sábado, 28 de diciembre de 2013

Ella











                                                    
  
   Mientras tanto, ella se acicalaba como nunca solía hacer aquella mañana, y se disponía a darle la bienvenida a la vida, a los frescos pensamientos, y salir del rol de Eva en el paraíso, porque las manzanas no eran de oro, ni ofrecían lo que esperaba, y para colmo fueron enloqueciendo, y por otro parte, al estar encerrada en aquella lujosa jaula, se sentía como una inválida, no pudiendo darse un garbeo, o a conocer o ir de compras por Londres, París o la ardiente Verona, o acaso tomar una copa con los amigos de toda la vida en un plácido pub, y llovía sobre mojado, harta de cobijarse bajo la arboleda de la ñoñez, cubriendo las apetencias con una túnica de hastío y desconsuelo.
   Y acariciaba en sus adentros una nueva fruta, un papel diferente, porque ya iba siendo hora de desconectarse de todo, incluso de lo rancio y manido, y desembarcar en otros puertos más sugestivos, con otras farolas y sensaciones, desembuchando la hipocresía y la roña enquistada en sus atrios, en las entrañas, todo aquello que la sumía en los más inhumanos e infumables ambientes.
   Se fue abriendo la caja de las sorpresas, de los truenos, en aquella noche tan especial con unas hechuras inusuales, en una especie de carnaval, como si remara por las plazas y canales de Venecia, aunque sin excesivas excitaciones, no explicándose el porqué de tales advenimientos, tal vez fuese por el hecho de haber sazonado el fruto del árbol preferido del edén, pero corría el riesgo de ser arrollada por la corriente de habladurías de los más allegados y conocidos, y temía caer en la tentación, en un estado de pánico, y ser devorada por la desidia o la incomprensión, al carecer de un norte, de una luz de confianza que le iluminase por el lúgubre túnel y las tortuosas sendas harto peligrosas por las que circulara, en el borrascoso berenjenal en el que se hallaba.
   Por aquellas calendas se desperezaba la estación otoñal, llamando, obsesiva, a las puertas del fiero invierno, y comenzaba a desnudarse sin recato la naturaleza, los árboles, siendo llevadas en volandas las hojas a los más apartados rincones por los vientos de turno, confabulándose en los desvaríos y tretas, aunque, a veces, lo ejecutasen a regañadientes o con displicencia.
   Y se sucedían los días, los años y las estaciones, pero parecía como si aquel otoño pesara más y pasase un tanto receloso por su puerta y se le hubiera invitado a sentarse a la mesa, aunque nada de eso acaeció, o que tal vez llevase impregnado algún parentesco  o paralelismo con sus genes, el caso fue que, a pesar de lo bien arropada que se sentía, con el abrigo verde y las medias de color haciendo juego, regalo del novio por la onomástica en los años de ensimismamiento y arrobo mutuo, y la dicha de verse reconfortada con las prometedoras gotas de rocío que caían por la ventana, infundiéndole ilusionados hervores, la feliz trayectoria se resquebrajara .
   No obstante, en los tiempos muertos y ratos libres, se reunía con las amigas con ánimo de distraerse, y en tales componendas y tesituras andaban, entregándose al divertimento, como niñas traviesas y juguetonas, jugando al escondite, a las prendas o a la gallina ciega, siendo en éste juego donde más se solazaba y explayaba, procurando, cuando se tocaba a ciegas, abrazarse con suma ternura, pero, de pronto, sin saber cómo ni por qué, el otoño entró como un ladrón en su vida, y empezó a desnudarla sin consideración, ajándola y deshojándola poco a poco, como a una cebolla, primero la piel, evocando quizá a la serpiente en el tronco del árbol del paraíso, luego, como aullando, le anulaba el tesón, la tersura y el brillo del cuello, rostro y brazos, y para más inri la pérdida del cabello, convirtiéndose, sin proponérselo, en la cantante calva de Ionesco, perdiendo el primitivo hechizo, y no digamos el vestuario, el precioso abrigo y medias verdes que lucía, y a renglón seguido los botones se abrieron en canal, cual granada madura, y no le iban a la zaga los finos tacones, arrugándose como chicle caducado, y chillaban cual ratas aprisionadas, como si escenificasen los cuentos de las mil y una noches en toda regla, en saraos o tablaos flamencos, con objeto de resarcirse del rosario de cochambrosas adversidades, de tantas contiendas fallidas, y quisiese salir cuanto antes de los rescoldos infernales y subir la moral, tocando el cielo, resaltando el ego y subrayar a los cuatro vientos que iba a poner todo su empeño, exclamando ufana, ¡aquí estoy para lo que haga falta!
  Y entraba al trapo, pidiendo guerra y trabajo en las más acreditadas salas de arte, ensayo y danza, y tras los avatares sobrevenidos en su currículo, al cabo de los días las campanas despertaron y empezaron a repicar en su honor, en un apoteósico desfile de carrozas, arrojando confetis, dulces y sorpresas, y a cada paso se sentía más entera, más persona, recobrando el sin par porte, el esplendor, el lunar de la mejilla, la tersura y el mirar ardiente, honesto, haciéndose a la mar hermosa del amor, desplegando las velas y los enseres de pesca, subiendo a la charlana que estaba varada a la orilla del Mediterráneo, y se puso a pescar con denuedo, lo mismo en rebeldes aguas que dóciles, según los estados de ánimo, con gran acicate, pescando, ora, un rodaballo, ora, un nuevo amor, y así, de esa manera, despacio pero sin pausa, restañaba los desconchones de los muros, las oquedades, y se reponía de los destartalados años vividos en la mugre y la fría pena, poniéndose al día y por montera las lenguas de doble filo, y fue limando el tedio de las leguas recorridas por terreno quemado, que, sin advertirlo, la había secuestrad durante una eternidad.
   Y aunque aquella era una noche rara, ella brillaba con luz propia, como una estrella, con las medias de color y el sensual rodete que se hizo para la ocasión, revoloteando como una cometa por las alturas, consiguiendo apagar los fuegos fatuos de los amores brujos, aderezando con dulce cabello de ángel y sutil galantería el prolongado otoño que había trotado por las sienes, por sus praderas, desquiciando las cosechas, su envidiable figura.
   Y llegó la hora de deshojar la margarita en los lúbricos y volubles crepúsculos, y descolgarse por los pechos y derroteros de eros, y, a pesar de que la duda alargaba los tentáculos por los páramos y círculos más próximos o lejanos, ella tomó el timón del oleaje y de los pálpitos, en un arranque de amor propio e hidalguía, y se plantó en mitad de la calle, del circo romano, en los torcidos renglones del camino, y abriendo la partitura de la obra, pulsó las teclas precisas, abriendo la compuerta de las aguas míseras, fecales, reventando el cauce que las aprisionaba, y brotó en ella la fragancia de la primavera, y se lanzó a la búsqueda de tentadores manjares, de dulces bocados y sonrientes despertares, cortejados por ricos caldos y promesas de la ribera de Baco, que se sirven en los más distinguidos cenáculos del planeta.
   Se componía en las cuitas con manos de ángel, buceando en las lagrimillas de san Lorenzo o evocando  el ardiente  vuelo de las monedas sobre la fuente de Tréveris. En el tocador reverberaban sus encantadoras beldades, y los destellos del encendido rictus, la sensualidad y el desparpajo, y mientras tanto se oía el ladrido lastimero de un perro en la calle muerto de hambre o de miedo, con la pedrada en un ojo, el croar cercano de las ranas en la balsa del parque y el picoteo insistente de palomas y gorriones, y ella atisbaba, sorprendida, cómo el abrigo teñido de tristeza se iba transformando en una flamante gabardina amarilla de Ágata Ruiz de la Prada, con frescas fragancias de Carolina Herrera, y la pintura de labios de un divino color vino de la tierra.
  Y es que a fin de cuentas, sólo se trataba de concretar los peldaños que ella anhelaba escalar al arribar a tierra firme, a territorio de conquista y sólida bonanza, al coger el toro por los cuernos, y el rumbo que mejor le cuadrase a sus vientos vitales, pergeñando un nuevo atuendo resistente a las bombas, a las inclemencias, a fin de emprender una nueva empresa prendida de las alas de la felicidad.
  
