miércoles, 30 de diciembre de 2015

Un viaje en tren






                                     
   En una cruda mañana de invierno las prisas y la nieve le pisaban los talones al ir a coger el tren, quizás preludio de ulteriores avatares, aunque no fuese la intención hacer el viaje de su vida en el transiberiano, ese gran sueño viajero ambientado en las novelas de misterio de Agatha Christie. No paraba mientes Albano en materializar gesta alguna o lema como, vivir la vía férrea, cual un quijote surcando los mares de la vida con antorcha de bonhomía socorriendo viudas, desvalidos o desfaciendo toda clase de entuertos.
   Aunque en el pasaje figuraba ya impreso el destino, no lejos del pulmón alpino, en su fuero interno volaban con aires traviesos racimos de sorpresas, arrobos o locos anhelos estilo Marco Polo por descubrir y disfrutar tierras vírgenes, inenarrables prodigios, milagros y hechos mágicos que le avivasen los lánguidos rescoldos vitales reportándole inolvidables vivencias, desconociendo si en el trayecto se toparía con Marie Claire.
   Aunque se arguya que el tren es pesado y torpe por naturaleza, no es cierto. En los campos abiertos, cuando toma velocidad, estira las orejas, se libera del peso y vuela, porque el tren tiene alas según Albano. Y por las noches el vuelo le ofrece un sabor especial, algo tentador. Duerme de otra forma. En otras épocas, el vuelo le provocaba vértigos y fuerte opresión en el pecho. Ahora en cambio, cuando entra en el tren se siente como quien regresa a casa después de una prolongada estancia neoyorkina. Y verse solo en un vagón le suscita un extraño placer.
   Estaba acostumbrado Albano a sobrellevar pacientemente los engorros y contrariedades de idas y venidas en la acémila, yendo como secuestrado entre serones, capachos o alforjas sobre el aparejo en el vaivén del cuadrúpedo, encontrándose a veces al borde del precipicio por mor de un mal paso de la mula o al batirse el cobre con fantasmagorías por puro pundonor, séanse eólicos molinos o extraños entes que revolotean por la testuz, terca como ella sola, presumiendo o presintiendo perder el equilibrio, entablándose una encarnizada lucha por la supervivencia, resolviendo apoyar finalmente las herraduras en tierra firme, corriendo el riesgo de que en la refriega el jinete se escurra por la culata o cabeza al subir o bajar cuestas (como la de Panata) y perdiese los estribos o, peor aún, la solidez, rodando muy maltrecho por el campo pronunciando las palabras de don Quijote: “Non fuyades, cobardes y viles criaturas”…
   Por ende, era de suma urgencia atarse los machos para no ser devorado por sorpresivas coyunturas y salir airoso, llegando sano y salvo a su destino.
   Cuando la climatología se mostraba benigna en los labrantíos, se respiraba unas balsámicas fragancias, marchando todo como la seda, mas en llegando la cuesta de enero todo andaba manga por hombro (las condenadas cuestas), al coincidir el hambre con las ganas de comer, siendo las exigencias mayores, toda vez que las compras, azuzadas por la tentación de capturar los mejores pecios o saldos en el revuelto mar de las rebajas, juntamente con los embates de las frías nieves invernales, que se multiplican cubriendo puertas o ventanas, cuestas o puertos, propician con creces el ser más oneroso soportar las pendientes o cuestas existenciales, así como ir en Busca del tiempo perdido de Proust o de los pasos perdidos de Marie Claire.
   Cuando arrecian las lluvias, como acontece en ocasiones al pie de los Alpes, se acrecienta entonces la posibilidad de darse un baño vestido en la misma ruta ferroviaria debido a la horrible tormenta o en el río, en menos que canta un gallo, por la vorágine de la turbulenta corriente al vadearlo montado en la mula.
   ¡Pardiez! –farfullaba Albano, recordando el viaje-, ¡qué lejos estaba la estación! Por poco si no llego.
   Una vez que aterrizaba Albano en la estación, cambiaba de jaca subiendo al viejo tren, mudándose todo de repente, dando un triple salto mortal al pasar de la industria del Medievo a la Edad Moderna y Contemporánea.
   Al pisar Albano, por aquel entonces, las escalerillas del tren, sentía unos raros resquemores, un paralizante escalofrío que le subía por el cuerpo acelerando las pulsaciones, tragando saliva sin cesar y el corazón en un puño.
   Sin embargo, superados los prístinos temores, retrepado en el asiento de la ventanilla del tren soñaba con un mundo polícromo, de fructíferas experiencias, según iba visionando y grabando en la retina las admirables joyas de la Europa verde, todo cuanto deslumbra y embelesa al viajero, una vaca, coquetos sembrados nevados, la silueta de una sombra, los estimulantes árboles del bosque o el niño jugando en la ladera del monte.
    En noches de luna llena y sugestivos destellos, desgranaba Albano la idea de que los trenes le han hecho libre. De no ser por ellos, ¿qué habría sido en este mundo? –pensaba-. Quizás una larva, una lagartija, una mosca cojonera o el dueño de una tienda de todo a un euro, y al cerrarla volver a la madriguera, a casa exhausto y encontrarse con montañas de facturas y los malentendidos de la pareja. Tan pronto como sube al tren se eleva sobre las alas del viento, volando cual otro Ícaro por los océanos de los sueños.
   Quería Albano sacarle provecho a aquellas fértiles tierras y a la beca que, como regalo de reyes, llamaba a su puerta, y no era cosa de desaprovecharla por espinosos o encontrados que fuesen los escollos, los dimes y diretes, al ser la primera vez que se le ofrecía dicha dádiva, estando en sus manos arrojarla a las tinieblas o sacarle partido, evitando que se convirtiese en agua de borrajas o en mazazo en el alma, superando el mal trago de sentirse abandonado a su suerte, al volverle ella la espalda, alegando infantiles cuidos por imperativo maternal, farfullando entre dientes, arréglatelas como puedas.
   Por otro lado, abrigaba Albano fervientes anhelos de generosidad con las cosas de la naturaleza, considerando que la nieve caída en los campos al igual que el pan que se cae al suelo, son dignos de un beso por los beneficios que aportan a los seres vivos, debiendo dar las gracias asimismo a la Divina Providencia por los ricos bocados que recibía a diario en el aventurado viaje por los envidiables parajes galos, a pesar de que viniesen trucados en parte por las coyunturas, aunque según el refrán, Dios aprieta pero no ahoga, permitiendo a la postre que un fúlgido rayo de sol rompa una lanza en su favor, prometiéndoselas muy felices, mas no siendo la dicha completa, al no tener noticias de  Marie Claire.
