Rufino no daba crédito a lo que le sucedía. Estaba cansado de que se le torcieran los vientos sin cesar. Últimamente le daban calabazas en casi todos los frentes por los que transitaba, aunque presumía de estar confeccionado de un material especial y pregonaba a los cuatro vientos que era capaz de llevar a cabo lo imposible por convicción; no se sabe si se enorgullecía en exceso alcanzando los delirios de tirarse un farol. Las calabazas que peor soportaba eran las afectivas.
Si una muchacha le encendía el ánimo sobremanera perdiendo la chaveta por sus encantos se envalentonaba y se desvivía por ella procurando llevársela a su terreno con guiños y dulces palabras hasta conseguirla, y de no ser así caía en el pozo de desesperación, difícil de solventar, acompañándole un rosario de espasmos y convulsiones sin cuento, de tan grueso calado que casi siempre acababa la función entrando por la puerta de urgencias del hospital aprisa y corriendo, al no poder controlarse ni superar la crisis; era una rebelión a bordo en toda regla, agitándose con uñas y dientes como un energúmeno contra la negra suerte,
Cuando asistía a un guateque con amigos y amigas en ocasiones se entretenían arrojándose flores entre ellos o palomitas de maíz en una batalla campal; hubo un tiempo en que le resbalaban tales desaguisados, pero con el paso del tiempo su fisonomía y necesidades fueron evolucionando, y según fue echando barba y bigote ya le escocían las partes del cuerpo más de la cuenta levantando ampollas, y ni corto ni perezoso ideó una estratagema para acallar al personal y salir airoso de la situación insoportable en que a veces se encontraba; así recordaba con rabia cuando en algunas veladas le tocaba bailar con la cojita o con la pobrecita aquella que consideraban la fea del grupo y la llevaban como relleno por si acaso y por la que nadie apostaba un centavo.
Un día se levantó muy de mañana con la lección bien aprendida, se acicaló como un galán de Hollivood, acudió a la esteticién a fin de que le modificasen el look, eligiendo aquel que mejor armonizaba con los rasgos más llamativos de la cara, logrando el sueño de hombre en edad de merecer, rompiendo los corazones de las más jóvenes, no sin antes haber configurado con mucho esmero unas sorprendentes tarjetas de visita de gran tamaño para presentarse en las efemérides de gala, que ni el mismo heredero de la casa real del Reino Unido las exhibía, donde con letra bien gruesa de estilo gótico se podía leer en la distancia, Excmo. Sr. don Rufino, ingeniero de montes, canales y puertos, asesor y patrocinador de la Europa verde, especificando en letra pequeña que desempeñaba su cometido con todas las consecuencias en la red forestal del tribunal de la Haya; de este modo, habiendo planificado con todo detalle la recepción como si se tratase de una bacanal romana, conforme iban llegando los invitados a la fiesta les fue repartiendo con suma delicadeza la tarjeta.
Más adelante, en mitad del loco jolgorio que se había formado en la fiesta, donde los corazones palpitaban a más no poder y hervían los invitados de bebida y pasión arrojó por los aires, no sin morderlos previamente con furia, un flamante fajo de billetes de quinientos euros que guardaba celosamente en una caja detrás de él, que parecían recién salidos del horno de la maquinita, y revoloteaban agitándose en el ambiente como desquiciadas mariposas exhalando un aroma tentador, y a continuación extrajo otro manojo moviéndolo con suma picardía en las narices de cada uno espetándoles que si por un casual se encontraban en apuros y necesitaban algún préstamo urgente acudiesen raudos a él que lo tendrían de inmediato en sus manos.
Al día siguiente, por las pesquisas de un amigo, se supo que los billetes los había conseguido de un anticipo secreto que había solicitado en nombre de sus padres al banco, ya que estaba autorizado por ellos por residir a gran distancia del lugar, era una parte de los honorarios que cobraban mensualmente, toda vez que gozaban de una buena posición económica.
