Amor y labios en la voz del poeta; amor, bandera al viento desplegada por Miguel Hernández. Hombre responsable y solidario del vivir y soñar, pese a no acompañarle la suerte. Días difíciles vivió en el hogar debido a la escasez de recursos económicos. El padre tenía un rebaño. Pastor primero, Miguelillo estuvo colaborando en las necesidades de los suyos, pero, aunque el cuadro sea virgiliano, lo que tocaba era aprender. Pasa brevemente por el Colegio de Santo Domingo, en Orihuela; lee en la pizarra de las rocas, de los árboles, de las flores, de la naturaleza... sabias lecciones de cosas del campo –de la vida-. Luego explora otra lectura, las páginas de los libros: “Lo primero que leí fueron novelas de Luis de Val y Pérez Escrich”, dirá Miguel; y después, Cervantes, Lope de Vega, Gabriel y Galán, Gabriel Miró...Y las tertulias en la panadería de los Fenoll, constituidas por un grupo entusiasta, con ansias de crear, vivir y soñar escribiendo (entre ellos, el gran amigo que como el rayo se fue, Ramón Sijé, a quien evoca en la célebre elegía: “Yo quiero ser llorando el hortelano/ de la tierra que ocupas y estercolas,/ compañero del alma, tan temprano./..(.). Un manotazo duro, un golpe helado,/ un hachazo invisible y homicida,/ un empujón brutal te ha derribado...).
Simbólica y ricamente humana es la trayectoria poética del oriolano Miguel Hernández. Con tres heridas llegó, síntesis y avance de su producción: “Llegó con tres heridas:/ la del amor,/ la de la muerte,/ la de la vida...”. Repica sobre el metal puro de las vivencias con un canto lírico-épico, hurgando en los umbrales del alma: “Que mi voz suba a los montes/ y baje a la tierra y truene,/ eso pide mi garganta/ desde ahora y desde siempre”.
A la sombra de la higuera en su casa natal, debidamente reconfortados con el eco de su voz, bebamos unos instantes los vientos de sus pensamientos, acendrados pararrayos de chispas humanas; como por ejemplo, el siguiente soneto El rayo que no cesa: “Umbrío por la pena, casi bruno/, porque la pena tizna cuando estalla/, donde yo me hallo no se halla/ hombre más apenado que ninguno./Sobre la pena duermo solo y uno,/ pena es mi paz y pena mi batalla,/ perro que ni me deja ni se calla,/ siempre a su dueño fiel, pero importuno./ Cardos y penas llevo por corona,/ cardos y penas siembran sus leopardos/ y no me dejan bueno hueso alguno./ No podrá con la pena mi persona/ rodeada de penas y de cardos:/ ¡Cuánto penar para morirse uno!
M. Hernández transita por la senda de Pablo Neruda -la denominada poesía impura, en las antípodas de la pura de J.R. Jiménez-, y con la fuerza de la naturaleza de V. Aleixandre. Se establecen en su mundo creativo diferentes etapas: influencia gongorina –Perito en lunas-; poesía militante -Viento del pueblo-; la fuerza del amor –El rayo que no cesa, El silbo vulnerado-; y la època de la contienda civil –Cancionero y romancero de ausencias-.
El soneto ofrece una honda herida en el alma, y utiliza adjetivos cultos apuntando al estado anímico: “umbrío” y “bruno”; y la palabra clave “pena”, que repite nueve veces como sustantivo, y dos más como verbo y adjetivo: “penar” y “apenado”. Aquí expresa, hiperbólicamente, toda la pena que le quema, con expresión dura, áspera; con abundantes consonantes nasales y vocales graves o neutras, que conforman un texto pausado y solemne. Los versos tienen sentido completo cada uno por separado y no hay encabalgamiento; predominan las oraciones coordinadas y yuxtapuestas, la construcción bimembre, reiteraciones semánticas: umbrío-bruno, cardos-penas, solo-uno (intensifica el sentido dolor). Los recursos metafóricos corporeízan el concepto del dolor: la pena tizna, el lugar de reposo y relax, un perro fiel, cardos y coronas, leopardos. Utiliza algunas expresiones coloquiales como: no me dejan bueno hueso alguno, morirse uno; antítesis como: paz-batalla, fiel-importuno.
1 comentario:
Gran homenaje a ese gran poeta.
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