   Era vox populi que el tren había pasado la prueba de fuego del sarampión, y dado por sentado su vacunación contra cualquier incordio, malaria o intruso que maniobre en su contra por los raíles, paso obligado del tren, debiendo jugárselas Albano al atravesar aquellos aviesos acantilados por los bruscos cambios de un tiempo tan tornadizo y canalla.
   No obstante, acariciaba interiormente una especie de bula para la ocasión, no ser engullida o anegada la vía por una montonera de fango, árboles hendidos por el rayo o cachos de rocas caídas desde la cima, levantando ampollas o barricadas al paso de la locomotora.
   Por aquellos puertos, las traiciones del cielo están a la orden del día, generando no pocos quebraderos de cabeza o violencia cósmica. Tales comportamientos o trances le retorcían las tripas a Albano, al confundir la noche con el día, el trigo con el agua, y no respetarse los tiempos, ni siquiera en la canícula cuando los franchutes celebran la fiesta nacional, al hacer la climatología de su capa un sayo, dejando en la cuneta o turulato al más pintado, cual púgil tras un golpe bajo, y pretendía en tales tesituras ejercer un papel estelar contra el traidor, desentrañando urdimbres, malas artes o puñaladas por la espalda del microclima.
   Y al cabo de una rauda elucubración, como si se hubiese nombrado la soga en casa del ahorcado, se desencadenó todo, atisbándose por la ventanilla del tren un enrarecido mar oscuro, como la boca del lobo, cuando una chispa antes lucía a raudales un sol espléndido, adueñándose repentinamente de todo el entorno una espesa nube negra, estructurando un convulso clímax de rayos, relámpagos y centellas, dejando K.O. al tren.
   Los viajeros, vencidos por el sueño, dormían como bebés a tan altas horas de la noche, despertándose de súbito desnortados y con el corazón en un puño por el bronco frenazo, contemplando los vagones atravesados bajo agua, sin saber qué hacer, a la espera de recibir instrucciones al respecto.
   Rumiaba Albano en su fuero interno horas de infarto, ya que se vería obligado a emprender una dura caminata por aquellos derroteros rumbo a lo desconocido, buscando un techo donde cobijarse, mientras en la cúspide alpina se respiraban aires fiesteros, como si hubiesen echado las campanas al vuelo o la casa por la ventana unos cuantos mozalbetes de conducta aberrante, depositándose en la vía los más dispares materiales.
   La escandalosa corriente, perdiendo los estribos, hizo perder asimismo el sentido del tren, al arrastrar todo cuanto hallaba a su paso, como si los elementos se hubiesen confabulado contra el convoy, perpetrando no pocas fechorías o acaso tendido una emboscada, como la copa de un pino, por aquellos insurrectos espacios.
   En la horrísona marimorena que se montó, cabían las más estrafalarias conjeturas, dando la espina de que una mano negra estaba detrás de todo el desaguisado.
   Hubo quien señalaba que el atropello no fue por casualidad, sino que había sido urdido con alevosía tras un largo tiempo, envasando en industriales sacas de basura metralla pétrea al por mayor, entre otros componentes, arrojándolas ladinamente ladera abajo al paso del tren, remedando las estratagemas del célebre pastor lusitano.
   Se percibió entre tanto que la emergencia no se hizo esperar, ocurriendo en un plis plas, alcanzando a las pulsiones de los viajeros, desconectándose el fluido eléctrico, e hincando el pico el tren (como la terca mula) aquella turbia noche entre los travesaños y matojos que a duras penas despuntaban por la vía.
   Daba la sensación de haberse parado todos los relojes del mundo, y tras tensas horas de pánico y estupor en el refinado territorio galo, la gente se peguntaba toda nerviosa por los motivos de la tardanza en auxiliarle, toda vez que en la zozobra existencial los instantes son eternos, y la noche asusta al no abrir los ojos ni las ventanas al sol naciente, avanzando impertérrita con afilados cuchillos por donde más duele sembrando angustia, hambre y desespero.
   En el descarrilamiento del tren le dieron a Albano y al resto, como en la canción, las diez y las once, las doce y la una y las dos y las tres, y deshechos al amanecer los encontró la luna, hasta que los bomberos y cuerpos especiales del Estado hicieron acto de presencia, levantando un puente salvavidas con troncos entre el tren y la falda del monte, permitiendo el apeamiento de  los maltrechos viajeros.
   Los altavoces informaban en su lengua nativa, Atentión, atentión, monsieurs voyayeurs, madames et mesdemoiselles, en aquellos momentos tan cruciales, en que tanto se echa de menos una mano amiga, que abriga y alivia. Y reiteraban el mensaje, invitando a que fuesen abandonando el tren y se dirigiesen a las casas o mesones más cercanos que vieran por el campo, a fin de descargar el equipaje y las inquietudes, reposando y reponiendo energías, mientras llegaban los autobuses para el posterior traslado al nido respectivo.
   En aquellos improvisados recintos, se suministraba tentempiés y caldos calientes, coñac y anís, tinto bordelés con nueces y calor humano, intentando reanimar al personal y alegrarle el ojillo, pidiendo calma y confianza en el rescate.   
   Y he aquí que en una sorpresiva oleada de viento del Sur, como remedando lo que el viento se llevó, le llegaban a Albano mediterráneos rumores portando enigmáticos aires de Marie Claire divagando por la Costa Azul, donde hubiese ido tal vez huyendo de algún alud o de la justicia de Val d´Isère (que posee una de las zonas de esquí más bonitas del mundo) por haber actuado como testaferro en una importante operación de blanqueo de dinero, o acaso por asuntos profesionales, asistiendo a algún concurso de belleza o encuentro de divos del celuloide en Niza o Cannes para la entrega de premios. Pero no estaba del todo claro, dado que, tras las pertinentes pesquisas llevadas a cabo, no figuraba inscrito su nombre como actriz o similar en ningún certamen de los programados para tales fechas.
   Los hilvanes de la incertidumbre y otras diligencias conducían al Casino de Montecarlo, donde al parecer acudía cuando el peculio le sonreía.
   No se sabía con seguridad si el cuerpo, todo desfigurado, hallado en la bañera de un hotel cercano al Casino era el de Marie Claire, pero al poco se supo que todos los indicios apuntaban al aura, a su persona, no siendo al parecer algo casual, sino un ajuste de cuentas en toda regla, realizado por una banda criminal.
   Tres meses después, tras la correspondiente prueba de ADN, certificó el forense en Montecarlo, un martes a las doce de la mañana del año 2013, que, efectivamente, el cuerpo hallado era el de M.C.
              