         




miércoles, 18 de diciembre de 2013

Nico











                                                                   
   En las gélidas noches de invierno Nico, nutrido con los cuentos y decires de los mayores tras el fuego de la chimenea, deambulaba por los senderos de la fantasía, rumiando que alguna vez se acordara alguien de él, y recostado en esa idea vino a caer en la cuenta de que los prodigios existen, y de esa guisa acariciaba la ilusión de que los todopoderosos Reyes Magos le trajesen algún regalo, pues carecía de medios para saciar las más elementales pretensiones.
   Mas no las tenía todas consigo, y sus afanes se desvanecían por momentos ante las embestidas de la abundante nevada que se cernía sobre aquellos lares, en el breve recinto donde vivía, una aldea formada por un puñado de vecinos, sin apenas luz eléctrica ni medios de comunicación y transporte, como no fuera el riachuelo que servía de carretera en época de sequía, cuando el estío extendía los tentáculos y campaba a sus anchas por la accidentada y árida zona.
   Aquel invierno quería Nico romper moldes, hacer una excepción en la hoja de ruta, en su vida rutinaria, procurándose algún acicate que le infundiese valor, empuñando el timón de sus días, de suerte que le impulsara a soñar con ciertas dádivas que su ardoroso corazón le dictaba, dentro de la situación económica por la que transitaba, postulando un ósculo, un respiro, un bocado de cielo bajo el cielo gris que lo cubría.
   Y habiéndose dejado llevar por forjados corceles por las insondables estelas de las elucubraciones, se dispuso a llevar a la práctica el ideado esbozo, enviar una misiva a sus Majestades, tan generosas siempre, pero he aquí que de repente todo el  gozo en un pozo, y, como a traición, una densa y blanca carpa se fue instalando con premura en aquellos pagos, echando por tierra todo el fuego encendido para la ocasión, percibiendo cómo a todas las ensoñaciones y augurios más genuinos se les hundía el andamiaje que los sostenía.
   Nevaba sin entrañas noche y día, y la aldea crepitaba como una hoguera, trenzando una especie de danza del vientre macabra, quedando si cabe más incomunicada por tierra, mar y aire, no pudiendo durante el período invernal levantar cabeza, ni hacer llegar el soñado mensaje epistolar a su destino, bien, a través del correo postal de toda la vida en infatigable diligencia, o bien, si por un casual, se topase en el camino con el moderno sistema de Internet, vía e-mail.
   Nico caía una vez más noqueado en el ring de sus esperanzas, K.O., tirado en la lona de la impotencia por mor de la turba de copitos de nieve que se daban cita en aquel invierno anegando los compartimentos, todos los recintos y medios a su alcance, dejándolo atado de pies y manos, sembrando el desaliento en los campos poblados de frutales y en su jardín más íntimo, marchitando los pensamientos tempranos y las brillantes flores que sonreían en sus sienes y que tan felices se las prometían en fechas tan especiales, confiado en ser agasajado con una bici de montaña, que le allanase los escollos del camino, y por la que suspiraba a fin de desplazarse a la escuela, que se hallaba a una hora de camino.
   En los días en que se colaban por las rendijas del horizonte algunos fluctuantes y osados rayos solares, aprovechando un descuido del fiero temporal  o acaso un descanso, al echar un cigarrillo, (porque en todos los trabajos se fumaba, sic…), entonces él veía el cielo abierto, y exclamaba con todas sus fuerzas y loco de contento, como un niño con zapatos nuevos, ¡oh, qué dicha si me arrancase la espinita tan grande clavada en mi vida!, toda vez que no entendía que, pese a esforzarse al máximo, poniendo todo de su parte, los elementos de la naturaleza le fuesen tan esquivos.
   Y en las horas cuerdas de las largas y lentas noches invernales, se interrogaba sobre las excelencias del refranero, que dice altanero, “año de nieves, año de bienes”, qué sarcasmo, mascullaba entre dientes, ya que la cosecha no podía ser más cicatera, quedando, como Tántalo, a la luna de Valencia, sin el resorte acuñado en sus noches más nítidas y soleadas, acariciando el consuelo de hacer más liviano el cotidiano calvario de la asistencia al centro escolar.
   Y fustigado por las inclemencias del tiempo y la mordedura de un can asilvestrado por la desidia del dueño, respiraba, en estrecha comunión con el vecindario, el mismo aire que los sufridos campesinos de la tierra, azotados por el vendaval de nieve y granizo, al ver pasar de largo el rico maná de sus frutos y anhelos, siendo arrastrados al ciego pozo del olvido.
   Y musitaba Nico para sus adentros, ¡qué necios son los humanos, que ingenian dichos y sabios proverbios que prevarican, que practican el nepotismo y el tráfico de influencias, avasallando a los más débiles en sus procederes con su privilegiado poder climatológico, obviando con las necedades lingüísticas las necesidades vitales más perentorias de las criaturas, de suerte que si de Nico dependiese, pondría los puntos sobre las –íes al frío, indolente y dogmático refranero, metiéndolo en cintura, invadiendo pérfidas fábricas de nieve, microclimas corruptos, terrarios selectos o acaso insulsos, e impedir que la voluble e intocable casta de la climatología haga lo que le venga en gana con los súbditos e  indefensos proletarios del planeta, haciendo de su capa de nieve un sayo.                                                        
          


domingo, 8 de diciembre de 2013

Parlamento de un recién nacido







                                                 
                                  
   Oh, qué maravilla, ya estoy en el universo, qué trabajito te ha costado, mamá. Soy un granito de arena más rodando por los habitáculos, debajo de la cuna, sobre la barriga de la abuela, pero prefiero que me coja en brazos mi tita Angelines, que goza de unos aires y un busto de ángel, tan blanda, tan blanca y tan ágil.
   Suelo pasarlo pipa con ella, porque me compra caramelos, chuches y globos de colores, que me hacen sentirme un niño juguetón y tratado como el rey de la casa.
   El otro día, en una rabieta, pellizqué la teta a la tita Paula para que me diese de mamar, y me dio un sopapo, haciendo un mohín muy desabrido, como si la hubiese ofendido, no sé por qué.
   Cuando cumpla el año, quiero que me lleven al parque a coger palomitas, gorriones y cortar  flores para regalárselas a mi mamá en acción de gracias por haberme traído al mundo, aunque como en el trayecto me pique alguna malévola avispa o alacrán me acordaré de todos los ancestros, haciendo caca en ellos.
   Ah, mamá, y te pido de todo corazón que no me dejes nunca solito…                     

    

jueves, 21 de noviembre de 2013

Era una noche sin luna










            
                                  

