne y hueso, o sorpresivas almas en pena que acudían a su cerebro tomando cuerpo y cartas en el asunto, y según sus sutiles entendederas entraban y salían como pedro por su casa, por mucha tranca apostada en la puerta, sintiéndose atormentada de continuo con inminentes salivazos de muerte como si tal cosa al poco de entrar en su casa. Esos malignos seres o entes vivientes se configuraban de cualquier modo en su derredor doméstico, y azuzaban a los ancestros a que arrimaran el hombro y se encarnasen también participando en tan rico o macabro festín. En otras ocasiones merodeaban por sus sienes perversos personajes, que podían cebarse con ella sin ningún remordimiento y, llegado el caso, abusar inmovilizándola de pies y manos, o manipularla como los títeres en los cuentos de Chacolí y su Enanito en eterna lucha con la malvada bruja Candelaria y el Gigante Barba Azul, cual muñequitos de guiñol, llegando incluso a estrangularla (pensaba ella) al cruzar de una habitación a otra, y no se sabía el porqué, si es que entraban por la ventana los intrusos, por la chimenea o por el aire, como las moscardas, teniendo siempre el semáforo en verde, y la puerta abierta para penetrar en sus interiores y hacer alguna de las suyas, según sus esclarecidas estimaciones, y a la chita callando acabar con su estampa, sin darle tiempo a despedirse. Acaso por la lectura de avinagrados acontecimientos relatados en la novela negra o extravagantes coyunturas transmitidas de boca en boca, ocurría que cuando Gertrudis se hallaba en el hogar le llegaban no pocos pensares harto peligrosos y dañinos, por lo que se andaba con pies de plomo al ir de un lado a otro de la casa, yendo siempre con los ojos bien abiertos, mirando por las rendijas y recovecos no aflojando ni un instante su atención, procurando estar perennemente al acecho, y a ser posible no moverse del sitio por si las moscas, evitando así que una mano negra le amordazase por la espalda de repente sin poder gritar. Al entrar en la vivienda le acosaban las más tétricas elucubraciones, y se le paralizaban piernas y brazos, y la mirada se le nublaba hasta límites insospechados haciéndose de noche de pronto en su alma, corriendo el riesgo de evaporarse o hundirse para siempre en un pozo sin fondo o peor o aún, en el mismo suelo que pisaba. Era algo insólito, fuera de lo común, pero ella lo asumía con la paciencia de Job y con sus cinco sentidos, lo tenía muy interiorizado y creía que obraba por su bien, y que su cerebro no la traicionaba, porque en cualquier momento podría cruzarse en su interior de la morada con el mayor de los asesinos disfrazado con seductoras y pintorescas capas de ensueño. Según manifestaba a los suyos, tenía cierta consciencia del más allá, ya que había hecho sus pinitos en esos inframundos comunicándose con ellos en amenas conversaciones secretas, por lo que se cuidaba muy mucho cuando caía rendida en el sofá del salón. Disponía de un potencial imaginativo enorme, y sus pensamientos así lo corroboraban, y venían a demostrar el dictamen de sus sesudos argumentos, por lo que siempre que se encontraba en su mansión, las mazmorras o célebres presidios que en el mundo han sido se quedaban cortos con los estragos y desgracias que a ella le acechaban a cada paso dentro del hogar, sobre todo si estaba sola, pues ni siquiera le valía la compañía de la mascota, pese a ser el mejor amigo del hombre. Es muy llamativo que estando acompañada ya fuese otro cantar, y los malignos duendes se disiparan como por encantamiento, ya que por lo visto esos invisibles entes o fantasmas corrían a sus anchas por las habitaciones jugando al escondite (apostillaba ella) si se encontraba sola, no pudiendo ir a hacer sus necesidades al baño, por si le echaban el guante en la travesía. Era todo muy raro y siniestro, como si un intempestivo seísmo le sucediese de pronto o un ladrón caníbal la abordase escalando en un plis plas su fachada, o cuando más confiada estuviese la engullesen como si de una tentadora y rica rosquilla se tratase. Por todo ello corría Gertrudis unos terribles riesgos y terribles pesadillas, sobre todo si permanecía sin compañía en la vivienda, convencida de que era el lugar menos seguro del planeta y más expuesto a la perdición, atracos, violaciones u los más oscuros secuestros, por muy atrancada que estuviese la puerta. No había forma material de frenar sus alarmas, ni siquiera a las almas en pena, a los espíritus que vagan sin orden ni concierto por los aledaños pendientes de sus pasos acorralándola en su refugio, no pudiendo moverse por el pasillo, encendiéndose en su mente un fuego misterioso que le trasmitía que podían aniquilarla en cuestión de segundos, pese a lo espabilada, brava y curtida en mil batallas, de las que por cierto hacía gala. Una noche de truenos y relámpagos a más no poder, se le ocurrió a su pareja ingeniar algún ardid que le hiciese comprender que lo suyo no era otra cosa que una pura fantasmada, musarañas musitando en el espacio vacuas jitanjáforas, y planeó una idea, envolverse en una enorme sábana blanca y con las mismas entrar por la ventana del jardín dando gritos descorazonadores y dejarse caer en el lecho donde ella dormía soñando con los angelillos, y cuál no sería su inmensa alegría a la postre, cuando descubrió feliz que era su amor el que tan tiernamente la abrazaba. Cierto día en que ponía a prueba su bravura y confianza callejera, exhibiéndola por la rúa a pecho descubierto y sin preocupación alguna, resultó que comenzaron a caer unos copitos de nieve, parecían mariposas blancas que bailasen la danza del vientre o acaso de la muerte, vaya usted a saber, y sin que apenas le diese tiempo de advertirlo se cruzó Gertrudis con un camello ofreciendo estupefacientes, y con las mismas la embozó brutalmente con unas negras capas introduciéndola en un vehículo, y nunca más se supo de las correrías, entelequias o carnavalescas mojigangas domiciliarias de Gertrudis, pateando en sus parrandas los caminos del vivir. La cordura y sentido común pierden su razón de ser a veces, y caen al suelo haciéndose añicos, cual valiosa vasija, acabando tonta y tristemente sus días.

miércoles, 10 de noviembre de 2021

Novios

Estaba tomando la pareja una infusión de rooibos en la tetería con el prurito de poner orden en sus pasos y caldear el alma, cuando de repente llegó una tormenta de levantiscos pensares exigiendo concretas y veraces respuestas acordes con su estado de ánimo, mientras se oían los ecos lejanos de una canción, que en sus tiempos de esplendor les encandilaba, hasta llegar a tomarla por bandera. Ahora apenas si levantaban cabeza para tararearla, se les encasquillaban las cuerdas vocales y labios al escapar por los orificios del recuerdo el chorro de voz que generaban, en aquellas tardes de esperanza, de copiosa lluvia que abonaba las ilusionantes primicias, no obstante, persistían en su afán por entonarla o susurrarla al menos, aunque le resultase harto difícil por los estragos del verdugo del tiempo. Y como impulsada por un huracanado tumulto se dejó llevar ella cantando con toda su alma la melodía rivalizando con Armando Manzanero, “somos novios/, pues los dos sentimos mutuo amor profundo/, y con eso/ ya ganamos lo más grande de este mundo/. Nos amamos/, nos besamos como novios/... Quería coger el toro por los cuernos, y enfrentarse a los vacíos que albergaban sus estancias y pupilas sin apenas mojar el pan en el húmedo manjar tan apetitoso del vivir. Qué corto el amor y qué largo el olvido, musitaba ella, cuando visitaron el camposanto el día de Difuntos recordando a los familiares. Mas todo ello no conlleva ninguna solvencia milagrosa o brote de algún plan que haga revivir a las personas que yacen bajo la fría tierra o exornado mausoleo de difuntos con flores de tierno cariño. Juventud, divino tesoro, exhalaba ella limpiando el polvo de la desteñida foto que figuraba en el mueble decorando la sala. Qué de sueños y anhelos dormían en sus entrañas, tronchados en flor. -Si volviese a nacer otro gallo cantaría, decir un te quiero lo pensaría con el mayor esmero, aunque la incertidumbre me asaltase dudando hacía dónde dirigir la mirada o qué camino tomar -dijo ella. El sombrío otoño transcurría lento y un tanto alocado, deslizándose por pedregosos y oscuros cauces, no encontrándose otros más acogedores al cobijo de una romántica luna, encendida, dulce, que viniese como anillo al dedo. El día de Difuntos explosionó todo, y no se sabe por qué, siendo uno de los aldabonazos que recibió sin mucha convicción la pareja. Al parecer carecían de lo más elemental en casa de una familia, no ya lo material, verduras, frutas del campo, embutidos, sino también la parte más trascendente, lo emocional, los sentires. En esas entremedias esperaba él una carta de Lima que nunca llegaba, si bien al poco le confirmó alguien del clan con toda certeza que ya venía de camino. Del contenido de la carta nada se sabía, pero tanta demora daba qué pensar, si tal vez habría sido intervenida en magistratura, o robada a plena luz del día por alguien en los cambios de turno, pues no se entendía tan disparatada tardanza, haciendo cábalas todas las noches en su guarida sobre las imprevistas y raras circunstancias del suceso. En las conversaciones íntimas se había especulado con que la misiva, aparte del contenido de la escritura y otras rosas y perfumes, llevaba unas hierbas prohibidas a todas luces, y podría ser que alguien siguiendo instrucciones del capo de guardia hubiese dado un chivatazo asesinando a alguien por venganzas crematísticas o de seguridad. Unas semanas más tarde la Interpol arrancando la puerta, entró en casa de la pareja husmeando por rincones y vericuetos buscando huellas o pergaminos con algunos rasgos biográficos de los mandamases y artífices de las asesinas hierbas, que con tanta ligereza viajaban en su interior de polizón. A través de la correspondencia conseguían cuantiosos ingresos, pasando fastuosas estancias de ensueño, unas veces en la Costa Azul, y otras, por las aguas del Caribe. AL cabo de un tiempo de investigación policial a través de secretos encuentros y chivatazos se supo que una antigua amiga íntima estaba involucrada en todos los pasos y movimientos de la pareja. En ciertos momentos él intentó sobornarla con suculentas sumas de dinero, pero ella no accedió, y seguía dando información a la policía. El leitmotiv de su vida era recuperarlo a él sano y salvo, antes de que los gendarmes lo metiesen en chirona casi de por vida, porque las fechorías que se le atribuían así lo demostraban, enfangado en aquel berenjenal mafioso, y era harto complicado lavarse las manos o hacer borrón y cuenta nueva, porque el río de plata que circulaba de Europa a América por los sitios más inverosímiles eran de escándalo, aunque la policía no había descubierto aún todas sus correrías y maquinaciones, por imperar a toda costa la ley del silencio, ya que todo aquel que se fuese de la lengua sería ejecutado ipso facto, y andaban nadando en la abundancia y disfrutaban a tope. Mas la antigua novia que tuvo no lo transigía, y su amor por él era tan fuerte y convulso que no podía callarse por más tiempo, y un día al alba, cuando los gallos dan el primer toque matutino se presentó en comisaria, y estuvo durante varias horas hablando con el comisario jefe vaciando todo lo que sabía y más, exponiendo con máximo detalle todos los subterfugios, guaridas, refugios o celadas de su antiguo amor. Y con las mismas la policía se puso manos a la obra, y en el día de difuntos, cuando los traficantes se reunían en el cementerio para celebrar su cónclave secreto del aparato mafioso, evocando a los antiguos fallecidos de la banda, en un festín como homenaje a los caídos por la causa brindando por sus hazañas con los estupefacientes, de repente aterrizaron allí cinco helicópteros de las fuerzas del orden, y con las mismas los atraparon a todos, durmiendo esa misma noche en los calabozos de la fuerzas del orden, La novia actual de la pareja no sabía nada del rocambolesco infortunio, y cuando se enteró, no daba crédito, y con las mismas hizo acopio de barbitúricos y con no poco sigilo se introdujo en la bañera y fue engullendo tabletas asesinas, y mientras los teléfonos sonaban, ella iba perdiendo el conocimiento, hasta que en un golpe de gracia la policía entró echando la puerta abajo, y la sacaron de la bañera con un hilo de vida, le hicieron el boca a boca y aplicaron los requeridos auxilios y paulatinamente fue abriendo los ojos, hasta que al fin pudo hablar y dijo: ¿dónde está mi Gonzalo, dónde está mi Gonzalo? Pero de repente un paro cardíaco acabó con su vida. Hay amores que dan vida, y amores que matan. En el tren en el que viajamos abramos los ojos a lo que nos rodea, y podremos cantar victoria sacando a la luz la mendacidad y estafas que con frecuencia se propalan por los más sofisticados medios sin percatarnos de ello. Y ocurre que una vez metidos en la boca del lobo, llevan sin escrúpulos hasta las últimas consecuencias el lema, a vivir, a vivir, que son dos días.

