domingo, 8 de agosto de 2021

Universo o el cultivo de la lectura

Al nacer los genes de Eugenio ya apuntaban unas singulares maneras, un no sé qué que le hacían estremecer, impulsándole a deshuesar los puzles más dificultosos, a hacer pocillas a orillas del mar queriendo verter en ellas las aguas del océano sin saber nada de tiburones, y volar por toboganes como pájaros volantones o penetrar en el corazón de su mundo, su pequeño universo, azuzándole las innatas inquietudes o el más allá. Tal vez le daban alas los secretos misterios del espacio en la inmensidad cósmica de la carpa que nos envuelve, por donde giran con fe ciega, cual golondrinas, los cuerpos celestes en una atmósfera sin fin. En la escuela jugaba Eugenio con la esfera o bola del mundo, se le antojaba un juguete, y la lanzaba a otros niños a espaldas del maestro como una pelota, sin llegar a captar el trasfondo de su meollo, y lo hacía pensando a lo mejor en lo que oía decir a su abuelo, que el mundo es un pañuelo, y cogía la esfera intentando suavizar los acantilados, las montañas rocosas, los escollos climatológicos o las fatigas del alma. A veces ponía los pies en polvorosa por su corteza redonda (como si estuviese en pleno bosque boreal) por si le persiguiese algún caimán yendo para la barranquilla, al no fiarse de los barruntos de salvajes especímenes a campo abierto, como el jaguar. Según crecía Eugenio, con el paso del tiempo y los hitos vivenciales, se interrogaba sotto voce por los intríngulis del cosmos, las galaxias, la luna, sus leyendas y amores con un calé, y toditas las noches con el gitano se ve, como dice la canción. Y tantas otras creaciones a su costa, como la del folclore recopilada por García Lorca, la luna es un poco chico, las flores no valen nada, lo que valen son tus brazos cuando de noche me abrazan, o la canción del toro enamorado de la luna, evocando lecciones magistrales de Picasso en indelebles pinceladas entre otras hermosuras, y entrar así mismo, como pedro por su casa, en los interiorismos del gen. A través de una sesuda lectura, fue Eugenio centrando y cimentando sus convicciones y suspicacias, las coyunturas y entresijos del gen, los puntos negros, la biosfera, los raros cambios climáticos, los desvaríos y amores tardíos, los desiertos y dunas, y no había forma de observarlos a simple vista por sus estructuras similares a los espaguetis, denominados cromosomas, que se albergan en las celdas de las células. Es archiconocido que el cuerpo humano se compone de millones de células, al igual que el resto de los seres vivos, animales o plantas, pudiéndose visualizar mediante el microscopio. Enfrascado como estaba Eugenio en sus sueños proseguía su tarea, apuntando que los genes trasportan una información especial, que luego repercute en la configuración de los rasgos o aspectos de nuestro ser, que heredamos en parte de los ancestros. Con la constancia de la lectura y experiencia Eugenio fue amasando su mundo, las teorías preferentes, aquilatando los resplandores que emanaban en ocasiones de los latidos cósmicos, de las músicas acordadas de los astros, o el florido silbo de los tallos tiernos de las plantas nuevas por primavera respirando un aire sin cortezas, que le entraba dulcemente en su ser robusteciendo los pulmones, sintiendo pureza y un hambre de alegrías al albor. Al hilo de su labor investigadora, diríase que el universo es el espacio y el tiempo de todo cuanto existe, la pura materia con su campo semántico de astronomía: estrellas, planetas, satélites, asteroides, meteoritos, estrellas fugaces, nebulosas, constelaciones, lagrimillas de San Lorenzo, galaxias, supernova, agujero negro y demás objetos celestes que pululan por su piel en carne viva, junto con las leyes y constantes físicas que lo conforman. Por ende, llegó Eugenio a la conclusión de que no es fácil explicar o medir el universo. Ya que puede ser infinitamente grande o contener otros universos, no obstante, hay especialistas del ramo que aseveran que, aun admitiendo que es muy grande, no deja de ser finito, aunque continúe expandiéndose según la teoría cosmológica de Big Freeze. Como no se sabe a ciencia cierta los límites, da pie a que se considere infinito. Se sabe que el universo tiene 93.000 millones de años luz, y cada año luz es la distancia que recorre la luz en un año. No existen resortes fidedignos o resoluciones drásticas para pararles los pies a los tornados, tsunamis, seísmos, volcanes o ígneos meteoritos cuando giran como el volante de un coche en manos de un loco. Sin embargo, nada le hacía desistir a Eugenio de sus afanes e imperioso empeño por adentrarse en esa intrincada temática y bucear en el fondo de los pilares de la tierra, como otro Julio Verne o Ken Follet, o del universo con todas las corrientes marinas y sus avatares a flor de piel, y desentrañar los pros y los contras a través de los descubrimientos científicos más avanzados, así como la literatura de ficción de las más insignes plumas del mundillo de la narrativa, siguiendo los envidiables pasos de Irene Vallejo en su inmortal obra, El infinito en un junco. Con la paciencia de Job fue hilvanando Eugenio el ovillo, un nutrido mundo de reflexiones y pensares constituyentes