lunes, 30 de septiembre de 2013

El lector







                                             
   En las horas hurtadas a la rutina, el lector pasea por el jardín de las delicias, inhalando aromas y recreándose en amenos rescoldos legendarios.
   Allá por las postrimerías de septiembre, las sombras serpentean y se suceden sin descanso, no sólo en los caminos, sino en las librerías y quioscos, acunándose toda una saga de Sombras de todos los calibres y colores, de 50, más oscuras, liberadas, o azules, grises, verdes, listas, traviesas o respondonas, así como en los films respectivos, en que, jugando a la gallina ciega o la comba, saltan del libro al cine, y los Grey y Anastasias, héroes, protagonistas y villanos, se entregan en cuerpo y alma a la tarea, esgrimiendo las armas en todo su fulgor, y partiéndose el pecho, cazan Sombras en las más intrincadas fugas y urdimbres, rubricando al cabo la sentencia, no fiarse ni de su sombra.
    La sombra asombra a propios y extraños, ensombreciendo las siluetas, la efigie del tiempo, los candorosos víveres, los relojes de sol, y restringe los encuentros y citas humanos con viandas y botellas conversadas en los sugestivos conventos del ramo. Con la huida hacia delante de las sombras, retroceden las miradas contundentes, consentidas, y a las criaturas se les cae el moreno y la cara de vergüenza, al oscurecerse las blancas sonrisas, con la llegada del desenlace canicular.
    En los meses precedentes lo fantasmagórico y las penumbras se exhibían en sus justos términos, robustos, preñados de sol, de cal viva y mieses, y se masticaban a dos carrillos los brotes lumínicos, las emulsiones fotovoltaicas. Y las condimentadas y espesas sombras generaban altas corrientes de comunicación en la puerta de las casas, en el rebalaje, a la vuelta de la esquina, en las terrazas de los bares, titilando un continuo goteo, un intercambio de corrientes políglotas y vivificantes, espontáneas, auténticas lenguas de fuego, de amplio espectro conversacional, con una luminiscencia sin complejos, en contagiosos latidos, arrimándose unos a otros bajo un buen árbol tras la ansiada sombra, aún joven, en edad de merecer.
   Ahora la sombra septembrina se torna huraña, y, tomando la batuta, trastorna las tardes, transfigura el escenario, los músicos, las máscaras, los actantes, y toca otras cadencias, y parece como si al estornudar por el frescor y el relente reinante, perdiera los estribos, despeinándose, despeñándose, cual aletargadas lagartijas, por tapias o balates barruntando un tiempo ocre, de ajadas esperanzas, o se desperezara de un tórrido sueño de los augustos meses de estío, sacudiéndose las pulgas, alargando el cuello de jirafa por las emociones del lomo del libro, o asomara el pico entre el bullicio humano por callejuelas o plazas sin respetar los semáforos o venir a cuento, tirándose faroles, plantando cara a los transeúntes, subiéndose a las barbas, en una voraz galopada, como si ansiase saciar de especial fragancia los sensibles corazones, colándose por furtivos canalillos, o volar por entre la arboleda de la vida, hurgando en los pensares humanos.
   Al regreso de un viaje, tanto en la realidad como en la novela, i. e., de Santiago, de Valencia, o volando de Dubái a Madrid enfrascado en la composición de un epitalamio para los esponsales del avezado piloto curtido en mil batallas, o a la célebre y shakespeareana Verona, es de sobra conocido que la cabeza se abre, y se ensanchan los horizontes, como el río por las ramblas con la lluvia, abrevando sueños, abriendo caminos por la vida, echando por la calle de en medio, torrenteras o llanuras, manufacturando a través de la corriente múltiples artilugios, prendas íntimas, deseos, troncos, ramas o forjando accidentes de hondo calado, silenciosas balsas pobladas de desengaños, juncos y ranas, quedos meandros o ariscos acantilados en un repentino despeño, desplegando finalmente las alas por altiplanicies, jarales o los más dispersos cotos.
   A veces los ríos (nuestras vidas) chillan nerviosos por las adversidades del lecho, y dan vida a los poblados con saltos de agua, o se cuelan por entre las rendijas de las sensaciones, por entre las ideas mejor guardadas, truncando rutas ancestrales de la seda o del ganado, o acaso nunca transitadas o rumiadas, esbozando en sus burbujas un abanico de signos otoñales, ora de prendas de abrigo, de innovadores hábitos por la moda, bien de insólitas vibraciones o de lo consuetudinario, en según qué faro, dársena, puerto o área de avituallamiento en que uno se encuentre.