sábado, 30 de octubre de 2021

Añoranzas

Añoraba en su fuero interno los crepúsculos de la infancia y cerros que enarbolaban su mente bajo un cielo azul, iluminando su aureola infantil. Las amarillas y celestes mariposas volaban sonrientes ofreciendo sensuales danzas en el teatro de la naturaleza ejecutando inverosímiles cabriolas. Evocaba el florecer de los almendros que con joviales pinceles decoraban el horizonte, y el chisporroteo de golondrinas barruntando la primavera. Los almendros reverdecidos solícitos alargaban los brazos y ramas cuidando sus pasos, las jóvenes miradas, amasando sueños y vigorosos aires vitales. Eran eternos instantes, primaveras inmortales, apenas si se movían las manecillas del reloj, momentos perennes, incólumes, que se cernían sobre sus cabezas en invierno y verano. Añoranzas del ingenuo juego del escondite, donde dormía el tesoro de la felicidad, los traviesos baños en las pozas del río, las correrías escalando balates por los bancales, la cosecha de ancas de rana, la cacería de cigarrones, los nidos en los árboles, la trilla en las eras, los higos chumbos, los perdigones por las lomas, las cerezas, las almecinas en las copas subiendo como trapecistas de circo a lo alto del árbol. Y salía todo a pedir de boca, todo a las cinco de la tarde o a cualquier otra hora, sin problemas de hora, siempre carnaval en los labios de sus pupilas; bullicio, expansión a tope por las cuestas de la vida, de Panata y de los corazones humanos. Con sus ambientales esencias de infancia cultivaban los terrenos del alma, los pensares, las utopías, y llenaban las alforjas de la mula de frutos del campo, yendo y viniendo por regatos, alcores, valles o altozanos deteniéndose a descansar en las oquedades o cavernas prehistóricas. En la infancia todo lo cubría el esplendor en la hierba, la primavera. No había una cañada, un secano de higueras, de sarmientos u olivo por donde no se oyese un grillo o el goteo de una fuentecilla o manantial donde llenar el abrevadero o cantimplora, y limpiarse las legañas o las raras maquinaciones en horas desquiciadas. En los truenos y relámpagos de antaño brillaba una ciega esperanza, el atisbo de un beso, un te quiero a fondo perdido, sin echarle cuentas a los intereses bancarios. La pulcritud de los corazones de aquellos otoños se tejía de corazón, vislumbrándose su fulgor tras los cristales de su cara. La ropa, la pena, y si perdidos al río, todo se recomponía allí, lavando y frotando en la corriente con mucho sudor, jabón lagarto y algún suspiro. Las retahílas de asnos, cual vellocino de oro, llevaban en sus lomos divertimento y sustento con la ilusión y el contento de los chiquillos asaltando al rebaño de jumentos en pleno acarreo de caña de azúcar a la fábrica de turno, endulzando la industria del vivir.

viernes, 3 de septiembre de 2021

¿Y después de la muerte, qué?

No estaba Norberto para bromas cuando se afeitaba en la barbería del barrio aquella mañana pensando en el primer beso robado a una Rosa, tras la cobardía del depravado virus que se había llevado por delante a unos familiares y amigos, y perdió el norte. Fue muy fuerte, tío –farfullaba con rabia-, y echó un trago del vodka que guardaba como oro en paño en un rincón de la estancia, intentando ahogar las inhalaciones del invisible enemigo. Él sabía a la perfección lo referente a todo el espinoso asunto, ya que en años de infancia vio cómo cerraba los ojos la abuela, y poco más tarde su joven madre, apuñalada por los ruines delirios de la tuberculosis. Por esas andanzas enloquecidas y quebraderos de cabeza rondaba Norberto, y no era de los que viven a la buena de Dios, tumbándose a la bartola en la playa de la vida de espaldas a los caprichos o rigores de la existencia sin responsabilidad alguna, e incluso de la tórrida canícula, que con extrañas excusas del cambio climático está haciendo de las suyas en indefensos poblados mediante tormentas repentinas o desesperantes tornados, verdaderos hachazos de muerte en el corazón de las criaturas. Un día paseaba Norberto por un sendero disfrutando del bello paisaje a lo largo de la tupida arboleda que lo envolvía, cuando oyó los ecos lejanos de una melodía conocida que dice, Ya se murió el burro/, que llevaba la vinagre/, ya se lo llevó Dios/ de esta vida miserable/, que tururururú, que tururururú/. Todas las vecinas iban al entierro/, y la tía María tocaba el cencerro//…lo que le inyectó más veneno en el cuerpo rememorando la mugre y tristezas que yacían dormidas en sus cuarteles de invierno. Esa vorágine de pensares y oscuros tabúes le despertaron sobremanera la melancolía y sus penurias vitales, evocando los charcos, la época de entonces y duros terrones de los campos pateados, de la siega a la siembra, de la cuna a la sepultura, del duro invierno al extremismo del verano con las parvas en la era aventando el trigo, cabalgando como autómatas los días y las horas, los hombres y mujeres sin advertirlo, desembocando en la boca del lobo. Llegar a viejo es un sueño acariciado por cualquiera, pero del dicho al hecho hay un gran trecho, porque si se propala a bombo y platillo siendo aclamado por el entorno casi nadie lo quiere, y no porque se adelante el viaje definitivo apresurándose el ocaso, nada más lejos de la realidad, sino más bien por sentirse libre de ataduras, lejos y olvidado de ese trance, por mor de la fobia de muerte al macabro vocablo, como lo calificaría Norberto. Sin embargo, la muerte le pisaba los talones a su edad, como en el célebre celuloide, hasta el punto que había días que desayunaba y cenaba muerte, y no levantaba cabeza. En tales circunstancias de supervivencia se acomodaba lo mejor que podía al lado de la cordura, y se ponía a leer cuentos, tik tok o esporádicos tópicos o ecos de sociedad, revistas del corazón, buscando evadirse o hacerse el muerto tal vez en la piscina de los días buscando el anonimato, ajeno a tan ingratos eventos o hacerse a la idea estoicamente, asumiendo que la única certeza de este mundo es la muerte. Y en ese tira y afloja entre aquellas coyunturas se dejó llevar por las páginas de mitos y leyendas, como El monte de las ánimas de Bécquer, viajando por los riscos, Picos de Urbión y célebre Laguna Negra soriana con la determinación de no ser arrastrado por las temidas aguas o pesadillas que encierra, y ponerse a salvo tatuándose con la etiqueta del arte, alimentándose con la inmortalidad de los mitos que a la postre nunca mueren. La literatura encontró por los parámetros sorianos un escenario único para crear historias, y desde tiempos inmemoriales han discurrido con no poca pujanza por las aguas de la Laguna Negra. Así, se cuenta que habita en su interior un monstruo, que devora a todo aquel que cae en sus fauces. Y hay quien afirma que la laguna no tiene fondo, y la consideran como taller y fragua donde se forjan los misteriosos ciclones y tremebundos temporales de la comarca. Sin ir más lejos Pío Baroja en el Mayorazgo de Labraz dice, “Porque es una laguna donde hay una mujer que vive en el fondo, y mata al que se acerca. Todo el que mira en esa agua muere”. Y por sus lacustres venas el venerable Antonio Machado relató un parricidio, el del patriarca Alvargonzález, llevado a cabo por sus hijos ansiosos por heredar cuanto antes las tierras, las cuales dejaron de producir tras el crimen, vagando día y noche por los acantilados y empinadas laderas de la Laguna Negra los malnacidos sin cosechas ni fruto, pasándolo moradas hasta fenecer en sus entrañas. Norberto quería estar seguro de su futuro, y no llegar con el reloj de los días cambiado, y bailar con la más fea en el baile o danza de la muerte para entendernos, porque en su fuero interno no comulgaba con las monsergas que se cultivan y venden alegremente en tenderetes de feria o kioscos callejeros sin pasar los más mínimos filtros éticos o morales, llegando a ser aberrante que se pregone de viva voz en un acto de camaradería que todo el mundo es bueno, acarreando tal aseveración en ocasiones estomacales remordimientos o ríos de tinta, generando no pocos desaguisados en las cascadas del vivir, esperando, no obstante, que no llegue la sangre al río. Es sabido que por mucho madrugar no amanece más temprano, y así las cosas y los aconteceres resulta que el pensamiento humano cuando menos se espera hace aguas por los cuatro costados, cual barco a la deriva, por un quítame allá unas pajas, y no será por no reflexionar sobre los pros y los contras al respecto, porque no se puede echar en saco roto los sudores sufridos y las ásperas arritmias de Sísifo subiendo a la montaña con la enorme piedra, tomándole el pelo a cada paso, al obligarle a regresar al comienzo cuando se encontraba en la cima cayendo de nuevo, y vuelta a empezar. Ésa no era la meta de Norberto, lo que anhelaba era cambiar las pautas seguidas hasta la fecha, aunque sin pretender pasar a la posteridad como iconoclasta o destripador de corazones ardientes, hambrientos de amor, muriendo por amor. Si bien la madre del cordero no iba por los derroteros de acá, sino directamente al más allá, que se dice pronto, apuntando a la existencia del género humano post mortem, una vez que aterrizan sus almas en esos mundos ignaros, de humo, tartamudos, que flirtean con los difuntos prometiéndoles la ceca y la meca, dos cosechas de membrillos al año o setenta y dos doncellas vírgenes contrariando las corrientes del río de la vida, desbordándose su cauce, las pretensiones mejor guardadas, y se dan apretones de mano celebrándolo, como antiguamente se hacía el trato de venta de ganado en la feria, y era dicho y hecho sin notas de notario, y toda aquella parafernalia iba a misa, siendo un acto sagrado, que nadie podía vulnerar –señalaba Norberto. Al cabo del tiempo, después de innumerables diluvios y acerbos tormentos sin cuento quiso encontrarse Norberto consigo mismo, escarbando en los pozos de sabiduría de doctores, arúspices y gurús más entendidos en los espíritus y cuerpo humano, escudriñando en el vasto imperio de las religiones que aletean alegres y dicharacheras por esos mundos de Dios, junto a las recientes y más atrevidas teorías científicas con las transfiguraciones y transformaciones o metamorfosis a lo largo de la historia en el planeta Tierra. Y lanzaba Norberto al aire sus animosos augurios, apoyándose en los latidos de eximios artistas y poetas del orbe procurando no errar en el blanco, descolgándose por el terreno que le quitaba el sueño, rivalizando con Santa Teresa cuando escribe, Vivo sin vivir en mí/, y tan alta vida espero/, que muero porque no muero//…, y se inclinaba Norberto por ser golondrina en primavera y volver a los mismos balcones cada año, y saltamontes durante el gélido invierno, adoptando unas transformaciones a la carta, asumiendo las consejas y prístinos principios de los experimentados ancestros. No obstante, dudaba Norberto de sus pretensiones, se le estrechaba el horizonte en ocasiones, elucubrando que la fe, que mueve montañas, flaquease en los momentos más álgidos, y no le acompañase cuando el enrabietado toro salga en tromba a la plaza de la vida arremetiendo contra todo bicho viviente. En Méjico, como en otros países, la catrina hace estragos, así denominado en aquellos lares el viaje definitivo a la otra orilla del río Aqueronte, previo pago del óbolo por el pasaje, o puede salir gratis si se atraviesa a nado en el último suspiro practicando el estilo mariposa o el que se tercie, y colme las aspiraciones humanas, acallando los doloridos sentires y miedos que aún les resten. Transfiguración o transformación, es el quid de la cuestión. ¿Hay quien dé más aportaciones o juego en esta ruleta de vida o muerte?, ¿y cómo pasar el tiempo libre después de muerto? Porque esto no se ventila en una sentada tomando café con alguien, ni mucho menos, porque puede que se le ponga a uno la carne de gallina al inmiscuirse en semejantes inframundos, en esa especie de cataclismo con negros ribetes de desespero, porque puestos a llamar a las cosas por su nombre, ¿quién puede hablar o comunicarse con alguien que dejó de existir hace mil años, e incluso minutos? ¿Alguien responde? A Norberto le hubiese encantado compartir mesa y juegos con los faraones egipcios una vez ubicados en los compartimentos de sus respectivas pirámides, departir con ellos en mesas redondas o rectangulares parlamentando sobre la identidad, sus esencias, cuando le preparaban té o el ajuar y demás requisitos a fin de que no les faltase de nada, y seguir vivos viviendo y disfrutando de sus aficiones y caprichos. No cabe duda de que los egipcios fueron unos aventajadísimos en tales menesteres, avezados creadores de paraísos inmortales luchando contra el olvido sin descanso, procurando que no perdiesen un ápice de lo que disponían en vida. Y se lo pasaban divino hablando sin cortapisas con los dioses, lloviese o cayesen chuzos de punta o envenenadas bombas enemigas. Cuán dichosos se sentirían aquellos que lo idearon, generando bienestar y sana alegría entre los súbditos. Apostemos por la transfiguración, con la acariciada esperanza de que nos propicie tan sólo un cambio en la figura o apariencia, sin perder las esencias ni las constantes vitales, formando parte de los entresijos de las entrañas de la madre Tierra.

