La mañana transcurre lenta, con cariz otoñal. La escarcha asoma fría y tímida por las rendijas del terreno exento de rayos solares. Las calles dormitan aún, sin apenas ruidos ni contratiempos, a no ser el bandazo de algún animal desnortado, lejos del pienso de su dueño.
Es domingo. Día de dominó en la Peña del Cencerro. Fieles a esa liturgia, afanosamente preparan sus miembros los bártulos con la esperanza de hallar esparcimiento en tal ejercicio, no sin antes haber tomado un sorbo ilusorio de partidas ganadas. Aunque tal vez se podría catalogar el acto como un tormento de Tántalo, que teniendo tan cerca el anhelado manjar se le retiraba. Quizá fuesen espejismos vividos, o tétricas pantomimas del destino, sobre todo cuando la sesera, sin recobrar el sosiego, errática, calibra secretas estrategias a seguir en los envites.
Se desplazan todos ellos, coqueteando con livianos silbos y expectantes la mirada, a media mañana al lugar concertado. Es ya un ritual en la Peña desde décadas reunirse los domingos y festivos en un apero o cortijo entre chirimoyos y vivaces oxalis -los populares ombliguitos- que las brisas balancean voluptuosos y labran olas de verde-amarillo en el litoral, a pocos pies del azul del mar.
Durante la reducida travesía trascienden subliminalmente ínclitas heroicidades, sueños jamás gestados, yendo en aumento conforme se avanza hacia el umbral de la timba.
Ateniéndose al eslogan: “El saber no ocupa lugar, o acaso, que un libro ayuda a triunfar”; ello no emborrona el juego y conecta con la técnica que el buen jugador de dominó debe tener presente, según el manual de instrucciones; respetar ciertos comportamientos y principios, que nadie debe saltárselos a la torera,a saber: “De salida no tapada, no te fíes para nada; la salida matarás, tengas o no tengas más; matar la salida es noble, con lo que tengas de doble; son tus deberes, primero ayudar al compañero; la ficha del compañero repetirla es lo primero; tenerlas siempre delante, es juego elegante; ocultar ficha en la mano, es juego de villano, ficha en la mesa no pesa, etc.”.
Y en esto andaban cuando dio comienzo el acoso psicológico del primer asalto del combate, apenas pisar tierra:
-Hoy te voy a ma...cha...car -dice Pablo con aire amenazante y guasón, levantando el brazo derecho como Moisés ante la turba creyente-. ¡Qué...! ¿vienes preparao? ¿Has practicao durante la semana? ¿Te has leído el librillo de instrucciones?.
-¿Queréis probar un vinillo que ha traído mi vecino, igualito que el del altar?- dijo complaciente Mari Carmen, guiñando al personal -.
No hubo que esperar mucho tiempo para oír la respuesta del contrincante a las insinuaciones.
-Esos son delirios tuyos; viles tretas que inventas, ¡anda ya!, si el último día te fuiste con tres galones de muy señor mío; como si los estuviera viendo, creciditos como la copa de un pino. Soy un hombre con suerte; pierdo cuando quiero, lo justo; no soy egoísta como otros; deseo que todos estén contentos y felices, ¡enteraíllo!, yo vengo a entretenerme y pasar el rato... Ah, vas por ahí vendiendo batallitas a ingenuos navegantes; sí, a zutanito y menganito, un pajarito me lo cuenta, ¡que tú ni te lo crees!- puntualiza con la voz de la experiencia Salomón.
- No, pero hoy viene con fichas de lujo, las de la bandera andaluza; y le traen suerte; así que la cosa va a estar al rojo vivo - indica Orencio, bastante comedido, a las razones de Salomón.
- Orencio, ¿oyes al colega, piquito de oro?. A lo mejor ha tomado las aguas de Lourdes, o le han echado los Reyes los polvos de la madre celestina. Vamos hombre, olvídame... Botarate, hoy te dejo rucho. Ni en sueños vas a encarrilar una ficha. El otro día me diste pena. Los elementos seguro que te jugaron una mala pasada. A veces me pregunto qué tendrás en la cabeza. La torpeza, pienso, se encapricha de ti. Es que ni con fichas boca arriba... Charrán – apostilla con ímpetu Pablo.
- Oye, Salomón hombre-con-suerte, te estás pasando; piensa lo que dices. Escucha las alabanzas y las calabazas; no corras, pues te verás triste y solo, como la canción, sin nadie que comparta tus exultantes alegrías. Para tirar del carro contigo se necesitan nervios de acero y ... – manotea Genaro, algo tocado por la situación en que se encuentra tras la reñida jugada, pensando que se le va el euro río abajo.
-Bueno, déjame al campeón, un hombre-con-suerte, yo me encargaré de él; no vas a olerlas; te acribillaré; los dobles te los vas a zampar con papas. Aunque hoy no sé, pero el otro día te quedaste zapatero –argumenta Pablo como acostumbra, rotundo y con sonrisilla un tanto desvaída-.
-Fíjate cómo viene el prenda. Ya sé lo que le pasa a Pablo: anoche le zurraron la badana en el casino.Que no es radiada la partida, ¿a mí? Si tengo que taponar herméticamente los oídos para concentrarme. ¡A ver qué pasa! Me ... no voy a jugar más. Que me olvides ... -sentencia Salomón, algo desairado pero conformista al cabo, pues ya lidió toros peores.
-Bueno, a ver, ¿te funciona la maquinaria del estribo, o qué? Se ha cerrado... ¿me oyes, Salomón? Pon las fichas encima de la mesa; a contar... uy, toma ésa, toma, catedrático, toma ... tú, lumbrera, y ... apunta ahí, seis, síiii, que no tienes ni idea de este juego, si no fuera por mí... con tanto piropear al compañero... son los seis que faltaban para acabar la partida, y poder descansar. ¡Vaya tortura, madre mía! ¡ no juego contigo mientras me acuerde. - gesticula todavía azorado Genaro, con mirada inquisidora pero eufórico al fin por obtener el botín.
Una jornada más tuvo lugar en aquella zona del Mediterráneo, a la vera de Río Verde, donde reina el buen tiempo, como hoy, lejos del mundanal ruido, con pobre mesa y casa, ofreciendo sus mejores galas: un día apacible, casi veraniego y sin sobresaltos climatológicos. Mientras en la otra orilla el ardor guerrero de los contertulios se desborda, patalea, vocifera y ¡cómo no! sueña... jugando a quijotes y sanchos por la dignísima conquista de alguna ínsula rica en honrillas de campeones de encumbrado dominio.
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