    En el remanso del tumulto de la trama narrativa, cuando parece que el cielo se confabula con la tierra en una encerrona, despuntan taxímetros contrastados, impolutas truchas saltando distendidas en las aguas de las páginas del libro, y se descuelgan alborozadas alboradas por playas o riscos, dando prestancia y sentido al respirar literal, reflejándose en el espejo del vivir, en los cimientos  del santo y seña que se ha fraguado.
   Y así transcurre la desmelenada escapada por las sugerentes ensoñaciones y dispares veredas de la fantasía y la ficción. Mas los barruntos del pensamiento son insondables, y  en ocasiones se quedan largos o cortos o con dos palmos de narices, ateniéndose a las consecuencias, acertadas o no, debiendo vigilarse en tales coyunturas tan polémicas y convulsas por si las moscas.    
   El lector se legitima en su labor, descodificando códigos, contenidos, tramas, en compañía de los personajes que trotan a sus anchas por las páginas en medio de su soledad lectora, y relee en un quehacer sosegado, triturando torreznos y cecina, chorizo de cantimpalo y metáforas, jamón ibérico y sonrisas, hambrunas y ruedas de molino o tentadores bombones a través de los más variados parlamentos, diálogos y quisicosas que se cuecen en la tahona del barrio del dramaturgo o se exhiben en la librería, en el universo de internet o por el boca a boca, siempre procurando no caer en la boca del lobo, y paulatinamente la fabulación se propala y se engulle en taquitos, a la plancha, o se va inoculando en las neuronas a través de los más variopintos recursos, jeringuillas, eslóganes, circuitos simulados, mascarillas o los massmedia, y configuran un mapamundi mundial, un bombazo, el best-seller, compartiendo mesa y casa con los personajes pobres de la novela corta o microrrelatos muy a su pesar, o acaso en un casamiento o flechazo clandestino, de luna de miel, se encierren en la carpa de su sombra, en el yo y su circunstancia.
   Hay momentos en que la sombra septembrina hace de las suyas, y sesea, cecea o carraspea en los renglones del libro, o juega con espejismos en la cabeza o las pupilas del lector, estirando sus fauces, los miembros, como un can al despertar, y se duplica la imagen o se encogen los tentáculos de la letra o se desmorona como un castillo de naipes, conjeturando no pocos sofocos o extrañas truculencias, raros encuentros librescos, quizá por vía de gripe aviar o insanias de vacas locas, contubernios o aquelarres, y tal vez aflore el hastío in situ, en ese instante preciso de lectura, condimentado con espurias y embaucadoras sonrisas de las líneas o directrices del que tiene entre las manos, y puede que en la úvula o campanilla del túnel de la historia ya se atisben los colmillos de la hojarasca del  umbrío otoño.
   Mientras septiembre muere dulcemente, como en la canción, la naturaleza se hace un  moño con su pelo, y ligerilla de equipaje, deambula de aquí para allá, viaja o se detiene por unos instantes, como si quisiese despedirse con hondo pesar de un ser querido o dejase alguna cosa a medio hacer, algunos frutos a medio madurar, pues el tiempo huye, y porque no puede quedarse por más tiempo, y agita frenético el pañuelo por la ventanilla del tren, como cualquier viajero al emprender un viaje, con la incertidumbre de si algún día volverá.
   Todo un mare magnum de convulsiones y peripecias bullen en la olla de los volúmenes y manuscritos, como, por ejemplo, en El nombre de la rosa o Madame Bovary, y a veces loables vítores se rompen por la acometida del toro de turno, una cornada brusca, un desliz, algún vestigio, como si se rumiasen lúgubres naufragios o húmedos periplos por los mares del Sur en noches de luna aciaga, de entusiasmos vacuos, sin fondo en la mirada o en el poso marino, sin consistencia en la existencia, y un horrísono temblor le atravesara las meninges en la travesía, el triángulo de las Bermudas, aventuras sin fin u otras rémoras, y remara contra corriente por ríos indolentes, o recorriera sierras, valles, laderas, y he aquí que de pronto, al cabo de la calle sin nombre, apareciese un gato sin vida, cual hoja seca, por inanición, y el viajero aturdido hincara la bandera de su espíritu, el pico, a pocos metros, en lo trillado, lo desahuciado, lo adocenado, contrariado en su fuero interno por el juego y el jugo de la lectura, pero era ésa y no otra la que tenía a huevo ese día, acaso de los escritores malditos, o las uvas de la ira, lejos del libro de Seda, más suave y relajante.
   Las últimas bocanadas de septiembre devoran sin piedad los vínculos de los suculentos platos y contactos y caldos de la boca que a gustar convida.
  Mas continuando el viaje, oye el caminante una voz que le dice, no dejes de soñar, y déjate llevar por las enigmáticas sombras de los museos, por los claroscuros de la pintura, por las pinceladas del arte, por el contraste de luces y sombras, por el brote de los nuevos cursos, de las buenas nuevas, de los ricos proyectos, motu propio, arrojando a la pira los inertes ripios, los soterrados cadalsos, los exangües principios, las soflamas, haciendo el pino en la tibia sombra septembrina, al azar, alzando las expectativas y, de esa guisa, caer en brazos de la imaginación, en un ancho mar de aventuras, de amores y en el amor al libro, porque doctores tiene la iglesia que apuestan por que, leer es escribir, y escribir es leer, entregándose a la creación, a la escritura, porque escribir es vivir, y cual otra Sherezade prolongando las horas vitales, diseñar incontables cuentos, tramoyas narrativas, aventuras al por mayor.
   Descabalga y amarra el caballo al frondoso árbol del camino, y entrégate a la aventura de soñar, de narrar, no sopesando los volcanes que encuentres en ebullición, ni la vorágine de incertidumbres que vomite o el inoportuno insomnio, ni los tropiezos en la misma piedra hecha palabra que a buen seguro se habrá de padecer en el devenir del discurso con homónimos y sombras de personajes, sinónimos y heterónimos, esdrújulos (como propóleo) y llanas (como zonzo), jitanjáforas (FIliflama aluco alabe bamoleo ulmo trojimirlazo resfulgente en la superestratusferaz de la alcoba) y anacoluton, y darse un baño de soles en la sombría vida, un respiro entre tanta sombra funesta, escuchando un ruiseñor en el risueño caer de  la tarde, libando el néctar del verdear de la aceituna en los campos andaluces.
   Asimismo leer en las hojas de la marejada, en las olas del pensamiento, en los vuelos de las gaviotas sobre la blancura de las olas, yendo con cuidado, para no perder el equilibrio por la escalera del almacén de libros, de la biblioteca, y no caer con la pluma en centones, zanjas o mil piltrafas parafraseando a La Regenta, a Lolita, a Dulcinea del Toboso, a Calisto y Melibea o a Romeo y Julieta por las rumorosas calles en las que se besaron, y menos aún a Esquilo o a Miguel Mihura en el teatro con la contundente respuesta, “me casé un poco”, o a Valle-Inclán en Luces de Bohemia, donde Latino apunta a Max, “que no se ponga estupendo”, porque, "Ser o no ser", la sentencia de Shakespeare ya está harto desgastada por los británicos… luego mejor será  huir con hidalguía de los plagios, de las plagas de Egipto, del fantasma de la crisis, del rico maná deshumanizado por si por un casual las cañas se vuelven lanzas.
   Y no hay más alternativa, si alguien no lo remedia, que seguir soñando, leyendo o escribiendo (siempre cabe la opción de cerrar el libro o arrojar el folio a la papelera o borrar de un ratonazo la pantalla del ordenador, y a otra cosa, mariposeando por otros mundos), pues lo suyo es a veces acatar las cicutas (que relajan las conciencias) o los bocados de cielo de la lectura de la boca que a gustar convida.
   Y, como otro Simbad el Marino, recorrer y descubrir  mundos, secretos lunares, camufladas dentelladas, avatares, islas, o descifrar las iniciales grabadas en los troncos de los pinos del bosque o los jeroglíficos de los papiros más recónditos de la antigüedad.
      Y en estas andaba el letraherido, viviendo lo inefable, bebiendo vida, cántaros de miel y hazañas y cantares sublimes o traicioneros y cobardes, retozando por los bordes de un ataque de felicidad, notándose consciente, cuerdo, subido en las crines rizadas del corazón de las tinieblas de los personajes, con suma clarividencia, cuando de repente un puñal envenenado, envalentonado, lo fulminó según atravesaba el recinto, yendo a dar con todo el semblante en las mismas fauces del lobo, de aquella traslúcida puerta de cristales trampa bloqueándole el paso, sintiéndose en el trance de pasar a la otra orilla de Aqueronte.
