Al cabo de su dilatada existencia Genaro había pasado por los subterfugios más inverosímiles, de suerte que nada le era ajeno, o al menos así lo ponderaba en sus adentros en las augustas y lentas tardes de agosto, cuando la naturaleza se queda aletargada como lagartija complaciente y abierta a los ardientes rayos del sol.
Genaro era un hombre sereno, sensato y solidario, por lo que solía pasar desapercibido por los lugares que frecuentaba. Ni una palabra más alta que otra ni un desaire a nadie o un mal gesto. Practicaba el lema de la cordura, cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa, por ende sus razonamientos discurrían casi siempre por los conductos sensatos del término medio.
Todo lo olvidaba al instante por muy desagradable que fuese y nunca guardaba rencor hacia el infractor por fuerte que resultara la ofensa que le endosara, al contrario se apretaba los tirantes, se subía los pantalones tarareando un estribillo y acababa por ayudar en lo que hiciera falta al indolente al pensar que la persona no era dueña de la agresión, sino el subconsciente que le impulsaba mediante un ataque de cólera o unas fuerzas superiores a sus capacidades no pudiendo reaccionar, por lo que lo exculpaba con toda naturalidad, procurando transmitirle algunas sucintas ideas, frases relajantes o algún célebre consejo de sabios con objeto de que se bajase del burro y entrase en contacto con la realidad, más que nada por su bien, al verse desbordado y esclavizado por las garras de la ceguera y de esa condición lograse salir victorioso de la aberrante reverberación que le embargaba; entre tanto la parsimonia y tesón de Genaro crecía en mitad de las astillas del árbol caído iluminando los vericuetos por los que habían patinado.
En la vida hay muchos caminos, unos menos tortuosos que otros y gustos y opiniones como colores, de tal forma que con tan ingente cantidad de mimbres y material se pueden entrelazar los canastos más dispares o cubrir las inmensas profundidades de océanos y mares, por lo que algunos allegados a Genaro no veían con buenos ojos su proceder etiquetándolo de pusilánime y poco fiable, toda vez que, pensaban, no se puede quedar bien con todo el mundo así por las buenas ni incluso por las malas, sin sacar una pizca de mala leche, amor propio o un pequeño mordisco si fuese preciso, y cosechar, por qué no, algún fresco roce que ventile la monotonía y riegue con renovadas aguas la vitalidad de la convivencia.
Lo machacaban sin compasión en invierno y verano en los momentos menos apropiados, al salir de casa con las prisas constreñidas, al entrar en la cafetería para reponer fuerzas tomando un tentempié o dirigirse a los grandes almacenes con idea de renovar el vestuario o aquilatar los pensamientos contemplando las nuevas modas, los últimos avances tecnológicos y alejarse un poco de las malévolas interpretaciones a que se sentía subyugado dando rienda suelta a los instintos, a la fantasía, solazándose en los amenos corredores y stand atiborrados de artilugios y prendas tentadoras distribuidos por paradisíacos rincones con atractivas frutas y adornos de ensueño.
Los que se tenían por los seres más queridos maniobraban en su contra a fin de atarlo a sus egocéntricos caprichos con malas artes, con inhóspitas montañas de mendaces sentimientos que no venían a cuento farfullando entre dientes, qué será de este pobre hombre al cabo de los días yendo como va nadando y guardando la ropa de la personalidad, se lo van a comer por sopas, no llegará a ninguna parte, es curioso cómo da un paso hacia adelante y dos hacia atrás creyéndose víctima, un santo varón en vida, con lo turbia y enrevesada que anda eso que llamamos vida, y así un día tras otro urdían una red irrespirable que lo envolvía de pies a cabeza minando la robustez interna de Genaro.
Según trascurría el tiempo se multiplicaban los bulos en el trabajo y especialmente entre los suyos por la mala fe que ponían en práctica y se fue formando una gigantesca bola de insatisfacciones que torcían sus pasos, generando en su psique un tufo tétrico y tóxico que poco a poco lo iba sepultando en vida.