   Le venía desde la infancia esa adicción a lo esotérico, a los mares de la luna, a lo ceniciento y sepulcral.
   Coleccionaba esqueletos de todo tipo, desde los más horripilantes insectos hasta los más arcaicos embalsamientos de la antigüedad, abasteciéndose de animales de toda especie y condición, sintiendo debilidad por los más extravagantes y díscolos hasta llegar al reino de los simios, de los humanos, donde no se inhibía ni se andaba por las ramas, y se volvía loco engullendo teorías y más teorías y sutilezas para reubicar en su habitáculo los distintos restos que iban cayendo en sus redes, los rústicos, los vocingleros o los más carroñeros tenían cabida en sus carpetas, álbumes y vitrinas, recibiendo soplos de vida, y cuidadosamente iba colocando esas osamentas en andamiajes destartalados, recreándose en ellos y disfrutando cual niño que juega en la playa con el  cubo y la pala, esquivando los lametones en los pies de la blanca espuma de las olas, y se movía como el rabo vivo de una lagartija, sólo que él lo ejecutaba en su espaciosa habitación, distribuyéndolos en pequeñas celdas o cajas que había ido confeccionando a lo largo del tiempo para sacarle el máximo compromiso y bondades a aquellos bichos osificados, disecándolos pacientemente, extrayendo las entrañas a unos a machamartillo, o esculpiendo huesos roídos por la erosión o la antropofagia a otros, arribando poco a poco a las enzimas y jugo gástrico del género humano.
   Unas veces guardaba las cenizas de los extintos en trasparentes urnas, y otras se entregaba a la tarea de enderezar corcovas, jorobas, reconstruyendo la estructura con pelos y señales, cercenando y configurando iconos y figuras a través de variadas batidas por los más intrincados vericuetos, sobre todo en el campo de batalla después de la encarnizada avanzadilla del ejército enemigo, siendo en esos momentos y en ese terreno donde más se solazaba, encontrando sustancioso material de los muertos que, uno tras otro, iban cayendo fulminados por las ráfagas de las ametralladoras y la explosión de los obuses contrarios.
   En tales coyunturas solía hacer su agosto, metido como estaba en plena faena acaparadora, aunque a veces se veía envuelto el aliento por los tentáculos de fuertes nevadas, con unas temperaturas extremas, y en tales trances y maniobras de miembros, se dislocaba recogiendo y almacenando restos humanos esparcidos por aquellos campos, ahora desiertos, desolados y sangrantes, pero con la ventaja de que en ese escenario nadie le iba a poner un pero, o a reclamar el amor de su vida o que alguien yaciera en tierra con el corazón partío por las balas, y depositaba los restos en las respectivas bolsas que a la sazón llevaba, esforzándose al máximo, y lo realizaba con el mayor sigilo a fin de no ser pillado in fraganti en tan peculiares afanes, ejerciendo de improvisado sepulturero, o mejor dicho, de disecador o diseñador de almas, pero siguiendo un ritual meticulosamente pergeñado para tal fin.
   Con idea de que la labor de los aderezos de las momias y los levantamientos de futuros huesos y bustos fueran tomando cuerpo y conformándose con mesura a través de las distintas piezas, la cabeza (lo más importante en esos menesteres), luego, el tronco y por último, las extremidades, que los iba moldeando con sumo cuidado con objeto de que el día de mañana no se desdijesen de los ancestros por haber padecido abultadas deformaciones en vida, así como de la autenticidad contrastada de cada uno de ellos, y para lograr tan delicada operación, adquirió un manual práctico de disecador de animales, junto con la biblia del cuerpo forense, con el fin de ponerse al día en lo más rudimentario, y luego ahondar en las innovadoras técnicas de la autopsia, con intención de beber en las fuentes de los más eximios orfebres de la taxidermia, logrando en décimas de segundo el óptimo resultado, unos ejemplares dignos del mayor encomio, mostrando una exquisitez asombrosa, que ni los más diestros en lides tan sutiles podrían haber elucubrado, llegando a conseguir una más que aceptable fisonomía, auténticas filigranas, tanto en la compostura como en la  caracterización pormenorizada de sus hechuras, dejando por los suelos no sólo a los más sesudos disecadores de momias egipcias, sino a los arúspices y especializados científicos del ramo que han pululado por el globo terráqueo. 
   En ciertas ocasiones se deslizaba parsimonioso por los camposantos para acometer  su cuasi secreta misión, prefiriendo las noches sin luna, buscando la más estricta intimidad por precaución, ya que lo solventaba con su potente linterna casi mágica, que iluminaba a la perfección la presa, el objetivo, enfocando las diferentes partes del finado, cráneo, ojos, estrías, bazo y brazos, que yacían a la intemperie, fuera de los enterramientos correspondientes, abandonados a la buena de dios por los seres queridos con la lápida a sus pies muerta de risa, donde se podía leer, “R.I.P. Tu familia y amigos no te olvidan”, agenciándose una minuciosa recogida de datos, verificando todas las muestras habidas y por haber, y llevándolo a cabo en la oscuridad de la noche para así asegurarse el botín, y de paso no toparse con gente peligrosa o incómoda por el camino, o correr riesgos innecesarios por parte de ciertas almas en pena, que llevadas por la insania del amor, se amamantaran en esas noches sin luna de aquellas ubres, visitando las tumbas de sus amores fallecidos en la flor de la vida y de los sueños más apasionados y delirantes, porque tales amantes, un tanto desequilibrados por la ausencia, serían los que más reparos pondrían por el posible brote de celos a la hora de la sustracción de alguna pieza corporal, verbi gracia, hueso, labio, ojo o lengua del entramado de su entrañable amor, evocando los versos de Quevedo, “polvo serán, mas polvo enamorado”.
   Así que se inclinaba la balanza a su favor, teniéndolo bastante claro, siendo en tales noches cuando más trincaba, y llevado por sus ansias de acopio se sumergía en aquellas raras aguas en pos de la recolección y posterior embalaje de los despojos humanos, sintiendo predilección por estos escuetos espacios por ser más coquetos y reconfortantes, preciosos edenes en muchos casos, atestados de flores de embriagadores aromas que lo extasiaban sobremanera en sus rutinarios movimientos o ejecutando una especie de fugaz razzia, sintiéndose mucho más seguro en estos parajes amurallados que en el campo abierto de batalla, donde los peligros y estragos que corría con los cadáveres dispersos eran mayúsculos, bien por los salteadores de caminos sin escrúpulo, bien por los buscadores de sortijas o dientes de oro, de plata, gargantillas con zafiros u otros valiosos enseres, o bien, perdiendo el equilibrio, podría caer rodando por los desfiladeros de los barrancos, situándose al borde del precipicio, y eso lo quería evitar a toda costa.
   Por otro lado, podía llorar con un ojo, al encontrar algún apilamiento fortuito un tanto desaliñado en algún rincón del cementerio, cientos de huesecillos, cada uno de su padre y de su madre, amontonados, y cuando al caminar se le abría una fosa de repente, entonces respiraba hondo, llegando el aire a los años de la indigencia más extrema por mor de la paz entre los pueblos, al no hallar ni rastro de vestigios humanos en mil leguas a la redonda, porque se imponía la calma chica en el mar del horizonte o por algún armisticio en el último minuto, no habiendo guerras en ese período, provocándole una seria estrechez, una precariedad ósea insostenible y alarmante para un diseñador o disecador como él, con ese desparpajo, talante e idiosincrasia, al faltar nada menos que la materia prima, el oxígeno, la savia que sube y baja por su circuito vital, siendo las matanzas bélicas un surtidor de incalculable valor para sus intereses, al poder darse un festín, una bacanal, algo parecido al reto de Espronceda, cuando plasma en los versos una lluvia escatológica de relámpagos y centellas, de truenos y cuerpos y calaveras flotando en el espacio, y de esa manera se remansa su espíritu en el turbulento oleaje, y en sus veneros líricos manan roncos ríos de poesía romántica, tan propia y típica de su vena poética.
   De esa guisa, en noches sin luna, se paseaba pletórico y feliz por los lugares más genuinamente románticos, edificios en ruinas, vetustos monasterios, paisajes desolados, no desdeñando en absoluto el posible hallazgo de una sirena momificada por el hundimiento de algún Titánic o de la misma Atlántida, no sabiéndose a ciencia cierta por dónde, si por las islas Canarias o las estribaciones de Sierra Nevada o las columnas de Hércules en el estrecho gibraltareño, y tal vez resurgiera la sirena de sus cenizas con todas las beldades, como una hermosa dama con abrigo verde, abigarrada su alma de una pasión amorosa, que anduviese buscando al príncipe azul, y ansiara con frenesí perderse con él en una noche sin luna, atravesando fosas cerradas o abiertas, ríos o mares, sierras o valles, con abrigo o sin él, descalza o con altos tacones, o tal vez cubriéndose con hoja de parra, y montar un chiringuito de amor, alejándose de los vaivenes y excentricidades del mundanal ruido, sepultando en vida la frase, ir con la muerte en los talones, y en ese nido construir una envenenada valla que se burle del verdugo del tiempo, volviendo la espalda a los cíclicos desvaríos naturales, disfrutando de una eterna luna de miel, y, en todo caso, si hubiese algún atisbo de emergencia, por el chisporroteo de ásperos destellos, entretenerse disecando presas de caza, crustáceos, anélidos, zoofitos o mariposas amarillas junto con el néctar libado, guarnecidos en un ardiente recinto infranqueable a los embates malignos, un privilegiado artefacto, digna réplica del arca de Noé.              
  





