En una cruda mañana
de invierno las prisas y la nieve le pisaban los talones al ir a coger el tren,
quizás preludio de ulteriores avatares, aunque no fuese la intención hacer el
viaje de su vida en el transiberiano, ese gran sueño viajero ambientado en las
novelas de misterio de Agatha Christie. No paraba mientes Albano en
materializar gesta alguna o lema como, vivir la vía férrea, cual un quijote
surcando los mares de la vida con antorcha de bonhomía socorriendo viudas,
desvalidos o desfaciendo toda clase de entuertos.
Aunque en el pasaje
figuraba ya impreso el destino, no lejos del pulmón alpino, en su fuero interno
volaban con aires traviesos racimos de sorpresas, arrobos o locos anhelos estilo Marco Polo por descubrir y
disfrutar tierras vírgenes, inenarrables prodigios, milagros y hechos mágicos
que le avivasen los lánguidos rescoldos vitales reportándole inolvidables
vivencias, desconociendo si en el trayecto se toparía con Marie Claire.
Aunque se arguya que
el tren es pesado y torpe por naturaleza, no es cierto. En los campos abiertos,
cuando toma velocidad, estira las orejas, se libera del peso y vuela, porque el
tren tiene alas según Albano. Y por las noches el vuelo le ofrece un sabor
especial, algo tentador. Duerme de otra forma. En otras épocas, el vuelo le
provocaba vértigos y fuerte opresión en el pecho. Ahora en cambio, cuando entra
en el tren se siente como quien regresa a casa después de una prolongada
estancia neoyorkina. Y verse solo en un vagón le suscita un extraño placer.
Estaba acostumbrado
Albano a sobrellevar pacientemente los engorros y contrariedades de idas y
venidas en la acémila, yendo como secuestrado entre serones, capachos o
alforjas sobre el aparejo en el vaivén del cuadrúpedo, encontrándose a veces al
borde del precipicio por mor de un mal paso de la mula o al batirse el cobre
con fantasmagorías por puro pundonor, séanse eólicos molinos o extraños entes
que revolotean por la testuz, terca como ella sola, presumiendo o presintiendo
perder el equilibrio, entablándose una encarnizada lucha por la supervivencia,
resolviendo apoyar finalmente las herraduras en tierra firme, corriendo el
riesgo de que en la refriega el jinete se escurra por la culata o cabeza al
subir o bajar cuestas (como la de Panata) y perdiese los estribos o, peor aún,
la solidez, rodando muy maltrecho por el campo pronunciando las palabras de don
Quijote: “Non fuyades, cobardes y viles criaturas”…
Por ende, era de
suma urgencia atarse los machos para no ser devorado por sorpresivas coyunturas
y salir airoso, llegando sano y salvo a su destino.
Cuando la
climatología se mostraba benigna en los labrantíos, se respiraba unas
balsámicas fragancias, marchando todo como la seda, mas en llegando la cuesta
de enero todo andaba manga por hombro (las condenadas cuestas), al coincidir el
hambre con las ganas de comer, siendo las exigencias mayores, toda vez que las
compras, azuzadas por la tentación de capturar los mejores pecios o saldos en
el revuelto mar de las rebajas, juntamente con los embates de las frías nieves
invernales, que se multiplican cubriendo puertas o ventanas, cuestas o puertos,
propician con creces el ser más oneroso soportar las pendientes o cuestas
existenciales, así como ir en Busca del tiempo perdido de Proust o de los pasos
perdidos de Marie Claire.
Cuando arrecian las
lluvias, como acontece en ocasiones al pie de los Alpes, se acrecienta entonces
la posibilidad de darse un baño vestido en la misma ruta ferroviaria debido a
la horrible tormenta o en el río, en menos que canta un gallo, por la vorágine
de la turbulenta corriente al vadearlo montado en la mula.
¡Pardiez!
–farfullaba Albano, recordando el viaje-, ¡qué lejos estaba la estación! Por
poco si no llego.
Una vez que
aterrizaba Albano en la estación, cambiaba de jaca subiendo al viejo tren,
mudándose todo de repente, dando un triple salto mortal al pasar de la
industria del Medievo a la Edad Moderna y Contemporánea.
