martes, 15 de febrero de 2022

CREPÚSCULO

Estaba la pareja, como aquel que dice, dormida en los laureles, en sus balbucientes brotes haciéndose, cuando en la verbena de las fiestas de la Virgen de la Aurora del pueblo interpretaba la orquesta la canción, “A lo loco, a lo loco se vive mejor”, y con las mismas comenzaron a bailar con tal arrebato que pronto bordeaban la extenuación. La última pieza musical que pudieron aguantar fue “Ansiedad”. Al poco tiempo de la festiva función, tras el derroche de amorosos movimientos por la pista decidieron descansar a fin de recuperarse, encendidos como se sentían por los meneos y roces de los ardientes ritmos de las melodías. Y llegado el momento tomaron asiento, y pidieron un gin tonic al camarero intentando poner freno a tan desesperada fogosidad, atemperando los impulsivos anhelos que alimentaban sus espíritus. Y una vez superado el súbito sofocón, volvieron a la pista con aires nuevos. Cuando ya crecían las sombras por calles y plazas refrescando la tarde, se miraron fijamente a los ojos como si quisieran fundirse los dos en uno, y sopesando sobre qué camino tomar en esos instantes de excitación, acordaron coger el coche que acababan de estrenar a la entrada de la primavera, y se trasladaron a una playa cercana a darse un baño a la puesta de sol, disfrutando a sus anchas de la naturaleza y los ardorosos fulgores del ocaso, o bien, darse un cálido paseo por las orillas del mar, gozando del salado murmullo de las olas. Y en ésas andaba inmersa la pareja, tras el vertiginoso fuego crepuscular envolviendo la atmósfera. Mientras tanto, masticaban las primaverales y juveniles fragancias del amor, pensando en un ubérrimo porvenir, montando el día de mañana un nido donde refugiarse de las tempestades o el furor de los rayos solares, realizándose como personas en alegre y grata compañía. Por tal época de sus vidas andaban aún titubeando sobre los proyectos, los sueños, recapacitando a cerca si los sentires del uno se amoldarían a los del otro, llegando como fruta madura, o acaso fuesen verdes tallos sin sentido navegando a la deriva, y expuestos, cual volubles veletas, a los envites del viento. Y en esas entremedias, después de patear los rincones y parajes costeros más sugestivos se sentaron plácidamente en una roca, donde acostumbraba a hacer su nido un pajarito, y emergía toda rebelde de las aguas marinas la roca, rompiéndose inmisericordes las olas contra ella. Durante un tiempo se dedicaron a contemplar el encanto del cielo, sus secretos olores y pulsiones, la gama de colores y sugerentes resplandores escrutando lo que ocultaban tras su majestuosa estampa, quedando abducidos, al percatarse del inmenso corazón del crepúsculo que, aunque fuese harto fugaz y los abandonase presto a su suerte, ellos, nadando en sus fibras, en un mar de ilusiones, de albas se abrazaron efusivamente, y pese a que la noche caía con toda su cohorte de estrellas, incertidumbres y misterios, quedaron profundamente embaucados por los inconmensurables efluvios crepusculares, los deslumbrantes destellos, y, tomándolos como testigos del momento se juraron amor eterno, sellándolo meses más tarde ante la autoridad competente. Con el paso del tiempo, al inicio de la primavera, con no poco alborozo y contento celebraba la pareja el paso que dieron en aquel sublime y afortunado crepúsculo, quizá el más venturoso y fructífero que vieron sus vidas.