   La nota necrológica decía textualmente, entre guiones: =Por los hervores del descalabro novelístico, en pleno delirio de la fruición de la trama, no obviando la basura que había se estrelló contra el límpido cristal de la puerta de entrada de la estación, feneciendo ipso facto. R.I.P. Sus familiares y amigos=.
   Y por mor del encantamiento de una lectura legendaria, quedó inmortalizado en los campos de la memoria literaria, como un don Quijote o una estatua de sal o de rica miel.         



             

  

  


                                             
   

domingo, 1 de septiembre de 2013

Guión. En la residencia de ancianos.






                                                      Guion.
            1                          En la residencia de ancianos.
                                            
   (Escena en el comedor. Alguien viene sin dientes. Se oye la canción de Manolo Escobar, “Mi carro me lo robaron”. Algunos vienen con los pantalones al revés, un pañuelo rojo al cuello, como en los sanfermines y ayudándose con muletas)
                                                         Juan
   Oye, tío, pues no que me veo corriendo en los Sanfermines, delante de un toro negro zaíno por la calle de Estafeta. Bueno, yendo al grano, que aún no he perdido las coordenadas, ya quisieras ser el perjudicado, me imagino, el hombre del carro ése.
                                                          Andrés
(Con el cigarrillo entre los dientes ennegrecidos por el vicio, masticando pensamientos)
   ¿Te refieres a mí? Cada loco con su tema. A propósito, me viene una frase lapidaria, la vida es corta y la esperanza larga.                                                
                                                               Juan
   A quién si no me dirijo, si estamos los dos solos, o acaso te pase como a las ingles y los sobacos que querrían estar en otros sitios.
   (Las corrientes de los ríos arrasan los campos de la memoria, como las vidas, con las lluvias de otoño, y se meriendan las siembras cerebrales como los colegiales en la verde pradera de pic-nic, mordisco a mordisco).
                                                    Andrés
   Olvidaste mis correrías en mis tiempos de esplendor por las principales ferias de ganado de la comarca, todo un trotamundos, incansable. Lo mismo mercaba un jumento, un pony, un mulo o un caballo o vacas suizas, de buenas ubres, que luego me agenciaba para sacarles  pingües beneficios.
                                                          Juan
   (Con guasa y abundantes dosis de picardía en los labios)
   Pero nunca, que se sepa, tuviste carro, como en la canción, y con qué ligereza lo deja caer el cantante, como si estuviese al alcance de cualquiera en los años del hambre; hombre, en el norte de España, todavía…
                                                             Andrés
   (Poniendo los puntos sobre las íes)
2-   No te creas, aquí, en Andalucía, por terrenos llanos, algunos había en extensas dehesas y latifundios o en vastos cortijos. Me da la impresión de que no saliste del pueblo ni para hacer la mili. ¿Te libraste por alguna zarandaja?
                                                                 Juan
    Estoy hoy de malhumor. Un envenenado alacrán se me clavó en la espalda y veo las estrellas al menor movimiento.
                                                                    Andrés
   En tales casos, lo mejor unos ungüentos tibetanos, es un remedio divino, te lo recomiendo por propia experiencia. Pues te veo mal, macho, con lo presumido que tú eras.
                                                        Juan
   No me tires de la lengua, viejo carcamal, sabes que atisbo briznas de alzhéimer en tus devaneos y dictados.
                                                           Andrés
   Que sepas que de memoria ando fenomenal; por las lagrimillas de San Lorenzo pedí unos deseos, y deseé recuperar algunos secretos de la mocedad, y no lo que tú maliciosamente elucubras, y pedí algo muy importante para mí, pero no te lo voy a decir. La memoria histórica y biográfica junto con la parafernalia sexual no me falla, ¿qué piensas tú? A propósito, quieres que te cante alguna coplilla de entonces, a ver, “¿Que tiene la zarzamora /que a todas horas/ llora que llora por los rincones/, ella que siempre reía/ y presumía de que partía los corazones?//... 