lunes, 28 de octubre de 2013

En blanco



imagen de Amnesia



                                                                                                           


                                                    
   Cuando abrió la puerta se quedó en blanco, patidifuso, sin poder desgranar los rizos matutinos, los ricos gajos de granada de postre, la última conversación con Teresa, la llamada de auxilio del hijo en silla de ruedas por el whatsapp o la orden de desahucio por impago de la hipoteca, sintiéndose fulminado, y le ocurrió en el momento más inoportuno, cuando se disponía a asistir al juicio por el castañazo con el coche en la A7 en vísperas de la pasada navidad, quedando enganchado en las redes del olvido, en el maldito color blanco, el que más repugnancia le suscitaba, no lo podía remediar, lo tomarían por ido, por la similitud con los cadáveres, pero lo argüía en parte al considerarlo en connivencia con el aspecto pálido y blanquecino del finado, fiel retrato de los estertores de la muerte, desgracia que padeció, lo que acaso le precipitó la ansiedad para que le sobreviniese el estado anímico tras las secuelas del terrible accidente.
   Hacía tiempo que había asimilado la paradoja de la expresión, lo tengo muy claro, aunque dicho término delatase connotaciones de blancura, nitidez, pero era la expresión que más le cuadraba en esos trances, y la que mejor reflejaba dichos hechizos conceptuales, muy a su pesar.
   Y sin proponérselo, a la chita callando, daba en el blanco de los anhelos más persuasivos, no siendo para él ninguna felonía o rara invención de un farsante o traidor, ideada para salir del paso.
   Todo lo descubrió un día negro de otoño del 2013, cuando abrió la ventana de la imaginación, del radiante día para él, y volando por las alturas, intentaba darle a la caza alcance, al enigma que volaba por las cumbres del firmamento de su psique, y que de súbito vino a tasar y desplegar los caracteres más genuinos en las fibras estelares de su cerebro, de modo que, aunque no comulgaba con semejantes matices tan descarnados como, pasarlas moradas, tener un día negro, estar en alerta roja o naranja, o estar verde en un asunto, quiérase o no, lo asumía con alegría para sentirse un ser vivo, y aun desechando en ese contexto tan denigrante y lastimero esos colores, y puede que pecando de cierto masoquismo visceral, los abrazaba abiertamente sin ningún tapujo.
   Todo ello lo alimentaban las reminiscencias tan hirientes del blanco, que le impedía afiliarse con naturalidad a sus amistades, a los círculos inmaculados, aun a sabiendas de simbolizar frescura, limpieza o pureza, por el bloqueo que se instalaba en sus pensamientos y miembros, por lo que, abriendo un pasadizo secreto entre las neuronas, no iba a consentir quedarse tieso así como así, sin blanca, en la fiesta del barrio con los amigos, en una acalorada noche de jarana y picos pardos, y no digamos cometer la torpeza de perder un amor de juventud, Blanca, por mor del nombre, hasta ahí podía llegar, pese a haberle dado calabazas la noche de los enamorados cuando los demás la festejaban alborozados, quedando con la miel en los labios, si bien, discurriendo por los senderos de la perspicacia, llegó a la rotunda conclusión de que sólo era pura anécdota fonética, y no venía a cuento que en dicho nudo se fraguase el ser o no ser, la enjundia o quintaesencia de los colores de toda la vida, toda vez que entre el abanico de genes cabía la fortuna, como en el caso de Blanca, de que luciese una tez morena, pelo castaño y unos dulces ojos verdes, adulterando con toda firmeza los dudosos destellos que llevase Blanca en las venas, birlando la estampa al blanco, y certificando de esa guisa que se encontraba a años luz de cualquier ramalazo o sospecha cromática, vacunándose contra cualquier emboscada de los colores más leales, todo ello con una claridad harto meridiana, a la que sus peculiares obsesiones le habrían conducido a todas luces, gozando por ello de una más que placentera autocomplacencia.
   Aunque hay tantos gustos como colores, no se pueden compaginar o entrelazar los unos con los otros, los sabores con los colores, ya que, aunque coincidan en lo cuántico, no así en lo restante, dado que las notas que brillan por su propio impulso en los colores son, la calidez, la saturación, la frialdad, la tonalidad, la luz, la perspectiva, el contraste, el claro oscuro, la lozanía, la seducción, el volumen, la hermosura, el erotismo; en cambio, en los gustos del paladar, todo se recrea en la buena mesa, y van por otros rumbos más culinarios y materiales con sorprendentes delicias, las sensaciones químicas, picantes, ácidas, astringentes, amargas, saladas como los perros o insulsas, así reconocido a buen seguro por los eximios y laureados restauradores, que regentan el estrellato de la gastronomía mundial.
  No obstante hay que hacer hincapié en la siguiente salvedad al respecto, la sutil elaboración de la masa pictórica, que se va moldeando y amasando mimosamente en los respectivos tarros, paso a paso, guiño a guiño, con el líquido elemento y las pertinentes sustancias, con paciencia y talento, que generan a veces en los creadores más frágiles exasperantes alergias, concluyendo la obra tras los precisos y preciosos hervores artísticos, pero sin tener en cuenta en ningún momento el sabor del color, un tanto amargo por los sinsabores que acarrea su cometido, valorándose sobremanera el calor de la imagen, la estética, las pinceladas, la simetría, los trazos y las emociones que despiertan en la mirada del espectador, bien sea el rojo, el azul, el amarillo, el añil, etc… una vez colgados los lienzos en sus respectivas celdas en la galería de arte con toda profusión de detalles y señas genealógicas.
    Y pasando de la potencia al acto, de la imagen a lo corpóreo, cabe la posibilidad de que las figuras se reencarnen en personajes de carne y hueso, de la vida corriente, con sus cicatrices, con sus auras indelebles, sus arrugas, esculpidos en esculturas de cera en el coqueto museo, obviando las recalcitrantes obsesiones personales, en un colosal arco iris de figuras de toda raza e idiosincrasia, desembuchando lo más selecto del alma humana, desembocando en el atisbo solidario del mundo de la globalización.
   Y lograr al fin enterrar en vida los estertores de la muerte, el color pálido y lechoso, dando en el blanco.      