domingo, 8 de agosto de 2021

Universo o el cultivo de la lectura

Al nacer los genes de Eugenio ya apuntaban unas singulares maneras, un no sé qué que le hacían estremecer, impulsándole a deshuesar los puzles más dificultosos, a hacer pocillas a orillas del mar queriendo verter en ellas las aguas del océano sin saber nada de tiburones, y volar por toboganes como pájaros volantones o penetrar en el corazón de su mundo, su pequeño universo, azuzándole las innatas inquietudes o el más allá. Tal vez le daban alas los secretos misterios del espacio en la inmensidad cósmica de la carpa que nos envuelve, por donde giran con fe ciega, cual golondrinas, los cuerpos celestes en una atmósfera sin fin. En la escuela jugaba Eugenio con la esfera o bola del mundo, se le antojaba un juguete, y la lanzaba a otros niños a espaldas del maestro como una pelota, sin llegar a captar el trasfondo de su meollo, y lo hacía pensando a lo mejor en lo que oía decir a su abuelo, que el mundo es un pañuelo, y cogía la esfera intentando suavizar los acantilados, las montañas rocosas, los escollos climatológicos o las fatigas del alma. A veces ponía los pies en polvorosa por su corteza redonda (como si estuviese en pleno bosque boreal) por si le persiguiese algún caimán yendo para la barranquilla, al no fiarse de los barruntos de salvajes especímenes a campo abierto, como el jaguar. Según crecía Eugenio, con el paso del tiempo y los hitos vivenciales, se interrogaba sotto voce por los intríngulis del cosmos, las galaxias, la luna, sus leyendas y amores con un calé, y toditas las noches con el gitano se ve, como dice la canción. Y tantas otras creaciones a su costa, como la del folclore recopilada por García Lorca, la luna es un poco chico, las flores no valen nada, lo que valen son tus brazos cuando de noche me abrazan, o la canción del toro enamorado de la luna, evocando lecciones magistrales de Picasso en indelebles pinceladas entre otras hermosuras, y entrar así mismo, como pedro por su casa, en los interiorismos del gen. A través de una sesuda lectura, fue Eugenio centrando y cimentando sus convicciones y suspicacias, las coyunturas y entresijos del gen, los puntos negros, la biosfera, los raros cambios climáticos, los desvaríos y amores tardíos, los desiertos y dunas, y no había forma de observarlos a simple vista por sus estructuras similares a los espaguetis, denominados cromosomas, que se albergan en las celdas de las células. Es archiconocido que el cuerpo humano se compone de millones de células, al igual que el resto de los seres vivos, animales o plantas, pudiéndose visualizar mediante el microscopio. Enfrascado como estaba Eugenio en sus sueños proseguía su tarea, apuntando que los genes trasportan una información especial, que luego repercute en la configuración de los rasgos o aspectos de nuestro ser, que heredamos en parte de los ancestros. Con la constancia de la lectura y experiencia Eugenio fue amasando su mundo, las teorías preferentes, aquilatando los resplandores que emanaban en ocasiones de los latidos cósmicos, de las músicas acordadas de los astros, o el florido silbo de los tallos tiernos de las plantas nuevas por primavera respirando un aire sin cortezas, que le entraba dulcemente en su ser robusteciendo los pulmones, sintiendo pureza y un hambre de alegrías al albor. Al hilo de su labor investigadora, diríase que el universo es el espacio y el tiempo de todo cuanto existe, la pura materia con su campo semántico de astronomía: estrellas, planetas, satélites, asteroides, meteoritos, estrellas fugaces, nebulosas, constelaciones, lagrimillas de San Lorenzo, galaxias, supernova, agujero negro y demás objetos celestes que pululan por su piel en carne viva, junto con las leyes y constantes físicas que lo conforman. Por ende, llegó Eugenio a la conclusión de que no es fácil explicar o medir el universo. Ya que puede ser infinitamente grande o contener otros universos, no obstante, hay especialistas del ramo que aseveran que, aun admitiendo que es muy grande, no deja de ser finito, aunque continúe expandiéndose según la teoría cosmológica de Big Freeze. Como no se sabe a ciencia cierta los límites, da pie a que se considere infinito. Se sabe que el universo tiene 93.000 millones de años luz, y cada año luz es la distancia que recorre la luz en un año. No existen resortes fidedignos o resoluciones drásticas para pararles los pies a los tornados, tsunamis, seísmos, volcanes o ígneos meteoritos cuando giran como el volante de un coche en manos de un loco. Sin embargo, nada le hacía desistir a Eugenio de sus afanes e imperioso empeño por adentrarse en esa intrincada temática y bucear en el fondo de los pilares de la tierra, como otro Julio Verne o Ken Follet, o del universo con todas las corrientes marinas y sus avatares a flor de piel, y desentrañar los pros y los contras a través de los descubrimientos científicos más avanzados, así como la literatura de ficción de las más insignes plumas del mundillo de la narrativa, siguiendo los envidiables pasos de Irene Vallejo en su inmortal obra, El infinito en un junco. Con la paciencia de Job fue hilvanando Eugenio el ovillo, un nutrido mundo de reflexiones y pensares constituyentes de la transformación del cosmos a través de los datos rastreados a calzón quitado, dedicándose en cuerpo y alma a escarbar en los olvidados mamotretos de los próceres del saber que en la vida han sido, que patearon el universo por tierra, mar y aire. Así Heródoto con sus incansables viajes, hizo un gran acopio de material, llegando a recopilar innumerables datos e informaciones al respecto, escribiendo los nueve libros de historia “Historiae”, considerados como la primera piedra descriptiva del mundo antiguo, y lo hizo con la idea de que no cayesen en el monte del olvido las grandes empresas y acciones humanas. Y siguiendo en el tajo, más adelante, allá por la Edad Media, a sabiendas de que era harto comprometido descolgarse por los continentes existentes hasta la fecha, lo intentaron olisqueando detenidamente sus aromas en rincones o fogatas de los ancestros, pateando cavernas y otros subterfugios de refugio o guaridas construidos para tal fin. Y con sutileza se puso Eugenio manos a la obra, estudiando la pintura rupestre, los ajuares, columbarios y demás huellas de los mortales, que alumbran la historia hasta nuestros días, recorriendo los puntos más álgidos del planeta Tierra. No obstante, floreció un período muy fructífero de genuinos viajeros por aquel entonces, como el veneciano Marco Polo, autor de “El Libro de las maravillas del mundo”, que ayudó en gran medida a las gestas descubridoras del intrépido Cristóbal Colón en su aventurera empresa, llegándose a colocar en los escaparates del orbe la competitiva y célebre Ruta de la seda, que con tanto ahínco y prosperidad discurría hasta los confines del mundo. Siguiendo con el olfato lector de Eugenio, encontramos a Zheng He, que fue uno de los más conocidos viajeros chinos, que algunos lo identifican con el legendario Simbad el marino. En semblanzas de la época lo describían con unos ojos tintineantes, casi como un pirata al estilo de los dibujados en sus obras por Espronceda en época romántica, “como la luz de la luna en un río de rauda y rabiosa corriente”. Y al llegar el Renacimiento triunfaron los nuevos conceptos del espíritu humano como, secularizaión y laicización del saber, antropocentrismo y humanismo, revaloración de la antigüedad clásica, valoración del pensamiento racional, una desmedida curiosidad por lo científico y técnico, el estudio de la naturaleza en las artes, separación de la artesanía y autonomía del arte. Fue un nuevo renacer de lo clásico, y la exaltación del hombre lejos del ámbito religioso, luchando por hacer, deshacer o enderezar los entuertos como don Quijote, intentando poner los puntos sobre las íes del sentir humano, las emociones y pálpitos, los vuelos y anhelos de invención, de arreglar las meteduras de pata del Creador y rubricar sus corazonadas y pulsiones, y surgieron osados navegantes sin miedo a caer por el borde del fin del mundo. Y de esa guisa, una pléyade de inmortales marineros y séquito con Cristóbal Colón a la cabeza fueron generando su propio mito, montando en cólera hoy en día algunos territorios por aquella inolvidable gesta durante mucho tiempo considerada como el no va más de la época, como una de las hazañas más sobresalientes del género humano al descubrir el Nuevo Mundo, como se denominó entonces. Algo similar a los viajes interplanetarios con que hoy día nos bombardean con el fin de llevar acaudalados turistas al espacio, y hacer caja, su agosto los inversores y accionistas del suculento proyecto, como si viajasen en unos columpios de feria donde los humanos se paseen, como las aves voraces circulan por los espaciales circuitos de la atmósfera que respiramos, y subirse a sus barbas. Acorde con las pautas de Eugenio, será bueno citar a algunos de los prístinos descubridores o eufóricos viajeros de entonces, que en muchos casos dieron su vida por llevarlo a cabo, como Fernando de Magallanes, James Cook, Alexander von Humboldt o Charles Darwin, que desembarcó allende los mares, por el canal de Beagle, llegando al faro del fin del mundo, plasmándolo en su libro de igual título Julio Verne, así como el legendario doctor Liwignstone con sus valiosas aportaciones a través de sus huellas africanas. Y Eileen Collins se convertiría en la primera mujer al mando de un transbordador espacial y reportera de guerra, dejando atrás a Hemingway. La imaginación de H.G. Wells, que llevó a los lectores a un viaje por el tiempo a través de sus obras. El mayor hallazgo de Wells fue la biblioteca de Uppark, donde bebió las aguas de su creación. Y cómo dejar en el tintero a Julio Verne, que sería el colofón a ese mágico mundo de ficción, como un carrusel de tíos vivos y coches de choque y caballitos de la calle del infierno de una ciudad en fiestas, donde la Humanidad con corazón de niño se divierte y juega como Verne escribiendo sus imaginarios y certeros viajes, aventuras y teorías en el aire literario, cuajando con el paso del tiempo en una fehaciente realidad, siendo profeta en su tierra, al predecir los aconteceres científicos muchas décadas antes de que se materializasen. Nunca demos nada por perdido, y mantengamos encendida la lámpara de la esperanza, siendo muy posible que encontremos respuestas a nuestros sueños.