                                                                   Juan
   (Hurgando en las emociones y los recuerdos)
   No sigas que va a llover. Me apuesto lo que quieras, muchacho, la pensión del mes, si cuando moceabas te comiste alguna rosca. Piensa despacio, si logras concentrarte, vamos a hacer memoria, no te acuerdas cuando estábamos en la escuela, y al llegar el recreo bajábamos los peldaños de la escalera de cinco en cinco para coger in fraganti a las niñas meando en el descampado, que se encontraba cinco bancales más abajo, y nos apostábamos, como los soldados norteamericanos en las películas al paso de los indios, en una especie de emboscada, pendientes de cuál echaba el caliche más largo y sensual, no lo recuerdas, cabeza de chorlito…
                                                                 Andrés
   Qué me vas a contar a mí de todo esto, si recuerdo que siempre llegabas tarde al matutino festín.
                                                                       Juan
   Come y calla, zascandil. Se te ha caído la prótesis de arriba, coño. Como no espabiles hoy te quedas sin desayuno.
3-   (Llegan los encargados del comedor y retiran raudos todos los enseres, y a continuación llevan a los ancianos a los respectivos aposentos, sin no pocas protestas, porque no tuvieron tiempo para terminar la faena).
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   (Ahora se encuentran en el salón de estar, y en esos momentos sale por la tele la célebre serie de Bonanza, con el pegadizo estribillo de la melodía, anunciándola)
                                                             Juan
   (Se le encienden los ánimos)
   Bobadas. Es que comulgas con ruedas de molino. Eso es ficticio, tontorrón. Es la caja tonta. Son patrañas del celuloide.
                                                                Rosaura
   (Con un pañuelo de colores pitiminí, de los tiempos de Maricastaña, dirigiéndose a Juan).
   Anda ya, cavernícola…no presumas tanto de macho.
                                                                         Juan
   Me recuerda, verás, aquella especie de chascarrillo o algo así como una nana que tarareaba mi abuela, “don Melitón tenía tres gatos, que les hacía bailar en un plato, y por las noches les daba turrón, que vivan los gatos de don Melitón”.
                                                                        Andrés
   (Un tanto reflexivo e inquisidor)
   Sabes una cosa que echo de menos en la vida, el no haberme tocado una pareja con la que haber podido desplegar las alas y volar y volar, hablando de lo que fuese, incluso de sexo, abriendo el pico y picotear en las bolsas más burdas, de basura o de lo que se tercie, como el flamenco, por señalar algo, o sobre cuestiones estéticas, morales, fisiológicas o escatológicas, con toda la naturalidad del mundo, como brota el agua del manantial.
                                                                          Rosaura
   (Con los ojillos bailándole en los globos oculares, aclarando perspectivas)
   No seas bobo, y no caigas en frivolidades, amigo mío. Verás. Una servidora no tenía tiempo para aburrirse ni padecer semejantes advenimientos o torpezas, tenía la casa por barrer, los cuatro retoños, la comida, la compra, la limpieza, mi esposo, que en gloria esté, aunque en casa no daba un palo al agua, y un sinfín de compromisos sociales, pésames, bautizos, bodas, rosarios, novenas, visitas, etc., y qué recibía a cambio, eh, pues dolores de cabeza o crujidos en la espalda, o desplantes como los toros en la plaza, pero soportaba todo el castigo, espero que Dios me lo tenga en cuenta.
                                                                          Juan
4-   Oh, las reivindicaciones pendientes. Tu nombre me encanta, Rosaura, me transporta a un mundo idílico, a un auténtico  edén. Las flores son mi debilidad, con estambres, cáliz, corola, androceo, gineceo y el polen, pero me subyuga sobre todo la rosa, como a los poetas, y mira por donde el tuyo, a buen seguro que deriva de la rosa, con todo su fulgor, R-o-s-a-u-r-a, con el repiqueteo de vocales, y la onomatopeya de las erres en un plenilunio romántico.
                                                                     Rosaura
   Vaya, hombre, buena la tenemos. Se te olvidó la coplilla, lo que no es de extrañar a ciertas edades, con gotitas de demencia senil, la estaba ya esperando, pero puede que sea, “SI tú me dices ven, lo dejo todo, si tú me dices ven, será todo para ti”…, no te fastidias. Vamos, que una tonta no es, pero una cosa sí, me arrepiento de no haber libado el néctar de las flores del bosque.
                                                                       Andrés
  Con que mariposeando. Qué dices, qué exagerada. No se trata ahora de poner en entredicho la monogamia, bendito sea dios; sin embargo, me parece que sería bueno elevar el nivel mutuo del respeto, la comprensión y la cordura en la pareja, y tensar la cuerda por los dos lados.
                                                                        Juan
   Dejaos de pamplinas, no sabéis por dónde va el mundo, y no saquéis los pies del tiesto. Aquellos músicos de entonces nos nutrían con sus sones el espíritu, nos oxigenaban y saciaban el hambre, al sonar los discos dedicados en la radio, por los cumples o por San Valentín, la fiesta de los enamorados, aquellas chispeantes canciones traían en el pico aires frescos de primavera en mitad del hastío ambiental, entre el clamoroso silencio sepulcral; canciones llenas de emociones como, “Que se me paren los pulsos/, si te dejo de querer/. Que las campanas me doblen/, si te falto alguna vez/. Eres mi vida y mi muerte/, te lo juro compañera//… O aquella otra que dice, “Siempre a la verita tuya/, siempre a la verita tuya/ aunque yo por ti me muera/. A tu vera, a tu vera/, siempre a la verita tuya//…Resulta que la música pellizca, muerde el sentimiento de las criaturas, afloja los nudos del corazón, alegra el alma, especialmente en aquellos tiempos de juventud, cuando nos reíamos del mundo, y gobernábamos nuestras naves, viviendo a la pata la llana, a nuestro libre albedrío, navegando de aquí para allá, en cambio ahora, aquí en la residencia mustios, atados, en esta jaula de grillos y desguaces, aunque fuese de oro, que no la es, como cobayas enlatadas…
                                                                    Rosaura
   (Con desparpajo y muy en sus cabales)
   Pues en lo que a mí respecta, una servidora ha disfrutado a su aire todo lo que ha querido. Limpiaba el altar de la iglesia, el cáliz, los hábitos del párroco y los utensilios sagrados, haciendo hincapié en que la sacristía para mí, cruz y raya, porque allí campaba por sus respetos el sacristán, que rumiaba los oscuros sones de enterrador, ya que infundía la imagen de cuando en los entierros se le desencajaba la boca y los ojos, y le palpitaban las sienes al entonar la oración fúnebre del “Pati noster”, qué miedo me daba, y llegaba el más difícil todavía con el Amén, la traca final, en que despanzurraba su garganta, semejando los estertores de la muerte, el probe de Feberico, como lo llamaban los parroquianos. Pues sí, aunque digan con sorna que Rosaura, tan guapa y garbosa como yo era, que por cierto me casé y tuve familia numerosa, se diga de modo tendencioso por deslenguados, que me quedé para vestir santos, no es así, me siento muy orgullosa por mi labor. Tengo fe plena en el más allá, en que llevaré la recompensa, no lo dudo, después del breve viaje por este valle.
                                                             Juan
   Bueno, no se me ocurre nada al respecto. Es cuestión de fe. Estoy perdiendo los pulsos, el sentido de la orientación. Pardiez, no puedo mover esta pierna, coño, estoy cojo, me siento como un trasto viejo, una colilla de las que recogíamos en la puerta del bar para liar el cigarrillo, y  mastico recuerdos de las descalificaciones que nos endilgaba el progenitor, que en paz descanse, y siempre con el usted por delante, como en la mili con el sargento, que nos tildaba entre grito y látigo de inútil, ¡ eres un inútil, un mala sangre, un vago!, no mereces el pan que comes, te pareces al parásito de tu tío…y otras lindezas. O sea, que para nuestro padre éramos el ser más indigno y despreciable del mundo mundial, incluso inferior a las bestias, siendo tratado como otro Segismundo encerrado en la torre exclamando, ¡Ay mísero de mí, y ay infelice!/, apurar, cielos, pretendo/ ya que me tratáis así/ qué delito cometí/ contra vosotros naciendo/; aunque, si nací, ya entiendo/ qué delito he cometido//…
                                                          Andrés
   No te fastidias, vaya ocurrencias, eso te pasaría a ti, pero los demás hemos tenido una familia respetable, que trataba a los hijos con delicadeza, y no existían aún las organizaciones protectoras de hoy día. Hay que reconocer que unos vivían mejor que otros. Unos, a matahambre, emigrando, y otros nadando en la abundancia. Hay gente que tiene mucho mérito, que se ha esforzado al máximo para salir del hoyo, aplicándose al estudio para labrarse un porvenir.
