La efigie de
Dolorcicas, toda pizpireta y con rodete en el pelo evocaba la escena de la
serpiente enroscada en el árbol del Paraíso tentando a Eva diciéndole, toma,
muerde la manzana, y dale al compañero, que seguro que le encantará. Y sin ningún
titubeo lo llevó a cabo.
En esos momentos
soñaba lo que no estaba en las Escrituras, con una lluvia de aventuras disfrutando
a tope visitando los lugares más emblemáticos de medio mundo. No pensaba que
morder la fruta le iba a acarrear tantos disgustos o algún castigo, sino todo
lo contrario, que era lo mejor que podía hacer invitando a su pareja, al que
tanto quería, y que tan ricamente vivían en aquel edén, como unos señores, no faltándoles
de nada, tan sólo que no podían realizar desplazamientos a otros puntos del
globo, cruceros o salir y entrar cuando se les antojase.
En la práctica se
puede decir que se hallaban confinados en su cuartel general, aunque muy lejos
de lo que acontece hoy en día, pero no disponían de medios para efectuar
cualquier capricho, como no fuese escapándose en noches sin luna por algún boquete
o mediante un milagro, mas esos imperiosos anhelos se encontraban tan lejanos
que probablemente nunca lo lograrían.
Y al comer de la
fruta prohibida saltó la liebre o, mejor dicho, la serpiente, ocurriendo que el
Dios Padre se enfureció sobremanera llegando a perder los nervios, armándose la
marimorena en el Reino de los Cielos, y empezaron a afilar los cuchillos
rivalizando entre ellos para exhibirlos más brillantes y certeros, y sacaba toda
la corte celestial su armamento y lo blandían al viento ofuscados, oyéndose a
continuación un espantoso trueno y el globo terráqueo tembló, cristalizándose la
despiadada sentencia contra los indefensos humanos, “ganarás el pan con el
sudor de tu frente”.
Daban a los
terrícolas no poco que pensar los maremotos y algaradas en las alturas, al atisbar
el trato tan desairado por parte del Todopoderoso, pareciendo que
quisiera utilizarlos como cobayas de laboratorio, ensayando con ellos alguna
operación secreta o acaso vacunación masiva por alguna rara pandemia en
aquellos tiempos, echando mano de cualquier cosa, como bote salvavidas, un preludio
del futuro diluvio universal con el arca de Noé varado en el monte Ararat, no
muy lejos a lo mejor del cerro guajareño del Águila.
Lo tenía crudo Dolorocicas,
si quería quitarse el sambenito, como la conocían los vecinos, pese a su empeño
por sacudirse el polvo del camino y resarcirse de la leyenda negra de juventud,
endosándole el apelativo de serpiente.
No obstante hay que proclamar
a los cuatro vientos que desde su tierna infancia había cumplido escrupulosamente
con todas las pautas religiosas con no poco celo: sacramentos, ayunos,
castidad, escotes y demás requerimientos de su director espiritual.
Su conducta en ese aspecto era intachable, y el
currículo viene a aclarar el porqué de la interjección, ¡lagarto, lagarto!, tan utilizada para ahuyentar los miedos por el
mal de ojo u otros entuertos aliviando el sufrimiento por las emociones, y huir de los envenenados influjos de
las serpientes.
Es notorio que los
lagartos gozan de cierta empatía, y si no que se lo pregunten a
Dolorcicas que vivía en sus propias carnes las más atrevida segregación por la
similitud de su semblante con el careto de las culebras, nariz aguileña, alargada
faz y una lengua viperina, así como los gustos en el vestir, afectándole especialmente
en lo anímico, al situarla a la altura de las serpientes, como si les confeccionase
las camisas que mudan cada año, o las preparara para encuentros amorosos o
fiestorras estrenando ropas de moda, y rejuvenecerse con sensuales y seductores
aires.
No cabe duda de que la
expresión del lagarto era el talismán o tubo
de escape más socorrido de las criaturas a la hora de verse ante una súbita
amenaza.
A los
lagartos se les reconoce por sus oídos externos,
párpados movibles, un cuello roto y cola larga, de la que se puede desprender
para protegerse, y se alimentan de insectos.
Es archisabido que las serpientes no son de la devoción de los
mortales, acrecentado por la leyenda de la innombrable manzana (aunque al
parecer no era esa fruta, al errar el traductor) y el aluvión de nombres que
configura su álbum como algo tabú, a saber, víboras, boas, cobras, culebras de
agua, serpientes de pitón, de cascabel, ofidios, de liga, de maíz, de coral,
áspid, etc. … reptando o paseando su cuerpo serrano por los más eximios muros o
privilegiados espacios, a pesar de carecer de párpados, oídos externos y patas
delanteras, siendo sin embargo muy prácticas al engullir íntegra la presa, y estando
al tanto de cuanto se cuece en derredor.