de la transformación del cosmos a través de los datos rastreados a calzón quitado, dedicándose en cuerpo y alma a escarbar en los olvidados mamotretos de los próceres del saber que en la vida han sido, que patearon el universo por tierra, mar y aire. Así Heródoto con sus incansables viajes, hizo un gran acopio de material, llegando a recopilar innumerables datos e informaciones al respecto, escribiendo los nueve libros de historia “Historiae”, considerados como la primera piedra descriptiva del mundo antiguo, y lo hizo con la idea de que no cayesen en el monte del olvido las grandes empresas y acciones humanas. Y siguiendo en el tajo, más adelante, allá por la Edad Media, a sabiendas de que era harto comprometido descolgarse por los continentes existentes hasta la fecha, lo intentaron olisqueando detenidamente sus aromas en rincones o fogatas de los ancestros, pateando cavernas y otros subterfugios de refugio o guaridas construidos para tal fin. Y con sutileza se puso Eugenio manos a la obra, estudiando la pintura rupestre, los ajuares, columbarios y demás huellas de los mortales, que alumbran la historia hasta nuestros días, recorriendo los puntos más álgidos del planeta Tierra. No obstante, floreció un período muy fructífero de genuinos viajeros por aquel entonces, como el veneciano Marco Polo, autor de “El Libro de las maravillas del mundo”, que ayudó en gran medida a las gestas descubridoras del intrépido Cristóbal Colón en su aventurera empresa, llegándose a colocar en los escaparates del orbe la competitiva y célebre Ruta de la seda, que con tanto ahínco y prosperidad discurría hasta los confines del mundo. Siguiendo con el olfato lector de Eugenio, encontramos a Zheng He, que fue uno de los más conocidos viajeros chinos, que algunos lo identifican con el legendario Simbad el marino. En semblanzas de la época lo describían con unos ojos tintineantes, casi como un pirata al estilo de los dibujados en sus obras por Espronceda en época romántica, “como la luz de la luna en un río de rauda y rabiosa corriente”. Y al llegar el Renacimiento triunfaron los nuevos conceptos del espíritu humano como, secularizaión y laicización del saber, antropocentrismo y humanismo, revaloración de la antigüedad clásica, valoración del pensamiento racional, una desmedida curiosidad por lo científico y técnico, el estudio de la naturaleza en las artes, separación de la artesanía y autonomía del arte. Fue un nuevo renacer de lo clásico, y la exaltación del hombre lejos del ámbito religioso, luchando por hacer, deshacer o enderezar los entuertos como don Quijote, intentando poner los puntos sobre las íes del sentir humano, las emociones y pálpitos, los vuelos y anhelos de invención, de arreglar las meteduras de pata del Creador y rubricar sus corazonadas y pulsiones, y surgieron osados navegantes sin miedo a caer por el borde del fin del mundo. Y de esa guisa, una pléyade de inmortales marineros y séquito con Cristóbal Colón a la cabeza fueron generando su propio mito, montando en cólera hoy en día algunos territorios por aquella inolvidable gesta durante mucho tiempo considerada como el no va más de la época, como una de las hazañas más sobresalientes del género humano al descubrir el Nuevo Mundo, como se denominó entonces. Algo similar a los viajes interplanetarios con que hoy día nos bombardean con el fin de llevar acaudalados turistas al espacio, y hacer caja, su agosto los inversores y accionistas del suculento proyecto, como si viajasen en unos columpios de feria donde los humanos se paseen, como las aves voraces circulan por los espaciales circuitos de la atmósfera que respiramos, y subirse a sus barbas. Acorde con las pautas de Eugenio, será bueno citar a algunos de los prístinos descubridores o eufóricos viajeros de entonces, que en muchos casos dieron su vida por llevarlo a cabo, como Fernando de Magallanes, James Cook, Alexander von Humboldt o Charles Darwin, que desembarcó allende los mares, por el canal de Beagle, llegando al faro del fin del mundo, plasmándolo en su libro de igual título Julio Verne, así como el legendario doctor Liwignstone con sus valiosas aportaciones a través de sus huellas africanas. Y Eileen Collins se convertiría en la primera mujer al mando de un transbordador espacial y reportera de guerra, dejando atrás a Hemingway. La imaginación de H.G. Wells, que llevó a los lectores a un viaje por el tiempo a través de sus obras. El mayor hallazgo de Wells fue la biblioteca de Uppark, donde bebió las aguas de su creación. Y cómo dejar en el tintero a Julio Verne, que sería el colofón a ese mágico mundo de ficción, como un carrusel de tíos vivos y coches de choque y caballitos de la calle del infierno de una ciudad en fiestas, donde la Humanidad con corazón de niño se divierte y juega como Verne escribiendo sus imaginarios y certeros viajes, aventuras y teorías en el aire literario, cuajando con el paso del tiempo en una fehaciente realidad, siendo profeta en su tierra, al predecir los aconteceres científicos muchas décadas antes de que se materializasen. Nunca demos nada por perdido, y mantengamos encendida la lámpara de la esperanza, siendo muy posible que encontremos respuestas a nuestros sueños.