Al pisar Albano, por
aquel entonces, las escalerillas del tren, sentía unos raros resquemores, un
paralizante escalofrío que le subía por el cuerpo acelerando las pulsaciones,
tragando saliva sin cesar y el corazón en un puño.
Sin embargo,
superados los prístinos temores, retrepado en el asiento de la ventanilla del
tren soñaba con un mundo polícromo, de fructíferas experiencias, según iba
visionando y grabando en la retina las admirables joyas de la Europa verde,
todo cuanto deslumbra y embelesa al viajero, una vaca, coquetos sembrados
nevados, la silueta de una sombra, los estimulantes árboles del bosque o el
niño jugando en la ladera del monte.
En noches de luna
llena y sugestivos destellos, desgranaba Albano la idea de que los trenes le
han hecho libre. De no ser por ellos, ¿qué habría sido en este mundo?
–pensaba-. Quizás una larva, una lagartija, una mosca cojonera o el dueño de
una tienda de todo a un euro, y al
cerrarla volver a la madriguera, a casa exhausto y encontrarse con montañas de
facturas y los malentendidos de la pareja. Tan pronto como sube al tren se
eleva sobre las alas del viento, volando cual otro Ícaro por los océanos de los
sueños.
Quería Albano sacarle
provecho a aquellas fértiles tierras y a la beca que, como regalo de reyes, llamaba
a su puerta, y no era cosa de desaprovecharla por espinosos o encontrados que
fuesen los escollos, los dimes y diretes, al ser la primera vez que se le ofrecía
dicha dádiva, estando en sus manos arrojarla a las tinieblas o sacarle partido,
evitando que se convirtiese en agua de borrajas o en mazazo en el alma, superando
el mal trago de sentirse abandonado a su suerte, al volverle ella la espalda, alegando
infantiles cuidos por imperativo maternal, farfullando entre dientes, arréglatelas
como puedas.
Por otro lado,
abrigaba Albano fervientes anhelos de generosidad con las cosas de la naturaleza,
considerando que la nieve caída en los campos al igual que el pan que se cae al
suelo, son dignos de un beso por los beneficios que aportan a los seres vivos, debiendo
dar las gracias asimismo a la Divina Providencia por los ricos bocados que recibía
a diario en el aventurado viaje por los envidiables parajes galos, a pesar de que
viniesen trucados en parte por las coyunturas, aunque según el refrán, Dios aprieta pero no ahoga, permitiendo a
la postre que un fúlgido rayo de sol rompa una lanza en su favor, prometiéndoselas
muy felices, mas no siendo la dicha completa, al no tener noticias de Marie Claire.
Era vox populi que el
tren había pasado la prueba de fuego del sarampión, y dado por sentado su
vacunación contra cualquier incordio, malaria o intruso que maniobre en su contra
por los raíles, paso obligado del tren, debiendo jugárselas Albano al atravesar
aquellos aviesos acantilados por los bruscos cambios de un tiempo tan tornadizo
y canalla.
No obstante, acariciaba
interiormente una especie de bula para la ocasión, no ser engullida o anegada
la vía por una montonera de fango, árboles hendidos por el rayo o cachos de rocas
caídas desde la cima, levantando ampollas o barricadas al paso de la
locomotora.
Por aquellos puertos,
las traiciones del cielo están a la orden del día, generando no pocos
quebraderos de cabeza o violencia cósmica. Tales comportamientos o trances le retorcían
las tripas a Albano, al confundir la noche con el día, el trigo con el agua, y no
respetarse los tiempos, ni siquiera en la canícula cuando los franchutes celebran
la fiesta nacional, al hacer la climatología de su capa un sayo, dejando en la cuneta
o turulato al más pintado, cual púgil tras un golpe bajo, y pretendía en tales
tesituras ejercer un papel estelar contra el traidor, desentrañando urdimbres, malas
artes o puñaladas por la espalda del microclima.
