domingo, 7 de febrero de 2016

Vivencia deportiva


   Atnav quería subvertir el mundo, el orden de su universo a toda costa, fulminando la ley natural por sus tintes un tanto xenófobos y sin duda letales, empeñando en ello la vida.
   Empezó invocando sortilegios y pergeñando el soterramiento de los ancestrales rituales desde el más tierno balbuceo, la cuna, y luego, tras salto circense, se plantó en las postrimerías, la sepultura, o lo que es lo mismo, alfa y omega, conceptos que ya pusiera en solfa Segismundo en su célebre monólogo, "Ay mísero de mí, ... /qué delito cometí/, contra vosotros naciendo/; aunque si nací, ya entiendo"... concitándose Atnav en el núcleo duro del asunto, llevando a la práctica presuroso el canon clásico, mens sana in corpore sano, a fin de enderezar el rumbo de su barca, desplegando velas en el mar de la vida.
   Tomó al pie de la letra el proverbio, como un confortable vademecum, agarrándose con uñas y dientes a los ideales inmortales, respetando la vara de medir, participando con entusiasmo en los más estimulantes senderismos y maratones con vistas a restituir los derechos y dignidad humanos, cortando de raíz las clamorosas burlas de Caronte con palmaditas en la espalda paseando por las riberas de Aqueronte, y exclamar con vehemencia, ¡basta de tanta fantasmagoría, lavados de cerebro y diluvios selectivos!, apuntándose de esa guisa el tanto de la desconexión total del presidio vitalicio.
   Atnav, con la cabeza en su sitio, propugnaba por deshacerse de tanta mugre, pendencieras artimañas o manido papanatismo, intentando lograr un rescate sin precedentes para la Humanidad, borrando del esperma humano y la pizarra hospitalaria los signos lingüísticos, ictus e infarto, oncología y diabetes, así como leucemia y raquitismo, brotando una savia nueva, que irrigue de juventud, vigor y  lozanía los circuitos corporales, evitando que se incruste en las partes más sensibles e indefensas la maldita gangrena, cerrando a cal y canto poros, puertas y ventanas, y poder así respirar, bailar, roncar o sumergirse en las aguas del carpe diem, bebiendo vida, ora tumbado al sol sin sobresaltos, cual recalcitrante lagartija, ora a la bartola, feliz y contento, sacando el máximo provecho de los vivificantes guiños y encendidos mimos que exhala la vida.
   En los incesantes y tornadizos vaivenes de la incertidumbre, deshojando margaritas en un mar de emociones, vino a confeccionar Atnav un programa viable, pero no por eso menos riguroso y contundente con los objetivos, conviniendo en ajustarlo al diseño de una vida modélica con visos espartanos, donde se coma para vivir, con vistas a mantener a raya grasas, arritmias o crueles lumbalgias, desarrollando una tabla pionera de ejercicios físicos y mentales, teniendo en cuenta el proceso nutritivo, senderismo, pilates, yoga, taichí o meditación trascendental, cercando su hábitat a conciencia con tal de que no se cuele ni una brizna de la apestosa y negra guadaña.
   Y mientras tanto, tras consultar las mareas informativas de las redes sociales y el consejo de los sabios, resolvió al cabo acometer las decisiones y labores que tenía pendientes, diciendo para sus adentros en aquella soleada mañana de febrero, ¡albricias, qué suerte!, hoy toca emprender la marcha por derroteros guajareños, caminando a la vera del río de la Toba o de la Sangre, llevándolo como leal compañer@, cual amor de flor siempreviva, inhalando las fragancias del/la amad@.
   Atnav se aprovisionó de los víveres indispensables para la jornada, bocatas, frutas y abundante líquido para regar los ásperos repechos subiendo al Castillejo, el Machu Pichu guajareño, que se vislumbra no lejos de la Minilla, lugar sagrado para unos, -o sacrílego para otros por las citas juveniles con limonadas fantaseadas con labios rojos y cocas-, por su manantial de agua fresca por antonomasia para dar de beber a los residentes de la villa en tiempos en los que aún no se conocía el frigorífico (o no se estilaba) o acaso fuese prohibitivo el precio, y había que echar mano del botijo o pipote y cántaras para conservar el agua según venía de la Minilla, sita en el barranco de Rendate, entre perales, melocotoneros, eucaliptos, naranjos y olivares. 
   Cabe recordar al respecto que existen múltiples anécdotas, chascarrillos, y no pocas broncas y disgustos conyugales motivados por tales tareas, sobre todo cuando llegaban del campo con la garganta reseca y la lengua afuera por los sudores y la fatiga de la labor, como el can cojo en la plaza por alguna pedrada, luchando entre la vida y la muerte por falta de agua.    
