sábado, 23 de enero de 2021

Mi mejor maestro

No se podía explicar cómo afloraban profusamente en su cerebro, cual flores en primavera, pensamientos o añoranzas que no loasen al maestro de sus primeros pinitos por el camino de las letras, don Antonio. Al magister de la infancia lo contemplaba Manolito como en una sublime urna de oro en sus pueriles ocurrencias o desvaríos. Lo consideraba un Séneca de cuerpo entero, sabiéndolo todo. Un ser cuasi divino, como un Espíritu Santo que viniese con su sabia lengua de fuego cada vez que acudía a la escuela unitaria infundiéndole por todos los poros del entendimiento el maná de la ciencia, del conocimiento a través de sílabas, guarismos, operaciones de cálculo, silogismos, caligrafía, dibujo ... Retumbaba con energía su voz cascada por el verdugo del tiempo, y tronaban los vocablos que exhalaba, siendo un fértil árbol que daba fruto generosamente. En sus pensares el muchacho rumiaba aventuras y vuelos infinitos parangonando al maestro con emblemáticos personajes de la historia del mundo. Un sabio Salomón en persona, un rey Midas hecho y derecho, un prestigioso gurú o chamán domador de serpientes envenenadas en el trascendente proceso docente-discente del aprendizaje hasta hacerse un hombre. Porque el alumno, inválido como se encontraba en ese hostil territorio del conocimiento, no había manera de que se quitase la pajarita de la ignorancia en la escuela. Algunas tardes el agua caía con furia sobre los vetustos ventanales dañando los espacios reservados o marquesina, al estrellarse furibunda contra los cristales del pensamiento. Cómo se las arreglaría Manolito para ensalzar la labor callada de su maestro, don Antonio. Su voz, mirada y gestos lo seducían, y lo atisbaba como caído del cielo, sintiéndose él tan poca cosa con unas armas tan endebles, como pajarillo hambriento en el nido, con el pico abierto piando con el onomatopéyico sonsonete del pío pío en noches de fría espera, ¡oh!, y al hacerse la luz se extasiaba sobremanera. Ni los Reyes de Oriente por mucho que se esmerasen con los solidarios camellos llevándole atractivos obsequios estaban por encima, y caía presuroso Manolito en la melancolía evocando la robusta voz de su maestro henchido de conocimientos, pues se lo sabía todo de cabo a rabo, apostillaba Manolito, pateando y saltando con alma sobre el duro suelo. No podía entender cómo sabía tanto su maestro, incluso si el padre venía roto de hacer la labor y bregar tanto por el campo. Y así un día y otro siempre en la brecha don Antonio, puntual como un reloj, y regaba aquellas tiernas plantas enderezando los tallos para que no se torciesen, ni viciasen tan temprano cogiendo ELA, sarampión, ostracismo o algo vacuo se colase a nadar en su límpida savia infantil o sangre vigorosa que hervía en las venas de Manolito, sobre todo cuando explicaba el maestro los puntos cardinales en el mapa de la vida colgado en la pared, por donde en un futuro no lejano tendría que ganarse los garbanzos, el sustento, pero siempre se conducía con la estela ilustrada de la mirada, aliento y aplauso del maestro aquel que le enseñó a abrir la caja de pandora, a transitar por los pendientes senderos de la vida y del saber, como geometría, abecedario, honor, solidaridad, esfuerzo, esencias de las flores y grietas del vivir, procurando pisar con pies de plomo ahuyentando insectos, monsergas, mosquitos o las trágalas que nos quieran inocular, cual vacuna contra el covid 19, los gerifaltes de turno. A trabajar, vamos (y tronaba la voz del maestro machadiano), cinco por cinco veinti…, a repetir de nuevo, cinco por cinco veinticinco, cinco por diez cincuenta... -Bravo, Manolito, ya puedes coger tu barca y hacerte a la mar por las isobaras o derroteros del mapa de la vida. -Gracias inmensas, don Antonio, y deje que le diga que fue mi mejor maestro.

4 comentarios:

pacove dijo...

Muy acertado amigo Pepe. Gusta leerte porque trasladas la memoria tintineante de los tiempos que ya no tiempos.

jose vasanta dijo...

Muchas gracias, Paco, e igualmente una loable referencia a tus virtudes creativas

silvio rivas dijo...

Impresionante, me sigue asombrando tu barroquismo y tu generosísimo uso del lenguaje. Quizá no habrá habido muchos don Antonio en nuestra vida estudiantil, pero seguramente hemos tenido esa persona de profunda vocación que nos ha señalado el alma con su ejemplaridad y a quienes recordaremos mientras vivamos.
Enhorabuena, José, una delicia leerte.

jose vasanta dijo...

Como tú lo ves, gracias, Silvio.