sábado, 11 de julio de 2009

El día en que Teodoro se perdió





No sabía Teodoro como fue, pero estaba seguro de lo que le ocurrió pues se hallaba en su sano juicio, cuando de pronto se perdió por el sendero buscando a su amiga de toda la vida y nunca más la ha vuelto a ver. Qué distinto, pensaba, hubiera sido haberse perdido con ella buscando moras, disfrazándose con máscaras a la chita callando en la campiña o contemplando mariposas en su salsa o bebiendo agua en alguna fuente de las que a veces brotan por determinados parajes agrestes a la sombra de un frondoso árbol.
La tristeza le arrojó el alma a los pies. Al no encontrarla cayó en una terrible depresión y se sentía aplastado como si un horrendo montículo le hubiese caído en su propio lecho mientras dormía soñando que paseaba con ella por unos lugares de ensueño, que los acogían a los dos con los brazos abiertos entre besos y parabienes.
Para quitarse de encima tanta inmundicia psíquica y asuntos tan abstrusos y no pudiendo verla durante tantísimo tiempo, ni corto ni perezoso se alistó en un barco ballenero yendo a países lejanos y así echar en el olvido aquel encuentro que un mal día tuvo cuando la conoció, de tal manera que se entregaba a los trabajos más difíciles y viles para compensar su estado de ánimo y no perder la cabeza en este desdichado mundo, o no perderse por mil laberintos, porque desde entonces se encuentra ido y no sale de aquel infernal atolladero, de su asombro, donde entró cuando contactó con ella el pobre hombre.
A veces se le antojaba que nadaba en una enorme piscina sin brújula y era como un pececillo que se escurre por entre las manos de todos los seres vivientes menos por las suyas quedándose enganchado. Los días no se detienen, van pasando inexorablemente, pero él se siente retenido por ella y lleva tantas horas perdido en las cálidas aguas de la piscina que las escamas de las ranas y los peces se le están pegando en el cuerpo de modo que las arrugas que le salen se van agrietando más y más con las escamas y desde que se ha dado cuenta no quiere nadar con ella por muy grande que sea ese océano y se coloca una escafandra sumergiéndose en solitario por las negras corrientes marinas. Y no olvidaba ni un instante que lo que en realidad anhelaba era encontrarse cuanto antes con ella a pesar de que no alcanzase la plena felicidad como a él le hubiera gustado, porque temía que acaso fuera rechazado por ella al percatarse de las –raras perlas- escamas que cultivaba en su cuerpo, y ella se imaginase que era un verdadero pez.
Le hubiese encantado haber perdido a Amapola antes, así es como se llamaba la lindísima moza, antes de perderse él en su textura, en las curvas de su cuerpo, en su coxis tan pulcramente estructurado y entre los amasijos de buena persona, con unos encantos interiores fuera de lo común pero sus agallas tiraron por los cerros de Úbeda cayendo él en la desolación o en la trampa, vaya usted a saber, y aunque se alejase de ella alistándose en barcos balleneros a miles de millas, resultaba que cuanto más se distanciaba más cerquita se sentía de sus suspiros y beldades mezclándose con las escamas el blanco moreno de su cuerpo con un misterioso pudor y poder magnético, no pudiendo hacer una vida normal.

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