No había un alma en el montículo, parecía que los habitantes del lugar hubiesen sido exterminados por un potente artefacto o bomba atómica, no dejando ni rastro de sus límpidas almas.
Aquello ofrecía un aspecto desolador. Estuvo durante un largo período indagando, escarbando en las arrugas de las rocas y en las grietas del tiempo que a malas penas recordaba, y no hallaba ni una aplastada lagartija o fragmentos de alguna hormiga asesinada por la voracidad de algún hambriento enemigo, o acaso vislumbrase a la más afortunada deambulando atontada después de la acometida de un lado para otro, luchando por la supervivencia. Sin embargo aquello era un auténtico desierto, semejante a un cementerio plagado de infinidad de oscuros nichos, donde probablemente yacían los restos de los últimos moradores.
Hubo un momento en que en el azul del firmamento se atisbaba alguna mueca o un leve y remoto resurgir de vida, quizá el vuelo de alguna paloma camuflada que se hubiese salvado de la catástrofe, del horrendo bombardeo, pero en el fondo persistía la incertidumbre y se percibía como un espejismo, aunque interiormente el corazón incubase la firme esperanza de palpar vida en los alrededores, en ciertos subterfugios perdidos por la sabana y alejados del centro de radiación, de modo que alguien, por los enigmas del destino, respirase aún con furia entre insondables ruinas sepultado por la impotencia más extrema…
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