Dolorcicas
tenía mucho gancho en las conversaciones callejeras, saliéndose siempre con la
suya, aunque no buscase guerra ni desease mal a nadie o ser la novia de la
muerte, como en el himno de la legión, pero no se quedaba atrás en los envites
al disponer de un sexto sentido, semejándose más si cabe a los ofidios, así como en otros puntos,
como dando puntadas con la aguja en las prendas con rotos y descosidos.
Disponía Dolorcicas de unas
maneras de coser o charlar muy suyas, no permitiéndole llevar un paso uniforme en
marchas nupciales o marciales, y menos aún en espacios cuadriculados o
perimetrados por algún confinamiento.
Vivía a su aire, feliz y contenta,
en su morada bañándose con la serpiente en la bañera como si tal cosa,
disfrutando y respirando vientos rurales, sin más preocupaciones que la labor
del campo y el sustento de los animales.
No le cuadraba el neologismo perimetrar, gestado con los
mimbres víricos actuales en los mentideros sanitarios, cuando vamos a
bordo del barco en el que navegamos (quédate en casa, yo me quedo), que por
cierto no se parece en nada a un crucero de placer donde se respiran nuevos
mundos, y goza de hechizados horizontes, ricos caldos o excelencias culturales cultivadas en los campos del saber.
Los lagartos deambulan por terrenos
más trillados sembrados de ojos curiosos, aunque con improvisadas reacciones de
la gente, pero no siendo tan severas y discriminatorias en el trato; a las
serpientes en cambio se les mira de una forma más turbia, con ojos abiertos
como platos, como si estuviesen hechas de maléfica madera, y amamantadas con una
leche asesina.
Las serpientes son inteligentes, y
están pertrechadas para el ataque repentino en cualquier momento, y donde ponen
el ojo ponen la bala, por lo que hay que sentirse un afortunado cuando al
toparse con una por los descampados escapamos indemnes, ya que no se andan con
chiquitas.
Dolorcicas, con su aureola
serpentina y áspera voz hundía puentes sin despeinarse, tronchando los tiernos tallos,
carantoñas o besos de corazón.
Con sus airados movimientos de ponzoñosa
basilisco fundía los comunicativos hervores hiriendo de muerte las partes más delicadas
de las personas, dando sonoros bofetones, patadas o escobazos por los rincones
de los días, sembrando en ciertos ámbitos y perfumados arriates un molesto
hedor o el cenizo, destripando sueños o empatías de bocas ansiosas por saborear
nuevos manjares, las primicias de fresca fruta de la huerta derramándose en los
regazos, en sus vidas, alentando los buenos deseos en cumples y efemérides, mas
Dolorcicas no estaba por la labor.
Con su mirada de serpiente
cercenaba lo sencillo, lo saludable, dejando en la cuneta o tiritando al más
pintado.
Al cabo del tiempo le salió un
novio indiano, que había retornado a su terruño construyendo un casoplón, y contrajo
matrimonio con todo lujo de detalles invitando a la fiesta a todo el vecindario,
llegando a superar los records del libro Guinness.
Dolorcicas era dicharachera, anárquica
y arquitecta de heroicidades y de los más inverosímiles desplantes descolocando a
cualquiera. Le gustaba contar cuentos y a veces se explayaba con historietas en
sus horas de aliño culinario, como en Master chef, o enhebraba bruscas instantáneas
quitándose la máscara, brotando sus lindezas listas para servirlas en bandeja de
plata, y picasen en el anzuelo que amarraba muy corto desde su orilla, con idea
de darle un susto al poco avispado al menor descuido, dejándolo plantado, clavándole
el aguijón o dándole un mordisco, cual vampiresa, y al cabo se alejaba haciendo
mutis por el foro.
Y de esa guisa agenciaba Dolorcicas
los fondos y trapos sucios en el teatro de la vida, utilizando su rasero de
medir a la espera de que una mano negra o necia hiciese alguna de las suyas, aunque
con disimulo, inoculando a los presentes, cual serpiente de cascabel, el
virulento líquido sin temblarle el pulso, con sutiles tejemanejes y martingalas para rematar la faena, fulminando los sueños a los que aspira cualquier
hijo de vecino con dos dedos de frente.
En el fondo habrá que darle una oportunidad a
Dolorcicas, y esperar a que madure el fruto de sus elucubraciones, pudiendo propalar
al orbe que somos frágiles y tiernos, por ende es preciso respetar los cariños
y puntos de vista de la buena gente, y los salvajes se reciclen en un crisol,
reformatorio o fragua a fuego lento, y entre carta y cuento del juego de azar zanjar
las vilezas o salidas de madre, dado que somos de carne y hueso, porque entre
los mayúsculos gritos del silencio a veces duele hasta el aliento.
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