Atnav quería subvertir el mundo, el orden de su universo a toda costa, fulminando la ley natural por sus tintes un tanto xenófobos y sin duda letales, empeñando en ello la vida.
Empezó invocando sortilegios
y pergeñando el soterramiento de los ancestrales rituales desde el más tierno
balbuceo, la cuna, y
luego, tras salto circense, se plantó en las postrimerías, la sepultura, o lo
que es lo mismo, alfa y omega, conceptos que ya pusiera en solfa Segismundo en
su célebre monólogo, "Ay mísero de mí, ... /qué delito cometí/, contra
vosotros naciendo/; aunque
si nací, ya entiendo"...
concitándose Atnav en el núcleo duro del asunto, llevando a la práctica presuroso
el canon clásico, mens sana in
corpore sano, a fin de enderezar el rumbo de su barca, desplegando velas en
el mar de la vida.
Tomó
al pie de la letra el proverbio, como un confortable vademecum, agarrándose con
uñas y dientes a los ideales inmortales, respetando la vara de medir, participando con entusiasmo en los más estimulantes senderismos y maratones con vistas a restituir los derechos y dignidad humanos,
cortando de raíz las clamorosas burlas de Caronte con palmaditas en la espalda
paseando por las riberas de Aqueronte, y exclamar con vehemencia, ¡basta de
tanta fantasmagoría, lavados de cerebro y diluvios selectivos!, apuntándose de
esa guisa el tanto de la desconexión total del presidio vitalicio.
Atnav, con la cabeza en su
sitio, propugnaba por deshacerse de tanta mugre, pendencieras artimañas o manido
papanatismo, intentando lograr un rescate sin precedentes para la Humanidad, borrando
del esperma humano y la pizarra hospitalaria los signos lingüísticos, ictus e
infarto, oncología y diabetes, así como leucemia y raquitismo, brotando una
savia nueva, que irrigue de juventud, vigor y lozanía los circuitos corporales, evitando que
se incruste en las partes más sensibles e indefensas la maldita gangrena,
cerrando a cal y canto poros, puertas y ventanas, y poder así respirar, bailar,
roncar o sumergirse en las aguas del carpe
diem, bebiendo vida, ora tumbado al sol sin sobresaltos, cual recalcitrante
lagartija, ora a la bartola, feliz y contento, sacando el máximo provecho de
los vivificantes guiños y encendidos mimos que exhala la vida.
En los incesantes y
tornadizos vaivenes de la incertidumbre, deshojando margaritas en un mar de
emociones, vino a confeccionar Atnav un programa viable, pero no por eso menos
riguroso y contundente con los objetivos, conviniendo en ajustarlo al diseño de
una vida modélica con visos espartanos, donde se coma para vivir, con vistas a
mantener a raya grasas, arritmias o crueles lumbalgias, desarrollando una tabla
pionera de ejercicios físicos y mentales, teniendo en cuenta el proceso
nutritivo, senderismo, pilates, yoga, taichí o meditación trascendental,
cercando su hábitat a conciencia con tal de que no se cuele ni una brizna de la
apestosa y negra guadaña.
Y mientras tanto, tras
consultar las mareas informativas de las redes sociales y el consejo de los
sabios, resolvió al cabo acometer las decisiones y labores que tenía pendientes,
diciendo para sus adentros en aquella soleada mañana de febrero, ¡albricias, qué
suerte!, hoy toca emprender la marcha por derroteros guajareños, caminando a la
vera del río de la Toba o de la Sangre, llevándolo como leal compañer@, cual
amor de flor siempreviva, inhalando las fragancias del/la amad@.
Atnav se aprovisionó de los
víveres indispensables para la jornada, bocatas, frutas y abundante líquido
para regar los ásperos repechos subiendo al Castillejo, el Machu Pichu
guajareño, que se vislumbra no lejos de la Minilla, lugar sagrado para unos, -o
sacrílego para otros por las citas juveniles con limonadas fantaseadas con labios
rojos y cocas-, por su manantial de agua fresca por antonomasia para dar de beber a los
residentes de la villa en tiempos en los que aún no se conocía el frigorífico (o no se estilaba) o acaso fuese prohibitivo el precio, y había que echar mano del botijo o pipote y
cántaras para conservar el agua según venía de la Minilla, sita en
el barranco de Rendate, entre perales, melocotoneros, eucaliptos, naranjos y olivares.
Cabe recordar al respecto que
existen múltiples anécdotas, chascarrillos, y no pocas broncas y disgustos
conyugales motivados por tales tareas, sobre todo cuando llegaban del
campo con la garganta reseca y la lengua afuera por los sudores y la fatiga de la
labor, como el can cojo en la plaza por alguna pedrada, luchando entre la vida
y la muerte por falta de agua.
En el sudado y pegajoso
caminar por el polvoriento sendero hacia el Castillejo, iban desfilando por la
memoria un carrusel de escenas del pasado, verbi gracia, transporte de haces de leña, esparto,
trigo o cebada, espuertas de uvas, serones de aceituna a lomos de las bestias,
o panoramas de pámpanos de viñedos en las laderas del monte, aromas de manos encallecidas
por la siega, la zafra o el romero y el esparto, con el que en tardes de fría
calma confeccionaban femeninas manos miles de utensilios y enseres, pleita,
espuertas, esteras, canastos, ceretes, sogas, capachos, y un sin fin de aplicaciones
caseras para las acémilas y los aperos, a fin de abastecer a los labriegos de
sus necesidades para las tareas agrícolas, la siembra o la recolección de los
frutos.