A Genaro le atraían las películas del oeste, de aventuras o las grandes gestas de la humanidad hasta el punto de llegar a ver varias películas de un tirón sin probar bocado, como si se nutriese de ellas, quedándose enganchado en los roles de los protagonistas con afán de emularlos y agitar en su honor la bandera del séptimo arte en las decisiones cruciales inclinando la tramoya en pro del héroe, que luchaba por defender a los débiles y desamparados. Se imaginaba que la vida era como una película en la que entran en juego los más diversos factores de la sociedad con fines encontrados, donde cada cual juega su papel según la idiosincrasia y punto de vista pensando siempre en lo que le va a reportar tal operación.
Nadie lo diría, pero de ningún modo desdeñaba Genaro la vida de anacoreta, sobre todo cuando en la soledad de su habitáculo reflexionaba pulsando otras teclas más ascéticas, anhelando en su fuero interno huir del mundanal ruido, viviendo en plena naturaleza y alimentarse de los frutos que da el campo, tanto era así que llegado el momento no le habría importado ingresar en una comunidad de tal calibre ligero de equipaje y saborear las inescrutables bellezas de la sabiduría divina saciando sus anhelos de saber, él, a quien se le consideraba tan insignificante y tan poquita cosa, y así gozar de la quietud serena y placentera que le habían narrado en los primeros años de la infancia, levitando en apoteósicos éxtasis en brazos del Sumo Hacedor.
No obstante, para completar su ciclo vital le faltaba realizar un largo viaje alrededor del cosmos, y columpiarse en los más variados parques de atracciones del globo, disfrutando como un niño y degustando nuevas tierras, exóticas costumbres, ensanchando la mirada y enriqueciendo los conocimientos del planeta, cruzando fronteras, tendiendo puentes entre los pueblos con idea de configurar un mundo más humano.
A Genaro le empujaba el ideal de escarbar en los secretos de los seres vivos, aquellos que se han ido hilvanando golpe a golpe en privilegiados altares a través de la historia según civilizaciones, pueblos y razas. Quería descifrar los formularios opacos que se codificaban de manera críptica en determinados círculos con objeto de desnudar el puzzle del universo deshilvanando la estructura de las conciencias mediante sagaces exploraciones por prístinas grutas o por terrenos abandonados, que duermen sigilosamente bajo las frías aguas por alguna hecatombe o por las transformaciones geológicas o tsunamis que de un tiempo a esta parte parece que hacen su agosto.
No le agradaría a Genaro despedirse de los suyos sin hacer hincapié en la justicia y hacerles ver que no es oro todo lo que reluce o se mueve en la superficie, ya que debajo pueden existir los mayores estratos de podredumbre, que deambulan enteramente confiados en el fondo, por lo que es preciso expresar aquí y ahora el más contundente rechazo al insensible núcleo que contamina el hábitat de alguien en particular con múltiples escupitajos y tejemanejes malignos instalando la injuria en sus células a través de míseros montajes, recalando al fin por sórdidas alcantarillas repletas de aguas fecales, que van asfixiando a las indefensas criaturas con asesinos parabienes de horrible espanto.
Genaro intentaba inculcarles a los demás que el estilo de vida que habían elegido con respecto a su persona les conduciría a su propia autodestrucción, privándoles de los tesoros y de los dones más hermosos que resplandecen en el alma humana, y que fueron generándose por la necia cicatería y el fatuo narcisismo de que presumían, siendo arrastrados al maremagnum de la inanición más atroz, sobre todo cuando al poco tiempo una rara enfermedad entró a saco por sus puertas viniendo a poner las cosas en su sitio, horadando muros, llevándose vidas inocentes, sembrando la desolación y la muerte, mientras Genaro, con la conciencia tranquila, navegaba cual intrépido nauta por cálidos mares de blanca espuma, sacando pecho y vislumbrando un horizonte preñado de esperanza, de viajes de ensueño, ofreciendo al prójimo lo mejor de sí mismo.
El fin corona la obra bien hecha. Así, quien actúa a sangre y fuego regocijándose con el mal ajeno, debe afrontar en buena lógica las merecidas consecuencias.
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