Y al cabo de una
rauda elucubración, como si se hubiese nombrado la soga en casa del ahorcado, se
desencadenó todo, atisbándose por la ventanilla del tren un enrarecido mar oscuro,
como la boca del lobo, cuando una chispa antes lucía a raudales un sol espléndido,
adueñándose repentinamente de todo el entorno una espesa nube negra, estructurando
un convulso clímax de rayos, relámpagos y centellas, dejando K.O. al tren.
Los viajeros, vencidos
por el sueño, dormían como bebés a tan altas horas de la noche, despertándose
de súbito desnortados y con el corazón en un puño por el bronco frenazo, contemplando los vagones atravesados bajo agua, sin saber qué hacer, a la espera
de recibir instrucciones al respecto.
Rumiaba Albano en su
fuero interno horas de infarto, ya que se vería obligado a emprender una dura
caminata por aquellos derroteros rumbo a lo desconocido, buscando un techo donde
cobijarse, mientras en la cúspide alpina se respiraban
aires fiesteros, como si hubiesen echado las campanas al vuelo o la casa por la
ventana unos cuantos mozalbetes de conducta aberrante, depositándose en la vía los
más dispares materiales.
La escandalosa
corriente, perdiendo los estribos, hizo perder asimismo el sentido del tren, al
arrastrar todo cuanto hallaba a su paso, como si los elementos se hubiesen confabulado
contra el convoy, perpetrando no pocas fechorías o acaso tendido una emboscada,
como la copa de un pino, por aquellos insurrectos espacios.
En la horrísona
marimorena que se montó, cabían las más estrafalarias conjeturas, dando la espina
de que una mano negra estaba detrás de todo el desaguisado.
Hubo quien señalaba que el atropello no fue por
casualidad, sino que había sido urdido con alevosía tras un largo tiempo,
envasando en industriales sacas de basura metralla pétrea al por mayor, entre
otros componentes, arrojándolas ladinamente ladera abajo al paso del tren, remedando
las estratagemas del célebre pastor lusitano.
Se percibió entre
tanto que la emergencia no se hizo esperar, ocurriendo en un plis plas, alcanzando
a las pulsiones de los viajeros, desconectándose el fluido eléctrico, e hincando
el pico el tren (como la terca mula) aquella turbia noche entre los travesaños y
matojos que a duras penas despuntaban por la vía.
Daba la sensación de
haberse parado todos los relojes del mundo, y tras tensas horas de pánico y estupor
en el refinado territorio galo, la gente se peguntaba toda nerviosa por los motivos
de la tardanza en auxiliarle, toda vez que en la zozobra existencial los instantes son eternos,
y la noche asusta al no abrir los ojos ni las ventanas al sol naciente, avanzando
impertérrita con afilados cuchillos por donde más duele sembrando angustia, hambre
y desespero.
En el
descarrilamiento del tren le dieron a Albano y al resto, como en la canción, las diez y las once, las doce y la una y las
dos y las tres, y deshechos al amanecer los encontró la luna, hasta que los
bomberos y cuerpos especiales del Estado hicieron acto de presencia, levantando
un puente salvavidas con troncos entre el tren y la falda del monte, permitiendo
el apeamiento de los maltrechos viajeros.
Los altavoces informaban
en su lengua nativa, Atentión, atentión, monsieurs voyayeurs, madames et
mesdemoiselles, en aquellos momentos tan cruciales, en que tanto se echa de
menos una mano amiga, que abriga y alivia. Y reiteraban el mensaje, invitando a
que fuesen abandonando el tren y se dirigiesen a las casas o mesones más
cercanos que vieran por el campo, a fin de descargar el equipaje y las inquietudes,
reposando y reponiendo energías, mientras llegaban los autobuses para el
posterior traslado al nido respectivo.
En aquellos improvisados
recintos, se suministraba tentempiés y caldos calientes, coñac y anís, tinto bordelés
con nueces y calor humano, intentando reanimar al personal y alegrarle el
ojillo, pidiendo calma y confianza en el rescate.