sábado, 26 de junio de 2021

Un poema o al abrigo del mejor amigo del hombre

Ser o no ser parecía ser la bandera que enarbolaba Virginia en aquella disputa tan singular, semejante a la Razón de amor del agua y el vino en tiempos del medievo, a cerca de cuál de los dos era más útil a la Humanidad, connotando el agua el amor puro, y el vino el sensual. Y las aguas volvían a su cauce cuando aparecía por entre medias la alegre perrita hipnotizando al personal, cayendo en semejantes momentos rendidos a sus pies, como arrastrados por un complejo de cánidos. Lo tenía muy claro Virginia, sólo suspiraba por hincar el diente en la molla, ver plasmados en un folio por dónde discurrían en noches de aviesos vientos los tejemanejes de la pareja, los pálpitos o íntimos subterfugios. Su objetivo consistía en descascarillar el núcleo duro de Lucio, abriendo en canal el melón de la farsa o frívolas bagatelas que se guareciesen en su trastienda, al estimar que remedaba al papa de Roma con apotegmas (cosas agraciadas y donosas como las que recopiló el viejo Catón) o dogmas, siendo el fondo de la cuestión palpitante. Dicho y hecho, pensaba. Y bullía todo en una especie de hermético frasco apostando por llegar hasta las últimas consecuencias en sus pretensiones, señalando que los hálitos de Lucio se cimentaban en una aparente solidez, que no mostraban los fidedignos sentires de lo que se entiende por un abnegado y auténtico poeta que se precie de ello, rubricando en sus versos los charcos, incógnitas o secretos que se apilan en la mochila de los días. Las cosas así de entrada, con tales guiños y huraño rostro tenía bemoles y unas retorcidas aristas, no sabiendo a ciencia cierta por dónde meterle mano a los mantos de hojarasca o borrascosa convivencia que germinaba en ese campo, al no encontrar fehacientes cimientos o frutos maduros para su discernimiento, ni la hora justa del reloj que llevaba en la muñeca para sentarse tranquilamente, pedir un café y poner el reloj en hora. Eran a veces esperpénticas cuñas o situaciones que dormían en el ambiente y que a nada conducían por ambas partes, unos días por ser tarde y otros por demasiado temprano, o tal vez sonaba el teléfono, pero nadie respondía. Todo se iba convirtiendo en un barrizal difícil de cruzar, ya que la mugre de los pensamientos trepaba por el árbol de sus vidas alimentando el desconcierto, las intrigas o necios desvaríos. Lo que realmente quería Virginia era desenmarañar de una vez el pastel que tenía delante, saciar las ansiosas inquietudes que vivían en el limbo, vegetando como la maleza que crece en los terrenos silvestres y no tiene hartura, desplegando las garras como envenenadas fieras intentando acapararlo todo, y fulminar al otro con torpes movimientos o inanes argumentos, no habiendo por dónde cogerlos. Nada frenaba los impulsos que entraban en juego en la pareja con el sonsonete de tú más o yo no soy responsable de nada, y de esa guisa los encontrados encuentros terminaban casi siempre como el rosario de la aurora, aunque se esmerasen en no pocas veladas poner al día y pelillos a la mar, firmando la paz, pero se difuminaba el arcoíris del buen tiempo, disipándose las esperanzas tan pronto se abría la puerta a los pensares en turbias tardes de incoherencia, porque se esforzaban por buscar certidumbre y concordia incluso en las horas de recio incordio, y brotaban los malentendidos o rencillas a la vuelta de la esquina apostillando, nunca me traes flores, no tienes ninguna atención conmigo, sólo disfruto de los geranios y pensamientos del balcón ornados con el caldo de cultivo de los estados de ánimo y cambios de estación, aunque los alérgicos berrinches me fustigan con saña no dejándome en paz, -argüía ella-. Y no había forma de que aflorasen los negros pensares despojándose la pareja de las máscaras al subir por los peldaños de su horizonte, y de esa manera pudiese Virginia respirar tranquila y feliz, desentrañando en un plis plas lo más escurridizo de la identidad de la pareja. Un día sin pensárselo mucho pero con la alegría en el rostro, fue la pareja harto animosa a mostrarle la obra a Virginia, aprovechando un claro de lluvia de reproches llevando en las manos ensimismado y todo eufórico un poema, y con mucho mimo y empatía empezó a leerlo, escuchándolo ella con los cinco sentidos, incluido el sexto, que andaba perdido por los rincones, y escuchaba toda radiante y animosa sin nada que ensombreciese su desarrollo, ningún respingo o estornudo importuno por parte de ella. Pero según fue transcurriendo el tiempo de la cadencia y carrera literal de las líneas, lo que era aquiescencia cortesía por su parte, de buenas a primeras empezó a soplar un viento huracanado arrancando las flores del jardín del solemne acto, al cerciorarse Virginia de la autoría, rasgándose ipso facto las vestiduras, como si fuese una estafa o un tiro rozando su frente, al descubrir en aquel frente poético otro nombre distinto de su pareja, cayendo como una bomba atómica en sus afanes de ensoñación, que era nada menos que el insigne Antonio Machado. Y cuál no fue el repudio que exhaló, no lo pudo evitar, que una pelusa que se movía dislocada por el aire fue a posarse en su ojo izquierdo causándole de pronto un abundante goteo lacrimal acompañado de llanto y gritos de espanto, gritando a los cuatro vientos: ¡yo quería el tuyo, yo quería tu poema! Y se enzarzó en improperios y la mala ventura contra la persona del celebérrimo poeta, enrareciéndose de tal modo el ambiente que evocaba las peleas y zarpazos de las andanzas de don Quijote con una tormenta de salivazos y dimes y diretes, que el propio Machado no lo habría creído, y no digamos si se tratase de otros poetas como, Góngora, Quevedo, Lope, García Lorca, Ladrón de Guevara o el mismo Pepe Hierro con su poema definitivo, “Después de todo, todo ha sido nada/, a pesar de que un día lo fue todo” (.), diciéndolo como si estuviese brindando con un vaso de buen vino, como el prístino y célebre Berceo, por los dioses del Olimpo o poetas del Parnaso. Pobre Machado si levantase la cabeza, no sabemos cuál habrían sido sus palabras en tales circunstancias, o qué memeces en las redes se exhibiesen al hilo de lo vivido o urdido, tal vez sintiesen celos, pena o tristeza o una especie de acoso de género literario por sentirse ninguneado, acaso por el parlamento de Juan de Mairena o Campos de Castilla o las tardes con Leonor por las verdes sendas de Soria: “Soñé que tú me llevabas/ por una blanca vereda/, (.), Sentí tu mano en la mía/, tu mano de compañera/(…), como una campana virgen/ del alba de primavera (.). Y aterrizando en la semántica del poema, ya es vox populi que es una composición literaria en verso donde el autor se desnuda derramando emociones, sentimientos, pensares, de ahí los suspiros de Virginia. Y en otro sentido el vocablo poema apunta a algo cómico, esperpéntico, como, el traje que llevó a la fiesta era todo un poema. El poema por la etimología apunta a la creación, al mundo literario, siendo de tomo y lomo su areola, campando a sus anchas por campiñas líricas o intrincados lodazales destripando las estrías del alma, la que maneja el timón de la barca en las idas y venidas por los mares de la vida, sacando pecho a la luz de la luna a veces, y con la savia subiendo por las venas más íntimas del ser humano. Y mientras tanto dormía la perrita a los pies de sus dueños, sencilla y querida por todos con sus legendarias raíces, asomándose al mundo a través de los ojos de la ventana con acicalada dulzura y amorosos aires de fidelidad y lealtad, regalando vida y sembrando empatía a chorros con los dueños y vecinos del barrio al cruzar sus dominios. En la ventana brillaba su excelsa mirada aplacando los malos humores, y proyectaba escenas bucólicas, como si a pocos metros pastasen unas blancas ovejitas, y con su fino olfato e instinto extendiese en lontananza sus mágicos y entrañables prismáticos limando asperezas, allanando escollos o marcando las pautas a las criaturas en su labor solidaria colaborando con los necesitados, invidentes o tullidos en cada trance o acontecer del vivir. En el poema El perro cojo de Manuel Benítez Carrasco, la pena y compasión del animal hierven en la tinta del poeta cuando asevera, “El perro me entiende, sabe/ que maldigo la pedrada/: aquella pedrada dura/ que le destrocó la pata/ y con el rabo me está/ acariciando la lástima (.). Ahora ya sé por qué está/ la noche agujereada/, ¿estrellas?, ¿luceros? ¡No!/, es mi perro que cuando anda/, con la muleta va haciendo/ agujeritos de plata. Charles Burden, muy dolido por el asesinato de su perro lo denunció a las autoridades, y fue objeto de burlas por ello. La defensa del abogado George Graham Vest fue la primera piedra del cambio de escenario, constituyéndose el corpus jurídico de los derechos de los animales. Nunca es tarde para aprender, y más si la dicha es, a todas luces, buena.