Y una vez que los pasajeros entraron en contacto con el exterior, se estremecieron sobremanera al dar los primeros pasos por aquel lodazal, encogiéndosele el corazón y las piernas a Albano al echar a andar sobre todo por el dislate de equipaje que llevaba, que más que maleta era baúl, denigrándola con denuedo por lo pesada, en aquella noche tan desafortunada, plena de contrariedades, temiendo encontrar la sepultura en la tierra que pisaba, y sintiese que los estertores de la muerte le llamaban en persona, no pudiendo dar un paso.
   No obstante, siempre hay gente buena donde menos se espera, y le ofrece ayuda en el funesto infierno, que semejaba un lagar de uvas avinagradas y putrefactas mezcladas con inclasificables restos en las telúricas entrañas de la noche; de modo que tan pronto como se percataron del calvario de Albano, se pusieron manos a la obra, socorriéndole sin reservas, mientras recordaba apesadumbrado el momento en que ella le inyectó tanto veneno en el equipaje, como si vaticinase el enterramiento con sus pertenencias, emulando a los faraones egipcios, encontrando allí su sino, trucado adrede por los montaraces Alpes, enfangado como estaba en aquel patatal a pique de criar malvas, cumpliéndose la cita bíblica, “Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris (Recuerda, hombre, que eres polvo y en polvo te convertirás)”, llegando a sentirse exánime, sin sangre en las venas, ansioso por aterrizar en algún mesón de la campiña francesa, y beber un trago de vida o burdeos, pues la muerte por agotamiento y hambre le pisaban los talones y son malas consejeras, aunque no amedrentan lo más mínimo a las pateras de pueblos con la hambruna, que surcan los mares sin miedo a los temporales de cualquier índole.
   Que la vida es un sueño o don preciado es de sobra conocido, dándose la paradoja de que los místicos ensimismados en su frenesí por lograr la vida eterna, persiguen la muerte con pasión, pretendiendo vivir en la presencia divina, en una especie de jardín atiborrado de fragantes siemprevivas y no me olvides, exclamando, “Muero porque no muero”…, imaginando que la muerte es la beatífica prolongación de la vida, pero enriquecida con infinitas dosis de inmortalidad, y embarcados en tal singladura navegan harto contentos consumiendo los días.
   Después del execrable temporal y de reponer fuerzas, Albano y demás pasajeros fueron trasladados en el bus, cada uno a su lugar de destino, dejando el tren para mejores meriendas o tiempos, donde se proteja la ley natural, y se disfrute de la vida entre dulces y jubilosos amaneceres.
  Y entre tanto, mientras el mundo gira y gira, no le disgustaría a Albano que el nuevo año 2016 viniese preñado de abundantes nieves y placenteros viajes, aunque rodara como una piedra por la vida, dibujándose un mundo más justo y feliz, más humano.
   


