miércoles, 14 de enero de 2009

Depuradora


Virgilio se zambulló en el oleaje solitario del desierto por propia voluntad, no lo hacía por motivos esotéricos, inconfesables, como si acudiera a un campo de concentración, a las frías estepas, recluido por una autoridad superior con coercitivos y severos planes de exterminio, lavado de cerebro, cambio de personalidad.
Instaló la tienda con los pertrechos que llevaba lo mejor que pudo, en busca de sosiego, una muda nueva que lo catapultase a espejos galantes, áreas de descanso sin miasma envilecida, con centros prestos para depurar el material más corrosivo, y a renglón seguido configurar un interiorismo personal renovado, acorde con el sugestivo estilo de vida que se había propuesto, cansado de bucear por canonjías, cloacas, o célebres púlpitos.
Planificó un amplio abanico de sistemas indagatorios, cartas, manos, bendiciones del chamán, aquelarres, pócimas, nigromancia, hechicería, encantamientos, tradiciones con ungüentos de los ancestros entre otros rituales. Mas no le sonrió la suerte. Permanecía en la estricta nocturnidad, sin vislumbrar una estrella por el camino, un resquicio que elucidase los bancos de niebla, los acuciantes y broncos interrogantes que oprimían el pecho.
Antes de subir al tren rumbo a su catarsis, al oasis purgativo, había guardado en el archivo borradores de Windows:
Toñi, mi bien, como te decía (en el mensaje que voló), mordí los labios de las palabras que enviaste, la boca de tus frases, la lengua de los sentimientos, y, -torpe de mí, puedo contarlo, he vuelto a nacer, vivir-, al querer engullir todas a la vez me atraganté, con tan mala sombra que fui a parar a la vorágine hospitalaria, las urgencias del centro de salud, ante el oscuro pronóstico que apuntaba el liviano percance.
En tales circunstancias, me dije, alégrate, Virgilio, eres libre en este mundo de siervos, un hombre rico, poderoso, ¿quién como tú?
Imaginé que había dado el golpe del siglo a un banco emblemático, pintando de plata mi vida, llenando el furgón con docenas de sacas de libras y euros, auténticas montañas de oro; lo cual generaría en mí una confianza a prueba de bombas, permitiría afincarme en un tierno paraíso, iluminado por la clarividencia y savia de tus palabras, dormir en los laureles el resto de los días, inmune a la adversidad y abastecido de todo cuanto pudiere precisar para el cuerpo y el alma, sustento, vestuario, sueños, palmaditas en la espalda o caricias, aboliendo dudas y desalientos sin cuento.
Lo más apremiante para él, era, sin duda, purificar el mundo interior, comenzando por coger el toro por los cuernos, las zonas erróneas de la mente, fulminar las avispadas hierbas tóxicas que, en horas de cambio de turno de guardia, escalaron la tapia de la conciencia y han brotado indómitas, durante el otoño; llegan con fuerza de huracán, cual hordas salvajes que atacan a la desesperada, perforando el caparazón de los sesos. Por ello me desplacé muy de mañana al sitio que mencionaste para observar in situ el funcionamiento de la maquinaria y la garantía de los distintos tipos de depuradoras que oferta el mercado, que no se asemejan ni en fondo ni en forma a las máquinas ya consagradas, tragaperras, lavavajillas, o las propias lavativas.
La depuradora de uso personal, al igual que la de la planta depuradora en una gran urbe, precisa de una serie de requisitos para realizar su función; en primer lugar, colocarse en las raíces del problema, en el punto de encuentro de las aguas, que más tarde regarán el cerebro al abrir el grifo cada mañana a la vida, con objeto de filtrar la arenilla pensante acumulada, telarañas, diversos gránulos o empellones de ideas descascarilladas, rotas, que se han licuado por abandono o solidificado por la dureza ambiental, discurriendo sin remedio por las fibras nerviosas a través de sutiles canalillos o enormes acequias, que ahogan los brotes de tranquilidad, de agua clara, que alimenta pensamientos y los más tentadores proyectos.
Me vas a permitir un breve ensayo con la depuradora, antes de incrustarme en las interioridades, poniéndome en sus manos, y una vez que se haya verificado la utilidad y puesta a punto de todos los ensamblajes del artilugio. Siempre con la esperanza de que el experimento tenga un final feliz.
Para abrir boca, no sería descabellado ejecutar unas puntuales muestras, a modo de un descafeinado cásting, con las líneas de algún conocido cerebro de las letras cuyas obras circulan por la red, como el libro – que acaso se ha impregnado de un contagioso virus oriundo de la alta montaña- que cayó en mis manos, y cuyo epígrafe declinaría citarlo en estos instantes por precaución, ya que puede cuasar trastornos pasajeros, y, por ello, te impulsa a que lo acerques a la depuradora para aliviar en lo posible el mal olor, aunque sería mejor borrarlo de un plumazo, y no andarse con rodeos, y se acabaría de una vez con el problema (Libro de Requiems), de Mauricio Wiesenthal:
“Ella tocaba el piano para que yo cantase a Tchaikovski. Y fue ella quien me enseñó a pronunciar en ruso la palabra amor, buscándola en los versos de Pushkin, en las páginas de Dostoievski, en Anna Karenina de Tolstoi y en las cartas de su juventud. Me acuerdo bien: liúbav, liúbov, porque ella cerraba siempre el sonido de la o no acentuada, considerándolo más elegante. Así aprendí que el amor, en ruso, es femenino, igual que el alma, el minuto, el dolor, el papel de escribir y el abedul. Todas las cosas importantes o bellas son femeninas en Rusia.
¡San Petesburgo! Magia de las noches blancas de junio, cuando se puede leer a Pushkin sin encender la lámpara, porque el sol nunca se oculta en el claro horizonte. Milagro de las noches de invierno, cuando las luces de gas se reflejan sobre las calles heladas, cuando se pueden seguir las huellas de Raskólnikov por los alrededores del viejo Mercado del Heno. Alegría de la primavera, cuando las aguas del Neva se rompen, como flores de nieve en un cuadro de Iliá Révin. Silencio sagrado del otoño, cuando los primeros aires tímidos se pasean por las fachadas de los palacios, por los canales dormidos, por las mansiones barrocas de la Moika, donde vivieron Pushkin y Esénin.
Me apasionan los rincones geográficos que tienen alma”...
Una vez que se complete el ciclo de prelavado, lavado y secado de la depuradora, introduciré mi cráneo a través de la gigantesca garganta con la ilusión y la certidumbre de dibujar posiblemente los mejores horizontes e intenciones de los dioses de la primavera.

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