lunes, 3 de mayo de 2010

El bosque


Miró con cierta envidia a sus amigos que, ya subiendo a la nave, se volvieron para saludarle, ellos tenían un lugar al que regresar.
Su hogar, sin embargo, estaba aquí, en lo que quedaba de lo que pareció que era todo, y resultó, al final, no ser nada, apenas una vacía ilusión colectiva.
Tomando a Soraya de la mano regresó, cabizbajo, al bosque.
No se lo pensó dos veces y se tiró al monte de la vida, un auténtico bosque donde las fieras andan sueltas y los desvalidos son la presa que devoran sus colmillos y van aniquilando lo que se encuentran a su paso. La envidia no le abandonaba ni siquiera en primavera pues era muy fuerte para él, aun cuando la naturaleza se visttiera de nuevo y respirasen los árboles escondidos en el bosque un poco mejor. No podía dejar de pensar en ello porque le conturbaba enormemente el ánimo y se colocaba de espaldas a la sociedad, en plena soledad al haber perdido además a su madre, a parte de otras cosas, por el ataque de una maldita enfermedad. Por eso seguía bañándose en las aguas de la incomprensión en busca y captura de respuestas gratificantes que satisficieran sus graves inquietudes, que no recibían atisbos luminosos por ningún resquicio en la selva en que habitaba.
Un auténtico bosque. La ley del más fuerte. Camina o revienta. Así todo en su hogar era un confuso aturdimiento sin ilusión ni humana compañía, viviendo un ambiente tétrico y lúgubre atrapado entre la maleza de la penuria que le rodeaba por los cuatro costados, pero que sin embargo lo prefería a la llegada de los leones y el resto de fieras, porque entonces su mirada se tornaba turbia y perdida por la amargura, sin ánimos para pelear por la defensa de sus derechos.
Él quería salir de aquel maldito atolladero, pero los medios de los que disponía eran precarios y no le prestaban la necesaria ayuda para emprender la huida a otros parajes con más corazón, rehaciendo sus ansias de vivir con otros amigos que no fueran fieras, que le prestaran un poco de cariño, una pizca de compasión que era de lo que adolecía y así levantar cabeza.
Soraya lo dejó a su suerte al poco de cruzar la esquina de los treinta y rehizo su vida con otro, pero él no llegaba a vislumbrar un horizonte limpio por donde dejarse llevar a fin de respirar tranquilo, que le alentasen en aquellas circunstancias para sobrellevar las tormentas por las que atravesaba, que arreciaban por momentos desde el día en que se quedó prácticamente solo.
Los amigos que se despidieron de él gozaban de una brújula, de un proyecto seguro en sus manos, como acaso era reunirse de tarde en tarde en un lugar acordado conversando sobre lo que más les inquietaba, o pasear por entre el verde de la campiña, tomando sus tentempiés y no padecían los sangrientos disparos del desamparo y la manutención. Sin embargo él se las veía y deseaba para satisfacer sus necesidades más perentorias.
El día de la despedida sintió lo peor, que el pecho se le cuarteaba como una roca por los efectos volcánicos, a causa de la cruenta rabia que le reverdecía a flor de piel, de modo que se pegó un mordisco en la muñeca queriendo poner tierra de por medio y vengarse a su manera de la estupidez que había cometido al no haber intentado irse con ellos aunque fuese de polizón y hubiera tenido que buscarse la vida en alta mar asaltando barcos como acendrado bucanero, pues a fin de cuentas resultaba que eran sus amigos de toda la vida y perderlos así por las buenas no le iba a reportar muchas ventajas, y menos cuando intentara abrirse camino en los quehaceres y necesidades del día a día; eso lo reiteraba cada vez que rememoraba el día de la despedida.
Durante un tiempo estuvo saboreando las mieles de la vuelta de su amor, pensando que a lo mejor volvía a su compañía, apoyándose en los buenos momentos que habían gozado juntos, y que tanto le costaba olvidar por lo bien que se entendían en aquellas dulces noches de abril en que el cielo como un capullo se abre de par en par mostrando las esencias de la madre naturaleza, exhalando un ardiente calor, sobre todo cuando cada uno ponía de su parte aquello que a ciencia cierta sabía que era lo que estaba esperando, la ternura que brota del interior.
Eso ya lo había soñado en múltiples ocasiones, pero por ciertos conjuros del destino hicieron que la cosa no funcionase entre ellos y Soraya se apartó de su camino, no se sabe si un tanto descaminada, lejos de lo que el sentido común le aconsejara; no obstante hay que reconocer que cuando a él se le desparramaba el flequillo por la frente se erizaba de tal forma que quedaba al descubierto exhibiendo sus torpezas, y los vientos se torcían bruscamente y no le cuadraban las cuentas del amor ni cuajaba ninguna de las propuestas que ambos se habían prometido recíprocamente.
Cuántas veces soñaba con irse a una isla desierta, lejos de la umbría del bosque y pasar los días que le quedasen de su existencia disfrutando de una soleada y auténtica paz, de una sempiterna bonanza sin más enemigos al acecho que el sol, la brisa y la serena noche proporcionándose a sus anchas el propio sustento, y solazándose anunciar a al mundo con todo su ímpetu, soy un ser libre, viva la libertad.

No hay comentarios: