jueves, 3 de febrero de 2022

Arpa

Entre un interesante dossier de vitaminas para el corazón, bocetos de sonetos y un poemario con epígrafe de Fragilidades que tenía delante, arrancaban los primeros balbuceos intentando darle curso a los pensamientos, y entonar los aires conformándolos, porque, aunque no la citase abiertamente, en su corazón hervían las insignes interioridades de la avezada arpista, que en cualquier momento podía montar un circo en cualquier plaza o balcón de una ciudad, desplegando sus alas y paralizar el mundo, convirtiendo el arpa en un volcán de emociones, un océano de memorables sensaciones mediante el duende creativo de sus dedos. La vida un tanto anodina de él no le ayudaba a cicatrizar las heridas, y la plomada no le señalaba la verticalidad o altura de miras, y despegarse de las rutinarias caminatas a fondo perdido o insípido tránsito por bulevares y tiendas de antigüedades emprendiendo de una vez por todas el vuelo. Lo que tal vez echaba en falta era una ebullición galáctica, un raudo aliciente que levantase cabeza y dijera aquí estoy yo, dando el do de pecho en el tejer de los días, experimentando sin ambages la ansiada y enriquecedora impronta. Cuando las fragilidades más arreciaban en aquella destartalada tarde, un surtidor de chispeantes y melódicos embrujos surgieron de repente deleitando el paisaje, el ambiente, el mar cercano amansando a los peces más voraces, exhibiendo las bondades y encantos que dormían en las venas de la arpista, pulsando con perspicacia y talento las cuerdas de los sentires. Es de sobra conocido el proverbio, la música amansa a las fieras. No obstante, no imaginaba ni por asomo cuáles serían los singulares orígenes del arpa, su materia prima, y cuál no fue el estupor cuando llegó a sus oídos el hallazgo, no dando crédito a tan paradójico relato, al verificar que no se parecía en nada a la cita bíblica del Paraíso Terrenal con la célebre costilla de Adán, al hallarse tan alejadas entre sí las raíces de su árbol genealógico. Los arúspices del idílico instrumento apuntaban que los prístinos atisbos del arpa nacen de los ancestrales oficios del género humano para subsistir, nada menos que del arco y las flechas que utilizaban para la caza, herramientas rústicas y vitales para la obligada tarea de buscar el sustento diario las diferentes tribus, que poblaban la Tierra. Él se conducía expectante, fluctuando en la cuerda floja, pisando charcos, y no hallaba un espacio a su gusto, robusto, en el que afanarse y establecerse placentero acorde con sus postulados. Su ímpetu se difuminaba, cual azucarillo, a la vuelta de la esquina. SiEn embargo, su fantasía no dormía, y revoloteaban por su mente en tales coyunturas de un mar en calma imágenes de aura de estrella, rumiando que su enjundia era un trasunto del arpa que tocaba, de forma que cuando él acariciaba su cuerpo advertía que se transformaba, que lo afinaba, refulgiendo exultante su figura y la cadenciosa melodía que brotaba del rojo de sus labios. Él se conducía por los vericuetos del existir sin señas de identidad, cual barco a la deriva, dirigiéndose rumbo a ninguna parte. Su chispa se deshacía al instante. Pugnaba por ello, pero no llegaba a enhebrar la aguja de los sueños, le faltaban los mimbres para trenzar un cuadro digno donde verse representado en la posteridad, acorde a los cánones humanos, y necesitaba remar con ahínco a fin de que tales presentimientos cayesen por su propio peso, cual fruta madura. Y de esa guisa caían, un día tras otro, las hojas del almanaque, las deshabitadas jornadas, las cosechas del campo, y no acertaba a plantar un árbol de la vida, ni encontrar un equilibrio en los vaivenes existenciales, no siendo arrastrado por las aguas de los desvaríos. Un día, cuando más perdido se hallaba, oyó los ecos lejanos de un arpa que lo envolvía todo en un mundo de misterio y ternura mediante voluptuosos ritmos, siendo seducido por la armonía de su escala y acordes en una lluvia de silbos amorosos, transportándolo a un escenario de melómanos pellizcos, de fruta prohibida, bebiendo los vientos que danzaban ardientes por aquellos contornos. Jamás elucubró que semejante ensamblaje de inermes y frías cuerdas del bosque manejadas por los cazadores de turno, contuviesen en su empresa tan estelares ambrosías artísticas, cuando a lo mejor apostaría cualquiera por la pérdida de los papeles en el trance de aquel berenjenal, pero la arpista con mano firme en el timón marcaba el tempo de la partitura eligiendo allegro, vivace, presto o prestissimo ad líbitum, eludiendo que sus ingeniosas manos fueran atrapadas como fiera salvaje en el cepo al ejecutar la melodía, saliendo airosa del creativo reto, reteniendo a cuantas aves y transeúntes cruzaban por su espacio, siendo testigos de tan excitante eclosión musical, sembrando en sus almas inefables embelesos, unas esencias únicas.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Texto exquisito, lleno de encanto.

jose vasanta dijo...

Muchas gracias