jueves, 3 de febrero de 2022

Arpa

Entre un interesante dossier de vitaminas para el corazón, bocetos de sonetos y un poemario con epígrafe de Fragilidades que tenía delante, arrancaban los primeros balbuceos intentando darle curso a los pensamientos, y entonar los aires conformándolos, porque, aunque no la citase abiertamente, en su corazón hervían las insignes interioridades de la avezada arpista, que en cualquier momento podía montar un circo en cualquier plaza o balcón de una ciudad, desplegando sus alas y paralizar el mundo, convirtiendo el arpa en un volcán de emociones, un océano de memorables sensaciones mediante el duende creativo de sus dedos. La vida un tanto anodina de él no le ayudaba a cicatrizar las heridas, y la plomada no le señalaba la verticalidad o altura de miras, y despegarse de las rutinarias caminatas a fondo perdido o insípido tránsito por bulevares y tiendas de antigüedades emprendiendo de una vez por todas el vuelo. Lo que tal vez echaba en falta era una ebullición galáctica, un raudo aliciente que levantase cabeza y dijera aquí estoy yo, dando el do de pecho en el tejer de los días, experimentando sin ambages la ansiada y enriquecedora impronta. Cuando las fragilidades más arreciaban en aquella destartalada tarde, un surtidor de chispeantes y melódicos embrujos surgieron de repente deleitando el paisaje, el ambiente, el mar cercano amansando a los peces más voraces, exhibiendo las bondades y encantos que dormían en las venas de la arpista, pulsando con perspicacia y talento las cuerdas de los sentires. Es de sobra conocido el proverbio, la música amansa a las fieras. No obstante, no imaginaba ni por asomo cuáles serían los singulares orígenes del arpa, su materia prima, y cuál no fue el estupor cuando llegó a sus oídos el hallazgo, no dando crédito a tan paradójico relato, al verificar que no se parecía en nada a la cita bíblica del Paraíso Terrenal con la célebre costilla de Adán, al hallarse tan alejadas entre sí las raíces de su árbol genealógico. Los arúspices del idílico instrumento apuntaban que los prístinos atisbos del arpa nacen de los ancestrales oficios del género humano para subsistir, nada menos que del arco y las flechas que utilizaban para la caza, herramientas rústicas y vitales para la obligada tarea de buscar el sustento diario las diferentes tribus, que poblaban la Tierra. Él se conducía expectante, fluctuando en la cuerda floja, pisando charcos, y no hallaba un espacio a su gusto, robusto, en el que afanarse y establecerse placentero acorde con sus postulados. Su ímpetu se difuminaba, cual azucarillo, a la vuelta de la esquina. SiEn embargo, su fantasía no dormía, y revoloteaban por su mente en tales coyunturas de un mar en calma imágenes de aura de estrella, rumiando que su enjundia era un trasunto del arpa que tocaba, de forma que cuando él acariciaba su cuerpo advertía que se transformaba, que lo afinaba, refulgiendo exultante su figura y la cadenciosa melodía que brotaba del rojo de sus labios. Él se conducía por los vericuetos del existir sin señas de identidad, cual barco a la deriva, dirigiéndose rumbo a ninguna parte. Su chispa se deshacía al instante. Pugnaba por ello, pero no llegaba a enhebrar la aguja de los sueños, le faltaban los mimbres para trenzar un cuadro digno donde verse representado en la posteridad, acorde a los cánones humanos, y necesitaba remar con ahínco a fin de que tales presentimientos cayesen por su propio peso, cual fruta madura. Y de esa guisa caían, un día tras otro, las hojas del almanaque, las deshabitadas jornadas, las cosechas del campo, y no acertaba a plantar un árbol de la vida, ni encontrar un equilibrio en los vaivenes existenciales, no siendo arrastrado por las aguas de los desvaríos. Un día, cuando más perdido se hallaba, oyó los ecos lejanos de un arpa que lo envolvía todo en un mundo de misterio y ternura mediante voluptuosos ritmos, siendo seducido por la armonía de su escala y acordes en una lluvia de silbos amorosos, transportándolo a un escenario de melómanos pellizcos, de fruta prohibida, bebiendo los vientos que danzaban ardientes por aquellos contornos. Jamás elucubró que semejante ensamblaje de inermes y frías cuerdas del bosque manejadas por los cazadores de turno, contuviesen en su empresa tan estelares ambrosías artísticas, cuando a lo mejor apostaría cualquiera por la pérdida de los papeles en el trance de aquel berenjenal, pero la arpista con mano firme en el timón marcaba el tempo de la partitura eligiendo allegro, vivace, presto o prestissimo ad líbitum, eludiendo que sus ingeniosas manos fueran atrapadas como fiera salvaje en el cepo al ejecutar la melodía, saliendo airosa del creativo reto, reteniendo a cuantas aves y transeúntes cruzaban por su espacio, siendo testigos de tan excitante eclosión musical, sembrando en sus almas inefables embelesos, unas esencias únicas.