jueves, 27 de mayo de 2021

Primavera o cómo perderse por las fragancias florentinas

El mes de las flores era el escenario propicio para que Rosario disparase toda su artillería y dotes planificadoras con no poco desparpajo y sigilo, dirigiendo el protocolo en la parroquia del pueblo con el lema, cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa, realizando las diferentes tareas, como la ornamentación del altar de la Virgen con los inmaculados ramos de flores que traían para la novena. En todos estos menesteres ella se las prometía muy felices. Todo le iba miel sobre hojuelas. Los días rivalizaban entre sí diluviando alegría en el ambiente, junto con los bruscos cambios climatológicos propios de la impredecible primavera, pintando los más exóticos horizontes crepusculares. Nunca pensó Rosario en permanecer en la costumbre, enrolándose en la parafernalia ancestral quedando para vestir santos ni mucho menos, ya que con su talento y ardides echaba por tierra todo eso y más saltándose los controles más estrictos si fuese necesario, y despacio pero sin pausa fue modulando su mundo, priorizando las aficiones y delectaciones más rabiosas, y de esa guisa tras los oficios eclesiales llegó a ser con el paso del tiempo y con todos los honores madre soltera, en una época tan recatada y puritana. No se andaba por las ramas a la hora de aliviar tristuras, y se movía con los pies en el suelo conjugando lo divino y lo humano, la mística y la magnesia pergeñando los escarceos de su instinto, como pelar la pava en el parque como cualquier hijo de vecino, sin que se le cayesen los anillos. El nudo del relato se fragua en el mes de mayo por múltiples razones, como ocurre en el Romance del prisionero, Que por mayo era por mayo/, cuando hace la calor/, cuando los trigos encañan/ y están los campos en flor/, cuando canta la calandria/ y responde le ruiseñor,/ cuando los enamorados/ van a servir al amor/, sino yo triste, cuitado/, que vivo en esta prisión/, que ni sé cuándo es de día/, ni cuándo las noches son/, sino por una avecilla/ que me cantaba al albor/. Matómela un ballestero, déle Dios mal galalrdón. Y le chiflaba la ropa ligera a Rosario, y con generoso escote, lo que hacía que brillasen aún más sus encantos. Por su vida pasaban aprisa y corriendo los días, los estados de ánimo, las estaciones y pensares sin saber nunca lo que le aguardaba a la vuelta de la esquina. Era una mañana gris de negros nubarrones cuando Rosario se sintió de pronto rara, indispuesta, y los dedos se le volvían huéspedes presagiándose lo peor. Y empezó a hervir en su interior lo nunca imaginado, unas extrañas contracciones estomacales y preocupantes pálpitos por el pecho no sabiendo a qué atenerse, llegando a tumbarla la tristeza. Ante el cariz tan alarmante que iba tomando su estado físico y psíquico, no acertaba a manejar el timón de su barca, yendo como veleta al son del viento, y en un acto de honda reflexión acudió a la ginecóloga a fin de esclarecer todas sus aflicciones. Tras una batería de pruebas de toda índole, al salir a la calle camino de su mansión se desmayó cayendo de bruces en mitad de la acera, desvelándose su misterio a plena luz del día con toda rotundidad, reconociendo con lágrimas en el alma que las hormonas la empujaban a convertirse en varón, sintiéndose culpable, y no podía soportar la presión a la que se veía sometida, así como lo más importante, el no seguir desempeñando el rol de madre. Su retoño de dos añitos, la inocente y preciosa criatura a su corta edad no entendía lo que se cocía en derredor, encargándose la abuela materna de su cuidado, la alimentación y la educación. Ella tan pronto como pudo cambió de aires. En un súbito vuelo se trasladó a Latinoamérica con intención de rehacer su vida de la mejor manera. Lunático, flemático, ido, evanescente, vil o cuerdo, tales epítetos y muchísimos más sonaban en aquel enrarecido ambiente al hilo de los avatares que acaecían, coincidiendo con los tiempos enmarañados y locos de aquella retadora primavera, como lo rubrica el proverbio, la primavera la sangre altera, ¡y de qué manera a veces! Es increíble las sorpresas que da la vida en los vaivenes del vivir. En determinadas coyunturas del fluir del tiempo, los lances e ilusiones pueden llegar a los más insospechados tronos, bien por fallos de la madre natura, bien por necios o caprichosos desvíos de malavenidos procesos en los que el carburante humano pierde el norte y fuelle discurriendo por otros cauces equivocados, o vaya usted a saber el porqué, y se desborda el río de la vida con tal virulencia que arrasa con todo, como el río Chíllar o el de la Toba, no dejando títere con cabeza, no pudiendo Rosario salir airosa de tamaña tropelía sumida en el abismo. Los vínculos de unos endemoniados vientos con intrincadas mareas la arrastraban hacia otros horizontes poco fiables, que iban in crescendo en sus sentires. Una especie de gusano invisible la mordía y roía en el silencio de la noche, y las pesadillas y angustia se cebaban con ella, y no podía por menos que reconocer el misterioso veneno que la embargaba sufriendo vejaciones o arrebatos dentro del cuerpo al verse convertida en hombre de repente, cuando el bebé que amamantaba con su pecho y leche abrigaba en sus genes las esencias de la madre, y no tenía más remedio que apechugar con ello rompiendo con lo anterior, el trascendental papel de madre. El pasado invierno, sin ir más lejos, le había resultado matador al no transcurrir un día sin que no se le atragantase algún hueso duro de roer en las salidas y entradas de su vivienda, o verse envuelta en fraternales enfrentamientos o ásperas controversias con los allegados, recibiendo golpes de todo tipo, sintiendo dolores o un inquietante hormigueo en el pecho que le alarmaba sobremanera en las coyunturas por las que atravesaba, aunque su corazón quisiese alcanzar la luna para su bebé o el mismo sol en un ataque de enajenación mental. No disponía Rosario del tiempo preciso para arribar adonde le encantase, y llevar a cabo tal hazaña enterrando lo tóxico y pútrido soslayando la tozuda realidad por mucho que lo postergase. Tenía que romper con el pasado forzosamente, con lo que había conformado su cáliz de vida, y buscarse otros amaneceres, nuevos alicientes, una refrescante luz o bosque encantado poblado de verdes pinos y robles donde folgar, expulsando los malos humores que habitaban en su cuerpo, tales como desengaños, incomprensiones o bofetadas promovidas por las aparentes incongruencias que afloraban en los más variados campos, como por ejemplo, en el mundillo de la moda llevar escotes, minifaldas, o en el asunto culinario por mor de los antojos de los suyos por tomar arroz con leche a destiempo algunos días, acarreándole no pocos disgustos, echando mano de milagreros ungüentos o visitas al galeno por los reiterados vómitos acentuados en los días festivos o fines de semana, como si le hubiese tocado el gordo en el sorteo de la vida, a pesar de no haber metido ni un centavo en tan macabro juego de lotería. Tal suceso tan sui géneris y privado a nadie interesaba, ni ella quería que llegase a sus oídos, asumiéndolo Rosario con regocijo. No le agradaba en absoluto que anduviese su vida en boca de la gente ni por asomo, lo tenía muy claro. A Rosario le hacían muy feliz los viajes, y perderse por el planeta Tierra. La última vez que estuvo en Florencia le acompañó una amiga dispuesta a olvidar las andanzas y correrías de otros tiempos, cuando la visitaron con la ilusión de descubrir un nuevo mundo o el paraíso perdido de la Biblia. Más tarde quiso establecerse en la Toscana y crear un nuevo nido llevando una vida placentera, trabajando y estudiando las tradiciones y acervo clásico de aquellos envidiables parajes que le subían al tren de la vida, despertando la curiosidad y el interés por vivir el arte y la historia de la Humanidad. Pero ahora no pasaban por su mente tales encantamientos, y lo que le motivaba era ser ella misma, y hacer lo que se le antojase hasta madurar el concepto de ser un hombre, el nuevo enfoque existencial. En los tiempos borrascosos que le tocó vivir a Rosario quería sentirse auténtica, pidiendo a los cielos que fuese cuanto antes la operación sexual, y con la ayuda divina llegar a ser un apuesto galán, y echarse luego una novia firense, porque aseguraba Rosario que las nativas de la Toscana llevaban en el alma un sello indeleble que le hacían estremecer, y dibujaba corazones en el aire con la yema de los dedos, convencida de que con su gracejo marcaban de por vida a los visitantes de tan seductores lugares. Recordaba Rosario que cuando llegó la primera vez a Florencia lo primero que hizo fue alquilar una bici, o mejor aún, se la encontró en una plaza sin ningún amarre, yendo con la amiga a patear las plazas y rincones más emblemáticos de la ciudad, deteniéndose en los monumentos señeros inhalando sus aromas primaverales, las fragancias de jardines, parterres y coquetas macetas en ventanas y balcones quedando extasiada por momentos, aunque sin caer en el síndrome de Sthendal. Ese aire nuevo que refrescaba su rostro le ayudaba a serenarse ante los acerbos advenimientos y pasos tan comprometidos y valientes que debía emprender, al convertirse en un hombre maduro, toda una mujer hecha y derecha como era ella, acostumbrada en el pueblo a rezar el santo rosario en la novena del mes de María, así como en casas de vecinos por el deceso de algún familiar, quedando la gente eternamente agradecida. Quizá siguiese Rosario las huellas intelectuales del filósofo griego al pie de la letra, “nosce te ipsum” (conócete a ti mismo), y en ésas andaba buscando unos sólidos pilares y sugestivas estructuras para su flamante edificio humano, su persona, un hombre recién hallado dispuesto a comerse el mundo, a enfrentarse a los tiburones que le rodeaban y a los aviesos vientos que le abordasen navegando por el mar de la vida, yendo con la cabeza bien alta, y a su vez sacrificarse por su vástago, dándole todo el cariño del mundo, corrigiendo a la madre natura que en ocasiones mete la pata sin paliativos, y aportar su granito de arena al buen hacer, dando testimonio con su conducta y lecciones al Sumo Hacedor por aquello de que nos hizo a su imagen y semejanza. La primavera borra las estatuas del miedo con su hermosura y aromáticos encantos, decorando las tierras del alma, las campiñas y oteros generando inconmensurables panorámicas y delicados sueños a través del arte, y más aún en Florencia por la majestuosa beldad que destila su corpus artístico configurado por la mano humana, derrochando excelsas joyas con sumo talento en un carrusel de monumentos, así como en el mundo creativo de las letras y la poesía. Lo atestiguan con voz recia autores como Boccaccio, Dante o el ardiente Petrarca a través del célebre soneto a su amor, Laura, “Paz no encuentro ni puedo hacer la guerra/, y ardo y soy hielo; y temo y todo aplazo/; y vuelo sobre el cielo y yazgo en tierra/; y nada aprieto y todo el mundo abrazo/. Quien me tiene en prisión, ni abre ni cierra/, ni me retiene ni me suelta el lazo/; y no me mata Amor ni me deshierra/, ni me quiere ni me quita el embarazo/. Veo sin ojos y sin lengua grito/; y pido ayuda y parecer anhelo/; a otros amo y por mí me siento odiado/. Llorando grito y el dolor transito/; muerte y vida me dan igual desvelo/; por vos estoy, Señora, en este estado”. Y por tierras hispanas, brilla con luz propia la primavera en poetas como, Antonio Machado, que exclama estupefacto en sus versos, “La primavera ha venido/ y nadie sabe cómo ha sido//… O Juan Ramón Jiménez que, abocado a la melancolía, apunta, “Y yo me iré y se quedarán los pájaros/ cantando/. Y se quedará mi huerto con su verde árbol/, y con su pozo blanco//… Ante tanta barahúnda, confusión o perjuicios a terceros cabe preguntarse, ¿quién paga los platos rotos de las aberraciones existenciales en tan convulsa vida?

lunes, 19 de abril de 2021

Crónica sexitana o paisaje con figuras

Todo empezó con una copa de vino tinto en las Bodegas Calvente y las notas de una guitarra de fondo. Fue una charla informal entre barricas, al abrigo del vino y de los libros. -¿Me va a permitir una pregunta, señor Calvente, cómo se inició en la elaboración del vino? - Pues como casi todo en la vida, se empieza de la nada y paulatinamente se van incorporando sugerencias, elementos, saberes, uvas, experiencia y sensaciones provenientes de distintos puntos, sobre todo de donde ya se han asentado la confianza y la prosperidad comercial, como ocurre con el vino bordelés. - ¡Qué sorpresa!, me está usted traduciendo al español las sabias lecciones del inigualable vino de Burdeos. - En realidad no deja de ser un desafío montar una empresa de estas características en esta ubérrima tierra de aguacates, papayas, chirimoyas, mangos…, urgiendo estudiar al detalle los pros y los contras para no dar un patinazo a la vuelta de la esquina. - No cabe duda, le felicito por ello, y le adelanto que se confunden o interfieren mis orígenes con los del afamado vino que mienta. - Me está apuntando que coinciden las madres de las cepas, las copas y las piezas teatrales… - En efecto, le podría embalar una caja de ricas botellas de vocablos ensamblados con el mejor buqué y solera de mi tierra, que, aunque esté hecho de ferruginosas arenas en accidente geográfico, y no de barro, enarbola unos sensibles aires de mar y ostricultura acaso única en el mundo. - Perdone la osadía, me encantaría probar tales ostras, pero ¿me está sugiriendo que es un escritor? - No está bien que lo diga, pero a la corta edad de diez añitos, en la escuela del pueblo el maestro me designaba con el apelativo de poeta: la redacción tiene ribetes de poeta, apostillaba. Aunque yo no entendía nada de la trascendencia o el discernimiento de la sospecha. - Pues con el paso de los años el sombrero de hollejos de la uva va aportando al vino tinto color, aroma y sus taninos, mejorando el sabor al paladar. Y se supone que al igual que el currículo del vino, usted, a estas alturas de la vida, debe asimismo exhalar un buqué selecto, de gran cortesía, en los relatos y poemas. - Le diré que la batalla creativa la tengo ganada, y en lo referente al vino me va la botella con el epígrafe de Guindalera, la denominación de origen, pues quizá sea la que más armonice con los ritmos de mi música temática y métrica libre y burbujeante, que bulle en los corazones y hierve en el cerebro, incrustando las esencias de las tres emes, Mar, Mujer y Muerte, que es el vivir y el soñar más perspicaz y reconfortante. - Entonces, usted vive y escribe aquí en estos lares sexitanos, según se deduce de su conspicuo escanciar parlamentario. - Verá, por el Mare Nóstrum, no lejos de la Sirenita en playa Puerta del mar arribaron a la antigua Sexi los más diversos pueblos, si bien, con las vueltas que da el mundo, sic, nunca se sabe los intrincados enigmas que aguardan detrás de la puerta por las veleidades del destino. Y en el transcurso de lunas llenas y menguantes, del orto al ocaso, a buen seguro que yacen bajo estas aguas vestigios fundados de una Sexi atracada por hordas corsarias, que, empujadas por el hambre o un golpe de mar hacia cualquier parte bogasen perdidas por el mar de Alborán, y, perdiendo el vínculo del cordón umbilical de Oriente y el rumbo diesen de bruces en estas playas, y teniendo en cuenta que no disponían de las modernas tecnologías para calcular los mares –corrientes, mareas, vientos, reglajes-, y peor aún si se les asoció todo un ejército de famélicas bromas perforando la madera de la embarcación en medio de una furiosa tempestad. -Por su argumentario intuyo el rico acervo de hispanista que rezuma. -No tanto, señor, y me interrogo algo confuso cómo atemperar o contrarrestar las acometidas o bravuconadas de aquella tripulación durante la inquieta travesía, acaso echando mano de algún raro ansiolítico de herbolario con objeto de evitar o aminorar en lo posible los excesos o despendoladas orgías en el desnortado periplo, en que creyendo ir al norte, iban al sur, queriendo cada cual montar su numerito o bailar con la más sexi y, abrazados a la zozobra, embarrancaran en las rocas y salientes sexitanos, y cegados por el desconcierto cayesen exhaustos en brazos de Morfeo, y al despertar en tan tentadores parajes se sintiesen tocados por una energía tropical, y tras la frenética caída de las hojas y de las noches sin cuento se encasillaran allí, encariñándose perdidamente de la flora y la fauna o de alguna aborigen despertando en ellos un no sé qué, una atracción fatal o morbosa curiosidad. Y más tarde llegarían otros pobladores, atraídos tal vez por el aura y el espíritu aventurero al socaire de lo ignoto, conviniendo en perpetuarse por estos pagos el resto de sus días, y explotar las bondades de la Punta de la mona, Cantarriján, la playa del muerto, de San Cristóbal, Velilla, el Majuelo o la Galera, refrescándose en la blancura de las olas, recalando al fin en estas hospitalarias tierras harto contentos y felices. No obstante, se respiraba en el escenario no poca incertidumbre, si tras el abordaje harían una de las suyas perpetrando irreparables daños en el medio ambiente, o si por el contrario, se establecerían de manera pacífica y confortable en su regazo respetando lo autóctono, y en un futuro no lejano generar prósperas factorías con industrioso comercio –el garum entre otros-, y así sorprender al mundo conocido aportando los mejores frutos. -Mire, señor…, vislumbro que en la escuela no perdió el tiempo, enfrascado en mapamundis y venturosos viajes telúricos, pero dígame, por favor, ¿vive usted escribiendo o escribe para vivir? -Le manifestaré antes de nada que en los escritos soy reconocido por Guillermo X y Juan Bruca. Y bien, señor Calvente, debo remarcarle a propósito del fruto del dios Baco, quién contó con la ayuda de Sileno para plantar viñas, así como de las Musas para instruirse en el canto y la danza, que otro tanto acontece con la riqueza enológica al brotar de los veneros galos mediante el oportuno asesoramiento de la vitivinicultura. Y asimismo, siguiendo la estela del río Verde que riega la fértil vega sexitana, de la misma manera con las limitaciones precisas fluían las aguas líricas de EL Ventanal –revista cultural y literaria de Almuñécar-, que inundaba de sueños y frescor la vida con la colaboración de toda una pléyade de genuinos caballos de Troya, estrategia acertada sin duda, alguno con melenas de león, habiéndose dejado la piel en sus páginas, en las brisas ardientes del entorno, hilvanando innumerables y sugerentes aventuras con no poco talento. Y en ese pulular de plumas, concursos, premios, veladas en el Martín Recuerda, en el café de Mila, entrevistas radiofónicas, artículos periodísticos y revistas –como la invulnerable revista cultural Voces-, de esa guisa, unos, creadores de aquí, otros, de lejanas tierras, y todos en bloque se confabularon para aportar su granito de arena a tan noble causa, levantando una torre de palabras enlazadas sin necesidad de intérpretes ni más historias conformando un corpus artístico de primer orden, que se puede consultar o paladear en las redes, hemerotecas o en los más privilegiados rincones sexitanos. -Muy agradecido por su cortesía, señor Bruca, ah, por cierto, me podría reseñar los autores que más le han pellizcado en su mundo creativo. -A bote pronto le mencionaré tres nombres, Antón Chejov, por los magistrales relatos, como “La señora del perrito”; Malcolm Lowry, por la hondura de las creaciones narrativas, siendo un náufrago en la vida que vivía debajo de un volcán etílico, y sus ebrios versos, “La única esperanza es el próximo trago”…; y el lusitano Fernando Pessoa, que plantea el problema de la doble personalidad con un abanico de heterónimos, pseudónimos y ortónimos en su universo poético rebosante de filosófico e irónico escepticismo, y así destila el licor en sus versos, “Empiezo a conocerme. No existo/, soy el intervalo entre lo que deseo ser y los demás me hicieron” … “O no somos más que nuestras propias sensaciones”. -Y como cierre, perdone la intromisión, ¿podría decirme por qué le pone un diez a Guillermo? - Muy sencillo, monsieur Calvente, usted que es generador de felices alborozos y despierta las afecciones más placenteras ahogando los pesares y soledades de las criaturas lo entenderá pronto, pues le seré sincero, por redondear la dinastía del Príncipe de los poetas, Guillermo IX, y de esa suerte siga ella viva… -No quiero marcharme sin romper una lanza en favor del delicioso caldo, como dice el refranero, “el vino alegra el ojo, limpia el diente y sana el vientre”. -Señor, Calvente, le sugiero que tome una copita de vino con nueces y eche en el macuto algo de lectura, ¡ah!, y no lo eche en saco roto el consejo… En un día gris o trasparente, lo mejor tal vez sea tomar una copa de vino acompañado de un amigo o un buen libro que, con su magia, permita conocerse un poco más a sí mismo y a los demás, viviendo más vidas que un gato.