Todos se quedaron atónitos de las escenas que habían vivido en aquella noche con tan distinguido personaje, y no cabían de gozo por el acierto de haber concurrido a esa fiesta tan especial, en que no olvidarían lo acontecido y por lo pronto ya tenían algunas dignas historias que poder contarles a los nietos el día de mañana. Él, con mucho aplomo y pedantería, se sentó en una esquina de la sala, donde se celebraba el evento y haciéndose el interesante distanciándose disimuladamente del ritmo de la música como si no lo oyese, enseñoreándose en su aureola de rico potentado que posara radiante de gloria para los principales medios del planeta se relamía en el podio de la megalomanía, siendo a todas luces el blanco de todas las miradas, sobre todo las que más le fascinaban en su fuero interno aquella su gran noche, las femeninas, y se regocijaba y crecía por dentro como una planta recién regada al amanecer, respirando con energía y rumiaba entre dientes, cobardes, hoy os vais a enterar de quién soy y el alcance de mi omnipotencia, contemplando con estupor cómo las chicas más atractivas iban a sufrir por él, estando al desquite peleándose por acercarse a su trono, mostrándose ajeno a tales rencillas durante un tiempo prudencial haciéndose de rogar, y de ese modo extraería el máximo jugo de su arrogante posición, llevándose de calle a la chica estrella, la que más brillase entre las demás quitándole el sueño.
Aquella noche no la iba a olvidar Rufino jamás, porque fue un magnate de ensoñaciones, el rey de la más lujosa fiesta que habían disfrutado los lugareños, pues tuvo la fortuna de que sus dos íntimos amigos, los que siempre lo acompañaban a las correrías nocturnas no acudieron siendo su salvación, ya que ellos eran los únicos que sabían del pie que cojeaba Rufino, y habrían desvelado la patraña que había montado, por lo que todo pasó como algo real y nadie atisbó el fantástico farol que se había tirado, acabando la fiesta en todo su esplendor, sin que nadie se diera cuenta de la cortina de humo que había desplegado el ingenioso e inigualable Rufino.
Como los avatares le fueron a las mil maravillas, al salir victorioso de la batalla, decidió ponerlo en práctica en las distintas facetas que se le presentasen en la vida, ya que no tenía nada que perder, al contrario, mucho que ganar, y por qué no se decía, si puedo quedar como un empedernido triunfador por qué voy a andarme con rodeos cerrándome las puertas y abriéndome en vida mi propia fosa. Por los derroteros trasnochados no llegaría nunca a ninguna parte, así que se decidió por echarle valor a la vida y hacer lo que le apeteciese en su acaso corta existencia.
Rufino pensaba que debía deslindar las metas, los campos de acción, trazando una línea bien visible entre ellos, subrayando con rotulador rojo los que deseaba que refulgiesen como ardientes chispas del corazón, en que no apareciese ningún rival que le hiciese sombra. De esta guisa reflexionaba conspicuamente llegando a la conclusión de que si bien el juego de naipes lo dominaba cuando quería, debido a que sólo le bastaba pulsar el botón del engaño mediante una inquisidora y fulminante mirada al contrario y partida ganada, en cambio no acaecía de igual modo en el campo de batalla del amor, donde resultaba tan escurridizo hilvanar los suspiros y lograr un amor certero, saliendo a la postre con la cabeza bien alta cabalgando con la anhelada jaca como indiscutible vencedor, dejando los otros envites para los pusilánimes o bocas de ganso, que se desmoronan sendero arriba al menor obstáculo sin ánimos para emprender de nuevo el vuelo.
Sin embargo habrá que estar ojo avizor, sobre todo si se escucha lo que apunta el dicho popular, “antes se coge a un mentiroso que a un cojo”, en los casos en que alguien se disfraza con áureos ropajes, siendo un vulgar segundón o el último de la fila.
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