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   (Llega el sacristán de súbito, como la muerte, y dando trompicones por los hoyos de la calle, para un entierro en una fría tarde invernal)
                                                                El sacristán
   Venga, Virtudes, ya estamos aquí, dónde tienes a Bartolo amortajado, que está don Marcelo esperando en la puerta con el hisopo en la mano echando chispas, vamos que se hace de noche y los caminos son peligrosos y podemos caer en la fosa antes que el muerto al menor descuido. Ea, empiezo la oración fúnebre, “Pati noster”… (El humo del tabaco lo envuelve todo y se mueve como las negras nubes en una tormenta, y las toses de los presentes presionaban las gargantas y ahogaban la tarde en un crepúsculo turbio e inane).
                                                                  Juan
   Rosaura, y a todo esto, pienso que a buen seguro que conoces el comportamiento de los animalillos en los campos o en el corral haciéndose carantoñas, y digo yo, qué me dices de las 6-partes femeninas, el himen o el clítoris, porque no creo que lo confundas como el del chiste, cuando iba uno por la calle y vio un letrero en el bar que decía, “una caña y hacer el amor un euro, y sin más rodeos entró a indagar y le contestaron que sí, que todo muy bien lo del anuncio, pero que no había clítoris, y entonces responde el cliente un tanto aturdido, vale, pues que me pongan una Heineken”… y en la mujer ya se sabe, y no sé si persiste el tabú…porque las semillas de las plantas y las flores del campo lo perfuman todo, y tú más si cabe por tu nombre…
                                                                     Rosaura
   Oye, deslenguado, un viejo verde lo que eres, parece que la enfermedad senil te engarrota de manera galopante, pues ya frisas los noventa, y te mueves en la cuerda floja, recórcholis, a mí me hablas del cáliz del altar, de la sagrada hostia, la extremaunción, que ya te va haciendo falta…que son los garantes del más allá.
                                                                              Juan
   Entonces no hubo ningún desliz en la vida activa.
                                                                            Andrés
   En los avatares de la vida, a veces, las cañas se vuelven lanzas. Al parecer, al crecer, al igual que la planta busca el sol, las criaturas buscan por inercia un ser, una pareja con similares gustos y apetencias, hasta el punto de volver a revivir las escenas o roles de los ancestros, del periplo de navegación por el mar de la infancia.
                                                                   Juan
   No sé si al final, va a ser que conforme al abono de la planta, así echará el fruto, el semen que se siembre.
                                                                Rosaura
   Yo tuve un novio que sólo pensaba en las domingas, los senos, le sobraban los ojos, la boca o los labios…, puede que en el subconsciente tarareara la canción del carro o de la carreta, de que más tiran dos… que dos carretas; y yo le espetaba en ciertas ocasiones, ¿es que de bebé sólo bebías, tío, leche de burra?
                                                                  Andrés
   Las personas tropiezan dos veces en la misma piedra como si tal cosa, quizá porque la ceguera humana es muy atrevida y enreda las neuronas…
                                                                Juan
   Tal vez el compañero de celda de esta prisión, a la que llaman residencia de ancianos, haya pasado por ese trance… Ahora no le es posible patear atajos o trochas, ya que permanece amarrado al duro banco, como todos nosotros, entre las rejas de estos sordos muros, arando pensamientos a través de los lúgubres pasillos, sorteando meandros fantasiosos, y apenas se es consciente de nada. Mira esta foto, Simón, ¿sabes quién es? ¿te reconoces ahí?, despacio, 7-pues eres tú, te la hiciste el día de la boda de tu hijo Nico, en la famosa venta de don Quijote, cerca de la ciudad manchega, haz memoria.
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                           (En el geriátrico. Un reconocimiento rutinario de la tercera edad)
                                                     El doctor
   A ver Juan, muéstrame el aparato urinario, el pene, hombre, lo que te coges cuando vas al lavabo. No, eso es el pañal, a ver, dóblate hacia el otro lado, ahora mejor. Ahora las vías respiratorias. A ver esos pitos. Cómo te trataron los duros años de fumador. Respira hondo, pero suave; ahora tose con energía, como cuando estabas en la mili, pero no me escupas, saca la lengua, no, la lengua, que parece que se la han comido los ratones, así…estupendo.
   A ver, el siguiente, que pase el siguiente…otro…otro…otro…
   Y así transcurre la existencia. Y cabe preguntarse, ah de la vida, ¿y nadie me responde?
   Y una vez que se ha comprobado lo pronto que se baja el telón, que se va la vida y viene la muerte, tan callando, urge abrir los ojos y aplicar la sentencia, “es más importante llenar los años de vida que la vida de años”.