jueves, 25 de marzo de 2021

Pegando la hebra

En una carrera por sacudirse la asfixia pegajosa por la pandemia ante tantas limitaciones, querían las amigas Eulalia y Leocadia poner en las alturas el listón de los sentires, los dimes y diretes del barrio por los azotes de la vida sin frenos a su fantasía, y se sentaron en las respectivas sillas del patinillo de la casa haciendo un alto en el camino, dejándose llevar por el instinto de curiosidad buscando un tiempo de evasión que les arrojase paz, sosiego y armonía en sus maltrechos avatares. Y con las mismas se acomodaron cada una a su manera soltándose la lengua, cual río desbordado por la crecida, hablando de lo divino y lo humano, sosteniendo que el mundo al fin y al cabo es un pañuelo, dando lugar en ocasiones al llamado efecto mariposa en el planeta Tierra. Y con no poco desparpajo echaron mano de su alegre locuacidad y facundia robándose los tiempos parlamentarios en un apresurado aluvión de emociones e inquietudes jugando con el idioma que les vio nacer a través de vivaces expresiones en su coloquio (lejos sin duda del célebre coloquio de los perros cervantino) abundando en las voces utilizadas en el discurrir cotidiano con su encapsulada estructura configurada a sangre y fuego a través de los siglos pasando de abuelos a nietos y padres a hijos, pergeñándose una sólida sedimentación lingüística en los registros, no sólo de los hispanoparlantes de acá sino de allende los mares, y empezaron a bucear en las aguas de los latiguillos, chascarrillos, muletillas, aforismos, refranes, dichos, proverbios, adagios, sentencias y máximas recorriendo el universo idiomático desde Roma a Santiago dando por descontado que cada término o frase tiene su ego, las connotaciones y preferencias, como cualquier hijo de vecino, las partes donde más les duele o ilusiona, y no cabe duda que cada cual lleva el agua a su molino, aunque teniendo siempre presente que donde las dan las toman, y siendo en innumerables ocasiones de armas tomar, tanto las expresiones como las personas, sin olvidar que las armas las carga el diablo. Aquella mañana lo tenían todo hecho, diciéndose para sus adentros, Zamora no se conquistó en una hora, y de esa guisa se entregaron a la causa ansiosas por saber la una de la otra y del entorno, poniéndose al día de los últimos aconteceres o rumorología de la gente, pues hacía un siglo que por distintos motivos no se reunían. Los temas o tópicos a los que se echa mano en estos casos son siempre los más trillados o rutinarios, la salud de familiares, hijos, nietos, fallecimientos o separaciones de los más allegados o conocidos. Y por fin tuvieron ocasión de llevarlo a cabo sentándose encima de las horas parando el oleaje del reloj, y se pusieron manos a la obra disfrutando de lo lindo, contándose las más divertidas o disparatadas historias de hacía varios lustros, al no verse las caras por los imponderables de la vida. Y en esas tesituras y quisicosas andaban inmersas Eulalia y Leocadia haciendo honor al espíritu femenino, desentrañando todo lo que caía en sus manos, como un acto ancestral innato del ser humano. -En un principio prefiero vivir tranquila, Leo, sin más, que las penas vienen solas, y para eso me viene a la mente aquello de a enemigo que huye, puente de plata, y no se hable más –dijo Eu. -No sé si con esos términos o troncos se puede echar una lumbre hermosa, y matar el gusanillo y el frío del alma y el de marzo, pues ya ves que cuando febrero marcea, marzo febrerea –dijo Leo. -Fíjate, hoy el cielo está encapotado, y ¿cómo se dice el trabalenguas, ah, ¿quién lo desencapotará? el desencapotador que lo desencapote buen desencapotador será, aunque esto de estar en las nubes no es lo más acertado, Leo –dijo Eu. -Ahí parece que coincidimos, yo prefiero hablar de lo nuestro, así por ejemplo ver a mi niña feliz y contenta como unas castañuelas, y tenga un buen casamiento, aunque se diga que casamiento y mortaja del cielo baja, aunque eso no me gusta, y que dé con un buen hombre, y tenga la vida cubierta y segura, que no está el horno para bollos, o piense lo de aquel dicho ingenuo como el que no hace la cosa, contigo pan y cebolla-dijo Leo. -No creas, hoy día en menos que canta un gallo ocurre cualquier cosa, y lo dicen categóricamente con un repentino, me importa un pepino, o ahí me las den todas, y se quedan tan panch@s est@s niñ@s de hoy día-dijo Eu. -Yo quiero lo mejor para ella, y parece que promete, aunque “no es oro todo lo que reluce” en ella –dijo Leo. -También es verdad que nosotras ya hemos pasado por todas las romerías de la vida, y más sabe el diablo por viejo que por diablo, si bien no estamos muy al corriente de lo que acaece a cada paso con la rebeldía de la juventud, pues ya sabes que el tiempo vuela, y estamos a años luz de sus antojos y desmarques. –dijo Eu. -No sé qué pensarán los posibles lectores del uso que hacemos del refranero, tal vez piensen que somos de otra época o unas pedantes, pareciera que estamos resucitando al inmortal Sancho Panza, de todas formas, no digas nunca de esta agua no beberé. –dijo Leo. -¿Sabes una cosa? Que no todo el monte es orégano, pues en todas partes se cuecen habas, y si no que se lo pregunten al sacristán de la parroquia con la cantidad de secretos que guarda de los distintos párrocos con el confesionario por medio como testigo, y que han desfilado por nuestro municipio -dijo Eu. -Hay que tener en cuenta que el machismo impera o el patriarcado en los más variados matices, juicios y leyes, siendo el pan nuestro de cada día, y eso lo ve un ciego, hasta el propio Max Estrella valleinclanesco. Pero claro, alguien tenía que hacerlo dándole cuerpo y vida al lenguaje, marcando los tiempos de la época y del mismo verbo que se conjugue en cada caso conforme al hablante de turno, encarnándose en la palabra elegida por el hablante, que hasta en la Biblia se cita con no poca fe de los creyentes, y no podían tener en cuenta tantas cosas o causas ni tantos escrúpulos, porque eran otros tiempos bastante duros y opacos, y con un plato de migas o unos bocadillos de chorizo, chicharrones, morcilla o lomo de orza iban que chutaban las criaturas por los inciertos caminos de la vida. No existía este disloque de hoy día, alimentado por l@s nutricionistas para guardar la línea con un estudio metódico de comidas y sabores, evocando los mejunjes de antaño, y hoy día con verduras, frutas, infusiones estomacales o hierbas para puñaladas hepáticas, y relajantes para el sueño o panaceas para el mal de amores, etc.-dijo Leo. -Bueno, amiga mía, muchas gracias por darme esta oportunidad, ah, y luego me explicas el remedio para los amores, y ha sido muy enriquecedor y grato el encuentro, ¡qué tiempos aquellos! a ver si nos vemos con más frecuencia, y no olvidemos el dicho clarificador, dime de qué presumes y te diré de qué careces. –respondió ella. Y así acabó su parlamento, y en cuanto a concreciones y resultados, al parecer como el rosario de la aurora, algo deslavazado, disertando emocionalmente sobre el comer y beber de la vida, de lo poco que nos podemos llevar al otro mundo, precisamente por ello dejemos al menos lo mejor de nosotros mismos, por aquello de la honrilla familiar, que tanto nos ayuda sobre todo en estos días negros de la existencia, que vivimos vendidos ante la incertidumbre sanitaria por los furibundos estragos de los innombrables virus que ni se ven ni se oyen, pero matan como el veneno en un plis plas, y pasean disfrazados con guantes, pajarita, sombrero, un habano en la boca y un clavel en el ojal, y para realizar la gesta vuelan como espíritus con el perfil de una mosca muerta. -

