sábado, 1 de agosto de 2009

Chequeo




No sospechaba Anselmo que un día fuese a caer por un terraplén o en la ratonera sólo por un simple chequeo rutinario, ya que deambulaba de aquí para allá por parajes saludables, sembrados de verdor y era impensable que el destino le tendiese una emboscada con la vida tan estricta y sana que llevaba, siendo la envidia de conocidos y vecinos que lo encumbraban por el interés que siempre había exhibido por estar en plena forma ya desde su juventud, comentarios que hacían sentados en la puerta de las casas mientras tomaban el fresco, a la luz de la luna, durante las largas tardes del lento verano.
Lo consideraban una persona modélica en dicho aspecto. Y daban fe de ello las acometidas que realizaba cada día poniéndose manos a la obra contra viento y marea, gimnasio, frutas, verduritas, carnes y pescados a la plancha y un sinfín de infusiones cumpliendo escrupulosamente las recomendaciones que aconsejaba el dietista para conseguir el equilibrio.
Por ello el informe médico que le acababan de entregar lo dejó grogui; lo interpretaba como una puñalada por la espalda, un dictamen propio de un centro sanitario tercermundista, catalogándolo en su fuero interno como algo enigmático y sin sentido, un manotazo de los dioses que hubiesen amañado el norte de la brújula confabulando los elementos contra su figura quebrando los cristales de la existencia.
Los resultados de la resonancia y el escáner no reflejaban el estado real de Anselmo, al parecer eran falsas alarmas, bien por un fallo del cerebro de la máquina o por un inoportuno corto circuito en el momento de la exploración, pero a ver quién era capaz de coger el timón del barco con la que estaba cayendo y enderezar el rumbo.
Tales acontecimientos le echaban por tierra los sueños que acariciaba, la luna de miel que tenía aplazada de mutuo acuerdo con su pareja por los fiordos noruegos y posteriores escapaditas a Londres o Atenas como solía hacer a menudo. Y no atisbaba en el horizonte el modo de sobreponerse, saliendo del bache y batir al advenedizo enemigo.
La aberración se nutría de la seudo lectura de las superficies examinadas, de suerte que donde aparecía el signo más correspondía el signo menos, y donde recogía la negra mancha apuntando a un tumor cerebral de consecuencias imprevisibles debían refulgir vibrantes puntos de luz anunciando la buena nueva, un bello amanecer despejando así los vericuetos de la duda, mostrando que en aquellas zonas nunca declinaban los vivificantes brotes de salud, debido a las chispeantes ilusiones que titilaban en el mar de su vida y se percibían con nitidez en los ojos de Anselmo pero que en estos momentos aparecían denostados por tamañas brutalidades dibujadas con malévola saña en esas partes del cuerpo.
Por lo que se deduce de todo este affaire la máquina amaneció ese día con los cables cruzados apuntando al paredón de fusilamiento o a ninguna parte en concreto pero con el veneno en el engranaje, porque en el tremendo yerro en que cayó le iba a Anselmo la posibilidad de seguir o no viviendo.
Cuando el doctor se acercó a la cama nº 68 donde yacía maltrecho Anselmo zarandeado por las mil cábalas que llovían sobre su cabeza, con la ansiedad por las nubes y las dudas que lo asaltaban por conocer a fondo lo que le acontecía, los perversos augurios que se cernían sobre su cerebro, necesitando disipar todo tipo de sospechas o prejuicios, pues se sentía sumamente inquieto, arrastrado por la servidumbre de las informaciones, a pesar de haber acudido al centro para un breve chequeo por su libre albedrío y estar dispuesto a cargar con las consecuencias que se derivasen del reconocimiento, pero jamás calculó que le espetasen postrado en el lecho tan indignantes noticias, muerte inminente, que tenía los días contados, que hiciera declaración de herederos o consignase su último deseo en vida o algo por el estilo: eso jamás se lo podía imaginar por nada del mundo.
Quería las cosas claras. No obstante le comunicaron que permaneciera tranquilo, que acaso fuese un pequeño quiste que hubiera reverdecido y atravesado con tan mala fortuna en la lectura de la resonancia, aunque no las tenía todas consigo por si resultaba ser algo más raro que pasara desapercibido para los oncólogos, pero le insistían en que siempre quedaba la dulce esperanza de la intervención y no perdiera la confianza en los milagros que con frecuencia llevan a cabo los cirujanos.
Recordó vagamente que no era la primera vez que le ocurría algo semejante, pues cada vez que entraba por la puerta del centro hospitalario le azotaba la incertidumbre de que algo extraño le encontrarían incluso por algún craso error.
Por ello al cruzar el umbral del hospital se consideraba una especie de gladiador romano que se enfrentaba a la muerte bajando los escalones del anfiteatro para enfrentarse a las fieras expresando el célebre saludo, Ave, Caesar, morituri te salutan (Dios te guarde, César, los que van a morir te saludan), con la convicción de que su vida se la jugaba cada vez que pisaba esos terrenos como el torero en la plaza peleando con un miura.
Se rebelaba contra todo cuanto le acaecía. No era posible que tuviese tal sino sin más cuando él hizo siempre todo lo posible por llevar un excelente estilo de vida ajustándose al dicho popular, “dime lo que comes y te diré lo que eres”, o aquel otro de los latinos “mens sana in corpore sano (Mente sana en cuerpo sano)”. Por todo ello no se explicaba la causa de la supuesta enfermedad.
A decir verdad los tintes del verano nunca le fueron propicios, las altas temperaturas, la hipotensión, la astenia lo dejaban K.O., plantado cuando menos se lo esperaba y no llegaba a alcanzar los frutos que perseguía, quedándose casi siempre a mitad de camino. Y no sería porque no le echase ganas, que en eso no había quien le aventajara empezando a maquinar mil estratagemas para sobrevivir llegando a desbordarse como un río en época de lluvias alimentando proyectos a más no poder, convencido de que nunca una enfermedad tan desconcertante llamaría a su puerta, pero ese día la indolente máquina se propuso lo peor, trastocar los resultados de la exploración dando el perfil de un tumor cerebral según se reflejaba en la prueba. Al cabo del tiempo se comprobó que todo fue causado por un exceso de calor, tal vez por acción del cambio climático estando a las puertas de la misma muerte según el diagnóstico de los facultativos.
En las últimas fechas acaba de firmar un manifiesto de principios vitales donde lo único que pretende es no aparecer por un hospital ni vivo ni muerto, y cuando muera sus cenizas las arrojen a las corrientes marinas a fin de que convivan con la realidad de la madre naturaleza, y saluden a los peces y aves del cielo en plena libertad sin ningún margen de error.

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