                    

lunes, 30 de septiembre de 2013

El lector







                                             
   En las horas hurtadas a la rutina, el lector pasea por el jardín de las delicias, inhalando aromas y recreándose en amenos rescoldos legendarios.
   Allá por las postrimerías de septiembre, las sombras serpentean y se suceden sin descanso, no sólo en los caminos, sino en las librerías y quioscos, acunándose toda una saga de Sombras de todos los calibres y colores, de 50, más oscuras, liberadas, o azules, grises, verdes, listas, traviesas o respondonas, así como en los films respectivos, en que, jugando a la gallina ciega o la comba, saltan del libro al cine, y los Grey y Anastasias, héroes, protagonistas y villanos, se entregan en cuerpo y alma a la tarea, esgrimiendo las armas en todo su fulgor, y partiéndose el pecho, cazan Sombras en las más intrincadas fugas y urdimbres, rubricando al cabo la sentencia, no fiarse ni de su sombra.
    La sombra asombra a propios y extraños, ensombreciendo las siluetas, la efigie del tiempo, los candorosos víveres, los relojes de sol, y restringe los encuentros y citas humanos con viandas y botellas conversadas en los sugestivos conventos del ramo. Con la huida hacia delante de las sombras, retroceden las miradas contundentes, consentidas, y a las criaturas se les cae el moreno y la cara de vergüenza, al oscurecerse las blancas sonrisas, con la llegada del desenlace canicular.
    En los meses precedentes lo fantasmagórico y las penumbras se exhibían en sus justos términos, robustos, preñados de sol, de cal viva y mieses, y se masticaban a dos carrillos los brotes lumínicos, las emulsiones fotovoltaicas. Y las condimentadas y espesas sombras generaban altas corrientes de comunicación en la puerta de las casas, en el rebalaje, a la vuelta de la esquina, en las terrazas de los bares, titilando un continuo goteo, un intercambio de corrientes políglotas y vivificantes, espontáneas, auténticas lenguas de fuego, de amplio espectro conversacional, con una luminiscencia sin complejos, en contagiosos latidos, arrimándose unos a otros bajo un buen árbol tras la ansiada sombra, aún joven, en edad de merecer.
   Ahora la sombra septembrina se torna huraña, y, tomando la batuta, trastorna las tardes, transfigura el escenario, los músicos, las máscaras, los actantes, y toca otras cadencias, y parece como si al estornudar por el frescor y el relente reinante, perdiera los estribos, despeinándose, despeñándose, cual aletargadas lagartijas, por tapias o balates barruntando un tiempo ocre, de ajadas esperanzas, o se desperezara de un tórrido sueño de los augustos meses de estío, sacudiéndose las pulgas, alargando el cuello de jirafa por las emociones del lomo del libro, o asomara el pico entre el bullicio humano por callejuelas o plazas sin respetar los semáforos o venir a cuento, tirándose faroles, plantando cara a los transeúntes, subiéndose a las barbas, en una voraz galopada, como si ansiase saciar de especial fragancia los sensibles corazones, colándose por furtivos canalillos, o volar por entre la arboleda de la vida, hurgando en los pensares humanos.
   Al regreso de un viaje, tanto en la realidad como en la novela, i. e., de Santiago, de Valencia, o volando de Dubái a Madrid enfrascado en la composición de un epitalamio para los esponsales del avezado piloto curtido en mil batallas, o a la célebre y shakespeareana Verona, es de sobra conocido que la cabeza se abre, y se ensanchan los horizontes, como el río por las ramblas con la lluvia, abrevando sueños, abriendo caminos por la vida, echando por la calle de en medio, torrenteras o llanuras, manufacturando a través de la corriente múltiples artilugios, prendas íntimas, deseos, troncos, ramas o forjando accidentes de hondo calado, silenciosas balsas pobladas de desengaños, juncos y ranas, quedos meandros o ariscos acantilados en un repentino despeño, desplegando finalmente las alas por altiplanicies, jarales o los más dispersos cotos.
   A veces los ríos (nuestras vidas) chillan nerviosos por las adversidades del lecho, y dan vida a los poblados con saltos de agua, o se cuelan por entre las rendijas de las sensaciones, por entre las ideas mejor guardadas, truncando rutas ancestrales de la seda o del ganado, o acaso nunca transitadas o rumiadas, esbozando en sus burbujas un abanico de signos otoñales, ora de prendas de abrigo, de innovadores hábitos por la moda, bien de insólitas vibraciones o de lo consuetudinario, en según qué faro, dársena, puerto o área de avituallamiento en que uno se encuentre.
    En el remanso del tumulto de la trama narrativa, cuando parece que el cielo se confabula con la tierra en una encerrona, despuntan taxímetros contrastados, impolutas truchas saltando distendidas en las aguas de las páginas del libro, y se descuelgan alborozadas alboradas por playas o riscos, dando prestancia y sentido al respirar literal, reflejándose en el espejo del vivir, en los cimientos  del santo y seña que se ha fraguado.
   Y así transcurre la desmelenada escapada por las sugerentes ensoñaciones y dispares veredas de la fantasía y la ficción. Mas los barruntos del pensamiento son insondables, y  en ocasiones se quedan largos o cortos o con dos palmos de narices, ateniéndose a las consecuencias, acertadas o no, debiendo vigilarse en tales coyunturas tan polémicas y convulsas por si las moscas.    
   El lector se legitima en su labor, descodificando códigos, contenidos, tramas, en compañía de los personajes que trotan a sus anchas por las páginas en medio de su soledad lectora, y relee en un quehacer sosegado, triturando torreznos y cecina, chorizo de cantimpalo y metáforas, jamón ibérico y sonrisas, hambrunas y ruedas de molino o tentadores bombones a través de los más variados parlamentos, diálogos y quisicosas que se cuecen en la tahona del barrio del dramaturgo o se exhiben en la librería, en el universo de internet o por el boca a boca, siempre procurando no caer en la boca del lobo, y paulatinamente la fabulación se propala y se engulle en taquitos, a la plancha, o se va inoculando en las neuronas a través de los más variopintos recursos, jeringuillas, eslóganes, circuitos simulados, mascarillas o los massmedia, y configuran un mapamundi mundial, un bombazo, el best-seller, compartiendo mesa y casa con los personajes pobres de la novela corta o microrrelatos muy a su pesar, o acaso en un casamiento o flechazo clandestino, de luna de miel, se encierren en la carpa de su sombra, en el yo y su circunstancia.
   Hay momentos en que la sombra septembrina hace de las suyas, y sesea, cecea o carraspea en los renglones del libro, o juega con espejismos en la cabeza o las pupilas del lector, estirando sus fauces, los miembros, como un can al despertar, y se duplica la imagen o se encogen los tentáculos de la letra o se desmorona como un castillo de naipes, conjeturando no pocos sofocos o extrañas truculencias, raros encuentros librescos, quizá por vía de gripe aviar o insanias de vacas locas, contubernios o aquelarres, y tal vez aflore el hastío in situ, en ese instante preciso de lectura, condimentado con espurias y embaucadoras sonrisas de las líneas o directrices del que tiene entre las manos, y puede que en la úvula o campanilla del túnel de la historia ya se atisben los colmillos de la hojarasca del  umbrío otoño.
   Mientras septiembre muere dulcemente, como en la canción, la naturaleza se hace un  moño con su pelo, y ligerilla de equipaje, deambula de aquí para allá, viaja o se detiene por unos instantes, como si quisiese despedirse con hondo pesar de un ser querido o dejase alguna cosa a medio hacer, algunos frutos a medio madurar, pues el tiempo huye, y porque no puede quedarse por más tiempo, y agita frenético el pañuelo por la ventanilla del tren, como cualquier viajero al emprender un viaje, con la incertidumbre de si algún día volverá.
   Todo un mare magnum de convulsiones y peripecias bullen en la olla de los volúmenes y manuscritos, como, por ejemplo, en El nombre de la rosa o Madame Bovary, y a veces loables vítores se rompen por la acometida del toro de turno, una cornada brusca, un desliz, algún vestigio, como si se rumiasen lúgubres naufragios o húmedos periplos por los mares del Sur en noches de luna aciaga, de entusiasmos vacuos, sin fondo en la mirada o en el poso marino, sin consistencia en la existencia, y un horrísono temblor le atravesara las meninges en la travesía, el triángulo de las Bermudas, aventuras sin fin u otras rémoras, y remara contra corriente por ríos indolentes, o recorriera sierras, valles, laderas, y he aquí que de pronto, al cabo de la calle sin nombre, apareciese un gato sin vida, cual hoja seca, por inanición, y el viajero aturdido hincara la bandera de su espíritu, el pico, a pocos metros, en lo trillado, lo desahuciado, lo adocenado, contrariado en su fuero interno por el juego y el jugo de la lectura, pero era ésa y no otra la que tenía a huevo ese día, acaso de los escritores malditos, o las uvas de la ira, lejos del libro de Seda, más suave y relajante.
   Las últimas bocanadas de septiembre devoran sin piedad los vínculos de los suculentos platos y contactos y caldos de la boca que a gustar convida.
  Mas continuando el viaje, oye el caminante una voz que le dice, no dejes de soñar, y déjate llevar por las enigmáticas sombras de los museos, por los claroscuros de la pintura, por las pinceladas del arte, por el contraste de luces y sombras, por el brote de los nuevos cursos, de las buenas nuevas, de los ricos proyectos, motu propio, arrojando a la pira los inertes ripios, los soterrados cadalsos, los exangües principios, las soflamas, haciendo el pino en la tibia sombra septembrina, al azar, alzando las expectativas y, de esa guisa, caer en brazos de la imaginación, en un ancho mar de aventuras, de amores y en el amor al libro, porque doctores tiene la iglesia que apuestan por que, leer es escribir, y escribir es leer, entregándose a la creación, a la escritura, porque escribir es vivir, y cual otra Sherezade prolongando las horas vitales, diseñar incontables cuentos, tramoyas narrativas, aventuras al por mayor.
   Descabalga y amarra el caballo al frondoso árbol del camino, y entrégate a la aventura de soñar, de narrar, no sopesando los volcanes que encuentres en ebullición, ni la vorágine de incertidumbres que vomite o el inoportuno insomnio, ni los tropiezos en la misma piedra hecha palabra que a buen seguro se habrá de padecer en el devenir del discurso con homónimos y sombras de personajes, sinónimos y heterónimos, esdrújulos (como propóleo) y llanas (como zonzo), jitanjáforas (FIliflama aluco alabe bamoleo ulmo trojimirlazo resfulgente en la superestratusferaz de la alcoba) y anacoluton, y darse un baño de soles en la sombría vida, un respiro entre tanta sombra funesta, escuchando un ruiseñor en el risueño caer de  la tarde, libando el néctar del verdear de la aceituna en los campos andaluces.
   Asimismo leer en las hojas de la marejada, en las olas del pensamiento, en los vuelos de las gaviotas sobre la blancura de las olas, yendo con cuidado, para no perder el equilibrio por la escalera del almacén de libros, de la biblioteca, y no caer con la pluma en centones, zanjas o mil piltrafas parafraseando a La Regenta, a Lolita, a Dulcinea del Toboso, a Calisto y Melibea o a Romeo y Julieta por las rumorosas calles en las que se besaron, y menos aún a Esquilo o a Miguel Mihura en el teatro con la contundente respuesta, “me casé un poco”, o a Valle-Inclán en Luces de Bohemia, donde Latino apunta a Max, “que no se ponga estupendo”, porque, "Ser o no ser", la sentencia de Shakespeare ya está harto desgastada por los británicos… luego mejor será  huir con hidalguía de los plagios, de las plagas de Egipto, del fantasma de la crisis, del rico maná deshumanizado por si por un casual las cañas se vuelven lanzas.
   Y no hay más alternativa, si alguien no lo remedia, que seguir soñando, leyendo o escribiendo (siempre cabe la opción de cerrar el libro o arrojar el folio a la papelera o borrar de un ratonazo la pantalla del ordenador, y a otra cosa, mariposeando por otros mundos), pues lo suyo es a veces acatar las cicutas (que relajan las conciencias) o los bocados de cielo de la lectura de la boca que a gustar convida.
   Y, como otro Simbad el Marino, recorrer y descubrir  mundos, secretos lunares, camufladas dentelladas, avatares, islas, o descifrar las iniciales grabadas en los troncos de los pinos del bosque o los jeroglíficos de los papiros más recónditos de la antigüedad.
      Y en estas andaba el letraherido, viviendo lo inefable, bebiendo vida, cántaros de miel y hazañas y cantares sublimes o traicioneros y cobardes, retozando por los bordes de un ataque de felicidad, notándose consciente, cuerdo, subido en las crines rizadas del corazón de las tinieblas de los personajes, con suma clarividencia, cuando de repente un puñal envenenado, envalentonado, lo fulminó según atravesaba el recinto, yendo a dar con todo el semblante en las mismas fauces del lobo, de aquella traslúcida puerta de cristales trampa bloqueándole el paso, sintiéndose en el trance de pasar a la otra orilla de Aqueronte.
   La nota necrológica decía textualmente, entre guiones: =Por los hervores del descalabro novelístico, en pleno delirio de la fruición de la trama, no obviando la basura que había se estrelló contra el límpido cristal de la puerta de entrada de la estación, feneciendo ipso facto. R.I.P. Sus familiares y amigos=.
   Y por mor del encantamiento de una lectura legendaria, quedó inmortalizado en los campos de la memoria literaria, como un don Quijote o una estatua de sal o de rica miel.         



