Al
oír las notas lejanas de una canción que esparcía el viento, "Fuiste ave
de paso... Y quiero en tus manos abiertas buscar mi camino"...le
dio que pensar.
La estela del ave le abrió
los ojos, llenándolo de luz al percatarse de que había perdido el norte,
encontrándose fuera de sí, dando vueltas en una especie de laberinto, siendo
pasto de los más estrafalarios contratiempos.
Cierta mañana, según
subía una cuesta (la de la Hoya o Panata o alguna otra) rememoró el pasado,
pensando sin mucha convicción pero con no poca inquietud que los jóvenes aún no
tienen trazado un horizonte, no disponiendo de un faro guía o empleo que les dé
un asentamiento estable en el vaivén de los días para enfrentarse a los embates
de una hipoteca construyendo un hogar firme o pertinentes calzadas por donde
transitar, despejando en lo posible los escollos o allanando los caminos del
vivir, dejando de lado los de los privilegiados, como el caminito del rey.
Andaba empeñado en estrujar
el áspero tema que llevaba en la mochila, haciendo caso omiso de sentencias
lapidarias como, "todos los caminos conducen a Roma", y no parando
mientes en ello echó por los atajos o carriles que más se prestaban al juego de
su estado de ánimo.
Y se preguntaba al respecto
sobre quién le garantizaría, una vez dentro de las murallas romanas, la
libertad para salir cuando le pluguiese, y a renglón seguido vivir experiencias
nuevas, poner una pica en Flandes, plantar árboles o enamorarse de una dulcinea
viajando por las rutas de don Quijote.
Y no era para menos toda vez
que estaba perdiendo los sesos por hallar una salida a la incoherencia, al
oscurantismo o al desamor, peleando como gato panza arriba, no llegándole la
sangre al cuello, sintiéndose a veces ave de paso que vuela hacia ninguna parte
en pos de una vaga ilusión.
Lo masticaba cada mañana al
tomar las tostadas con aceite virgen extra y tomate de la huerta en el
desayuno, contemplando tras los cristales los verdes y grises de los campos en
aquella primavera temprana, cautivado por los sensuales vuelos de las mariposas
y los locos insectos que pululaban por doquier, interrogándose por su
origen, las huellas o las emociones que lo mantenían vivo.
Y sin apenas saciar las
ansias de conocer que le embargaban, se fue sumergiendo en una corriente de
fútiles advenimientos, alarmado por la ausencia de puertas o caminos por donde
salir del atolladero en que se encontraba, y quería romper la baraja derribando
muros, ideando salvoconductos, poniendo todo patas arriba o tierra de por medio
con el derrotismo o las negras perspectivas, y levantando la cabeza se puso
manos a la obra, descascarillando cortezas enquistadas, tibiezas o dudas
como las que acuciaban a Sancho, gran conocedor de los secretos del camino
cuando, según avanzaban por el collado, le preguntó a don Quijote acerca de si
era buena regla de caballería que anduviesen perdidos por las montañas sin
senda ni camino...
En un principio no cabría
hacer reproche alguno a la insinuación por si en sus entretelas de escudero
adivinase las urdimbres del porvenir, mirándolo por el lado positivo, y
acertase en la decisión, el verse libre como el viento cruzando el bosque
pisando sombras de encinas o robles, huellas de tigres o caballeros andantes, o
descender por vaguadas antes del deshielo dejándose llevar y sin nada que les
amedrente, entregados a la conquista de lo que se tercie, como auténticos
adalides del cosmos, volando como águilas del cabo de Finisterre a la Patagonia
pasando por Lisboa o Estambul, pertrechándose de las mejores sensaciones por
los caminos, libando alegrías o deshaciendo entuertos, agasajando doncellas o
liberando siervos allá donde fuese menester, intercambiando conocimientos, probando
pócimas o echando un pulso a los grandes del globo, a los que lo manipulan con
falsedades o bombas sin entrañas, o, ¡quién sabe!, pasándolo en grande en
deleitosas francachelas sintiéndose inmortales, únicos, discurriendo incólumes
por los derroteros.
Quería pisar en tierra firme
y no arenas movedizas, y no ir a mata hambre mendigando miradas o sonrisas convencido de que
sólo se vive una vez, por lo que debía mantener desplegadas las velas,
estando presto para lo que hiciera falta, no cayendo en necedades o zalamerías
enemigas, evitando ser borrado del mapa en un descuido por el horror humano,
bien por fanatismo, odio o fronterizas alambradas viéndole las orejas al lobo y
perecer ipso facto, como rúbrica póstuma al epígrafe de Caminantes sin
camino.