Y
según se avanzaba por el sendero, los ojos, gargantas y pulsiones del terreno sonaban
por sí solos como la canción, ay amor,
que despierta las piedras, y vibraban las lajas al pisar delatando los
cascos de las acémilas de entonces, o se elevaban, sacando pecho, al reconocer
las pisadas de aquel niño que con otros correteaban por aquellos parajes, saltando acequias,
paredes o trepando por los árboles, cogiendo granadas, albaricoques, caquis,
algarrobas y algún que otro chirimoyo, pero estaba el "Fuelle", ojo avizor
donde los haya, que desde su recóndita atalaya vigilaba el campo, y a la menor sospecha se
plantaba allí con todos los tanques acorazados,
vociferando como un trueno y lanzando terrones, piedras y una lluvia de
imprecaciones y palabrotas metiendo el miedo en el cuerpo de los pobres chavales,
que ese día a lo mejor hicieron novillos a fin de darse un festín ecológico, tomando
fruta de la huerta, creyendo que todo el monte es orégano, y que les esperaba la degustación del rico maná del Todopoderoso para su disfrute, y a los postres dar las gracias por el sustento recibido, pero todo el gozo en un pozo, porque más de uno se pasó aquella noche en los calabozos, la cárcel de entonces, local que luego fue carpintería,
donde se hacían los trajes de madera para el otro barrio (lo que Atnav tanto
detestaba), y hoy es el bar de los
desguaces, así llamado humorísticamente, por ser lugar de encuentro y
evasión de jubilados, sobre todo.
Evocaba Atnav de cuando en vez la
loca rebeldía de los arrebatos del ayer, cuando, siendo un mocoso, daba cuatro
zancadas en un periquete por aquellas jurisdicciones, muros y albercas fondoneras, perdiéndose por las huertas y sembrados de la vega, al oír los
pasos perdidos del guarda de turno, que venía con paso corto, vista larga y mala uva.
Y llegaban voces lejanas, como de ultratumba, de sangre morisca, que en su día goteaba por aquellos contornos, desaguando por el río de la Toba abajo al desbordarse la terrible venganza humana, quizás como antesala de la matanza de los Abencerrajes en el Patio de los Leones de la Alhambra, llegando al unísono con los fulgores de cal viva extraída de las caleras, con la que pintaban y decoraban las casas de la villa, y el negro carbón, troncos de leña apilados a fuego lento en el horno, como sacados del centro de la tierra, para preparar las viandas y aliviar los fríos nocturnos o del alma, así como el aceite de romero, cuya modesta industria aportaba no poca ayuda al vecindario.
Y llegaban voces lejanas, como de ultratumba, de sangre morisca, que en su día goteaba por aquellos contornos, desaguando por el río de la Toba abajo al desbordarse la terrible venganza humana, quizás como antesala de la matanza de los Abencerrajes en el Patio de los Leones de la Alhambra, llegando al unísono con los fulgores de cal viva extraída de las caleras, con la que pintaban y decoraban las casas de la villa, y el negro carbón, troncos de leña apilados a fuego lento en el horno, como sacados del centro de la tierra, para preparar las viandas y aliviar los fríos nocturnos o del alma, así como el aceite de romero, cuya modesta industria aportaba no poca ayuda al vecindario.
En aquellas veredas y atajos,
corrían los chiquillos como el viento, sin miedo a los rayos solares, al
bombardeo de los dueños o al hambre y las calamidades por el atrevido despelote, con la alegría de vivir siempre en los ojos, brincando como un toro por zarzales y
terreras, estirándose como chicle por lomas y cerros hasta alcanzar las cumbres,
Alberquillas, Cuatréi, Jurite o las copas de los pinos, volando como pájaros en
libertad, sin ningún temor o reparo, hallando la felicidad a la vuelta de la
esquina, allí donde su persona, su corazón ardiente se posaba, dispuestos a conquistar el mundo o superar los escollos que se les ponga por delante.
Y
allá en lo alto relucía con luz propia, cual faro fenicio, todo soberbio y cariz
de pirámide egipcia el Castillejo, como centro secreto de operaciones
extraterrestres controlando el horizonte del cosmos, junto al barranco de
Rendate, sembrado de frutales y nacimientos de agua fresca, pajarillos y totovías,
pajaricas y otras especies revoloteando inocentes entre los verdes juncos, o emitiendo
tiernos trinos en las ramas de los álamos, o saltando de poza en poza por el
lecho del río en su presencia, como si quisiesen ofrecer algún espectáculo memorable, a lo mejor el Lago de los cisnes, yendo por las márgenes fluviales como pedro por
su casa.
Y a todo esto, ¿es mucho
pedir que la utopía se baje del burro, reflexione, y recobrando la voz y su
talento apueste por lo razonable, y un buen día exclame ufana, ¡hágase la luz!, y todo sea realidad?
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