sábado, 16 de mayo de 2009

Comiendo pipas sin parar




Alfredo viajaba un poco atolondrado desprendiendo microscópicas cáscaras de pipas y partículas del pensamiento; frágiles pinceladas o despistes con efluvios de piel, del aire que expulsaba al exterior sin apenas hacer ruido. Nadie había movido un dedo por sus pertrechos aparentemente tan efímeros, pero, al igual que el equipaje y sus pesares, se los cobraban por adelantado. Era inexplicable a todas luces ya que los entregaba dadivosamente, y no habrá nadie que se digne restituirlos.
Él se mordía las uñas elucubrando el método para resarcirse del frío abandono en que se hallaba sumido por mor de la azafata, pues, aunque no era una reina para que le sirviera alhajas o vestidos, al menos debería guardar la compostura y no ir con esos aires de presuntuosa y borde en el avión, abordando su presencia con otro cariz y una cara sonriente, que concuerde somera o justamente con las ardientes flechas de febrerillo el loco en el fugaz viaje, lanzando algunos dardos de cupido al cuerpo, al ambiente o al corazón de Alfredo.
Ella destilaba gotas de alta graduación, un licor con unos mostachos en toda regla y los pantalones bien puestos por lo que pudiera pasar, por ello nadie se decidía a rebajarle los humos antes de la quema que podía acarrear, ni zancadillearla con disimulo en algún descuido a través de las zancadas que pegaba por el escurridizo pasillo para atender al personal. Eso era cierto.
En algunos momentos Alfredo volaba como un extinto vendido al mejor postor, hurgando en los vaivenes del avión versus azafata, porque cuando ella se levantaba, se despertaba del letargo con el marcado meneo de piernas y cintura en locos devaneos con gracejo y salsa que venían a estrellarse en el frontón de su mente, llevando una a cada lado apontocadas las bandejitas como dios manda, mientras los desnortados trasgos no se confabulen y confundan cruces con collarines o viandas, o se cruce algún distraído transeúnte en el trayecto, que vaya escuchando la leyenda del beso extasiado contemplándola en la reiterada ruta y rompa el cordón policial, y en ese choque de trenes en un paso sin guarda agujas explosionen en un plis-plas la tarta de frutas y los indefensos senos, bordados y blindados con agujas de fina y coqueta punta,
Ahora la muy traviesa acababa de echar la cortina del refugio, no se sabe si para protegerse de los calores laborales que sufre colocándose un taparrabos, o se desvestía por contagio de la célebre efeméride de los valientes enamorados -de San Valentín- y anhelara que Alfredo se sumergiese en las sábanas de los sueños, las saladas aguas de su mirada o en la dulce boca que a gustar convida cubriendo celosamente la tarde de rojo.
Y el vuelo seguía su marcha, continuando imparable la imaginación cual pertinaces cóndores, perforando las nubes más retorcidas y desde lo alto, cual ícaros ufanos se mofaban de las ovejitas que pastaban allá abajo en la solitaria montaña.
¡Qué aires de grandeza! ¡Comiendo pipas sin parar como salvajes!¡Qué sueños tan portentosos!¡Qué sensaciones tan sublimes fantaseando con lo que se tercie, como si unas macizas columnas de Hércules sostuvieran en los aires la aeronave, a fin de que los pasajeros se sientan tranquilos y no padezcan un golpe de pavor al surcar los aires.

Los rebaños en las montañas emulaban las bandadas de aves que planeaban por la troposfera en un repentino torbellino de espejismos blancos, de fría nieve, jugueteando al pilla pilla o descendiendo en picado por entre los altos picachos como niños en la plaza de su barrio. A esas tiernas edades impera el afán de sobresalir, de llamar la atención, de saltarse las barreras, pateando charcos o brincando el plinto en competiciones deportivas de sopetón queriendo obnubilar a la concurrencia con arriesgadas ocurrencias. Y lo que parecía un juego infantil se convirtió de repente en algo palpable; el sueño hecho realidad cruzando un charco de verdad, el gran charco del Atlántico cual intrépido timonel y redescubrir el Nuevo Mundo, estampando allí las huellas y el sello de identidad. La incredulidad revoloteó en su cerebro como ráfagas turbulentas, concluyendo que aquellos que lo llevaron a cabo en épocas remotas no estarían en su sano juicio, de modo que tales odiseas serían urdidas en ricos palacios con plumas de oro y unos granitos de estupefacientes, y de esa guisa saciarían sus ansias de omnipotencia cósmica.
Y ahí se encontraba Alfredo casi sin darse cuenta con su dolorido equipaje, sin ningún aditamento de ADN de marcopolos o colones u otros desconocidos actantes de la intrahistoria, que acuñaron expertas hojas de ruta en aquellos años tan confusos. Se confabuló el hambre con las inquietudes de búsqueda y se fue construyendo una mágica bola de cristal, azul o exacerbada, con un cúmulo de desatinos o hallazgos naturales.
Finalmente se realizó el utópico plan, llevado a cabo por unas manos firmes y seguras.
Comiendo pipas sin parar al regreso, atrás fueron quedando los ecos patagónicos, Upsala, Perito Moreno, Calafate, Ushuaia, el canal de Beagle, el Fin del Mundo, el tren del infierno, el faro con que Julio Verne alumbró sus historias, evocando envenenados tragos homéricos por mares sin nombre, conviviendo con guanacos, pisando tierras de fuego, arenas hirvientes o husmeando exóticas noches cual otro Magallanes cuando atisbaba a lo lejos unos parajes iluminados con manchos, teas, chiscos o esplendorosas lumbres, bien para aminorar el frío glaciar o alimentarse, o bien para conmemorar la fiesta de la noche de San Juan, y deslumbrado por el potencial de luz nocturna se bajó de la nave y bautizó aquellos terrenos, no se sabe si con el asesoramiento del confesor y director espiritual de abordo, rememorando el ritual bíblico: te llamarás tierra de fuego.
Haciendo cábalas y consultados los gurús más prestigiosos del momento, Alfredo se inclinó por aportar algo a la posteridad dejando alguna reliquia en herencia, una huella que generase vida, unas pepitas fertilizadas, y ni corto ni perezoso se puso manos a la obra sembrando simientes de girasol en su campo a fin de que la humanidad y él mismo puedieran seguir comiendo pipas antes de que se lo coman a él los demonios, no sin antes haber extendido y firmado ante notario el testamento vital, con derecho a ser clonado con antivirales universales incorporados.

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