lunes, 29 de noviembre de 2021

FANTASMAS

No poner puertas al campo era el lema de Gertrudis, todo abierto de par en par, hala, a la calle todo el mundo, a la buena de Dios. A buen seguro que en su ADN lo llevaba esculpido a sangre y fuego, y quería retozar por rincones, avenidas o callejuelas sin descanso. Era su modus vivendi, con una llamativa peca en la frente, y un airoso gracejo que le asomaba por las mejillas. Lo tenía tan claro Gertrudis que hizo suyo el dicho popular, el buey suelto bien se lame, y se lanzaba a los cuatro vientos sin cortapisas por el cruce de caminos de los mortales rumbo a su destino, sintiéndose como ungida por el Todopoderoso, de forma que en todo tiempo y lugar su efigie, poses y talle salían siempre a flote, indemnes ante cualquier contratiempo o feroz acometida que tuviese lugar por donde transitaba. Se sentía como pez en el agua atravesando las más hostiles besanas, vaguadas o parajes sombríos, siendo para ella todo coser y cantar. Ni el hombre lobo o alguna leyenda de los tiempos más oscuros de la infancia la amedrentaban, y se soltaba los pensamientos, el pelo, yendo toda entera dispuesta a comerse el mundo. Cómo de súbito llegaba a cambiar tanto su horóscopo por mor de unas inexplicables fluctuaciones, y cuando mejor le iba en sus andares mundanos o vitales, tan pronto pisaba el umbral del hogar, las cañas se le volvían lanzas, asaltándole los más horrendos miedos, y su imaginación se regocijaba sobremanera deslizándose por los más espinosos mundos poblados de insaciables monstruos de carne y hueso, o sorpresivas almas en pena que acudían a su cerebro tomando cuerpo y cartas en el asunto, y según sus sutiles entendederas entraban y salían como pedro por su casa, por mucha tranca apostada en la puerta, sintiéndose atormentada de continuo con inminentes salivazos de muerte como si tal cosa al poco de entrar en su casa. Esos malignos seres o entes vivientes se configuraban de cualquier modo en su derredor doméstico, y azuzaban a los ancestros a que arrimaran el hombro y se encarnasen también participando en tan rico o macabro festín. En otras ocasiones merodeaban por sus sienes perversos personajes, que podían cebarse con ella sin ningún remordimiento y, llegado el caso, abusar inmovilizándola de pies y manos, o manipularla como los títeres en los cuentos de Chacolí y su Enanito en eterna lucha con la malvada bruja Candelaria y el Gigante Barba Azul, cual muñequitos de guiñol, llegando incluso a estrangularla (pensaba ella) al cruzar de una habitación a otra, y no se sabía el porqué, si es que entraban por la ventana los intrusos, por la chimenea o por el aire, como las moscardas, teniendo siempre el semáforo en verde, y la puerta abierta para penetrar en sus interiores y hacer alguna de las suyas, según sus esclarecidas estimaciones, y a la chita callando acabar con su estampa, sin darle tiempo a despedirse. Acaso por la lectura de avinagrados acontecimientos relatados en la novela negra o extravagantes coyunturas transmitidas de boca en boca, ocurría que cuando Gertrudis se hallaba en el hogar le llegaban no pocos pensares harto peligrosos y dañinos, por lo que se andaba con pies de plomo al ir de un lado a otro de la casa, yendo siempre con los ojos bien abiertos, mirando por las rendijas y recovecos no aflojando ni un instante su atención, procurando estar perennemente al acecho, y a ser posible no moverse del sitio por si las moscas, evitando así que una mano negra le amordazase por la espalda de repente sin poder gritar. Al entrar en la vivienda le acosaban las más tétricas elucubraciones, y se le paralizaban piernas y brazos, y la mirada se le nublaba hasta límites insospechados haciéndose de noche de pronto en su alma, corriendo el riesgo de evaporarse o hundirse para siempre en un pozo sin fondo o peor o aún, en el mismo suelo que