domingo, 15 de noviembre de 2015

Aprendiz de gato






                                                             
  
                                                        
   Según rezan no pocos legajos, los egipcios adoraban a una diosa con cara de gato, lo que generaría unas inusitadas expectativas en el ser humano, alentando un carrusel de ideales o vanidades sobre todo a quienes anhelasen medrar. Y sin más preámbulos, ante la inquietante duda te pregunto, Óscar, si no habrás sido llevado en volandas hacia dichas mieles por el prurito de poseer semejantes franquicias u oropeles, acariciando en tu fuero interno sus honores y mayestáticos dones, el aura, porfiando día y noche por remedar o suplantar a la diva, poniendo toda la carne en el asador o escurriendo el bulto ladinamente a la hora de la verdad.
   Me escama que te hayas dejado de forma tan repentina y chulesca los mostachos, desplegando las alas por las comisuras de los labios en un nervioso intento por cambiar el look a marchas forzadas, a lo mejor con fines lucrativos o acaso donjuanescos, vete a saber, dibujando los secretos áureos del gato con unas prerrogativas únicas, y de esa guisa intentarás enrolarte en homologados circuitos de conquista nocturna o diurna, rumiando los más suculentos platos en opíparos saturnales, cual consumado dios o diosa o lince de la selva africana, divisando a través de las celosías y cerraduras de las puertas la rauda y perfumada procesión de roedor@s saliendo de la ratonera avasallando a los de enfrente, corriendo campo a través rumbo a la movida, a los sensuales abrevaderos para saciar el hambre o la sed.
   Y a renglón seguido, tras acicalarte meticulosamente, cual presuntuoso gato, exhibes las depredadoras y seductoras armas, actuando como dueño y señor de la mansión o del universo, mirando con el rabillo del ojo al resto, cumpliendo el guión del proverbio, la ocasión la pintan calva, y te lanzas en picado, como un camicace, a la caza y captura de los ratones o féminas distraídas con las más sigilosas artes, mozas, damiselas o mujercitas con suaves dunas como núbiles pechos por parques y jardines, discotecas o boites de moda, cual ducho felino, danzando en la pista de la vida al son de las músicas acordadas, engatusando las roedoras trenzas con ingeniosos y acrobáticos malabarismos.
   Desde esta atalaya escruto en tu porte, influenciado probablemente por egipcias remembranzas, endiosados aires gatunos, sobre todo cuando deambulas con el bigote tieso, la pajarita y la penetrante mirada  en busca de ardiente sustento al caer las sombras sobre la urbe, exhalando un torbellino de voluptuosas acometidas o razias con premura, como si perdieses la cabeza o el norte.
   Óscar, algunas veces te cojo in fraganti, brincando por los crepúsculos sin luna o negras tapias de los corrales persiguiendo a la gata en fuga por el encendido tejado de zinc, rivalizando con las estrellas del celuloide, o bajas todo sudoroso, con los ojos exaltados por las escaleras hacia los Infiernos de Dante (leyendo in péctore intrincados o apócrifos mensajes del más allá entre espejismos y pirámides pensantes), yendo de un rincón a otro rastreando  uñas, pechos o pisadas con sumo sigilo, defendiéndote como gato panza arriba en raras o galantes escenas, enfrascado en una pelea de gatos con otros aspirantes al rico panal de turno, que avizoras desde tu orilla o saltando del alféizar de las emociones al frío tranco de la puerta de la calle o al silencioso tronco del olmo seco herido por el rayo machadiano con el corazón atravesado por Cupido, o te sumerges bajo las voluptuosas faldas de la mesa camilla imaginando roces de nalga de alguna doncella, poniendo en práctica las artimañas gatunas cuando el crudo invierno aprieta.
   Ayer, al reflexionar acerca de tus zalamerías y devaneos, caí en la cuenta de que te batías el cobre con otros congéneres al pasar con calculado tiento y ternura el dulce rabo por entre las piernas de la concurrencia engatusando al personal, reproduciendo en la oscuridad del momento la certeza de que de noche todos los gatos son pardos, pues no te reconocía ni la madre que te parió, catalogándote como más gato que nunca, al cerciorarme de que ejecutabas las escatológicas labores con la mayor brevedad y pulcritud, tanto en pensares y presentimientos, como en higiene corporal, enarbolando la bandera de la transparencia, enterrando los pútridos humores, las fétidas heces o rencorosas envidias que te perseguían en los últimos tiempos, pegándole fuego en improvisada pira y depositando las cenizas en una urna fuera del alcance de mentes cleptómanas o miradas curiosas.
   Y analizando un poco tus privados y nuevos vuelos por este ambiente, deduzco que peleas por figurar en los libros de historia como aprendiz de gato, ¿quién lo iba a decir?, pero repara, aunque sea someramente, en las vueltas que da la vida, los vaivenes del tren humano, y colegirás a buen seguro que junto a las oficiosas páginas bíblicas, hubo otras defendidas por una gruesa corriente de  intelectuales, letraheridos, arúspices, gurús y doctores de las iglesias más eximias, v. g., ortodosa, heterodosa, copta, cristiana o anglicana que hablan de unos traspapelados papiros, que circulaban de mano en mano, emborrachados o emborronados por la incuria o los escrúpulos o las inclemencias del tiempo, en donde se explicitarían con todo rigor los tejemanejes de Dios a la hora de acuñar la efigie humana en monedas de curso legal, creíble y aceptada por el común de los mortales, así como de los dioses, cuando la incipiente idea de hacer más felices a los caballeros bullía en las sienes del Creador, pergeñando la adaptación del género humano a la convivencia familiar en el Paraíso Terrenal, en línea con su infinita sabiduría, bondadosa misericordia y omnímodo poder, pero arrastrado quizá por las veleidades no de la carne sino del espíritu, y, a fuer de ser sincero, fatigado por el creativo esfuerzo durante los seis eternos días, gracias a Dios que al séptimo descansó, menos mal, porque de lo contrario no se sabe cuál habría sido el desenlace de la película.
   Y mientras se sucedían otros eventos y entuertos y avatares planetarias, sucedió el que viniese Dios a caer en brazos de la vida muelle, como si viajase en crucero de lujo por las célebres islas del Caribe o de las Pitiusas, llamadas así posiblemente por una lluvia de estrellas o súbito brote de pinos en sus entrañas, y Dios, en un batallar callado, digno de todo encomio y antes de que el sol despertara, plagiaría de los mismísimos mininos los humos y cimientos de la aventura humana de vivir, bebiendo en los ojos, en sus fuentes lo que no está en los escritos, aprovechándose del ADN de estas misteriosas esfinges, que transitan alegres por mugrientos muros, la madre naturaleza o el dulce hogar, de modo que cuando llegó el momento de crear al hombre a su imagen y semejanza, ya estaba todo amasado. Se enfundó Dios el mono de faena, y asiendo un gran cuenco con agua clara y unos polvillos mágicos, se asomó al balcón del universo y dijo: “No es bueno que el hombre esté solo, hagámosle una compañera”; dicho y hecho; y lo dijo con mucha familiaridad, como si estuviese tomando una copa en la barra del bar emulando la melodía de Sabina, y fue luego inoculando en la frente del recién creado homínido las vitales esencias gatunas (si bien solo puso una, olvidó que tenía seis más), y todo ello con vistas a darle compañía y cariño, que falta le hacía al hombre, aunque dejándose en el tintero, por descuido o confianza, las premisas ya impresas en la piel felina desde los ancestros, el calificativo de independiente.
   Y si haces memoria, Óscar, te darás cuenta de que los roles de la pareja humana no han trascurrido por caminos de rosas, sino por los más enrarecidos estadíos, cruzando a veces turbias corrientes o vasallajes de tornados y tunantes, violentos desmanes o fallecimientos sin fundamento, al desbordarse el vaso del machismo, provocando borracheras de espanto, el delirium tremens, siendo patologías o lances que no tienen cabida en la convivencia gatuna desde los prístinos albores de la existencia. 
   Y abundando en ello, con idea de limpiar lo que corroe, te invito, querido Óscar, a que hojees las revistas del corazón que inundan los kioscos, u observes los troncos del  los árboles con corazones atravesados por la flecha, dando fe de la sentencia, hay amores que matan; y así irás desgranando truculentas maniobras que no casan con las pautas gatunas.
   Cuando montas tu ego en actitud mística, cual silenciosa esfinge en trance de adivinar el porvenir me apabulla tu silencio, tu mirada, tus interrogantes…
   Pero de cuando en vez sin embargo, rememorando a Neruda te digo, me gustas, gato, cuando callas, porque estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca; me gustas cuando callas y ronroneas en un altar repleto de flamboyanes y refrescantes pámpanos con el semblante encendido con las ascuas de la mirada. Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo…
   Me fascina, diosa gata, tu actitud recoleta, aislada, en éxtasis, de laberinto cerrado por donde no discurre la ciencia humana, donde sólo tú sabes urdir las mil y una noches de cuentos o historias o señuelos para seducir a las criaturas.  
   Si observas los vaivenes u oscilaciones del globo en el que viajamos, con el hidrógeno dentro volando por los cielos, piensa que puede estallar en cualquier instante, al encender una cerilla o meterse en camisa de once varas o dirigir la mirada a los provocadores trepas, que van trepando por los muros de Wall Street, altiplanicies o escondrijos por donde se sospecha que andan los roedores de guante blanco desembolsando dinero negro, a saber, fabricando ratones colorados o Micky Mouse u otras familias de cine haciendo su agosto, aunque de paso consigan que sea más hermosa y sugerente, si cabe, tu figura, tus ojos de gata, deteniendo el tiempo en el esplendor en la hierba o ardiendo en los tejados.
   Por ende, recorriendo el camino por los senderos existenciales, comprenderás la trascendencia que la idiosincrasia gatuna ha inyectado en el arte gracias a la invención del cine, el libro, la pintura, el teatro o la música, siendo objeto de deseo y un dechado para los seres humanos a través de una delicada mesura y privilegiada relevancia nunca vistas.
   A veces te echo de menos, Golfi, no creas que te olvido, gata en celo, cuando transcurre un tiempo sin vislumbrar tus arrumacos y hazañas o inercias sufro, porque necesito tu mirada callada para beber vidas, misterios, resplandores que te levanten de las horas muertas, anodinas en que a veces te mueves.
   Óscar, en tus delirios felinos, te has colocado muy repantingón en la terraza esta mañana, fisgando a los roedores que circulan por los vericuetos, como un salteador de caminos que aguardase a la diligencia para dar el golpe, despojando a arrieros y resto de viajeros de las más íntimas alhajas y monedas para los gastos corrientes, sembrando la desolación en sus corazones.
   Perdona que te diga que te he estado observando durante toda la semana y me tienes intrigado, porque no te veo como un genuino gato, espontáneo, creativo, arisco, burlón, con ganas de enredar, de tomarte un mojito o echarte al monte y volar por las alturas con convicción, adelantándote a las gaviotas en el vuelo y robarles el pescado en el rebalaje, no quedándote como un pazguato viendo cómo se llevan los manjares traídos del mar; por lo que intuyo que andas tocado, y cada día más torpe, obturándote las posibilidades internas de intelección de la realidad. 
   Óscar, y ¿cómo no despertaste ya de un salto de ese pesado letargo, y has subido por los tejados descubriendo maravillosas escenas melifluas en camastros, catres o claustros de cenobios donde el abad prepara a conciencia a sus hermanos en la fe y a los fieles la felicidad eterna, dulces bocados y clandestinos mejunjes que los va preparando para la otra vida, yéndose en gracia de Dios y tan contentos, con todas las gracias divinas incluida la santa extremaunción, encontrándose todos como en un hábitat de gatos, bebiendo y comiendo zalameros y picarones, acariciándose y mesándose los cabellos con ternura, desplazándose y estirazándose a placer, dejando sus indelebles huellas en los bancos, escalones o macetas de los parterres que circundan los vetustos muros del convento.
   Y no cabe duda de que continuarás girando sin desmayo como el astro rey, trajinando a tu antojo por ásperos arrabales, paredes o pueblos de la vida, haciendo realidad tu privilegio de vivir más vidas que el gato, que a día de hoy, pese a los recortes,  siguen siendo seven, y se ve con toda nitidez, aunque por otros lares son más generosos dándoles nueve.