             

  

  


                                             
   

domingo, 1 de septiembre de 2013

Guión. En la residencia de ancianos.






                                                      Guion.
            1                          En la residencia de ancianos.
                                            
   (Escena en el comedor. Alguien viene sin dientes. Se oye la canción de Manolo Escobar, “Mi carro me lo robaron”. Algunos vienen con los pantalones al revés, un pañuelo rojo al cuello, como en los sanfermines y ayudándose con muletas)
                                                         Juan
   Oye, tío, pues no que me veo corriendo en los Sanfermines, delante de un toro negro zaíno por la calle de Estafeta. Bueno, yendo al grano, que aún no he perdido las coordenadas, ya quisieras ser el perjudicado, me imagino, el hombre del carro ése.
                                                          Andrés
(Con el cigarrillo entre los dientes ennegrecidos por el vicio, masticando pensamientos)
   ¿Te refieres a mí? Cada loco con su tema. A propósito, me viene una frase lapidaria, la vida es corta y la esperanza larga.                                                
                                                               Juan
   A quién si no me dirijo, si estamos los dos solos, o acaso te pase como a las ingles y los sobacos que querrían estar en otros sitios.
   (Las corrientes de los ríos arrasan los campos de la memoria, como las vidas, con las lluvias de otoño, y se meriendan las siembras cerebrales como los colegiales en la verde pradera de pic-nic, mordisco a mordisco).
                                                    Andrés
   Olvidaste mis correrías en mis tiempos de esplendor por las principales ferias de ganado de la comarca, todo un trotamundos, incansable. Lo mismo mercaba un jumento, un pony, un mulo o un caballo o vacas suizas, de buenas ubres, que luego me agenciaba para sacarles  pingües beneficios.
                                                          Juan
   (Con guasa y abundantes dosis de picardía en los labios)
   Pero nunca, que se sepa, tuviste carro, como en la canción, y con qué ligereza lo deja caer el cantante, como si estuviese al alcance de cualquiera en los años del hambre; hombre, en el norte de España, todavía…
                                                             Andrés
   (Poniendo los puntos sobre las íes)
2-   No te creas, aquí, en Andalucía, por terrenos llanos, algunos había en extensas dehesas y latifundios o en vastos cortijos. Me da la impresión de que no saliste del pueblo ni para hacer la mili. ¿Te libraste por alguna zarandaja?
                                                                 Juan
    Estoy hoy de malhumor. Un envenenado alacrán se me clavó en la espalda y veo las estrellas al menor movimiento.
                                                                    Andrés
   En tales casos, lo mejor unos ungüentos tibetanos, es un remedio divino, te lo recomiendo por propia experiencia. Pues te veo mal, macho, con lo presumido que tú eras.
                                                        Juan
   No me tires de la lengua, viejo carcamal, sabes que atisbo briznas de alzhéimer en tus devaneos y dictados.
                                                           Andrés
   Que sepas que de memoria ando fenomenal; por las lagrimillas de San Lorenzo pedí unos deseos, y deseé recuperar algunos secretos de la mocedad, y no lo que tú maliciosamente elucubras, y pedí algo muy importante para mí, pero no te lo voy a decir. La memoria histórica y biográfica junto con la parafernalia sexual no me falla, ¿qué piensas tú? A propósito, quieres que te cante alguna coplilla de entonces, a ver, “¿Que tiene la zarzamora /que a todas horas/ llora que llora por los rincones/, ella que siempre reía/ y presumía de que partía los corazones?//... 
                                                                   Juan
   (Hurgando en las emociones y los recuerdos)
   No sigas que va a llover. Me apuesto lo que quieras, muchacho, la pensión del mes, si cuando moceabas te comiste alguna rosca. Piensa despacio, si logras concentrarte, vamos a hacer memoria, no te acuerdas cuando estábamos en la escuela, y al llegar el recreo bajábamos los peldaños de la escalera de cinco en cinco para coger in fraganti a las niñas meando en el descampado, que se encontraba cinco bancales más abajo, y nos apostábamos, como los soldados norteamericanos en las películas al paso de los indios, en una especie de emboscada, pendientes de cuál echaba el caliche más largo y sensual, no lo recuerdas, cabeza de chorlito…
                                                                 Andrés
   Qué me vas a contar a mí de todo esto, si recuerdo que siempre llegabas tarde al matutino festín.
                                                                       Juan
   Come y calla, zascandil. Se te ha caído la prótesis de arriba, coño. Como no espabiles hoy te quedas sin desayuno.
3-   (Llegan los encargados del comedor y retiran raudos todos los enseres, y a continuación llevan a los ancianos a los respectivos aposentos, sin no pocas protestas, porque no tuvieron tiempo para terminar la faena).
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   (Ahora se encuentran en el salón de estar, y en esos momentos sale por la tele la célebre serie de Bonanza, con el pegadizo estribillo de la melodía, anunciándola)
                                                             Juan
   (Se le encienden los ánimos)
   Bobadas. Es que comulgas con ruedas de molino. Eso es ficticio, tontorrón. Es la caja tonta. Son patrañas del celuloide.
                                                                Rosaura
   (Con un pañuelo de colores pitiminí, de los tiempos de Maricastaña, dirigiéndose a Juan).
   Anda ya, cavernícola…no presumas tanto de macho.
                                                                         Juan
   Me recuerda, verás, aquella especie de chascarrillo o algo así como una nana que tarareaba mi abuela, “don Melitón tenía tres gatos, que les hacía bailar en un plato, y por las noches les daba turrón, que vivan los gatos de don Melitón”.
                                                                        Andrés
   (Un tanto reflexivo e inquisidor)
   Sabes una cosa que echo de menos en la vida, el no haberme tocado una pareja con la que haber podido desplegar las alas y volar y volar, hablando de lo que fuese, incluso de sexo, abriendo el pico y picotear en las bolsas más burdas, de basura o de lo que se tercie, como el flamenco, por señalar algo, o sobre cuestiones estéticas, morales, fisiológicas o escatológicas, con toda la naturalidad del mundo, como brota el agua del manantial.
                                                                          Rosaura
   (Con los ojillos bailándole en los globos oculares, aclarando perspectivas)
   No seas bobo, y no caigas en frivolidades, amigo mío. Verás. Una servidora no tenía tiempo para aburrirse ni padecer semejantes advenimientos o torpezas, tenía la casa por barrer, los cuatro retoños, la comida, la compra, la limpieza, mi esposo, que en gloria esté, aunque en casa no daba un palo al agua, y un sinfín de compromisos sociales, pésames, bautizos, bodas, rosarios, novenas, visitas, etc., y qué recibía a cambio, eh, pues dolores de cabeza o crujidos en la espalda, o desplantes como los toros en la plaza, pero soportaba todo el castigo, espero que Dios me lo tenga en cuenta.
                                                                          Juan
4-   Oh, las reivindicaciones pendientes. Tu nombre me encanta, Rosaura, me transporta a un mundo idílico, a un auténtico  edén. Las flores son mi debilidad, con estambres, cáliz, corola, androceo, gineceo y el polen, pero me subyuga sobre todo la rosa, como a los poetas, y mira por donde el tuyo, a buen seguro que deriva de la rosa, con todo su fulgor, R-o-s-a-u-r-a, con el repiqueteo de vocales, y la onomatopeya de las erres en un plenilunio romántico.
                                                                     Rosaura
   Vaya, hombre, buena la tenemos. Se te olvidó la coplilla, lo que no es de extrañar a ciertas edades, con gotitas de demencia senil, la estaba ya esperando, pero puede que sea, “SI tú me dices ven, lo dejo todo, si tú me dices ven, será todo para ti”…, no te fastidias. Vamos, que una tonta no es, pero una cosa sí, me arrepiento de no haber libado el néctar de las flores del bosque.
                                                                       Andrés
  Con que mariposeando. Qué dices, qué exagerada. No se trata ahora de poner en entredicho la monogamia, bendito sea dios; sin embargo, me parece que sería bueno elevar el nivel mutuo del respeto, la comprensión y la cordura en la pareja, y tensar la cuerda por los dos lados.
                                                                        Juan