                          

   

domingo, 15 de noviembre de 2015

Aprendiz de gato






                                                             
  
                                                        
   Según rezan no pocos legajos, los egipcios adoraban a una diosa con cara de gato, lo que generaría unas inusitadas expectativas en el ser humano, alentando un carrusel de ideales o vanidades sobre todo a quienes anhelasen medrar. Y sin más preámbulos, ante la inquietante duda te pregunto, Óscar, si no habrás sido llevado en volandas hacia dichas mieles por el prurito de poseer semejantes franquicias u oropeles, acariciando en tu fuero interno sus honores y mayestáticos dones, el aura, porfiando día y noche por remedar o suplantar a la diva, poniendo toda la carne en el asador o escurriendo el bulto ladinamente a la hora de la verdad.
   Me escama que te hayas dejado de forma tan repentina y chulesca los mostachos, desplegando las alas por las comisuras de los labios en un nervioso intento por cambiar el look a marchas forzadas, a lo mejor con fines lucrativos o acaso donjuanescos, vete a saber, dibujando los secretos áureos del gato con unas prerrogativas únicas, y de esa guisa intentarás enrolarte en homologados circuitos de conquista nocturna o diurna, rumiando los más suculentos platos en opíparos saturnales, cual consumado dios o diosa o lince de la selva africana, divisando a través de las celosías y cerraduras de las puertas la rauda y perfumada procesión de roedor@s saliendo de la ratonera avasallando a los de enfrente, corriendo campo a través rumbo a la movida, a los sensuales abrevaderos para saciar el hambre o la sed.
   Y a renglón seguido, tras acicalarte meticulosamente, cual presuntuoso gato, exhibes las depredadoras y seductoras armas, actuando como dueño y señor de la mansión o del universo, mirando con el rabillo del ojo al resto, cumpliendo el guión del proverbio, la ocasión la pintan calva, y te lanzas en picado, como un camicace, a la caza y captura de los ratones o féminas distraídas con las más sigilosas artes, mozas, damiselas o mujercitas con suaves dunas como núbiles pechos por parques y jardines, discotecas o boites de moda, cual ducho felino, danzando en la pista de la vida al son de las músicas acordadas, engatusando las roedoras trenzas con ingeniosos y acrobáticos malabarismos.
   Desde esta atalaya escruto en tu porte, influenciado probablemente por egipcias remembranzas, endiosados aires gatunos, sobre todo cuando deambulas con el bigote tieso, la pajarita y la penetrante mirada  en busca de ardiente sustento al caer las sombras sobre la urbe, exhalando un torbellino de voluptuosas acometidas o razias con premura, como si perdieses la cabeza o el norte.
   Óscar, algunas veces te cojo in fraganti, brincando por los crepúsculos sin luna o negras tapias de los corrales persiguiendo a la gata en fuga por el encendido tejado de zinc, rivalizando con las estrellas del celuloide, o bajas todo sudoroso, con los ojos exaltados por las escaleras hacia los Infiernos de Dante (leyendo in péctore intrincados o apócrifos mensajes del más allá entre espejismos y pirámides pensantes), yendo de un rincón a otro rastreando  uñas, pechos o pisadas con sumo sigilo, defendiéndote como gato panza arriba en raras o galantes escenas, enfrascado en una pelea de gatos con otros aspirantes al rico panal de turno, que avizoras desde tu orilla o saltando del alféizar de las emociones al frío tranco de la puerta de la calle o al silencioso tronco del olmo seco herido por el rayo machadiano con el corazón atravesado por Cupido, o te sumerges bajo las voluptuosas faldas de la mesa camilla imaginando roces de nalga de alguna doncella, poniendo en práctica las artimañas gatunas cuando el crudo invierno aprieta.
   Ayer, al reflexionar acerca de tus zalamerías y devaneos, caí en la cuenta de que te batías el cobre con otros congéneres al pasar con calculado tiento y ternura el dulce rabo por entre las piernas de la concurrencia engatusando al personal, reproduciendo en la oscuridad del momento la certeza de que de noche todos los gatos son pardos, pues no te reconocía ni la madre que te parió, catalogándote como más gato que nunca, al cerciorarme de que ejecutabas las escatológicas labores con la mayor brevedad y pulcritud, tanto en pensares y presentimientos, como en higiene corporal, enarbolando la bandera de la transparencia, enterrando los pútridos humores, las fétidas heces o rencorosas envidias que te perseguían en los últimos tiempos, pegándole fuego en improvisada pira y depositando las cenizas en una urna fuera del alcance de mentes cleptómanas o miradas curiosas.
   Y analizando un poco tus privados y nuevos vuelos por este ambiente, deduzco que peleas por figurar en los libros de historia como aprendiz de gato, ¿quién lo iba a decir?, pero repara, aunque sea someramente, en las vueltas que da la vida, los vaivenes del tren humano, y colegirás a buen seguro que junto a las oficiosas páginas bíblicas, hubo otras defendidas por una gruesa corriente de  intelectuales, letraheridos, arúspices, gurús y doctores de las iglesias más eximias, v. g., ortodosa, heterodosa, copta, cristiana o anglicana que hablan de unos traspapelados papiros, que circulaban de mano en mano, emborrachados o emborronados por la incuria o los escrúpulos o las inclemencias del tiempo, en donde se explicitarían con todo rigor los tejemanejes de Dios a la hora de acuñar la efigie humana en monedas de curso legal, creíble y aceptada por el común de los mortales, así como de los dioses, cuando la incipiente idea de hacer más felices a los caballeros bullía en las sienes del Creador, pergeñando la adaptación del género humano a la convivencia familiar en el Paraíso Terrenal, en línea con su infinita sabiduría, bondadosa misericordia y omnímodo poder, pero arrastrado quizá por las veleidades no de la carne sino del espíritu, y, a fuer de ser sincero, fatigado por el creativo esfuerzo durante los seis eternos días, gracias a Dios que al séptimo descansó, menos mal, porque de lo contrario no se sabe cuál habría sido el desenlace de la película.
   Y mientras se sucedían otros eventos y entuertos y avatares planetarias, sucedió el que viniese Dios a caer en brazos de la vida muelle, como si viajase en crucero de lujo por las célebres islas del Caribe o de las Pitiusas, llamadas así posiblemente por una lluvia de estrellas o súbito brote de pinos en sus entrañas, y Dios, en un batallar callado, digno de todo encomio y antes de que el sol despertara, plagiaría de los mismísimos mininos los humos y cimientos de la aventura humana de vivir, bebiendo en los ojos, en sus fuentes lo que no está en los escritos, aprovechándose del ADN de estas misteriosas esfinges, que transitan alegres por mugrientos muros, la madre naturaleza o el dulce hogar, de modo que cuando llegó el momento de crear al hombre a su imagen y semejanza, ya estaba todo amasado. Se enfundó Dios el mono de faena, y asiendo un gran cuenco con agua clara y unos polvillos mágicos, se asomó al balcón del universo y dijo: “No es bueno que el hombre esté solo, hagámosle una compañera”; dicho y hecho; y lo dijo con mucha familiaridad, como si estuviese tomando una copa en la barra del bar emulando la melodía de Sabina, y fue luego inoculando en la frente del recién creado homínido las vitales esencias gatunas (si bien solo puso una, olvidó que tenía seis más), y todo ello con vistas a darle compañía y cariño, que falta le hacía al hombre, aunque dejándose en el tintero, por descuido o confianza, las premisas ya impresas en la piel felina desde los ancestros, el calificativo de independiente.
   Y si haces memoria, Óscar, te darás cuenta de que los roles de la pareja humana no han trascurrido por caminos de rosas, sino por los más enrarecidos estadíos, cruzando a veces turbias corrientes o vasallajes de tornados y tunantes, violentos desmanes o fallecimientos sin fundamento, al desbordarse el vaso del machismo, provocando borracheras de espanto, el delirium tremens, siendo patologías o lances que no tienen cabida en la convivencia gatuna desde los prístinos albores de la existencia. 
   Y abundando en ello, con idea de limpiar lo que corroe, te invito, querido Óscar, a que hojees las revistas del corazón que inundan los kioscos, u observes los troncos del  los árboles con corazones atravesados por la flecha, dando fe de la sentencia, hay amores que matan; y así irás desgranando truculentas maniobras que no casan con las pautas gatunas.
   Cuando montas tu ego en actitud mística, cual silenciosa esfinge en trance de adivinar el porvenir me apabulla tu silencio, tu mirada, tus interrogantes…
   Pero de cuando en vez sin embargo, rememorando a Neruda te digo, me gustas, gato, cuando callas, porque estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca; me gustas cuando callas y ronroneas en un altar repleto de flamboyanes y refrescantes pámpanos con el semblante encendido con las ascuas de la mirada. Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo…
   Me fascina, diosa gata, tu actitud recoleta, aislada, en éxtasis, de laberinto cerrado por donde no discurre la ciencia humana, donde sólo tú sabes urdir las mil y una noches de cuentos o historias o señuelos para seducir a las criaturas.  
   Si observas los vaivenes u oscilaciones del globo en el que viajamos, con el hidrógeno dentro volando por los cielos, piensa que puede estallar en cualquier instante, al encender una cerilla o meterse en camisa de once varas o dirigir la mirada a los provocadores trepas, que van trepando por los muros de Wall Street, altiplanicies o escondrijos por donde se sospecha que andan los roedores de guante blanco desembolsando dinero negro, a saber, fabricando ratones colorados o Micky Mouse u otras familias de cine haciendo su agosto, aunque de paso consigan que sea más hermosa y sugerente, si cabe, tu figura, tus ojos de gata, deteniendo el tiempo en el esplendor en la hierba o ardiendo en los tejados.
   Por ende, recorriendo el camino por los senderos existenciales, comprenderás la trascendencia que la idiosincrasia gatuna ha inyectado en el arte gracias a la invención del cine, el libro, la pintura, el teatro o la música, siendo objeto de deseo y un dechado para los seres humanos a través de una delicada mesura y privilegiada relevancia nunca vistas.
   A veces te echo de menos, Golfi, no creas que te olvido, gata en celo, cuando transcurre un tiempo sin vislumbrar tus arrumacos y hazañas o inercias sufro, porque necesito tu mirada callada para beber vidas, misterios, resplandores que te levanten de las horas muertas, anodinas en que a veces te mueves.
   Óscar, en tus delirios felinos, te has colocado muy repantingón en la terraza esta mañana, fisgando a los roedores que circulan por los vericuetos, como un salteador de caminos que aguardase a la diligencia para dar el golpe, despojando a arrieros y resto de viajeros de las más íntimas alhajas y monedas para los gastos corrientes, sembrando la desolación en sus corazones.
   Perdona que te diga que te he estado observando durante toda la semana y me tienes intrigado, porque no te veo como un genuino gato, espontáneo, creativo, arisco, burlón, con ganas de enredar, de tomarte un mojito o echarte al monte y volar por las alturas con convicción, adelantándote a las gaviotas en el vuelo y robarles el pescado en el rebalaje, no quedándote como un pazguato viendo cómo se llevan los manjares traídos del mar; por lo que intuyo que andas tocado, y cada día más torpe, obturándote las posibilidades internas de intelección de la realidad. 
   Óscar, y ¿cómo no despertaste ya de un salto de ese pesado letargo, y has subido por los tejados descubriendo maravillosas escenas melifluas en camastros, catres o claustros de cenobios donde el abad prepara a conciencia a sus hermanos en la fe y a los fieles la felicidad eterna, dulces bocados y clandestinos mejunjes que los va preparando para la otra vida, yéndose en gracia de Dios y tan contentos, con todas las gracias divinas incluida la santa extremaunción, encontrándose todos como en un hábitat de gatos, bebiendo y comiendo zalameros y picarones, acariciándose y mesándose los cabellos con ternura, desplazándose y estirazándose a placer, dejando sus indelebles huellas en los bancos, escalones o macetas de los parterres que circundan los vetustos muros del convento.
   Y no cabe duda de que continuarás girando sin desmayo como el astro rey, trajinando a tu antojo por ásperos arrabales, paredes o pueblos de la vida, haciendo realidad tu privilegio de vivir más vidas que el gato, que a día de hoy, pese a los recortes,  siguen siendo seven, y se ve con toda nitidez, aunque por otros lares son más generosos dándoles nueve.




   
   


   

                                                              
  

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Mi amiga soledad

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Mi amiga soledad se puso a cantar la canción que lleva su nombre, "Soledad, es tan tierna como la amapola, que vivió siempre en el trigo sola"..., y me quedé extasiado, atónito, profundamente dormido, soñando en los viejos tiempos, en las  bellezas del campo y las dulces y primaverales fragancias de la melodía.

   La encontré en esos momentos bastante motivada y satisfecha, después de haber atravesado sola un interminable desierto, sin personas ni ranas ni siquiera una mosca fisgona o cojonera que la molestase o alguien que la atendiera en las necesidades más perentorias haciéndole más ameno el camino.

   Me contó que había estado viajando durante un tiempo en auto stop por medio mundo, y que acababa de adquirir un utilitario de segunda mano con los eurillos que había cosechado en la última vendimia francesa, donde por cierto tuvo un amor pasajero, etiquetado por ella como  de usar y tirar, y aunque sonreía con ganas y exhibía toda la fuerza de su atractivo femenino, se vislumbraba lejana, distante, con cara de pocos amigos, como  embebida en otras destilaciones o vientos, caminando algo desaliñada, huidiza y cabalgando por aquellos horizontes, aunque aparentase una grata placidez, atendiendo al viajero con todo el tierno bagaje de que disponía; no obstante, de cuando en vez emitía un chisporroteo de raros caprichos que se la llevaban en brazos a otras danzas por pistas desconocidas turbándola sobremanera.

   Por ende, sus vuelos me empujaban por las desangeladas orillas de la desesperanza, por áridos y esquilmados terrenos, donde todos los gatos son pardos, y ni el ave del paraíso ni la luna encuentran acomodo o una brizna de empatía, pese a que se desvivía por ofrecer o buscar lo mejor que tenía guardado en la despensa, en la mirada, en los pensares, para vivirlo y compartirlo, sirviéndolo solícita con todo lujo de detalles, sin cortapisas ni exigencias de ningún tipo por su parte.

   Cuando desperté del ensueño le supliqué que me volviese a cantar la canción en verano e invierno, cuando azota el cierzo y aprieta el frío del alma, y le sugerí que lo hiciese con toda la ternura del mundo, aunque fuese de manera esporádica, y de esa guisa seguir vivo, circulando por los recovecos de su garganta, arrastrado por la hermosa corriente de la voz con el anhelo de ser succionado por la rosa de su boca en algún descuido, perdido entre las seductores perlas que a gustar convidan, rodando por los laríngeos acantilados sumido en la ardiente saliva.   



   

martes, 3 de noviembre de 2015

Encrucijada











                          
   Somos tres elementos tras la oscuridad de la ventana, que no sabemos a dónde dirigirnos ni qué hacer en este día otoñal. Sin embargo tú puedes coger el sintagma “Somos tres” y pasearlo por la prehistoria, entrando y saliendo de una caverna o transportarlo en un mamut a las termas romanas o a Estambul, pongamos por caso, o llevarlo a visitar el museo del Prado o darle un baño en la Costa del Sol, tomando un refrescante vino de verano.
   Pero dónde colocamos “Las ventanas” del edificio que nos da cobijo y protege de los rigores infernales del invierno, porque tales orificios requieren un proyecto o preparación de sus féculas y nervios arquitectónicos para que encajen debidamente en el marco en el que se quiere colocar, pues no lo van a permitir sin más sus clavijas y entes, de eso nada, no te hagas falsas ilusiones, si pretendes instalarlas no tienes más remedido que medir en la medida de lo posible tú mismo o a través de un experto en esas labores sus ángulos, vértices, latidos y lados respectivos.
   Y queda “La oscuridad”, que si se acentúa en demasía puede acabar con la vida del más pintado, ya que si expande los tentáculos a diestro y siniestro puede convertirse en un caudaloso río amazónico que fulmine la lucidez y transparencia de los pensares o reflexiones impidiendo dejar pasar los rayos de inteligencia y luz precisos para llevar a cabo las tareas domésticas o las más sutiles e intransferibles operaciones del cerebro en un momento dado, por lo que no se pueden echar las campanas al vuelo sin fundamento, si no que se precisa de cordura y tiento para no errar en el disparo al blanco a cada paso por la vida o en los hitos que vayamos plantando a través de los ronquidos del tiempo.
   Y así, como el que no hace la cosa, cogiendo a los tres elementos de la mano formando un todo nuclear, darles sustento, forma, hechuras y un plan de vuelo y echarlos a volar por entre los renglones del folio que tiritaba de frío agazapado en la penumbra, en blanco, por el susto que pilló cuando en la cita tertuliana se pronunciaron tales vocablos, porque si no recordamos mal eran, “Somos tres, Las ventanas y La oscuridad”, nada menos, envolviéndolo todo de incertidumbre y misterio, como si estuviesen enraizados en las mismas entrañas del diablo o del día de Difuntos, en que las pobres Ánimas vagan sin norte ni caricias por el monte de Bécquer o por las riberas, o a lo mejor somos los vivos los que no damos con la llave o la luz que nos guíe por las praderas o valles o laderas o precipicios o incongruencias de este loco o sugestivo o endemoniado discurrir del mundanal ruido, donde acaso lo mejor sea mondarse de risa para enterrar en un gran nicho blanco la negra pena que ose embargarnos impidiendo pronunciar palabra o emborracharnos de una insoportable tristura.
   Y aunque seamos menos o más de tres almas o un millón en esta tarde lluviosa y gris con olor a castañas asadas, si te parece, abre las ventanas de la vida y ahuyenta la oscuridad pulsando las claras notas de Luz Casal, “Abre tus ojos a otras miradas, anchas como la mar, rompe silencios y barricadas, cambia la realidad, porque creo en ti cada mañana”...        
  



