sábado, 11 de julio de 2009

El olor del paraíso

-Esto huele a chamusquina, tío, y si no que venga Dios y lo vea. Cómo se explica el hecho de que una pareja tan bien avenida, que bebe en el mismo cuenco, toma la misma compota de frutas y se había propuesto ser espejo de las futuras generaciones donde se miren todas las parejas del universo, viviendo tan compenetrada y feliz, sin el menor atisbo de violencia de género, van de repente y la ponen de patitas en la calle por el mero hecho de amarse sin tapujos, a la luz de la luna, entregados en cuerpo y alma en una noche de pasión, llevando a cabo la ansiada luna de miel, siguiendo las instrucciones de todos los santos, “ama y haz lo que quieras”. -dijo en fuga Alfredo, chillando como un grillo, muy dolido por el desahucio del paraíso evocando los versículos del Antiguo Testamento, en que el señor Dios colocó un querubín en la puerta del paraíso con una espada de fuego fulgurante impidiendo el regreso de nuestros primeros padres.
El enfado de Alfredo fue descomunal elucubrando con que a él le sucediese algo semejante, y no era para menos acostumbrado como estaba a su pequeño gran paraíso, levantarse a medio día, dar unos placenteros paseos por el barrio, oler las flores del jardín, pasar revista a los intereses y necesidades más perentorias y saborear unas copitas de vino blanco mezclándose con los ardientes rayos solares que trasmutaban su rostro en un artificioso juego de chispeantes luces de inmensa felicidad, propia del goce del exquisito oasis por el que cada mañana trotaba como un niño por la playa, o como los ángeles o el mismo dios en el paraíso eterno.
-Es que no hay derecho, demonios –pregonaba a los cuatro vientos Alfredo-, que quieran acabar con el hábitat en sus mismas barbas. No lo acepto. Por supuesto que no les va a salir gratis, tendrán que indemnizarme por daños y perjuicios, además esos avatares ocurrieron en aquella época de tinieblas, pero las circunstancias han cambiado enormemente, y haré valer mis derechos con el abogado de oficio. Qué se habrán creído esos cretinos, que tienen un morro que se lo pisan.
-Si demuestras que eres fiel a nuestra cadena te regalamos un paraíso –uf, indicaba gruñendo con furia Alfredo al oír la promesa en la emisora de radio asegurando que era otro camelo; si es que no hay manera, cielos.
<< Apaga esa maldita máquina, que se entretiene en propalar monsergas por las ondas. Ya está bien de jugar alegremente con la mítica palabra, pardiez- apostillaba. No quería recibir más golpecitos en la espalda, ni fraudulentos escarceos de sedución, pues estaba embotado de tantas falsedades, tratándolo como un iluso o un ingenuo bebé postrado en su cuna. Con las disquisiciones deshojando la margarita, ahora te doy…, ahora te lo quito, mañana te regalo el oro y el moro; si sonríes a mis veleidades te obsequiaré con un viaje al fin del mundo, y si te portas bien recibirás de premio el cielo. Y maldecía a todas horas tanta dádiva interrogándose contrariado, ¿hasta cuándo vamos a soportar esta hipócrita actitud que azota las conciencias a sus anchas en mitad de las inmundicias del amanecer? -Hay que dar el callo, macho, –le apremiaba al hijo Alfredo- , a ese ritmo no llegarás a ninguna parte, que perdimos el paraíso, coño, y no te has enterado, y como sigas por esos derroteros te comerá el hambre y la enfermedad, así no puedes seguir, a no ser que retornásemos al paraíso perdido. La vida está muy revuelta, la crisis nos asfixia por todos las esquinas, así que no te queda más remedio que sudar el pan que te comes. Venga, tírate de la cama, levántate rápido que es medio día y nos va a llevar por delante la infelicidad, además ya lo dijo el señor nuestro Dios, y todavía sigues acostado, como si tal cosa. << No querrás que ponga un querubín en la casa con una metralleta para que cumplas las normas de sentido común, no tenemos otra alternativa. Lo más arduo de esta tramoya es que no podemos permitirnos el lujo de costear un querubín-guardaespaldas para guardar nuestro pequeño oasis, si es que se puede llamar así, dado que no disponemos de la plata suficiente