miércoles, 17 de marzo de 2021

viernes, 12 de febrero de 2021

El algodón no engaña

Es sabido que siempre se rompe la soga por lo más delgado, y la excepción confirma la regla. Fue lo que acaeció en el affaire que nos ocupa, por ello no se puede vender la piel del oso antes de cazarlo. El trajín cotidiano delata los roces de los zapatos pateando las calles o frías baldosas de las aceras retratando los impulsos interiores, que al unísono se van descargando o transformando. La mente humana cifra a veces los procedimientos y obsesiones en lo primero que se le viene a la boca, exhalando sentencias como si de la Biblia se tratara. Virtu, en su pubertad, tuvo no pocos escrúpulos, y con el trascurso del tiempo no se le abría una ventana en su vida por donde evadirse o recibir luz, algún rayo de esperanza que echase por tierra los sinsabores o la fuerte atracción que sentía por los fulgores del espíritu, tal vez porque su ambiente familiar era tan hermético y angosto que no le dejaba expansionarse, vivir a su aire. Con el paso de los años no hallaba una salida a su oscuro estado de ánimo, y ante tanta incertidumbre y desánimo, si bien lo llevaba con no poco sigilo, se dijo para sus adentros, ya lo tengo, me meto a monja y me libero, y de esa guisa conseguiré un esposo como Dios manda para toda la eternidad, no teniendo que mendigar en los mercadillos fiesteros de invierno o en chollos verbeneros a bajo precio en la intemperie dando unos pasos inciertos o anodinos. Como dice el proverbio, del dicho al hecho hay un gran techo, por lo que no las tenía todas consigo generado a la sazón por las rarezas que le acechaban, unas extrañas limitaciones que le impedían volar libremente a su antojo, como era el mal olor del aliento o los inoportunos ataques de asma que le rompían el ritmo de vida, y la dejaban de pronto en el dique seco, obligada a llevar una vida constreñida y con bastante sacrificio. Para sacudirse la pusilanimidad o sopor que la embargaba se fue una noche con un@s amig@s a las fiestas del pueblo vecino con idea de soltarse el pelo y divertirse como nunca había hecho, y al regresar caminando por la carretera de madrugada llegó un coche que paró de repente a su altura y con la rapidez del rayo se bajaron dos individuos amordazándola, toda vez que se hallaba un tanto alejada del grupo por molestias de sus zapatos introduciéndola en el maletero del vehículo, y con las mismas desaparecieron como si de un platillo volante se tratase. Y al cabo del tiempo no se sabía nada de su paradero, y el día de San Valentín a los primeros rayos de sol asomaba acompañada de un galán como en un desfile de modelos por la pasarela, tan radiante y hermosa que no la reconocían ni los más allegados. Su trabajo le costó engatusar con sus ardides a un vigilante del secuestro para que la llevase a la fiesta prometiéndole por lo que ella más quería en este mundo que estaba locamente enamorada de él, volviendo luego al zulo. Un tiempo después llevando con nervios de acero y mucha inteligencia su incierto secuestro, que se le hacía eterno, ideó una fuga, pergeñándola cuando el guardián se había dormido, y con las mismas pilló las de Villadiego presentándose en el pueblo acabando felizmente el calvario, verificándose el dicho popular, nunca es tarde si la dicha es buena. Mas Virtu por su espíritu aventurero y travieso no cesaba en sus anhelos de saber y conocer mundos, personas, culturas, y merodeaba por los más inverosímiles resquicios degustando caricias, licores, ambientes, privilegiadas recepciones que se le ponían por delante, y no se conformaba con cualquier cosa, cayendo más pronto que tarde en la desesperanza y cansino hastío, mostrando el lado más lastimero en galopante depresión y una penosa ansiedad, y a fin de encontrar sosiego y aplomo en el alma acudía con frecuencia a la parroquia apuntándose a cursillos que proliferaban por tales fechas en la comarca debido al incesante incremento de pobres que iban engrosando las filas del paro y el hambre por mor de una inmisericorde pandemia. Finalmente quiso darle sentido a su vida, y liándose la manta a la cabeza tomó los hábitos haciendo votos de pobreza, castidad y obediencia, aterrizando en la vida espiritual del convento como una estrella que viniese con la estatuilla del óscar en la mano. Las monjas la recibieron con los brazos abiertos, irrigándola de innumerables parabienes y regocijos, sintiéndose sumamente satisfechas y felices. Sin embargo, no era oro todo lo que relucía, ya que en las horas más tontas de los rezos se venía abajo al penetrar por su pecho un aire rebelde y fresco del mundanal ruido que le hablaba al oído voluptuoso e inquieto, y para acallarlo se sentía impulsada a acercase a la capilla a hacer penitencia rezando rosarios encadenados, con objeto de atemperar el fogoso fuego de las tentaciones. Y en esa pugna y tortuoso caminar transcurría el tiempo, y como no hay mal que por bien no venga ni enfermedad que cien años dure, cierto día tuvo que acudir a urgencias por un golpe de asma, siendo hospitalizada por prescripción facultativa. El médico de guardia era una persona afable y tierna cayéndole en gracia a Virtu, y a media mañana, cuando le dieron el alta para regresar al convento de clausura sufrió un nuevo desvanecimiento, hasta el punto de necesitar el recurso de boca a boca, y cuál no fue el milagro que se produjo cuando una vez recuperada de los síntomas que la atormentaban se quedó prendada del médico, no queriendo despegarse de él y menos aún volver al convento. Al cabo de un lapso de tiempo la madre superiora toda preocupada y molesta por la tardanza telefoneó al centro médico preguntando por Virtu, pero ella no quería saber nada, y entre los aspavientos que exhalaba y unas cosas y otras con la bata de enfermería que llevaba se enganchó al galeno y ambos, como el que no hace la cosa, atravesaron el umbral del hospital y echaron a volar cogidos de la mano mirándose a los ojos, mostrando una envidiable y efusiva felicidad. Ante el exasperado nerviosismo de la Comunidad por la ausencia de Virtu, llamaron a la guardia civil por si había sido víctima de algún atropello o secuestro, como suele ocurrir en esos casos cuando alguien no da señales de vida, pero el algodón no engaña, y sus labios rojos aparecían esculpidos en los del doctor. La prueba del algodón lo rubricó con dulzura, al pasar por el corazón de carmín que había dibujado en la mejilla.

jueves, 4 de febrero de 2021

Ángeles y milagros

CITA: Quiero una pureza clásica, donde la porquería sea porquería y los ángeles sean ángeles. "Primavera negra", Henry Miller. Aquel día se fue Leo muy temprano de senderismo por los caminos indicados del terreno, y al pisar el verdor de la ruta oía los sones de una canción de Machín, “Pintor nacido en mi tierra,…/aunque la Virgen sea blanca, /píntame angelitos negros/, que también se van al cielo/ todos los negritos buenos//… Esta canción encerraba en sus notas con radiante brillo el término angelitos, destilando cariño y afecto de corazón, hirviendo en sus venas unas irrefrenables ansias a su favor, pidiendo que se admita a trámite emocional la intachable bondad de estos insignes personajes del paraíso celestial, que transitaron por los más diversos escenarios, como el Paraíso Terrenal cuando Adán y Eva vivían felices en su regazo disfrutando a raudales, siendo los mejores años de su vida en la tierra, hasta que llegaron los guardianes de turno enviados por orden del Todopoderoso poniéndolos de patitas en la calle en menos que canta un gallo, un desahucio en toda regla y muy duro, sin grupos de apoyo pregonándolo ni paparazzi o cámaras de televisión al acecho. Los ángeles han navegado también por múltiples lugares, escenarios y aventuras a través de los siglos. Y haciendo Leo un alto en el camino, se puso a reflexionar sobre la controversia de algunos colectivos que levantan la voz en contra de los ángeles, preguntándose si en verdad existen o no, si ocupan un espacio físico, si tributan a Hacienda, si salen a pasear por ríos, valles o alcores, si tienen sexo o qué relación guardan con los humanos, y por otro lado está la historia de los ángeles malos o los denominados demonios, si eso es un bulo o existen de verdad. No cabe duda de que la fantasía humana ha elaborado un rico muestrario de apelativos para nombrarlos: belcebú, diablo, Mefistófeles, lucifer, satanás, satán, leviatán, anticristo, etc., y después de la riqueza de vocablos ¿cómo se explica la paradoja por cuestionarse su existencia? Crece el interés por conocer a fondo las esencias teológico-religioso-cognitivas, y esclarecer los misterios que configuran el mundo angelical, y estableció Leo una mesa redonda con todo lujo de detalles donde cada cual expresase sus opiniones y argumentos al respecto: -Paquito es un ángel – dijo él. -Pues fíjate, te doy las gracias por el valioso juicio – dijo ella. -Bueno, pero no quiero meterme en camisa de once varas –dijo él. -Ignoro por qué lo dices –dijo ella. --Si te soy sincero diré que hay muchas contradicciones respecto a tan espinoso asunto; unos lo tildan de quimera, entelequia, mito o leyenda; y otros lo asumen como sentencia firme del Supremo Hacedor con sus cimientos anclados en la realidad, llegando a afirmar que los ángeles se pueden tocar, acariciar, incluso ir cogidos de su mano por las grandes avenidas urbanas, por lo que en ningún caso procede negar su presencia en el devenir de los días, y rubricar que viven con personas, con las criaturas mediante atractivos signos como seres espirituales que son y de rancio abolengo, que campan a sus anchas por los campos más inverosímiles del arte y de la ciencia, a saber, belleza, literatura, pintura, música o puntuales atisbos espirituales abocando al éxtasis, entre otros enfoques coyunturales o escuelas: --Resulta bochornoso pretender borrar a los ángeles de la faz de la tierra de un plumazo como si fuesen una sustancia tóxica, que envenenan la límpida savia del corazón humano –dijo él. --Bien, se puede argüir que tales aseveraciones están muy lejos de la teoría de los iconoclastas o activistas detractores de sus esencias, que promueven su fulminación a toda costa y no queda la cosa ahí, sino que llegan a pegarle fuego a monumentos conmemorativos de ilustres figuras que en su día dieron el do de pecho y marcaron un hito en la historia de la Humanidad, orquestándose una furibunda ola de asedio contra sus huellas, confundiendo el rábano con las hojas. --Tan desafortunada ola se ha ido expandiendo como el fuego por todo el globo, habiendo surgido por los abusos de la raza como otra Santa Inquisición, aboliendo los sentimientos, virtudes y gestas de tantas personas inconmensurables que se movieron por hacer el bien, almas que vivieron y murieron dando su vida por los demás o por Dios con sus virtudes y defectos y modus vivendi, formando parte de su ser. --Tales creencias suponen en multitud de casos unas muletas que les ayudan a caminar por los ásperos derroteros del vivir, y sin ellas se quedarían cojos o incluso ciegos en muchos aspectos, ya que necesitan un ser o un algo prodigioso y excelso por encima de los humanos que vele por ellos y les haga más fácil la vida, de lo contrario se asfixiarían en la cansina travesía del mundanal ruido. --Hay quien piensa que si no existiese un Dios habría que inventarlo para que siga funcionando la maquinaria del mundo, bebiendo sorbos de té y vida y brote el amor, que no es poco –dijo ella. Hay autorizadas voces de hombres de ciencia que niegan a machamartillo la existencia de Dios, un ser soberano, eterno, omnipotente, misericordioso, porfiando que son pueriles visiones amasadas por la fantasía humana, y no deja de ser una pura patraña, algo sacado de la chistera por los contadores de cuentos. Sin embargo, qué raro resultaría para los humanos confeccionar un mapa conceptual con su ausencia, o pretender amasar sueños creativos, utopías de cualquier índole o idiosincrasia sin harina y levadura de los gloriosos ángeles. Cuando se quiere resaltar lo intangible de algo con cualidades sublimes, de suma inocencia o excelsa nobleza referidas a hijos, nietos u otras personas, echamos mano de identificadores fiables, sólidos, concluyentes utilizando en multitud de ocasiones el acuñado concepto de ángel- ángeles, y sería harto complejo el discurrir de los mortales si dicho puzzle vital se trastocase de sopetón, y no entrasen a formar parte de la estructura logística y discursiva en la que nos movemos, porque se complicaría aún más las relaciones humanas a la hora de catalogar sin ellos a las criaturas en buenas o malas personas, sería una memez llamar cariñosamente angelitos a los bebés al venir al mundo. Sin su existencia se desmoronarían portentosas torres o castillos de los sentires, desequilibrando el discurrir humano, tal como figura estructurado hasta el día de hoy. De lo contrario la forma de vivir y pensar cambiaría de chaqueta, y sus coordenadas turbarían los cerebros más castizos, como le ocurrió a la paloma de Alberti que, “por ir al norte, fue al sur… /creyó que el trigo era agua/, se equivocaba”. Y por otro lado hacen no poco ruido los ángeles demonios, aquellos que rompiendo el pacto con Dios se sublevaron y cayeron en desgracia según las palabras bíblicas, misterios tras misterios de creencias fundamentadas en la fe, que mueve montañas. A tan rebeldes e insumisos ángeles se les ha considerado como enemigos del bien y de Dios, siendo el reverso de la moneda, atribuyéndoles toda clase de males, desmanes y malas artes, etiquetándolos como verdaderos demonios, mala hierba o cizaña, y responsables de casi todos los males del cosmos por su poder corrosivo y altamente contaminador. A los niños al ir a dormir les enseñan oraciones o villancicos con letras angelicales para hacer más tiernos y dulces los sueños, aliviando los miedos o el hastío del vivir, como las cuatro esquinitas de la cama, o las samaritanas o buenas maneras del ángel de la guarda en los momentos más críticos de la existencia, estando al borde del precipicio, siendo muy propensa a estos cataclismos la infancia. El término milagro está enraizado en el alma humana de tal forma que habría que remover Roma con Santiago para arrancarlo de sus entrañas y del mapa lingüístico. Así se dice, por ejemplo, se salvó de milagro de un tiburón que le pisaba los talones al tirarse al mar, y lo cuenta la gente con la mayor naturalidad señalando una situación límite, que se ha superado in extremis. Todo este cuadro celestial está hirviendo en las cálidas aguas de la fe, en la creencia de las doctrinas que se han impartido en los púlpitos de los templos a través de inviernos y veranos de siglos recorriendo el mundo por mandato divino a los apóstoles, cuando dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. La gente que no comulga con tales expresiones o teorías, aunque no quieran, hacen uso igualmente por imperativo legal a la hora de referir o valorar los distintos eventos o comportamientos de los mortales, porque no hay otra fórmula para exteriorizar las vivencias y sensaciones sobrenaturales por mucha aversión o afanes de la persona por escamotear o ningunearlos, al fin y al cabo tiene que echar mano del diccionario al uso, vocablos que duermen esperando una mano que los acaricie, y todo el mundo los maneja a su pesar. A lo largo de la historia ha habido toda clase de corrientes filosóficas o intelectuales que han defendido una teoría o la contraria en cuanto a la religión, como los agnósticos, ateos, o sectas, etc, y así va rodando la bola, unos a favor y otros en contra. Si bien, cabría señalar las innumerables guerras de religión provocadas por tales motivos de fanatismo religioso, como las Cruzadas. Es imperdonable que en nombre de un Dios cristiano o mahometano o similar se ajusticie a muerte a alguna criaturita. Alguien dijo: si la religión no existiera, habría que inventarla. Pensando que la mente humana no se conforma con ser animalito, piedra o árbol que nace, crece, se desarrolla y muere sin más misterio, toda vez que el ser humano aspira a cobrarse una nueva pieza, a ser inmortal mediante su espíritu, como un eterno Dios…. Y de milagros, el habla popular está sembrada de expresiones puntuales, hay dichos de milagros hasta en la sopa en el correr de los días, y en los Evangelios como algo sagrado, así el célebre Lázaro, que le dice Jesucristo, “ Lázaro, levántate y anda”, después de estar muerto; esos hechos los dan por válidos quienes tienen fe, en cambio el que no lo comparte, lo niega. Y así, a través de los siglos, y la iglesia católica hace santos a quienes realizan milagros de verdad según atestigua, pero el escollo crucial estriba en que no se ven apenas ni palpan los pilares de la fe o los ángeles, ésa es la madre del cordero, la cuestión palpitante, pues sólo consiste en creer lo que no se ve, como el inmortal dilema de Shakespeare, to bee or not to bee, o los versos de Bécquer: “Ay, pensé, cuántas veces el genio/ así duerme en el fondo del alma/, y una voz como Lázaro espera/ que le diga: Levántate y anda//.