sábado, 17 de octubre de 2015

Una plaza de cuyo nombre quisiera acordarse








   Por muy temprano que amanezca, es harto arriesgado barruntar las halagüeñas primicias u hoscos suspiros que irán sedimentándose en las sienes a través de los versátiles meandros con el paso de los días.
   En los hervores primeros entran en liza las devaluadas tormentas de verano. Luego va in crescendo el rigor climatológico o del tormento, pudiendo llegar a ser una tormenta de ideas acuñada entre ceja y ceja, o un repentino tornado que arremetiera contra los flancos del poblado o de la persona, o ir tomando cuerpo poco a poco sin percatarse nadie, construyendo su predio al libre albedrío con laberínticas envergaduras en menos que canta un gallo, causando verdaderos estragos tales fenómenos, tanto los patológicos como los atmosféricos, no permitiendo al paciente cargar las pilas o endulzar el amargor de las horas montando en cólera, ya que si se observa con atención los pensares, las prospectivas o las neuronas se infiere con nitidez que no respetan las canas, el palmarés, y van minando los cimientos que durante tanto tiempo han estado sustentando a la planta humana en el prurito de decidir cualesquiera labores, bien sean, dar un paso al frente, soñar, saciar la sed, o desplegar las velas para realizar un periplo por mares remotos o por un cercano océano de cerebrales tartamudeos con las pulsiones en stand by, sin posibilidad de descubrir la enigmáticas causas de un repentino bloqueo.
   Tras el enrarecido maremoto que la embargó, intentaba Merche pergeñar variadas e interesantes tareas, pero le fallaban las fuerzas, y las fuerzas del orden de su cerebelo se habían declarado en rebeldía, saltándose con descaro las pautas o el dictamen del preciado software que articula las funciones vitales, acarreando a la postre no poca ruina y el mayor de los desconsuelos.
   Merche, no digería los tiernos bollos de leche ni churritos calentitos esa mañana, ni modulaba los tonos en los torcidos renglones del encerado por donde cruzaba, y como no era muy dada a exteriorizar las interioridades ni en los trances más cruciales, pues continuaba como si tal cosa, no arrugándose lo más mínimo ante unas adversidades tan tan aberrantes, resistiendo impertérrita las embestidas de la mar bravía. Era, como suele decirse, de acero, con las mismas hechuras que el burrito Platero.
    El día se presentaba gris y provocativo, siendo proclive a lo más disparatado o execrable, no concitándose en sus junturas los raros engranajes o gestos de aquel sortilegio con los correspondientes brebajes y fórmulas magistrales, influyendo a lo mejor en todo ello los subidos estallidos de los relámpagos o de los tormentos que iban explosionando a cada paso, como Pedro por su casa, en una especie de alocada metralla, como acaece con los castillos de fuego en las fiestas de pueblos y ciudades, cayendo incandescentes muñones o lluvias de lumbre a diestro y siniestro, dando pie a que las gónadas o arrebatos de Merche se atemperasen en parte, o quizá resurgiesen con nuevos bríos enriquecidos por las portentosas energías provenientes de otros planetas en noches con luna o sin ella, cuando la ocasión la pintan calva o es más propicia al lobo para atrapar a la presa por el  escabroso sendero en el espeso bosque, porque más hace el lobo callando que el perro ladrando.
   Y pareciera entonces que la potencial hecatombe brotara en los veneros de los recintos pensantes en cierta medida sin venir a cuento, y llegados a ese campo, que no es de amapolas, hacer cábalas a cerca de si Merche hubiese mordido sin querer unas depurativas ortigas o extemporáneos augurios o riñones al jerez en mal estado, entrándole de pronto gastroenteritis, y anduviese por ello tan angustiada dando arcadas o regüeldos por lo ingerido anteriormente.
   En tan difíciles coyunturas, de tormentosas turbulencias y fiero vendaval, percibió, a modo de confabulación, como si el cielo cayese a cachos ante ella arrancando las losetas de plazas y jardines, penetrando asimismo, como por arte de magia, en su cerebro, no vislumbrándose en él norte alguno, perdida como andaba en aquella plaza, aunque estuviese apoyando los pies en el mismo suelo, en cuyo rótulo figuraba grabada la onomástica del santo que da nombre a tal recinto (plaza de San Juan de la Cruz), un frailecillo célebre por los éxtasis divinos y la poesía mística que destila su pluma, según los versados en tan selectos menesteres, y en consonancia con los vientos que se bebían, se esperaba una buena cosecha, creyendo que el Santo haría gala de sincera empatía y un celestial altruismo, elevándolo dicho comportamiento aún más en los altares, haciendo una santa gracia sin tapujos, exhibiendo el don más admirado por el hombre, el milagro.
   Mas no se consumó el ansiado presagio, ya que la tormenta proseguía echando espumarajos por la boca, cabezona y altanera junto con los tormentos, arreciando con todos los pertrechos a su alcance, disparando encorajinada ráfagas de H2O por los coquetos y festeros rincones que pululan por las estancias malacitanas, como la que atravesaba Merche en tan tétricos instantes, con un escapulario empapado por la lluvia de la Virgen del Carmen al cuello, que casi la estrangula, santiguándose de continuo y sintiendo taquicardias y unos sudores de muerte, por lo que se encomendaba con todas sus fuerzas a Santa Bárbara.
   No había forma de que la masa gris entrase en razón, o flotara en aquella marisma con ayuda de mnemotécnicas martingalas, o que los subliminales subterfugios posteriormente aflorasen despertando del momentáneo infarto, dibujando algo nuevo y placentero, teniendo una tarde redonda, como los toreros de renombre, en aquellos aviesos momentos, y no llegar a exclamar, ¡tierra, trágame!, haciendo el paseíllo por el albero de la fatídica plaza saltando de gozo y de charquito en charquito eufórica, diciendo para sus adentros, sí, una plaza de cuyo nombre quisiera acordarme, ahuyentando la virulencia que se respiraba en el ambiente, acentuado por el cerrado temporal que se cernía en tan trascendentes horas, que rememoraba el poema lorquiano, A las cinco de la tarde/. Eran las cinco en punto de la tarde/. Un niño trajo la blanca sábana/ a las cinco de la tarde…//
   Y mientras tanto, se encontraba Merche plantada en la plaza, inmóvil, cual columna dórica sosteniendo ilusiones o devenires, esperando ser bautizada y bendecida como se merecía con la bendita agua que del cielo caía.
   Llama no poco la atención que en situaciones tan fuertes  e hirientes para una criatura, que estaba a pique de caer por el precipicio, cayese de pronto en desgracia, siendo arrastradas por las alcantarillas todas sus promesas y devotas plegarias y súplicas, cuando acariciaba in péctore la idea de que el Santo de la inolvidable plaza, haciendo honor a sus venerables dotes y virtudes, actuase con la rapidez del rayo en su ayuda, pero todo el gozo en un pozo, pues se le fue el santo al cielo conjuntamente al Santo y a Merche, ahogándose en las insensibles aguas todas las prístinas esperanzas, al quedarse en blanco en medio del barrizal en la explanada, remedando los desnortados vuelos de la paloma albertiana, “Se equivocó la paloma/, se equivocaba/. Por ir al norte, fue al sur…, dándose con la puerta en las narices, sin encontrar la salida, pese a los reiterados zumbidos que se despanzurraban en el WhatsApp, que echaba más humo que el tren de las películas del Oeste.
   Ella, sólo suspiraba por el detalle de que al menos por un día el Santo que allí mora fuese generoso y compasivo, un santo de verdad, allanándole el camino de la existencia.
   Y cuál no sería su estupor, que, pisando lugares tan familiares, no atisbase nada, quedando presa en las redes, aunque, por otro parte continuase tan estirada y recompuesta, enrocada en las obsesiones pavlovianas, buceando en las virutas de la soterrada amnesia, apontocada en el encharcado cemento, sin mover ficha ni pierna ni nervio, lo que llevó a entrar en urgente contacto con el cuerpo de bomberos para que la rescatasen de aquel paranoico infierno, o tal vez interrogarse por qué diablos no echaba mano del sentido común, orientándose con los enseres pluviales que llevaba, saliendo airosa del atolladero.
   El eclipse fue tan gordo que dio pie a que saltasen las alarmas, al despuntar negros tallos en el horizonte, mezclados con ramos de flores junto con las credenciales del ladrón de memorias con aires teutónicos, impecable corbata y exquisitas maneras, ofreciendo los servicios a Merche, con toda la parafernalia al uso, abrazándose a ella cual huérfano que buscase protección, y deshojando la margarita, pensara que dónde iba a estar mejor que en el regazo de una progenitora tan íntegra, viniendo a caer en sus brazos, llevado sin duda por el currículo, los desvelos y  las estratagemas maternas  que atesoraba.
   En el carrusel de las historias nacen y mueren los días, como la efímera rosa, con sus aromas y espinas, aunque más valdría que algunos se quedasen en el intento materno por los siglos de los siglos, y a buen seguro que seríamos un poco más felices, no borrando con tanta frivolidad la memoria del árbol de la vida.

 Y cabe reflexionar al cabo si ella lo rubricaría antes del alzheimerizado y postrer viaje con el barquero de Hades, o lo pondría en tela de juicio queriendo permanecer en tan beatífico estado, ni envidiada ni envidiosa, como antesala del paraíso prometido.   