pisaba. Era algo insólito, fuera de lo común, pero ella lo asumía con la paciencia de Job y con sus cinco sentidos, lo tenía muy interiorizado y creía que obraba por su bien, y que su cerebro no la traicionaba, porque en cualquier momento podría cruzarse en su interior de la morada con el mayor de los asesinos disfrazado con seductoras y pintorescas capas de ensueño. Según manifestaba a los suyos, tenía cierta consciencia del más allá, ya que había hecho sus pinitos en esos inframundos comunicándose con ellos en amenas conversaciones secretas, por lo que se cuidaba muy mucho cuando caía rendida en el sofá del salón. Disponía de un potencial imaginativo enorme, y sus pensamientos así lo corroboraban, y venían a demostrar el dictamen de sus sesudos argumentos, por lo que siempre que se encontraba en su mansión, las mazmorras o célebres presidios que en el mundo han sido se quedaban cortos con los estragos y desgracias que a ella le acechaban a cada paso dentro del hogar, sobre todo si estaba sola, pues ni siquiera le valía la compañía de la mascota, pese a ser el mejor amigo del hombre. Es muy llamativo que estando acompañada ya fuese otro cantar, y los malignos duendes se disiparan como por encantamiento, ya que por lo visto esos invisibles entes o fantasmas corrían a sus anchas por las habitaciones jugando al escondite (apostillaba ella) si se encontraba sola, no pudiendo ir a hacer sus necesidades al baño, por si le echaban el guante en la travesía. Era todo muy raro y siniestro, como si un intempestivo seísmo le sucediese de pronto o un ladrón caníbal la abordase escalando en un plis plas su fachada, o cuando más confiada estuviese la engullesen como si de una tentadora y rica rosquilla se tratase. Por todo ello corría Gertrudis unos terribles riesgos y terribles pesadillas, sobre todo si permanecía sin compañía en la vivienda, convencida de que era el lugar menos seguro del planeta y más expuesto a la perdición, atracos, violaciones u los más oscuros secuestros, por muy atrancada que estuviese la puerta. No había forma material de frenar sus alarmas, ni siquiera a las almas en pena, a los espíritus que vagan sin orden ni concierto por los aledaños pendientes de sus pasos acorralándola en su refugio, no pudiendo moverse por el pasillo, encendiéndose en su mente un fuego misterioso que le trasmitía que podían aniquilarla en cuestión de segundos, pese a lo espabilada, brava y curtida en mil batallas, de las que por cierto hacía gala. Una noche de truenos y relámpagos a más no poder, se le ocurrió a su pareja ingeniar algún ardid que le hiciese comprender que lo suyo no era otra cosa que una pura fantasmada, musarañas musitando en el espacio vacuas jitanjáforas, y planeó una idea, envolverse en una enorme sábana blanca y con las mismas entrar por la ventana del jardín dando gritos descorazonadores y dejarse caer en el lecho donde ella dormía soñando con los angelillos, y cuál no sería su inmensa alegría a la postre, cuando descubrió feliz que era su amor el que tan tiernamente la abrazaba. Cierto día en que ponía a prueba su bravura y confianza callejera, exhibiéndola por la rúa a pecho descubierto y sin preocupación alguna, resultó que comenzaron a caer unos copitos de nieve, parecían mariposas blancas que bailasen la danza del vientre o acaso de la muerte, vaya usted a saber, y sin que apenas le diese tiempo de advertirlo se cruzó Gertrudis con un camello ofreciendo estupefacientes, y con las mismas la embozó brutalmente con unas negras capas introduciéndola en un vehículo, y nunca más se supo de las correrías, entelequias o carnavalescas mojigangas domiciliarias de Gertrudis, pateando en sus parrandas los caminos del vivir. La cordura y sentido común pierden su razón de ser a veces, y caen al suelo haciéndose añicos, cual valiosa vasija, acabando tonta y tristemente sus días.