¿Y qué hacer entonces?
A las once y media de la
mañana de un día de primavera especialmente hermoso y un horizonte radiante, en
que las copas de los árboles se balanceaban movidas por una brisa cálida, y las
flores de los castaños ponían las notas de color en el horizonte, se sentó en
el banco de las tribulaciones dándole mordiscos a una manzana medio podrida.
Se encontraba en un
paraje con un acogedor estanque, a la sombra de un inmenso sauce llorón, pero
la ceguera que lo invadía no le permitía dar señales de vida, no saboreando la
belleza que hervía en su entorno.
Las lágrimas le impedían ver
claramente la punta de los zapatos, los errores. Cuando levantaba la vista se
perdía en la superficie de los días, lejos de donde estaba, mientras los
nenúfares empezaban a florecer, y lo único que vislumbraba era un borrón
verdoso de espejismos solares; y volvía a mirarse los zapatos marrones mientras
trataba de concentrarse, meditabundo, abrazándose a sí mismo, conteniendo los
sollozos que le salían del alma.
Nunca había estado tan
triste, y clamaba al cielo ansioso por cambiar el rumbo, y que todo aquello
desapareciese para volver a ser dueño de sí mismo.
Pensaba que ya otros lo
hicieron a lo largo de la historia. Basta con leer algún episodio de la
antigüedad, que trata de las invasiones de pueblos, como los bárbaros o
wikingos, o de las proezas de Ulises u otros avatares.
Así, los fenicios
surcaban los mares con sus naves llevando a cabo los más inteligentes designios
al venir en son de paz, negociando e intercambiando todo cuanto caía en sus
manos a través de zocos, mercadillos o haciendo trueques, trasportándolo luego
mediante carruajes, elefantes u otros medios por los más variopintos
derroteros, e incluso comprometidas sierras, salvando el pellejo siempre que
podían, si no aparecía por el trayecto alguna enfurecida serranilla
descolgándose por aquellos andurriales atacando a los viandantes, como relataba
el Arcipreste de Hita o el marqués de Santillana.
Y reflexionando, descubrió
que la vida es un juego, alegre o lúgubre, dulce o amargo, donde se gana o se
pierde.
El ciego del Lazarillo de
Tormes siendo un caminante sin camino, necesitaba ayuda para hacer el camino,
tanto el de Santiago como el de la vida, no obstante en el fondo veía más que
nadie las intenciones o las encrucijadas de los caminos en cada momento.
Es de sobra conocido que el
lazarillo más fiel del hombre es el can, como acontece con los que prestan su
servicio a los miembros de la ONCE para que desempeñen su labor, de forma que
en su trabajo humanitario nunca defraudan, facilitándoles el desplazamiento por
los más variados puntos de la geografía pese a la carencia.
Mas en ocasiones las cañas se
vuelven lanzas, ocurriendo que los invidentes son los propios perros, como
sucede a veces en las mejores familias, dando esa patrulla canina lecciones de
bonhomía, lealtad y paciencia, cual santo Job, que son dignas de tener en
cuenta. ¡Cuántas lagunas, nos falta tanto por aprender!
La vida da tantas vueltas que
nunca se sabe lo que hay detrás de la puerta, lo que va a aparecer en la caja
de pandora.
Sin camino nacemos, y sin
lugar de nacimiento preestablecido, como los manantiales en las cumbres o las
semillas en la tierra o el vuelo de los pájaros.
Y el polen, en pañales y sin
camino, se embarca sin miedo en las mayores empresas danzando por los aires,
lanzándose sin pudor por los más intrincados itinerarios, oteros, torrenteras o
copas de árboles posándose en lo primero que pilla, o continúa su curso volando
campo a través por los más huraños lugares con la sonrisa en los labios y el
corazón en la mano, desconcertando a propios y extraños.
Últimamente algunos
productores han comenzado a vender polen para el consumo humano por
considerarlo rico en vitaminas y aminoácidos, aparte de otras propiedades. ¿Se
nos pegará su vigor?
3 comentarios:
Como siempre Pepe, un relato exquisito en vocabulario y llenp de sentimientos, emociones, verdades, sueños, alegrias y penas, deseos y añoranzas, en resumen, como la vida misma. Por cierto, el polen es muy bueno¡¡¡
Querido amigo Pepe, he disfrutado sobremanera este relato maravilloso, es cómo si en cada línea me dibujases cientos de escenas de lo más variopintas...
Sin duda, me ha encantado!
Gracias!
también a mi me ha gustado
Publicar un comentario