Los célebres versos machadianos, "Caminante no hay camino, se hace camino al andar"... le sonaban a chino a Ángel Mancilla Rubio aquel día, al no poderse mover por haberse transformado en un escarabajo, estando para más inri patas arriba y de espaldas a la realidad, coincidiendo con la eclosión de la primavera.
El siniestro suceso le acaeció de improviso,
después de haber estado todo el año en pie de guerra preparándose con sumo esmero
para la brega de la Semana de Pasión, a fin de ayudar en la medida de lo
posible a la cofradía de sus amores, entregándose en alma y cuerpo, guardando los preceptivos ayunos y abstinencias, y asistiendo así
mismo a los pertinentes ensayos con el grupo para ejecutar al unísono la tarea de costalero, y agradecer de camino los excelsos dones recibidos
del Dios Creador, pero de repente se le truncaron todas las esperanzas.
No hay que olvidar, por otro lado, que a Ángel
Mancilla Rubio le hubiese encantado pelear en los años jóvenes con todas sus
fuerzas por obtener un puesto de privilegio en alguna misión evangélica allá por
los confines del globo, cuando sus tiernas inclinaciones rezumaban fantasía y mudo asombro, explayándose en aventuras celestiales.
Por lo que no tuvo más remedio que reconocer públicamente
que desaprovechó la oportunidad de haberse enrolado en alguna congregación religiosa como soldado
de Cristo, por ejemplo, llevando la Buena Nueva a donde hiciera falta, y seguramente le hubiese pesado menos que un trono, pero se durmió en los laureles.
Posiblemente hubiese sido la mejor solución para sus centelleantes ideales, realizando periódicas incursiones por
el mundo pagano, arrancando la mala hierba y sembrando el verbo evangélico
con la espada de la palabra, que era su fuerte, pergeñándolo todo con avispada facundia
y la mayor naturalidad, dejando atrás los desencantos, los cantos de sirena y atónitos a propios y extraños.
En tan fantasmagóricas circunstancias y exóticos
escenarios brillaría como los chorros del oro, rumiando con
dulzor lo que no está en los escritos, así por ejemplo, que iba bajo palio en solemne procesión, escuchando ardientes arengas, vítores y rogativas para que ablandase
el cielo el corazón de las nubes, y lloviese a cántaros engalanándose de
hermosura los campos.
En los irrefrenables hervores de juventud, anidaba
Ángel Mancilla Rubio entre pecho y espalda un sinfín de ensoñaciones y sorprendentes quimeras, lamentándose, no obstante, en los círculos cercanos de la ocasión
perdida, que a buen seguro le hubiese catapultado a lo más alto, a un universo pletórico de gozos y máxima dicha, si consciente de ello hubiese
asentado la cabeza a su debido tiempo, y escuchado la voz del alma, que en montañas o valles le hablaba sotto voce, impulsándole a escalar los más elevados peldaños eclesiales
como, por ejemplo, haberse investido nada menos que de sumo pontífice, que era lo que acariciaba
convencido en su fuero interno por sus excelsas cualidades y chance, cual niño que pide
la luna, siendo transportado en esa milagrosa estela como obispo de Roma, bien en una
nube o en la silla gestatoria entre un coro de ángeles con coqueto capelo, todo de blanco,
sin mancilla alguna.
Pero el tiempo echa por tierra a zancada limpia
las campanadas de las doce uvas y los más nobles anhelos, echando por trochas
inverosímiles, ocurriendo que en mitad de los sueños se despertó A.M.R estupefacto, quedando literalmente
para vestir santos, como vulgarmente se dice, siendo prácticamente a lo que se dedicó durante un tiempo sin aspavientos ni el menor regomello.
Todo eso y no otros devaneos o propósitos era lo que hervía en sus entretelas y cerebro, y pensaba llevarlo a cabo en
la semana de Pasión, entre otras cosas porque era harto
devoto de semejantes ceremoniales, cuando de súbito le vino la transfiguración, y llegaba con la
primavera cogida de la mano, como dos gotas de agua, cuando eclosionaban los capullos en los campos con inusitado fulgor, esparciendo esplendores y alegrías sin fin.
Y no comulgaba con los designios divinos, ser escarabajo, no
quería que nada ni nadie se interpusiese en su carrera, no conformándose con lo
que le ofrecía el Todopoderoso, el verse en el espejo del río como un insignificante insecto, poniendo todo patas arriba, impidiéndole seguir el viaje de su imperiosa
vida, que con tanta urgencia le apremiaba.
Se le antojaba harto empalagoso y denigrante el martirio al que se le sometía,
acarreando todo un mar de contrariedades, mas si al menos ciertas remembranzas y sonrisas de sus sueños de juventud, a lo mejor podría darse
por satisfecho, y así poder participar en los ansiados pasos de la Pasión en primer plano o al menos hacer ruido como el que más, llamando la atención en el encendido cortejo pasional,
oliendo a cera y humo, con evanescentes humos, y de ese talante domeñar
su innata furia y aclimatarse al nuevo hábitat, matando el gusanillo de la edad de oro.
¡O témpora, o mores! Aquella ínclita época de la vida de Ángel Mancilla Rubio, en la que soñaba con ser el primero en primavera, sonriéndole por los caminos las multicolores fragancias y las frescas fuentes rebosantes de alegría y jovialidad terrenal.
