sábado, 10 de enero de 2009

Relaciones



“Es mejor casarse que abrasarse”…
Corintios 7, 9.


Un viernes de febrero en que soplaba un viento agradable cargado de tibieza primaveral y desfilaban algunas nubes por el cielo, Eulogio compró un ramo de flores y lo llevó a casa para ofrecerlo a su mujer. Un rito, con sus fechas –aniversario de boda y fiesta de los enamorados– iniciado en los principios de su relación que había abandonado desde años y que al resurgir, sin embargo, no cabría atribuirlo al simple sentimiento. Pues Elvira, con quien llevaba casado ya lustros, habiéndole dado tres hijos y otros apreciables parabienes, en la intimidad –suspiraba hacia sus adentros– mostraba la peor compostura: un ardoroso empaque rayano en lo bárbaro, bien por su naturaleza compacta o por raros pretextos indescifrables, desvaneciéndose con prontitud las joviales veladas hasta desmoronarse cual castillo de naipes. Sin rumbo, pegando bandazos iba su aparejamiento. Guerra y Paz encubiertas, encerrados en la rutina doméstica.

Se sentía él doblegado por una casi permanente zozobra, –una insospechable equivocación, pensaba– como enquistada, resultándole más áspero el invierno en que vivía. A veces, la dinámica conyugal le infundía destellos de autocomplacencia, capaces de alentar el ánimo y generar corrientes de ilusión, o al menos sentir acariciarle resurgentes afanes. Mas en el rellano del corazón, suspiraba, con veleidades de dar un portazo al futuro incierto, hasta cenagoso, que se proyectaba en el horizonte.

Aquella noche Elvira llegó a casa cansada, sin fuerzas para moverse. La jornada había sido agotadora, se le veía en la mirada, por lo que era mejor olvidar todo intento de acercamiento. La afluencia de pacientes ese día había sido inusual, como no se recordaba en mucho tiempo. No se encontraban argumentos o pesquisas creíbles que lo justificasen: como por supuesto un furibundo brote de cólera, una pandemia o, acaso, generalizados contagios entre los más indefensos de la población, semejantes a los que últimamente circulaban por el ambiente, gripe aviar, insuficiencias anímicas u otras patologías recónditas aún sin desgranar.

Desechando de raíz catástrofes como las de antaño, cuyos vocablos sólo nombrarlos nos taladran el pensamiento, se hubiera podido elucubrar una multitud de factores a propósito del suceso. Y sólo evocarlos no solucionaría la cuestión.

En esos momentos era prematuro averiguarlo y todavía no había pasado por la cabeza de Elvira aquello que le tenían reservado: los planes del equipo directivo de un diario de la provincia para someterla a una interviú informativa sobre distintos puntos de su profesión y las relaciones laborales con el resto de la plantilla. Sin duda la dirección del periódico –al querer acertar en su elección– había pensado en ella debido a los excelentes resultados cualitativos y estadísticos procedentes del centro que regentaba como modélico. Con el propósito de poder presentarla como un ejemplo y un espejo donde mirarse otras trabajadoras de la comarca.

Se preguntaba Eulogio cómo podría entrar como paciente en dicho centro hospitalario para, si fuese posible, tener la oportunidad de beneficiarse de tantos cuidados y no ser menos que los demás en cuanto a recibir ese generoso derroche de amor y ternura; fruta, por más señas, prohibida en el paraíso conyugal.

Elvira se fue reponiendo al poco rato. Cuando se desembarazó de lo urgente que le apremiaba, observó en el móvil unas señales de mensajería, lo que le impulsó a leer el contenido. Vio que la notificación procedía de un diario de la capital solicitándole una entrevista por su honrosa reputación y las buenas noticias que de ella habían recibido, acarreando gran expectación por sus pensamientos y declaraciones…a pesar de que había en el coro alguna disonancia.

-¿No seré yo uno de esos tres doctores del equipo que están descontentos? –pensaba él–. Pero si yo no trabajo en ese centro, es imposible que se refiera a mí.

Al leer al día siguiente la entrevista que le hicieron a Elvira, no sabía si él entraba en el lote del animalario: dos perros, un gato, tres peces, una tortuga y un canario.

-Me quedo con el perro –se dijo él–, y tendré un amigo...

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