   Dejaos de pamplinas, no sabéis por dónde va el mundo, y no saquéis los pies del tiesto. Aquellos músicos de entonces nos nutrían con sus sones el espíritu, nos oxigenaban y saciaban el hambre, al sonar los discos dedicados en la radio, por los cumples o por San Valentín, la fiesta de los enamorados, aquellas chispeantes canciones traían en el pico aires frescos de primavera en mitad del hastío ambiental, entre el clamoroso silencio sepulcral; canciones llenas de emociones como, “Que se me paren los pulsos/, si te dejo de querer/. Que las campanas me doblen/, si te falto alguna vez/. Eres mi vida y mi muerte/, te lo juro compañera//… O aquella otra que dice, “Siempre a la verita tuya/, siempre a la verita tuya/ aunque yo por ti me muera/. A tu vera, a tu vera/, siempre a la verita tuya//…Resulta que la música pellizca, muerde el sentimiento de las criaturas, afloja los nudos del corazón, alegra el alma, especialmente en aquellos tiempos de juventud, cuando nos reíamos del mundo, y gobernábamos nuestras naves, viviendo a la pata la llana, a nuestro libre albedrío, navegando de aquí para allá, en cambio ahora, aquí en la residencia mustios, atados, en esta jaula de grillos y desguaces, aunque fuese de oro, que no la es, como cobayas enlatadas…
                                                                    Rosaura
   (Con desparpajo y muy en sus cabales)
   Pues en lo que a mí respecta, una servidora ha disfrutado a su aire todo lo que ha querido. Limpiaba el altar de la iglesia, el cáliz, los hábitos del párroco y los utensilios sagrados, haciendo hincapié en que la sacristía para mí, cruz y raya, porque allí campaba por sus respetos el sacristán, que rumiaba los oscuros sones de enterrador, ya que infundía la imagen de cuando en los entierros se le desencajaba la boca y los ojos, y le palpitaban las sienes al entonar la oración fúnebre del “Pati noster”, qué miedo me daba, y llegaba el más difícil todavía con el Amén, la traca final, en que despanzurraba su garganta, semejando los estertores de la muerte, el probe de Feberico, como lo llamaban los parroquianos. Pues sí, aunque digan con sorna que Rosaura, tan guapa y garbosa como yo era, que por cierto me casé y tuve familia numerosa, se diga de modo tendencioso por deslenguados, que me quedé para vestir santos, no es así, me siento muy orgullosa por mi labor. Tengo fe plena en el más allá, en que llevaré la recompensa, no lo dudo, después del breve viaje por este valle.
                                                             Juan
   Bueno, no se me ocurre nada al respecto. Es cuestión de fe. Estoy perdiendo los pulsos, el sentido de la orientación. Pardiez, no puedo mover esta pierna, coño, estoy cojo, me siento como un trasto viejo, una colilla de las que recogíamos en la puerta del bar para liar el cigarrillo, y  mastico recuerdos de las descalificaciones que nos endilgaba el progenitor, que en paz descanse, y siempre con el usted por delante, como en la mili con el sargento, que nos tildaba entre grito y látigo de inútil, ¡ eres un inútil, un mala sangre, un vago!, no mereces el pan que comes, te pareces al parásito de tu tío…y otras lindezas. O sea, que para nuestro padre éramos el ser más indigno y despreciable del mundo mundial, incluso inferior a las bestias, siendo tratado como otro Segismundo encerrado en la torre exclamando, ¡Ay mísero de mí, y ay infelice!/, apurar, cielos, pretendo/ ya que me tratáis así/ qué delito cometí/ contra vosotros naciendo/; aunque, si nací, ya entiendo/ qué delito he cometido//…
                                                          Andrés
   No te fastidias, vaya ocurrencias, eso te pasaría a ti, pero los demás hemos tenido una familia respetable, que trataba a los hijos con delicadeza, y no existían aún las organizaciones protectoras de hoy día. Hay que reconocer que unos vivían mejor que otros. Unos, a matahambre, emigrando, y otros nadando en la abundancia. Hay gente que tiene mucho mérito, que se ha esforzado al máximo para salir del hoyo, aplicándose al estudio para labrarse un porvenir.
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   (Llega el sacristán de súbito, como la muerte, y dando trompicones por los hoyos de la calle, para un entierro en una fría tarde invernal)
                                                                El sacristán
   Venga, Virtudes, ya estamos aquí, dónde tienes a Bartolo amortajado, que está don Marcelo esperando en la puerta con el hisopo en la mano echando chispas, vamos que se hace de noche y los caminos son peligrosos y podemos caer en la fosa antes que el muerto al menor descuido. Ea, empiezo la oración fúnebre, “Pati noster”… (El humo del tabaco lo envuelve todo y se mueve como las negras nubes en una tormenta, y las toses de los presentes presionaban las gargantas y ahogaban la tarde en un crepúsculo turbio e inane).
                                                                  Juan
   Rosaura, y a todo esto, pienso que a buen seguro que conoces el comportamiento de los animalillos en los campos o en el corral haciéndose carantoñas, y digo yo, qué me dices de las 6-partes femeninas, el himen o el clítoris, porque no creo que lo confundas como el del chiste, cuando iba uno por la calle y vio un letrero en el bar que decía, “una caña y hacer el amor un euro, y sin más rodeos entró a indagar y le contestaron que sí, que todo muy bien lo del anuncio, pero que no había clítoris, y entonces responde el cliente un tanto aturdido, vale, pues que me pongan una Heineken”… y en la mujer ya se sabe, y no sé si persiste el tabú…porque las semillas de las plantas y las flores del campo lo perfuman todo, y tú más si cabe por tu nombre…
                                                                     Rosaura
   Oye, deslenguado, un viejo verde lo que eres, parece que la enfermedad senil te engarrota de manera galopante, pues ya frisas los noventa, y te mueves en la cuerda floja, recórcholis, a mí me hablas del cáliz del altar, de la sagrada hostia, la extremaunción, que ya te va haciendo falta…que son los garantes del más allá.
                                                                              Juan
   Entonces no hubo ningún desliz en la vida activa.
                                                                            Andrés
   En los avatares de la vida, a veces, las cañas se vuelven lanzas. Al parecer, al crecer, al igual que la planta busca el sol, las criaturas buscan por inercia un ser, una pareja con similares gustos y apetencias, hasta el punto de volver a revivir las escenas o roles de los ancestros, del periplo de navegación por el mar de la infancia.
                                                                   Juan
   No sé si al final, va a ser que conforme al abono de la planta, así echará el fruto, el semen que se siembre.
                                                                Rosaura
   Yo tuve un novio que sólo pensaba en las domingas, los senos, le sobraban los ojos, la boca o los labios…, puede que en el subconsciente tarareara la canción del carro o de la carreta, de que más tiran dos… que dos carretas; y yo le espetaba en ciertas ocasiones, ¿es que de bebé sólo bebías, tío, leche de burra?
                                                                  Andrés
   Las personas tropiezan dos veces en la misma piedra como si tal cosa, quizá porque la ceguera humana es muy atrevida y enreda las neuronas…
                                                                Juan
   Tal vez el compañero de celda de esta prisión, a la que llaman residencia de ancianos, haya pasado por ese trance… Ahora no le es posible patear atajos o trochas, ya que permanece amarrado al duro banco, como todos nosotros, entre las rejas de estos sordos muros, arando pensamientos a través de los lúgubres pasillos, sorteando meandros fantasiosos, y apenas se es consciente de nada. Mira esta foto, Simón, ¿sabes quién es? ¿te reconoces ahí?, despacio, 7-pues eres tú, te la hiciste el día de la boda de tu hijo Nico, en la famosa venta de don Quijote, cerca de la ciudad manchega, haz memoria.
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                           (En el geriátrico. Un reconocimiento rutinario de la tercera edad)
                                                     El doctor
   A ver Juan, muéstrame el aparato urinario, el pene, hombre, lo que te coges cuando vas al lavabo. No, eso es el pañal, a ver, dóblate hacia el otro lado, ahora mejor. Ahora las vías respiratorias. A ver esos pitos. Cómo te trataron los duros años de fumador. Respira hondo, pero suave; ahora tose con energía, como cuando estabas en la mili, pero no me escupas, saca la lengua, no, la lengua, que parece que se la han comido los ratones, así…estupendo.
   A ver, el siguiente, que pase el siguiente…otro…otro…otro…
   Y así transcurre la existencia. Y cabe preguntarse, ah de la vida, ¿y nadie me responde?
   Y una vez que se ha comprobado lo pronto que se baja el telón, que se va la vida y viene la muerte, tan callando, urge abrir los ojos y aplicar la sentencia, “es más importante llenar los años de vida que la vida de años”.