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Aylan











        
 Sin miedo al peligro,
Cual potrillo desbocado,
Saltaba alegre por el rebalaje,
Donde la blanca espuma de la ola
Se desvanece.
Acompañaba a la familia,
Ávida por hacer las Américas
En las entrañas de la  UE.
Pretendía explorar nuevos mundos,
Y volaba confiado, cual otro Ícaro,
Por los enrarecidos cielos europeos
En busca de una vida mejor,
Y cuando mejor dibujaba las
Cabriolas del plan de vuelo,
Los insensibles gerifaltes,
Indiferentes o cobardes,
Le cortaron las alas de repente,
Cayendo a un mar de arena,
Siendo arrastrado por las corrientes
De la penuria.
¡Hoy somos todos Aylan!
Y queremos honrar su memoria
Por haber dado la vida por todos los niños
Malnutridos del mundo,
Al ser crucificado
Como un Cristo en el húmedo madero
De arena en la triste playa turca.
¡Qué aires más asfixiantes se inhalan
En el horizonte al no acariciar unas briznas
De orgullo humano, capaces de poner freno
A tan mefistofélicos desmanes.

Y cuando nos damos cuenta
Que la vida iba en serio,
Cabe cuestionarse, si es un suspiro la vida,
Para Aylan, ingenuo gavilán, qué habrá sido?
El día de autos aún hervía en su mirada
La roja savia del seco corte
Al amanecer.
La macabra felonía con toda la rabia
Del mundo contenida
Retumbaba en los confines de la tierra.
Mientras tanto los astros y satélites
Doblaban a muerto,
Disparando ráfagas de indignación
Por las órbitas cósmicas,
Removiendo las conciencias por
Tan horrendo crimen.
Los estatutos de nuestra sociedad ética
Urgen a ejecutar con premura
El apremiante rescate
De todas esas deshilachadas almas
Que navegan a la deriva,
Sin el menor avituallamiento,
Por los océanos del abatimiento
En botes salvavidas con tintes de ataúd,
En tétricas pateras
O tenebrosas barcas de Caronte,
Previo pago del óbolo postrero
Por los rotos mares de la vida,
Corriendo el serio riesgo
De ser devoradas a la vuelta de la esquina
Por los tiburones reinantes.
¿Cuánto tiempo de prórroga
Habrá que añadir al partido
Para seguir jugando con la pobre vida
De estas criaturas,
Cruzándose de brazos 
Ante tan vergonzante holocausto humano?     


   
  

  

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Hay que venir al Sur









Cabalgando por las soleadas páginas
Malagueñas, se atisba el castillo de Gibralfaro, 
Donde amanece el día,
Y a sus pies se quiebra el mar.
Prístinos rescoldos históricos
Dormían el sueño de los justos,
Advirtiéndose a bote pronto que
Ni el más avezado zahorí
Habría vaticinado con la mágica varita
La existencia del teatro romano secuestrado
Por las fuerzas del orden artístico  
En el mismo corazón urbano,
Sepultado bajo el férreo cemento
Del entramado del Palacio y archivos
O Casa de la cultura
Que levantaron los ilustrados de turno
Ávidos de gloria en la posteridad.
Una vez derruida por las piquetas de la sensatez,
Renació de sus cenizas el teatro,  
Resplandeciendo con su fulgor romano,
Iluminando los titubeantes túneles del tiempo
Y las ancestrales huellas arqueológicas
De los desdeñados aledaños de calle Alcazabilla.
Bastión musulmán, la Alcazaba,
Cifrada sobre madres fenicio-púnicas,
Emulando a los excelentes caldos de la tierra,
Pajarete o Lágrima, en un crisol de vivificantes culturas,
Endulzadas uvas y febriles razas:
Fenicios, romanos, árabes e ingleses con guiños renacentistas,
Dándole la mano al palacio de la Aduana.
Por sus ricos potosís pelearon a muerte
Almorávides, almohades y nazaríes,
Rivalizando en bélicas estratagemas
Maquinando toda una serie de razias
Para conquistarla o seducirla,  
Discurriendo por sus calzadas y ríos como,
Guadalmedina, Guadalhorce o los furibundos torrentes.
Y entre tanto, parloteaba en su jerga moscovita,
Ensimismado, Vladimir, el infatigable turista,
Un tanto abducido por los rutilantes
Y afrodisíacos licores que bebía en derredor.
Era  un visitante más de los millones
Que circulan cada temporada por aquellos
Líricos rincones, quedando embriagados
Por los aromas del vino Málaga  
Y las milenarias fortificaciones de civilizaciones,
Entre matacanas, torres albarranas con saeteras,
Murallas almenadas o albercas de pizarra
Para almacenar el apreciado y sabroso Garum.
Vladimir libaba con pasión el néctar
De los encantos de Málaga la bella
Sin perder ripio. Y buceaba sin tregua en
Sus océanos, y con la fresca, ansioso por explorar
Los secretos mejor guardados de la urbe
Se descolgó por los creativos andamiajes
De los pintorescos copos de flores
De  la urbanización del Rocío y los pictóricos tesoros
Que cuelgan en los templos museísticos:
Tyssen, Picasso, Pompidú, CAC o Ruso, entre otros.
Le fue harto refrescante a Vladimir
El baño de cultura por aquellas ilustradas aguas,
Prosiguiendo la marcha por la Coracha,
La Caleta, los Baños del Carmen,
El Palo, Pedregalejo y  el Cementerio inglés,
El parque del Morlaco, el Perchel y la Trinidad;
Confluyendo en los céfiros marinos de la blanca Bahía,
Reflejándose en el cristal de sus aguas
La salerosa malagueña, niña hermosa,
Queriendo  besar sus hechiceros labios,
Y mirarla a los ojos, pero no los dejaba parpadear.
Y en su regazo se mecía industrioso
El Puerto, en un frenético reciclaje y
Solidaria comunicación con el mundo,
Junto con el Aeropuerto, allá por las arterias
De Churriana, donde crece la jacaranda
Y antaño se solazaban felices
Las aguerridas mesnadas escipiónicas,
Restañándose las sangrantes heridas
Del alma y del cuerpo en las reparadoras termas
Que por aquellos lares pululaban.
Y no se puede obviar la biznaga y
El Cenachero, con un rojo clavel en el ojal
Deambulando por la plaza de la Merced, las Bodegas del Pimpi
O  la taberna del Piyayo, que apostrofa el poema:
“Y este pescaíto, ¿no es ná?,
Sacado uno a uno del fondo del má,
Gloria pura es,
Las espinas se comen también”.
Y no quiso perderse Vladimir
Por nada del mundo el beatífico
Incienso de la Manquita,
La plaza de la Marina y la Sala de los Espejos
En la Casa Consistorial,
Disfrutando de las esencias de los
Jardines del parque entre perfumados
Jóvenes que van a declarar el amor.
Y Vladimir, antes de partir
Hace acopio de víveres y sol embotellado
De Andalucía para aliviar el infierno invernal
En la fría y dura estepa rusa.
Y no podían quedar en el tintero
Las gestas de los trajes de luces
En la inigualable feria del Sur de Europa,
En la Capital de la Costa de Sol,  
En pleno agosto, augusto y lento,
Que versificara con sutileza  
Gerardo Diego en su emblemático
Soneto “Revelación”,
En que declina la tarde
De la vida.


            

  

jueves, 20 de agosto de 2015

Pensar y hacer o el terrorista









                            
   Estaba Vladimir escuchando música, Volaré, oh oh, cantaré, oh oh oh, nel blu, dipinto di blu… y llevado por la ola de los sones, quiso volar también rompiendo la dura rutina, y aunque no pusiera una pica en Flandes, al menos tomaría nuevos bríos que le vendrían de perlas, bebiendo en el fuego creativo del arte, visitando, por ejemplo, las obras del nuevo museo ruso en la capital de la Costa del Sol; dicho y hecho. Y sin más circunloquios se dispuso a zambullirse en las costuras y suspiros de aquellas aguas a través de los iconos medievales y los affaires zaristas, que revolotean entre las pinceladas de las edades más ocultas o enseñoreadas de la historia moscovita.
   Y guiado por semejantes efervescencias, emprendió Vladimir el viaje a la ansiada exposición, en la que figuran multitud de personajes con distinguidos atuendos confeccionados mediante cuidados trazos con señeras y secretas sensaciones plasmadas a espaldas del verdugo del tiempo o de la cara enamorada de la luna o quizá de rabiosos maremotos, balanceándose en las bambalinas creativas, haciéndolo, cual clandestinos extraterrestres con sus rotundos egos ajenos a las isobaras, puntos negros o avatares del planeta Tierra, como si perteneciesen a otra casta cósmica con leyes gravitatorias propias o exclusivos rezos científicos.
   Estaba convencido Vladimir de que la vida iba en serio, que había que torearla cogiendo el toro por los cuernos, y que no vale todo en los procederes, pasarse la vida como cigarras, día y noche, predicando y no dar fruto; hay que calibrar la posibilidad de que casi todo lo que hierve en los lienzos, lo divino y humano, lo cortesano o aldeano, lo belicoso o legendario, lo religioso o profano, puede simplificarse y adecuarlo a la realidad tangible, haciendo la vida más fácil, no precisando reinventar pólvoras, dosis antivariólicas o diftéricas ni nada que se le parezca.
   La cuestión se presumía con la más solemne normalidad y no poca limpieza, pues bastaba con realizarlo, es decir, emprender la marcha. Aquel día lucía el sol con fuerza, el azul del cielo se confundía con las aguas marinas, como en un tierno abrazo, reconociendo que no hay arrullo como el rugido de las olas y el susurro de la lluvia, ni mejor paisaje que mar, cielo y nubes, y el fuego de la lumbre bien cerca como remedio contra los fríos del alma, recibiendo los atisbos como si fuese a encontrar un lugar paradisíaco, virgen, habiéndose despertado Vladimir con todos los faros y luces en orden, irrumpiendo animoso en la somnolienta marea mañanera. Cogió la mochila y tomando el autobús, se plantó en Málaga dispuesto a poner en práctica la agenda que desde un tiempo a esta parte bullía en su cabeza.
   Al cabo de una hora escasa de camino pisaba suelo malacitano.
   Y haciendo memoria, pasaba lista a las pinacotecas que había visitado en anteriores incursiones, percatándose de que le faltaban las nuevas salas abiertas al público recientemente, para disfrute de los sentidos y la memoria de los pueblos.
   Por ende, se fue raudo a la caza y captura de las estrías, venas y nervios incrustados en los cuadros que reverberan en aquellos silenciosos recintos, junto con las pertinentes anotaciones explicativas en las paredes a lo largo del recorrido.
   En la calle oteó el estético santuario, y cruzó el espacioso patio, como si de fragante jardín se tratase, a fin de llegar a la entrada del museo. Y siguiendo las flechas y pautas de la exposición, comenzó la delectación por los iconos medievales, observando las vitales y entrañables irrigaciones allí dibujadas, su variada y ajetreada historia, y fue poco a poco visualizando, rumiando, aquilatando y descubriendo todo cuanto allí se urdía y exhibía, tanto en lo externo como en las interioridades, gozos, miradas o pulsiones de los zares, así como los parterres esbozados en sus perspectivas y las perfiladas cicatrices de sus vidas, que delataban los truenos emocionales o ronquidos del tiempo, los desasosiegos o resfriados, las represalias o sucesivos estadíos de los protagonistas y demás criaturas que habitaron entre aquellas sabanas pictóricas, estepas y turbulentas sábanas enamoradizas, nutriéndose de las quintaesencias culturales y gastronómicas de la vasta geografía rusa.
   Se diría que Vladimir había aterrizado en unos parajes singulares, cerca del célebre archipiélago Gulag, construido literariamente por Solzhenitsyn, dándole una pátina artística ad líbitum, sin ninguna cortapisa ni fruncimientos del ceño, recreando la vista por las urdimbres de las pinturas que relucían preñadas de maestría colgadas en las paredes ávidas de ser acariciadas, besadas o valoradas por sensibles miradas, sin subterfugios ni maltrato de flashes.
   Y hallándose en un estado de plenitud cósmica,  de éxtasis en aquellos fulgurantes momentos, embebido en la prosopografía, semblanzas y etopeya de las pinturas, sonó de pronto el móvil de Vladimir como una bomba, cogiéndolo con la mayor celeridad para no molestar, contestando a la llamada del interlocutor, y de repente, con la rapidez del rayo, se ve esposado, sujetado por los hombros, como si una mano negra hubiese bajado de los cielos en un enigmático arrebato jamás sospechado, oyendo una voz rara tronando en el tímpano, y retumbaba como los cañones de Navarone, saliendo toda la artillería pesada del musculoso y gigantesco hombre, cual enorme kinkón,  que asesinara con los gritos y la profunda mirada, barruntando penas y castigos sin cuento, el envío a galeras, a la guillotina o a las mazmorras, si no era mucho imaginar, y una vez encontrado acomodo en tales cubiles, retenerlo allí por toda la eternidad.
   Al parecer, el extraño personaje policial pertenecía a la élite de los Geos o de la guardia de asalto o de la KGB rusa, delatándose en sus actuaciones las mismas maneras y carnavalescas situaciones de tantos films de espionaje de zares, Cía o vivencias en los campos de concentración, que aún se amamantan en los aledaños humanos, no poniendo coto a tanto desmadre y tan poco decoro en las relaciones vitales de las personas, no respetando la idiosincrasia o andares del visitante, que con toda pulcritud y mimo se introduce en las grietas y gotas de pintura y sudor caliente o frío de aquellos rostros y neuronas que vibran en esos lienzos, que están esperando una caricia o que alguien les dedique un verso o un momento de su tiempo.
   No cabe duda de que se masticaba por parte de las autoridades del museo un inminente ataque terrorista en todo regla por el espacio silencioso de las salas por esas fechas, mientras los protagonistas retratados y toda la corte zarista dormían confiados y felices en sus orlas, en una especie de homologada dacha dentro del recoleto museo ruso instalado en la antigua tabacalera malacitana.

   Sólo resta colocar junto a las banderas izadas en la fachada del edificio el rótulo, “Pasen y vean el mayor espectáculo del mundo, detención y arresto de un peligroso terrorista disfrazado de turista en trance de inmolarse en el museo ruso de Málaga”.