miércoles, 10 de noviembre de 2021

Novios

Estaba tomando la pareja una infusión de rooibos en la tetería con el prurito de poner orden en sus pasos y caldear el alma, cuando de repente llegó una tormenta de levantiscos pensares exigiendo concretas y veraces respuestas acordes con su estado de ánimo, mientras se oían los ecos lejanos de una canción, que en sus tiempos de esplendor les encandilaba, hasta llegar a tomarla por bandera. Ahora apenas si levantaban cabeza para tararearla, se les encasquillaban las cuerdas vocales y labios al escapar por los orificios del recuerdo el chorro de voz que generaban, en aquellas tardes de esperanza, de copiosa lluvia que abonaba las ilusionantes primicias, no obstante, persistían en su afán por entonarla o susurrarla al menos, aunque le resultase harto difícil por los estragos del verdugo del tiempo. Y como impulsada por un huracanado tumulto se dejó llevar ella cantando con toda su alma la melodía rivalizando con Armando Manzanero, “somos novios/, pues los dos sentimos mutuo amor profundo/, y con eso/ ya ganamos lo más grande de este mundo/. Nos amamos/, nos besamos como novios/... Quería coger el toro por los cuernos, y enfrentarse a los vacíos que albergaban sus estancias y pupilas sin apenas mojar el pan en el húmedo manjar tan apetitoso del vivir. Qué corto el amor y qué largo el olvido, musitaba ella, cuando visitaron el camposanto el día de Difuntos recordando a los familiares. Mas todo ello no conlleva ninguna solvencia milagrosa o brote de algún plan que haga revivir a las personas que yacen bajo la fría tierra o exornado mausoleo de difuntos con flores de tierno cariño. Juventud, divino tesoro, exhalaba ella limpiando el polvo de la desteñida foto que figuraba en el mueble decorando la sala. Qué de sueños y anhelos dormían en sus entrañas, tronchados en flor. -Si volviese a nacer otro gallo cantaría, decir un te quiero lo pensaría con el mayor esmero, aunque la incertidumbre me asaltase dudando hacía dónde dirigir la mirada o qué camino tomar -dijo ella. El sombrío otoño transcurría lento y un tanto alocado, deslizándose por pedregosos y oscuros cauces, no encontrándose otros más acogedores al cobijo de una romántica luna, encendida, dulce, que viniese como anillo al dedo. El día de Difuntos explosionó todo, y no se sabe por qué, siendo uno de los aldabonazos que recibió sin mucha convicción la pareja. Al parecer carecían de lo más elemental en casa de una familia, no ya lo material, verduras, frutas del campo, embutidos, sino también la parte más trascendente, lo emocional, los sentires. En esas entremedias esperaba él una carta de Lima que nunca llegaba, si bien al poco le confirmó alguien del clan con toda certeza que ya venía de camino. Del contenido de la carta nada se sabía, pero tanta demora daba qué pensar, si tal vez habría sido intervenida en magistratura, o robada a plena luz del día por alguien en los cambios de turno, pues no se entendía tan disparatada tardanza, haciendo cábalas todas las noches en su guarida sobre las imprevistas y raras circunstancias del suceso. En las conversaciones íntimas se había especulado con que la misiva, aparte del contenido de la escritura y otras rosas y perfumes, llevaba unas hierbas prohibidas a todas luces, y podría ser que alguien siguiendo instrucciones del capo de guardia hubiese dado un chivatazo asesinando a alguien por venganzas crematísticas o de seguridad. Unas semanas más tarde la Interpol arrancando la puerta, entró en casa de la pareja husmeando por rincones y vericuetos buscando huellas o pergaminos con algunos rasgos biográficos de los mandamases y artífices de las asesinas hierbas, que con tanta ligereza viajaban en su interior de polizón. A través de la correspondencia conseguían cuantiosos ingresos, pasando fastuosas estancias de ensueño, unas veces en la Costa Azul, y otras, por las aguas del Caribe. AL cabo de un tiempo de investigación policial a través de secretos encuentros y chivatazos se supo que una antigua amiga íntima estaba involucrada en todos los pasos y movimientos de la pareja. En ciertos momentos él intentó sobornarla con suculentas sumas de dinero, pero ella no accedió, y seguía dando información a la policía. El leitmotiv de su vida era recuperarlo a él sano y salvo, antes de que los gendarmes lo metiesen en chirona casi de por vida, porque las fechorías que se le atribuían así lo demostraban, enfangado en aquel berenjenal mafioso, y era harto complicado lavarse las manos o hacer borrón y cuenta nueva, porque el río de plata que circulaba de Europa a América por los sitios más inverosímiles eran de escándalo, aunque la policía no había descubierto aún todas sus correrías y maquinaciones, por imperar a toda costa la ley del silencio, ya que todo aquel que se fuese de la lengua sería ejecutado ipso facto, y andaban nadando en la abundancia y disfrutaban a tope. Mas la antigua novia que tuvo no lo transigía, y su amor por él era tan fuerte y convulso que no podía callarse por más tiempo, y un día al alba, cuando los gallos dan el primer toque matutino se presentó en comisaria, y estuvo durante varias horas hablando con el comisario jefe vaciando todo lo que sabía y más, exponiendo con máximo detalle todos los subterfugios, guaridas, refugios o celadas de su antiguo amor. Y con las mismas la policía se puso manos a la obra, y en el día de difuntos, cuando los traficantes se reunían en el cementerio para celebrar su cónclave secreto del aparato mafioso, evocando a los antiguos fallecidos de la banda, en un festín como homenaje a los caídos por la causa brindando por sus hazañas con los estupefacientes, de repente aterrizaron allí cinco helicópteros de las fuerzas del orden, y con las mismas los atraparon a todos, durmiendo esa misma noche en los calabozos de la fuerzas del orden, La novia actual de la pareja no sabía nada del rocambolesco infortunio, y cuando se enteró, no daba crédito, y con las mismas hizo acopio de barbitúricos y con no poco sigilo se introdujo en la bañera y fue engullendo tabletas asesinas, y mientras los teléfonos sonaban, ella iba perdiendo el conocimiento, hasta que en un golpe de gracia la policía entró echando la puerta abajo, y la sacaron de la bañera con un hilo de vida, le hicieron el boca a boca y aplicaron los requeridos auxilios y paulatinamente fue abriendo los ojos, hasta que al fin pudo hablar y dijo: ¿dónde está mi Gonzalo, dónde está mi Gonzalo? Pero de repente un paro cardíaco acabó con su vida. Hay amores que dan vida, y amores que matan. En el tren en el que viajamos abramos los ojos a lo que nos rodea, y podremos cantar victoria sacando a la luz la mendacidad y estafas que con frecuencia se propalan por los más sofisticados medios sin percatarnos de ello. Y ocurre que una vez metidos en la boca del lobo, llevan sin escrúpulos hasta las últimas consecuencias el lema, a vivir, a vivir, que son dos días.