Y sobre la marcha, según avanzaba por la vida, hizo un alto en el camino, y recapacitó con firmes argumentos sobre su vocación divina, considerándose envidiado
en cierto modo por las rutas que exploraba, creyéndose en sus adentros que iba
en olor de santidad, destilando agua bendita o exacerbados elixires de admiración,
alimentando el ego con afectuosas reverencias y golpes de pecho, discurriendo tan
feliz y envalentonado al pensar que cuajaba en la tierra que pisaba la semilla de su
palabra, aunque mirando por encima del hombro a la turba, que se agolpaba
expectante en torno a él, elogiando las luminosas dotes de predicador, cual
otro fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, narrando incluso lo que no viene
en los libros bíblicos, ensartando un rosario de
chascarrillos y legendarias hazañas divinas y humanas,
sintiéndose todo un ungido de la mano divina.
Y de golpe y porrazo le sacudió la trágica hecatombe, el mal trago que se le ofrecía sin venir a cuento al amanecer, verse convertido en un vil escarabajo de espaldas al día a día, llegando a ser un juguete en manos de los niños o el
hazmerreír de visitantes y residentes, como si desfilase en un pasacalles con gigantes y cabezudos en fiesteros actos del pueblo.
Y ya en plena faena procesional, cuando sonaban los toques de corneta de la
banda de música y el redoble de tambores marcando el ritmo por las
callejuelas del pueblo se le encogía el corazón, sudando la gota gorda, mordiéndose la lengua, que la
tenía ennegrecida de tanto usarla, aguantando el chaparrón para no pedir a gritos ¡auxilio!
¡socorro! ¡sacadme de este caparazón!, rodando como iba por los suelos, como un auténtico escarabajo, lo que le impedía pregonar las aventuras, sus batallitas, y menos aún cultivar los campos de la ciencia grecolatina, aunque utilizase un latín macarrónico, o de la flora, plantando tubérculos, fresas o cítricos.
Y como no le quedaba otra, al no haber llegado a saborear las mieles de pontífice ni fraile ni misionero con la cruz, ni haber dado el do de pecho por tierras remotas plantando la semilla de sus conocimientos, los que
había ido asimilando a su imagen y semejanza, pues necesitaba una salida digna como el comer, aunque acorde a las posibilidades de escarabajo y a las
expectativas de su ensimismamiento en los vaivenes divinos, flotando siempre por
encima de las turbulencias mundanas, y en ese remolino de aguas rebeldes, desquiciada casuística y entreverados mundos de colores, tuvo la feliz idea de lanzarse al barro de costalero de la Pasión, sudando la camiseta como el que más.
Así fue como logró A.M.R resarcirse de las cenizas, disfrutando de sus embelesados y humeantes aires semananteros, demostrando
per se su valía, el haber sido elegido por las alturas el discípulo fiel, pese a haberse quedado, sin embargo, tirado en la cuneta como un escarabajo, olvidado
del mundanal ruido y a escasos metros de una isla liliputiense, al no haber alcanzado mayor envergadura para otras empresas de acarreo de materiales con mayor fundamento humano.
En los avatares que acontecieron en el
transcurso de la nueva vida, se vio privada la criatura de los más elementales paños calientes y así mismo de lo
último a lo que aspiraba, ir de penitente destilando
brillo, humo y cera, y no tuvo más remedio que ir apagando los chispazos de egolatría con la llegada de la luna
menguante y un rictus rojizo junto a las escandalosas ojeras por mor de las largas noches de vigilia pascual.
Y lo que de verdad contaba, tras el trajín
de tan megalómano follaje, era lo que todos los más íntimos advertían
incrédulos, que su batallar tan exasperado y vibrante por los senderos del
vivir (y más ahora como escarabajo patas arriba) se había visto tronchado bruscamente por un viento huracanado, sin preguntarle lo más mínimo sobre su
última voluntad, asomando de súbito por la ventana a la par que la primavera.
Y de esa guisa, envuelto en una aureola de
impotencia y humillación extrema se calzaba Ángel Mancilla Rubio los zapatos rojos aquella
mañana, con todo el dolor acumulado en el costado de costalero, cuando
la Divina Providencia le negó la Luz de la razón, otro siglo de las Luces, para
superar los badenes de la vida con cordura entre
cofrades y hermanos del mundo, viéndose obligado a apechugar con
lo decrépito, lo vejatorio o los crematísticos tejemanejes coyunturales quedando a la luna de Valencia, resultando todo al fin una escenificación de la singular
cremá de noche de San Juan con los judas de turno, las frágiles figuras y los tupidos
ramajes burlando al personal, que ardían en la hoguera de las vanidades.
En el fondo, el frac que llevaba el
escarabajo era en realidad el auténtico, y un plagio el que utilizaban los
mortales en los disfraces.
Al bajar la procesión por una empinada y retorcida callejuela dio un bandazo el trono del Cristo de los Desamparados, y en su afán por enderezarlo el Hermano Mayor de la Cofradía pisó el escarabajo, reventando sus últimos suspiros costaleros.
El fin corona la obra, sentenciándolo el proverbio, "Vanitas vanitatum et omnia vanitas" (Vanidad de vanidades y todo vanidad)
Al bajar la procesión por una empinada y retorcida callejuela dio un bandazo el trono del Cristo de los Desamparados, y en su afán por enderezarlo el Hermano Mayor de la Cofradía pisó el escarabajo, reventando sus últimos suspiros costaleros.
El fin corona la obra, sentenciándolo el proverbio, "Vanitas vanitatum et omnia vanitas" (Vanidad de vanidades y todo vanidad)
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