Y he aquí que en una
sorpresiva oleada de viento del Sur, como remedando lo que el viento se llevó, le
llegaban a Albano mediterráneos rumores portando enigmáticos aires de
Marie Claire divagando por la Costa Azul, donde hubiese ido tal vez huyendo de
algún alud o de la justicia de Val d´Isère (que posee una de las zonas de esquí
más bonitas del mundo) por haber actuado como testaferro en una importante operación
de blanqueo de dinero, o acaso por asuntos profesionales, asistiendo a algún concurso
de belleza o encuentro de divos del celuloide en Niza o Cannes para la
entrega de premios. Pero no estaba del todo claro, dado que, tras las pertinentes
pesquisas llevadas a cabo, no figuraba inscrito su nombre como actriz o similar en ningún certamen de los programados para tales fechas.
Los hilvanes de la
incertidumbre y otras diligencias conducían al Casino de Montecarlo, donde al
parecer acudía cuando el peculio le sonreía.
No se sabía con
seguridad si el cuerpo, todo desfigurado, hallado en la bañera de un hotel cercano
al Casino era el de Marie Claire, pero al poco se supo que todos los indicios apuntaban
al aura, a su persona, no siendo al parecer algo casual, sino un ajuste de cuentas
en toda regla, realizado por una banda criminal.
Tres meses después, tras
la correspondiente prueba de ADN, certificó el forense en Montecarlo, un martes
a las doce de la mañana del año 2013, que, efectivamente, el cuerpo hallado era
el de M.C.
Y una vez que los pasajeros entraron en contacto con el
exterior, se estremecieron sobremanera al dar los primeros pasos por aquel lodazal,
encogiéndosele el corazón y las piernas a Albano al echar a andar sobre todo por
el dislate de equipaje que llevaba, que más que maleta era baúl, denigrándola con
denuedo por lo pesada, en aquella noche tan desafortunada, plena de contrariedades,
temiendo encontrar la sepultura en la tierra que pisaba, y sintiese que los
estertores de la muerte le llamaban en persona, no
pudiendo dar un paso.
No obstante, siempre
hay gente buena donde menos se espera, y le ofrece ayuda en el funesto infierno,
que semejaba un lagar de uvas avinagradas y putrefactas mezcladas con inclasificables
restos en las telúricas entrañas de la noche; de modo que tan pronto como se percataron
del calvario de Albano, se pusieron manos a la obra, socorriéndole sin reservas,
mientras recordaba apesadumbrado el momento en que ella le inyectó tanto veneno
en el equipaje, como si vaticinase el enterramiento con sus pertenencias, emulando
a los faraones egipcios, encontrando allí su sino,
trucado adrede por los montaraces Alpes, enfangado como estaba en aquel
patatal a pique de criar malvas, cumpliéndose la cita bíblica, “Memento, homo,
quia pulvis es et in pulverem reverteris (Recuerda, hombre, que eres polvo y en
polvo te convertirás)”, llegando a sentirse exánime, sin sangre en las venas,
ansioso por aterrizar en algún mesón de la campiña francesa, y beber un trago
de vida o burdeos, pues la muerte por agotamiento y hambre le pisaban
los talones y son malas consejeras, aunque no amedrentan lo más mínimo a las
pateras de pueblos con la hambruna, que surcan los mares sin miedo a
los temporales de cualquier índole.
Que la vida es un sueño
o don preciado es de sobra conocido, dándose la paradoja de que los místicos
ensimismados en su frenesí por lograr la vida eterna, persiguen la
muerte con pasión, pretendiendo vivir en la presencia divina, en una especie de jardín atiborrado de fragantes siemprevivas y no me olvides, exclamando, “Muero porque no muero”…, imaginando
que la muerte es la beatífica prolongación de la vida, pero
enriquecida con infinitas dosis de inmortalidad, y embarcados en tal singladura
navegan harto contentos consumiendo los días.
Después del execrable temporal y de reponer
fuerzas, Albano y demás pasajeros fueron trasladados en el bus, cada uno a su lugar
de destino, dejando el tren para mejores meriendas o tiempos,
donde se proteja la ley natural, y se disfrute de la vida entre dulces y jubilosos amaneceres.
Y entre tanto, mientras
el mundo gira y gira, no le disgustaría a Albano que el nuevo año 2016 viniese preñado
de abundantes nieves y placenteros viajes, aunque rodara como una piedra por la
vida, dibujándose un mundo más justo y feliz, más humano.
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