sábado, 30 de enero de 2021

ENTRE NUBES

En los caminos de la vida, Augusto no estaba en las nubes, sino a ras de tierra muy atento a los aconteceres vitales, defendiéndose en las aguas turbias como gato panza arriba. Cuando peligraba el entendimiento entre los habitantes de la comarca por algún litigio lindero de bancales o ancestrales roturas del terreno, ponía toda la carne en el asador como mediador, y con no poca facundia y dándole las vueltas precisas a las espinosas situaciones dialogando zanjaba las desavenencias, procurando que no llegase la sangre al río. Cuando se tensaba demasiado la cuerda lo cegaba todo, y se convertían las criaturas en auténticos tigres de la selva emulando a Caín, acaeciendo lo peor. Hubo no pocos casos luctuosos a lo largo de la historia, tal vez más de lo que se piensa, dado que en ocasiones las fechorías las tenían al alcance de la mano, tan fácil como coger la escopeta que dormía en la cámara de la casa (que tan buenas piezas se había cobrado en cacerías) y bastaba con apretar el gatillo. Brillaban con luz propia las buenas artes de Augusto como moderador en las intrincadas querellas entre vecinos evitando trágicos desenlaces, no obstante, cuánto se echaba de menos en algunas situaciones sus puntuales y balsámicas intervenciones. No es de recibo que por un quítame allá unas pajas o piedras como mojones a la vera de un camino o esquina de parcela, asome caprichosamente la muerte para ajustar cuentas por aquellos pagos tan relajantes y fructíferos a lo largo de los lustros. Normalmente los negros nubarrones en la borrasca los solventaba Augusto de la mejor manera, poniendo los puntos sobre las -íes con magistrales decisiones que tomaba sobre la marcha. En cambio, en otros escenarios y circunstancias de la vida los sucesos presentaban otro color, eran más halagüeños, llegando finalmente a darse la mano. Uno de los eventos en los que todo le salió a pedir de boca a Augusto fue en la despedida de soltero, que marcó un hito en el municipio rompiendo moldes, hasta el punto de no poder imaginar nadie los extraordinarios preparativos que llevaría a cabo como antesala del casamiento, sorprendiendo a propios y extraños. Al poco llegó el día de la boda. Aquello fue lo nunca visto, como el día grande de la patrona del pueblo con toda clase de atracciones, juegos, serpentinas, globos de colores, puestos de dulces, fuegos artificiales y banda de música, y como colofón contrató a unos payasos que hicieron la delicia de los más pequeños, y lo hizo con el fin de que guardasen en su memoria la efeméride de la boda, cuando Augusto derretido por el cariño de la novia dio el sí quiero, pasando de célibe a la vida de casado. De todos los divertimentos y actos ofrecidos en el convite, quizá fueron los columpios lo que más hondo caló en el alma de los chiquillos, acaso por las fervientes ansias de los humanos por volar como las aves. No cabe duda de que lo pasaron en grande tanto jóvenes como mayores, pese a las reservas de la gente mayor para zambullirse en las aguas de los jolgorios y algarabías de la bulliciosa juventud. Tras la despedida de soltero y las sagradas bendiciones al uso, aunque no comulgaba apenas con tales formularios, emprendió el viaje de luna de miel con Rosa al Caribe volando entre nubes, enfrentándose en las alturas a unas escenas dantescas, incontrolables para su conocimiento apegado como estaba a la tierra firme, yendo con el animal tirando del ronzal o a lomos de su envergadura, y no resultando el vuelo tan romántico como lo había soñado por mor de la incertidumbre e incomodidades a causa del cúmulo de turbulencias durante el vuelo. No hay que olvidar que Augusto era hombre de tierra dentro, habituado a desplazarse por el terruño pateando caminos de la comarca y poco más, que ninguna falta le hacía, saludando sobre la marcha a chicos y grandes en olor de multitudes. Y mira por donde se le troncharon de la noche a la mañana los arraigados pilares de su modus vivendi con el planeado viaje de novios, familiarizado como estaba con aquellos vericuetos transitando por verdes caminos, siendo para él un paseo por la vida, un baño en la fragancia del campo, saliendo de la cueva o casa donde residía, sonriéndole todo cuanto encontraba a su paso, incluso las flores del campo le rendían pleitesía quizá por una mutua empatía. Daba alegría ver cruzar a Augusto montado en la acémila, cuando el campo sacaba pecho exhibiendo el esplendor de la cosecha y se vendían a buen precio los productos, permitiéndole ponerse al corriente con los deudores, que le asfixiaban sin descanso. En ciertas épocas del año ganaba un dinerillo con el estraperlo si bien a minúscula escala, llevando unos pellejos u odres de aceite de oliva a la costa con la bestia, pudiendo darse con un canto en los dientes porque, aunque fuese reducida la ganancia con la venta en churrerías y bares en época de alto consumo, al menos era una grata ayuda que le venía como agua de mayo. Gracias a tales arrimos y unos cuantos saquillos de almendra de los secanos junto con la aceitunilla de rebusca por desfiladeros y balates podía el hombre ir tirando y criando a la prole, así como a gallinas, cochinos, cabrillas y algún conejo. Como no es orégano todo el monte resultaba que había años de malas hechuras en que los frutos escaseaban, aunque subiesen los precios, y no sacaba ni para hacer pan de higo, cazuela mohína o la rica matanza con morcilla, chicharrones, lomo de orza y longaniza, debiendo apretarse el cinturón, porque las circunstancias mandaban. Para sobrellevar el temporal económico había que acudir a las gabelas, echándose en brazos del usurero de turno, toda vez que antes de nada hay que comer, y los tiempos no daban para otra cosa. Un día compró Augusto un décimo de lotería, y tuvo toda la suerte del mundo pillando un buen pellizco, que le vino como caído del cielo, permitiéndole tapar algunos agujeros. Y en ésas andaba Augusto en tales fechas con la resaca de la lotería, disfrutando de los apetitosos bocados de los días felices, y saboreando los navideños mantecados y almendraíllos con pasas. En un alto en el camino le asaltó un pensamiento del futuro, si con el paso del tiempo los hijos quieren o no a los padres cuando ya son una carga, y si les prestan la atención debida al hacerse mayores, como una obligación filial y rutinaria dentro de la familia, y se quedó pensando mirando al horizonte… Y el viaje seguía su curso. El vuelo del avión llegó felizmente a las aguas del Caribe, donde había reservado un hotel de moda, y estando en plena luna de miel con Rosa la felicidad le chorreaba por los cuatro costados, siendo lo que más ansiaba Augusto, so pena de que se le cruzasen los cables a la naturaleza y ocurriese algún seísmo (como en Granada) o venganza súbita que enturbiase las claras aguas del viaje. En la estancia caribeña llevaba a cabo múltiples visitas a centros culturales y paseos por la ciudad. Y un día fue de excursión en un ferry a explorar aquellos parajes, y contemplar las envidiables aguas azules, arboledas y sensuales panorámicas del entorno, extasiándose ante tan hermoso espacio cósmico. Mas una noche ocurrió de pronto algo no esperado, surgió de repente un horrible tornado echando pólvora incendiaria y por alto toda la calma chicha reinante, saliendo la gente corriendo despavorida a la calle con algunas pertenencias, al ver que el edificio se desmoronaba como un castillo de naipes, y cuál no sería su estupor al contemplarlo sin poder hacer nada por su parte, y se interrogaría Augusto farfullando entre dientes si en tan críticos momentos le permitirían los nervios tener la serenidad para llevar a cabo el restablecimiento de la cordura y sensatez requerida en tales casos de caos, como solía hacer con los exaltados labriegos en su municipio. Aquel escenario parecía el fin del mundo, la playa quedó sembrada de las pertenencias de los turistas, zapatos, toallas, albornoces y ropa de toda clase nadando como pececillos muertos, siendo arrastrados de un lado para otro, de una negra roca a la otra por la furia del oleaje, que no respetaba a nadie, ni siquiera la luna de miel de Augusto con su acariciado y entrañable ceremonial. Y a la sazón de los acaecimientos del vivir viene al caso el adagio: ¡qué poco dura la alegría en la casa del pobre!