miércoles, 10 de octubre de 2018

Máster




Resultado de imagen de alumno preparando el master
  

   No soportaba Leo por más tiempo el aire viciado que respiraba, sintiendo una gran inquietud por cambiar su vida y enriquecerla con estimulantes aromas, liberándose de las indolentes cadenas del adocenamiento.
   Según maduraba en su discurrir cognitivo fue abriendo caminos, tejiendo sueños, llegando a desvelar las tripas del máster, que viene del latín  magister, "maestro", y el adverbio magis"más que". Tales hallazgos le llenaron de luz y aportaron muy buenas sensaciones, ayudándole a crecer en autoestima y sabiduría, pudiendo saborear algún día sus mieles.
   Sin embargo el vocablo ministro, que viene del latín minister y el adverbio minus, "menos que", tenía el significado de sirviente entre los romanos, el que realizaba los servicios públicos.
  Pareciera que en el travieso mundo en el que vivimos los intereses creados no durmiesen azuzando a las criaturas e incluso a políticos de distinto signo, declarándose en rebeldía acaso por amor propio o por complejo de inferioridad cayendo en la hoguera de las vanidades, provocando otra revolución de los claveles con la esperanza de sacar tajada de la ciencia engordando su currículo, y pasar a la historia como ilustrados del siglo de las Luces haciendo tesis, tesinas o másteres, dispuestos a dar un golpe de estado cultural subvirtiendo la Universidad con tal de convertirse en sabios ante la galería por un día, el de la lectura, dejando en la estacada a los sufridos aspirantes que, con el sudor de su frente, pelean en buena lid por lograr un estatus social acorde con los méritos, porque ya lo dice el proverbio latino, "quod natura non dat, Salmantica non praestat".           
   No aceptaba Leo que pusieran puertas a su campo, quería pilotar la nave cultivando lo que le pluguiese, inclinándose finalmente por el máster para opositar al Cuerpo de Funcionarios del Estado.
   Era el primer paso en firme que daba hacia la meta soñada, abonada por unos sólidos principios y ansias de superación. No obstante para embarcarse en tamaña empresa, tuvo que consultar no pocas ofertas universitarias, matriculándose en el que le facultaba para su interés prioritario, el conocido CAP, es decir, Certificado de Aptitud Pedagógica, ahora denominado tal vez por esnobismo con el anglicismo máster, enfocado hacia la enseñanza.
   El enriquecimiento de su espíritu con sustanciosas lecturas de escritores salpicadas de notas solidarias, coadyuvó a que se despertase en él una gran predilección por el altruismo, y en su afán por abrirse a los demás le llevó a hacer los más diversos eventos y labores que implicasen entrega o ayuda, compartiendo los mejores bocados y manjares aprehendidos en las parrillas sociales y culturales.   
   Unas veces deambulaba de un lado para otro un tanto desconcertado, otras, se movía por las redes interviniendo en foros como face book o Instagram, no olvidando que el ser humano está condicionado por el yo y su circunstancia. 
   Las acuciantes llamadas a la puerta de su conciencia le fueron empujando al ámbito de la docencia, estando dispuesto a realizar el máster con suma honradez, no contagiándose de las arritmias o artimañas reinantes consciente de que corrían malos tiempos para la lírica, al haberse degradado la investigación una barbaridad, entre otros motivos por haber caído en el más descarado nepotismo más de un barítono, investigador o ingenua voz blanca utilizando las malas artes.
   El máster en sus comienzos rezumaba candor, una suma excelencia, era como un espejo donde se miraban los futuros doctores, que se esforzaban al máximo en los quehaceres discentes, sabedores de que tenían que sudar la gota gorda para ello manejando manuscritos o papiros y no pocas fuentes, manuales o separatas de los más eximios doctores para absorber los saberes y redactar su ópera prima, subiendo o bajando por los eruditos peldaños de la intelectualidad humana con dignidad.
   Leo estaba dispuesto al reto, a sabiendas de que debía partirse el pecho para merecer  tan alta condecoración, elaborando unos estudios científicos con razonada metodología para figurar en los anales universitarios como una mente privilegiada, que se ha entregado en cuerpo y alma a la investigación, sorteando múltiples escollos para penetrar en el sancta sanctorum de lo erudito, y disertar en tales púlpitos, accediendo por la gracia de la ciencia a tan preclaros círculos, que tan lejos se hallan de la mayoría de los mortales, ya que para degustar tan exquisitos licores se precisa una esmerada formación humanística.
   Una vez instalado en semejantes cumbres se puede tocar el cielo del conocimiento con las yemas de los dedos acariciando su vientre, así como los ojos, boca y latidos sapienciales, procurando no llegar a bailar salsa como un ilustre científico por haber hecho un descubrimiento, y contemplar con sosiego el bombeo de su corazón en diseño 3D.
   A Leo, que tenía un envidiable currículo académico, le tocaba ahora ponerse el traje de faena y escarbar en las raíces del árbol de la ciencia, pasando hojas y más páginas de manuscritos, analizando conclusiones y parámetros de simposios y memorandos, bebiendo en las más variadas fuentes medievales, renacentistas o barrocas intentando sacar lo mejor de cada una, subiendo y bajando con entereza andamiajes o podios al borde del precipicio en pos de sus sueños.
   El prestigioso juego de atesorar racimos de ciencia y luego exhibirlos en los más distinguidos cenáculos académicos era lo más imperioso para Leo, cuando de repente detecta el primer desencanto, al sentirse ninguneado por los medios, cuando el rocío madruguero invadía los campos, cayendo sobre los tiestos de los geranios y testas de los políticos de turno delatándose su aciaga conducta, los maquiavélicos procederes en los que se veían envueltos, dando pie a que se resquebrajasen los cimientos de la investigación así como los grados académicos, anegándose el Paraninfo de la Universidad de impresentables corrientes por mor de la picaresca, haciendo agua por los cuatro costados las esencias del Máster, yendo a la deriva lo que con tanto ahínco y mimo había hilvanado.
   Se precisaba que un piloto o cátedro de peso empuñase el timón de mando y anunciase al campus universitario su pronta regeneración, libre de componendas o raras mezquindades acarreadas por la hambruna de titulitis de algunos servidores políticos locos por acaparar galardones sin más, por lo que debía cuidarse muy mucho Leo de no caer en la tentación participando en envenenadas rifas de feria que le torciesen el rumbo, después de la que estaba cayendo, cuando algunos doctorandos fueron pillados in fraganti relamiéndose de gusto por creer que habían llegado a la Tierra Prometida de los Siete Sabios de Grecia.
   Leo tenía que permanecer ajeno a los cantos de sirena para no ser, cual otro ninot de las fallas valencianas, pasto de las llamas.  
   Lo más sensato será ir vestido de limpio, dejándose la piel en cada página, pespunte o zurcido del máster, y de esa guisa salir, como los toreros en tardes apoteósicas, a hombros por la puerta grande cantando el himno universitario, Gaudeamus igitur (Alegrémonos pues...).  
  
   Posdata. Será el último máster que haga -farfulló Leo entre dientes.
   
           
                        




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