   
   


   

                                                              
  

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Mi amiga soledad

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Mi amiga soledad se puso a cantar la canción que lleva su nombre, "Soledad, es tan tierna como la amapola, que vivió siempre en el trigo sola"..., y me quedé extasiado, atónito, profundamente dormido, soñando en los viejos tiempos, en las  bellezas del campo y las dulces y primaverales fragancias de la melodía.

   La encontré en esos momentos bastante motivada y satisfecha, después de haber atravesado sola un interminable desierto, sin personas ni ranas ni siquiera una mosca fisgona o cojonera que la molestase o alguien que la atendiera en las necesidades más perentorias haciéndole más ameno el camino.

   Me contó que había estado viajando durante un tiempo en auto stop por medio mundo, y que acababa de adquirir un utilitario de segunda mano con los eurillos que había cosechado en la última vendimia francesa, donde por cierto tuvo un amor pasajero, etiquetado por ella como  de usar y tirar, y aunque sonreía con ganas y exhibía toda la fuerza de su atractivo femenino, se vislumbraba lejana, distante, con cara de pocos amigos, como  embebida en otras destilaciones o vientos, caminando algo desaliñada, huidiza y cabalgando por aquellos horizontes, aunque aparentase una grata placidez, atendiendo al viajero con todo el tierno bagaje de que disponía; no obstante, de cuando en vez emitía un chisporroteo de raros caprichos que se la llevaban en brazos a otras danzas por pistas desconocidas turbándola sobremanera.