y carecemos de lo primordial en estos menesteres, los poderes sobrenaturales. << Si lo lográsemos, trabajaríamos una semana escasa, o sea, seis días y al séptimo descansaríamos como Dios manda, y a vivir de las rentas en nuestro rico territorio eternamente. Y que se mueran los ineptos y los feos. Ya me gustaría a mí. Tener poderes fácticos y reales de esa índole, mandar calmar los vientos o pasearme por la superficie de la aguas de orilla a orilla y atravesar los océanos hasta que oscurezca y amanecer en la otra orilla sin más molestias que las del que practica el senderismo, como sería llegar al final del trayecto con los pies hinchados, y tener que meterlos en agua para reponerse. Porque viviríamos como dioses tú y yo, sólo deleitarnos, comer y dormir o lo que se terciase, y sin alergias ni picaduras de mosquitos en el aula número once de la sala Clara de Campoamor. << Mira, tío, todavía sigues durmiendo pero en qué piensas, ¿crees acaso que tu padre es el amo del paraíso? Sí, mis antepasados fueron en un tiempo los que lo cultivaron pero aquella delicia de perfumes y olores fue tan fugaz que ya nadie lo recuerda, ni siquiera la serpiente envenenada si no fuese por el correctivo, que desde entonces se arrastra en su deambular por la vida, nosotros al fin y al cabo podemos llorar con un ojo aunque a veces nos arrastremos por los suelos para tirar del carro de la vida, pero ellas, deben serpentear obligatoriamente muy a su pesar subiendo a los árboles o deslizándose por los desfiladeros o en su propia casa nutriendo a su hijuelos. << Nosotros, no obstante, debemos agachar la raspa, jugándonos el tipo, pero en cambio podemos sacar pecho cuando las cosas nos van bien, o ir sopor la vida con la cabeza muy alta por la satisfacción del deber cumplido. Pero al llegar a ese punto se le encasquilló la lengua a Alfredo cuando evocó el ataque por sorpresa de que fue objeto por parte de una serpiente cuando regresaba por el atajo en una tarde lluviosa de crudo invierno y se le abalanzó al cuello en una emboscada como recordándole a los mortales que su castigo fue por su culpa, y no pudo cerciorarse del peligro y cayeron rodando por la ladera, donde gracias a unas ramas que se atravesaron en la caída se despegó de la víbora y consiguió salir airoso. En esos instantes le vino a la memoria los versículos bíblicos, cuando la serpiente con cara seductora se acercó a la compañera de Adán y la llevó con dulzura a su terreno engatusándola con eróticos guiños y omnipotentes promesas, y tal vez le dijese que se había enamorado y quería casarse con ella dándole en dote el paraíso terrenal, recalcándole que todo sería para ella y al marido lo expulsarían intentando envenenarlo y así pasaría a mejor vida, pero ellos dos se quedarían con el paraíso de por vida en usufructo, y a continuación le preguntó al respecto, -¿Qué te parece, Èva? -Hijo mío, todavía sigues durmiendo, so pedazo de bribón, inútil, que eres un inútil. Parece que te hicieron de mala sangre, como la serpiente, sangre corrompida. Mira, te voy a descabezar, a ver si trabajas aunque sea por recomendación o castigo divino, que no le das un palo al agua y no te importa la hoja de ruta que nos trazaron. << Y después de tantos y tantos cientos de lustros sigo buscando el olor del paraíso y no lo percibo por ninguna parte, estoy perdido entre reptiles, árboles del bien, del mal, de la ciencia y retoños estériles, de forma que me siento con el agua al cuello; yo me asomaría a Londres, a Moscú o cualquier parte del cosmos, a la luna si fuera preciso, a recaudar fondos para pagar la hipoteca, para poder seguir viviendo, pero si allí no hay paraíso y no me deben nada cómo voy…; si tuviese posibles me apoderaría de un inmenso vergel y contrataría a un querubín en toda regla y haría mi agosto convirtiéndome en un hombre rico colocando al guardián con una afilada espada de fuego en la puerta de mi particular paraíso a fin de que me preservase de todas las gripes, de todas las incertidumbres que me acechan en primavera y otoño, disfrutando como un dios de los placeres de la vida.

No hay comentarios: