lunes, 27 de abril de 2020

El aljibe




ALJIBE !!! | Estanques de jardín, Decoración del jardín ...






                      
   Aquel día quiso empaparse Venancio de los artísticos tesoros y monumentos que pululan por la urbe granadina, amenizada por las cantarinas aguas de los dos ríos que bajan de la nieve al trigo.
   Para disfrutar a fondo de los duendes que duermen en sus interioridades convino Venancio en descolgarse por el monte del Sacromonte, la Alhambra y recoletos rincones ricamente engalanados tanto en invierno con la blanca nieve en las cumbres, como en verano con el envidiable y fresco verde de la vega, y meciéndose a sus pies voluptuosa la costa tropical con tentadores frutos, papayas, mangos, chirimoyas y aguacates entre otros, jugando la blanca espuma de las olas al pilla pilla o gallina ciega a la orilla del mar.
   En aquel ávido despertar se inclinó Venancio por otras corazonadas venidas, introduciéndose por el corazón del Albaicín desnudando las ocultas aguas que yacen en lóbregos recintos a la espera de que alguien les pida unos sorbos, o traigan cántaras para llenar abriendo el grifo solidario del aljibe, siendo antaño trasportadas por burros o mulas al destino correspondiente.
   Mientras se fraguaban tales coyunturas, seguía avanzando Venancio por el distrito albaicinero topándose al poco con uno de los ricos acuíferos que pueblan la emblemática barriada, surgiendo interrogantes al respecto, como el hecho de teniendo tanta raigambre nazarí e ignotos misterios discurriendo por sus venas no se revelasen, y en un acto de exaltación se dirigió Venancio a los aljibes como otrora Juan Ramón Jiménez a Platero, animándolos a dar un garbeo por los románticos miradores de San Cristóbal, los Carvajales o San Nicolás visitando en noches de bohemia o luna llena las zambras gitanas en plena danza especialmente los fines de semana, o el festival internacional de música y danza, que con tanto celo y señorío se celebra en los embrujados escenarios granadinos.
   Al igual que los arrieros llevan en las alforjas viandas y reconfortante combustible para el camino como dice el refrán, “con pan y vino se hace más llevadero el camino”, otro tanto diríase de los albaicineros aljibes que allí brotan y viven, pergeñándose en su hábitat una sugerente atmósfera de duendes y exuberantes plantas al rebujo del preciado líquido elemento, abriendo puertas y ventanas al sol de la vida, regando esperanzas, macetas, parterres  o jardines, y limpiando o curando el mal de ojo, los labios o las cicatrices del desamor.
   Contemplándolos desde otra perspectiva, se observa que los aljibes  llenan, además de vasijas de diverso calado, las orfandades y pilas emocionales de las criaturas, generando regueros de alegría y agua cristalina por los escabrosos costados o derroteros, sobrellevando a tragos las ásperas climatologías o rigores caniculares, incluso en medio de los miedos que nos acechan día y noche los invisibles virus, que no cejan en su empeño sembrando muerte por donde pasan, al igual que el caballo de Atila, empujándonos a las riberas del río Aqueronte con o sin óbolo para los trámites del último viaje.
  No será baladí tildar de malnacidos a estos cobardes virus que no dan la cara, no mereciendo el nombre compuesto formado por el lexema corona, a no ser que se etiquete con el epíteto de asesinas espinas.
   En tiempos de ocio estos horrísonos virus hacen allanamientos de morada, entrando como pedro por su casa por donde menos se espera, boca, nariz o garganta como auténticas balas genocidas invocando a algún dios siniestro, o destripador destronado que les brece en tan execrable operación, sin saberse a ciencia cierta con qué medios bélicos o telemáticos cuentan para tan macabras maniobras.
   No obstante es aconsejable mantener la calma escuchando a Sancho cuando dice, “Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias”. 
   Es harto complejo dilucidar las estratagemas que utilizan estos advenedizos criminales para engatusar al personal, acaso sea un señuelo de contagiosas carantoñas, palmaditas en la espalda o traidores ósculos embaucando a las células humanas con adictivas vitaminas o falsas recompensas, cayendo ingenuamente la gente en sus redes, creyendo que es algo bueno, bonito y barato, o tal vez el aguinaldo de Reyes envuelto en camuflado envoltorio hipnotizando los sentires del intelecto, logrando de esa guisa que no se percaten de las nefastas patrañas.
   Hubo un tiempo no lejano en que los aljibes eran el blanco de poéticos dardos, señeros recipientes de artísticas creaciones de eximias plumas de la piel de toro, destilando talento en sus labores creativas, aquilatando las primordiales vivencias de los vivos, de forma que los latidos de la lengua reflejaban cabalmente tales querencias, siguiendo los pasos de los pensares y del alma y del cuerpo sobre todo, toda vez que el setenta por ciento de la masa corpórea se compone de H2O, lo que acredita más si cabe su valía, aunque sin olvidar que el exceso mata, como ocurrió con el arca de Noé construido para preservar la semilla de los seres vivos de las embestidas del diluvio universal.
   La vida es un aljibe a carta cabal, con el que se sacia la sed de vivir, aunque en ocasiones ensucia la hoja de servicios con su desmesurado suministro en los campos en un punto y hora.
   A veces soñamos con un aljibe viajero, que nos acompañe por los insondables caminos de la vida dando de beber al peregrino, al sediento, o saciando instintos, pasiones o ensoñaciones, sin embargo si hacemos un alto en el camino y miramos al fondo del recinto, no alcanzamos a dar la talla del aljibe por ser tan pequeños, bañándonos a la postre en las infaustas aguas de la mezquindad.