Todos los días se iba a la playa a darse un baño tal como su madre lo trajo al mundo, y disfrutaba enormemente de las inmersiones que realizaba entre la blanca espuma de las olas, pareciendo que tenía alas, pues volaba de ola en ola como una gaviota.
Una mañana vio a otro bañista con el correspondiente bañador último modelo, llamándole poderosamente la atención por la elegancia del tejido, los sugerentes colores, la perfección de las costuras, y visto y no visto, lo que apuntaba a impoluta e inmaculada belleza se desvaneció al cabo de un rato, pues según paseaba con el impecable atuendo por la orilla del mar, al parecer se notaría cansado y se sentó en la arena a descansar o contemplar el inmenso horizonte, pero con tan mala fortuna que lo hizo encima de un negro montículo de alquitrán, y al no percatarse del sorprendente regalo, volvió a sumergirse tranquilamente en las bravías aguas marinas.
Al salir del agua, el paquete seguía intacto en su sitio, y el otro, que se bañaba desnudo, se dio cuenta del percance, y un tanto impaciente y encorajinado gritó, vergüenza me da el verle de esa facha, con el voluminoso pegote de alquitrán pegado en el culo, advirtiendo a continuación de que más le valdría haber empleado un modelo sencillo y ecológico como el suyo, y se sentiría a la postre orgulloso y más feliz, resplandeciéndole las partes como los chorros del oro.
1 comentario:
Está chistoso.
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