   Por ende, sus vuelos me empujaban por las desangeladas orillas de la desesperanza, por áridos y esquilmados terrenos, donde todos los gatos son pardos, y ni el ave del paraíso ni la luna encuentran acomodo o una brizna de empatía, pese a que se desvivía por ofrecer o buscar lo mejor que tenía guardado en la despensa, en la mirada, en los pensares, para vivirlo y compartirlo, sirviéndolo solícita con todo lujo de detalles, sin cortapisas ni exigencias de ningún tipo por su parte.

   Cuando desperté del ensueño le supliqué que me volviese a cantar la canción en verano e invierno, cuando azota el cierzo y aprieta el frío del alma, y le sugerí que lo hiciese con toda la ternura del mundo, aunque fuese de manera esporádica, y de esa guisa seguir vivo, circulando por los recovecos de su garganta, arrastrado por la hermosa corriente de la voz con el anhelo de ser succionado por la rosa de su boca en algún descuido, perdido entre las seductores perlas que a gustar convidan, rodando por los laríngeos acantilados sumido en la ardiente saliva.   



   

martes, 3 de noviembre de 2015

Encrucijada











                          
   Somos tres elementos tras la oscuridad de la ventana, que no sabemos a dónde dirigirnos ni qué hacer en este día otoñal. Sin embargo tú puedes coger el sintagma “Somos tres” y pasearlo por la prehistoria, entrando y saliendo de una caverna o transportarlo en un mamut a las termas romanas o a Estambul, pongamos por caso, o llevarlo a visitar el museo del Prado o darle un baño en la Costa del Sol, tomando un refrescante vino de verano.
   Pero dónde colocamos “Las ventanas” del edificio que nos da cobijo y protege de los rigores infernales del invierno, porque tales orificios requieren un proyecto o preparación de sus féculas y nervios arquitectónicos para que encajen debidamente en el marco en el que se quiere colocar, pues no lo van a permitir sin más sus clavijas y entes, de eso nada, no te hagas falsas ilusiones, si pretendes instalarlas no tienes más remedido que medir en la medida de lo posible tú mismo o a través de un experto en esas labores sus ángulos, vértices, latidos y lados respectivos.
   Y queda “La oscuridad”, que si se acentúa en demasía puede acabar con la vida del más pintado, ya que si expande los tentáculos a diestro y siniestro puede convertirse en un caudaloso río amazónico que fulmine la lucidez y transparencia de los pensares o reflexiones impidiendo dejar pasar los rayos de inteligencia y luz precisos para llevar a cabo las tareas domésticas o las más sutiles e intransferibles operaciones del cerebro en un momento dado, por lo que no se pueden echar las campanas al vuelo sin fundamento, si no que se precisa de cordura y tiento para no errar en el disparo al blanco a cada paso por la vida o en los hitos que vayamos plantando a través de los ronquidos del tiempo.
   Y así, como el que no hace la cosa, cogiendo a los tres elementos de la mano formando un todo nuclear, darles sustento, forma, hechuras y un plan de vuelo y echarlos a volar por entre los renglones del folio que tiritaba de frío agazapado en la penumbra, en blanco, por el susto que pilló cuando en la cita tertuliana se pronunciaron tales vocablos, porque si no recordamos mal eran, “Somos tres, Las ventanas y La oscuridad”, nada menos, envolviéndolo todo de incertidumbre y misterio, como si estuviesen enraizados en las mismas entrañas del diablo o del día de Difuntos, en que las pobres Ánimas vagan sin norte ni caricias por el monte de Bécquer o por las riberas, o a lo mejor somos los vivos los que no damos con la llave o la luz que nos guíe por las praderas o valles o laderas o precipicios o incongruencias de este loco o sugestivo o endemoniado discurrir del mundanal ruido, donde acaso lo mejor sea mondarse de risa para enterrar en un gran nicho blanco la negra pena que ose embargarnos impidiendo pronunciar palabra o emborracharnos de una insoportable tristura.
   Y aunque seamos menos o más de tres almas o un millón en esta tarde lluviosa y gris con olor a castañas asadas, si te parece, abre las ventanas de la vida y ahuyenta la oscuridad pulsando las claras notas de Luz Casal, “Abre tus ojos a otras miradas, anchas como la mar, rompe silencios y barricadas, cambia la realidad, porque creo en ti cada mañana”...