   En el sudado y pegajoso caminar por el polvoriento sendero hacia el Castillejo, iban desfilando por la memoria un carrusel de escenas del pasado, verbi gracia, transporte de haces de leña, esparto, trigo o cebada, espuertas de uvas, serones de aceituna a lomos de las bestias, o panoramas de pámpanos de viñedos en las laderas del monte, aromas de manos encallecidas por la siega, la zafra o el romero y el esparto, con el que en tardes de fría calma confeccionaban femeninas manos miles de utensilios y enseres, pleita, espuertas, esteras, canastos, ceretes, sogas, capachos, y un sin fin de aplicaciones caseras para las acémilas y los aperos, a fin de abastecer a los labriegos de sus necesidades para las tareas agrícolas, la siembra o la recolección de los frutos.
   Y según se avanzaba por el sendero, los ojos, gargantas y pulsiones del terreno sonaban por sí solos como la canción, ay amor, que despierta las piedras, y vibraban las lajas al pisar delatando los cascos de las acémilas de entonces, o se elevaban, sacando pecho, al reconocer las pisadas de aquel niño que con otros correteaban por aquellos parajes, saltando acequias, paredes o trepando por los árboles, cogiendo granadas, albaricoques, caquis, algarrobas y algún que otro chirimoyo, pero estaba el "Fuelle", ojo avizor donde los haya, que desde su recóndita atalaya vigilaba el campo, y a la menor sospecha se plantaba allí con todos los tanques acorazados, vociferando como un trueno y lanzando terrones, piedras y una lluvia de imprecaciones y palabrotas metiendo el miedo en el cuerpo de los pobres chavales, que ese día a lo mejor hicieron novillos a fin de darse un festín ecológico, tomando fruta de la huerta, creyendo que todo el monte es orégano, y que les esperaba la degustación del rico maná del Todopoderoso para su  disfrute, y a los postres dar las gracias por el sustento recibido, pero todo el gozo en un pozo, porque más de uno se pasó aquella noche en los calabozos, la cárcel de entonces, local que luego fue carpintería, donde se hacían los trajes de madera para el otro barrio (lo que Atnav tanto detestaba), y hoy es el bar de los desguaces, así llamado humorísticamente, por ser lugar de encuentro y evasión de jubilados, sobre todo.      
  Evocaba Atnav de cuando en vez la loca rebeldía de los arrebatos del ayer, cuando, siendo un mocoso, daba cuatro zancadas en un periquete por aquellas jurisdicciones, muros y albercas fondoneras, perdiéndose por las  huertas y sembrados de la vega, al oír los pasos perdidos del guarda de turno, que venía con paso corto, vista larga y mala uva. 
   Y llegaban voces lejanas, como de ultratumba, de sangre morisca, que en su día goteaba por aquellos contornos, desaguando por el río de la Toba abajo al desbordarse la terrible venganza humana, quizás como antesala de la matanza de los Abencerrajes en el Patio de los Leones de la Alhambra, llegando al unísono con los fulgores de cal viva extraída de las caleras, con la que pintaban y decoraban las casas de la villa, y el negro carbón, troncos de leña apilados a fuego lento en el horno, como sacados del centro de la tierra, para preparar las viandas y aliviar los fríos nocturnos o del alma, así como el aceite de romero, cuya modesta industria aportaba no poca ayuda al vecindario.   
   En aquellas veredas y atajos, corrían los chiquillos como el viento, sin miedo a los rayos solares, al bombardeo de los dueños o al hambre y las calamidades por el atrevido despelote, con la alegría de vivir siempre en los ojos, brincando como un toro por zarzales y terreras, estirándose como chicle por lomas y cerros hasta alcanzar las cumbres, Alberquillas, Cuatréi, Jurite o las copas de los pinos, volando como pájaros en libertad, sin ningún temor o reparo, hallando la felicidad a la vuelta de la esquina, allí donde su persona, su corazón ardiente se posaba, dispuestos a conquistar el mundo o superar los escollos que se les ponga por delante.
   Y allá en lo alto relucía con luz propia, cual faro fenicio, todo soberbio y cariz de pirámide egipcia el Castillejo, como centro secreto de operaciones extraterrestres controlando el horizonte del cosmos, junto al barranco de Rendate, sembrado de frutales y nacimientos de agua fresca, pajarillos y totovías, pajaricas y otras especies revoloteando inocentes entre los verdes juncos, o emitiendo tiernos trinos en las ramas de los álamos, o saltando de poza en poza por el lecho del río en su presencia, como si quisiesen ofrecer algún espectáculo memorable, a lo mejor el Lago de los cisnes, yendo por las márgenes fluviales como pedro por su  casa.
   Y a todo esto, ¿es mucho pedir que la utopía se baje del burro, reflexione, y recobrando la voz y su talento apueste por lo razonable, y un buen día exclame ufana, ¡hágase la luz!, y todo sea realidad?