Llevaba un tiempo Eugenia de capa caída recapacitando sobre los pormenores del pasado reciente. No comprendía por qué le sobrevino a ella la hecatombe, estando tan enamorados, y sin causa que lo justificase acabó reventándose la convivencia, no obstante quería poner tierra de por medio consolándose en las tardes más aciagas, en que la depre se disparaba cayendo bajo mínimos, y para levantar el ánimo se decía, no cejes nunca en el empeño, lucha hasta la extenuación no dando tregua al enemigo, porque la vida te pertenece y está llena de sorpresas.
La vida sigue su curso y cuando menos se espera puede presentarse la ocasión, ¿mi segunda vez?. Los tiempos cambian y no hay que precipitarse en los pronunciamientos, ya que no por mucho madrugar amanece más temprano. Cada cosa a su tiempo y un tiempo para cada momento.
Al cabo de los días llegó el huracán del norte, o acaso era una suave brisa que acariciaba la mañana.
Ni que estuviese enfrascada en la vorágine de un aquelarre extra terráqueo, murmuró Eugenia prendida en las ensoñaciones eróticas que la cubrían ocultando el rostro bajo la almohada avergonzada por la situación que le atosigaba en tales circunstancias, viéndose tan apocada, que parecía que le pinchara la ternura de los bocados que se le ponían por delante, verdaderas efervescencias propias de selectos paladares que hubiesen recorrido el orbe, la ceca y la meca libando el néctar de la flor más preciada de una noche de primavera, y que resultaba tan chocante para su tibia libido, tan comedida y exquisita ella en los controlados gestos y ademanes, pues era notorio que se movía en sus esferas con pies de plomo, y a decir verdad nunca se había extralimitado en las funciones como no fuese en el ejercicio de ayuda a los demás, ni visto envuelta en emocionales dispendios, toda vez que flotaba en el ambiente más íntimo que jamás había roto un plato, ni transitado por sensuales desfiladeros que atisbasen melifluos guiños en el arte de amar, por ello no se sentía segura, de suerte que le atenazaban las cadenas de la impotencia de forma inexplicable a la hora de reenviar oxígeno a los pulmones por culpa del pavor que le bloqueaba las partes más sensibles de los tejidos, al presentir en su confusa fantasía que fuese espiada por algún intruso, un experto en balconing o puenting y se descolgase pared abajo desde el tejado o trepara pared arriba hasta su habitáculo durante las ciegas horas del sueño.
No se sabe si la hipótesis podría tomar cuerpo en tal trance, sin que llegara a percatarse de la atrevida patraña en el dulce fragor del sueño, forzando la máquina y cediesen los engarces de la ventana al máximo sigilo, y una vez dentro el intruso fisgase a su antojo por los vericuetos de su cerebro, escenario de todos los avatares, donde se mascaba la tragedia, la batalla de amor, donde se llevaba a cabo las mil y una orgías de la ensoñación, y sucediese contra su voluntad que en un pis pas extrajera el meollo del devaneo acaso mediante técnicas sofisticadas de rayos láser, vislumbrando en la faz lo fehacientes reflejos de la trapisonda que se desarrollaba entre bastidores y que de inmediato la delatarían, siendo el centro cómico del barrio, pensaría ella, al brillar con luz propia lo que se fraguaba entre tinieblas en la oscuridad de la habitación en la noche de autos, en el reservado de la trastienda de la mente.
Que todo era una alucinación y que lo estaba soñando en esos instantes nadie lo dudaba por ser tan obvio, dado que en ese lapso de tiempo la espesura de la noche que la cobijaba y la misma naturaleza dormía plácidamente y ella permanecía igualmente inconsciente tirada en la cama como un muerto, inmersa a simple vista en los valses de Morfeo, y no cuadraba que su corpulento talle compaginase simultáneamente el don de la ubicuidad, ejercitándose con tierno balanceo en los brazos del amor de su vida.
Sería otra película, una coyuntura muy distinta si descendemos al campo de la realidad sensible en pleno mes de agosto, en que los rayos solares arremeten con furor contra la superficie de los adoquines de las esquinas de las calles agrietando los poros de la piel de los transeúntes, que a malas penas se tienen en pie por los derroteros que deambulan, así como por los ásperos azotes con que los obsequian, y mientras tanto Eugenia estuviese levitando en boca del diablo o de los propios ángeles, y si no que se lo pregunten a amigas y amigos, que a buen seguro no ofrecerían ninguna resistencia ni una pizca de crédito a tan rocambolescos embelesamientos, como no fuese a través de una seria sesión de hipnosis, puesto que estas especulaciones rijosas cuando arribaban al regazo de Eugenia casi siempre lo despachaba con cuatro blancas sonrisas a través de un rotundo borrón y cuenta nueva.
La historia se apoya generalmente en datos verificables y en el presente affaire bastaría con sugerir que ella siempre fue la más pazguata de la reunión, a cualquier hora y en cualquier lugar, o a la hora del baño como acontecía en la playa de puerta del mar o del cielo, que nunca se sabe, porque hasta allí discurrían con las cavilaciones por diferentes accesos al lugar de encuentro, soltándose gozosas y pizpiretas la larga melena, despojándose a su vez de las miserias mundanas, las prendas superiores que eran aconsejables mantener en su sitio hasta allí, pero una vez que habían dejado atrás el puente de hipocresía y habladurías, la cortesía y el pudor aceleraban el paso con mayor ligereza cruzando alegres las hondonadas que se desparramaban por la zona del rebalaje.
Las elucubraciones que se tejían a pie de playa no se sostenían en pie por mucho tiempo, al columbrar los acontecimientos arrancando de abajo, desde los cimientos.
En un rápido acercamiento al argumento y atando los cabos sueltos, parecía poco probable que se produjese allanamiento de morada, toda vez que las pistas encontradas no arrojaban luz alguna al respecto, y la ventanita del dormitorio permanecía incólume como de costumbre, cerrada a cal y canto y la roja persiana presentaba un aspecto inmejorable.
Así como especular con seísmos o apetitosas golosinas no está vetado a nadie, pues se puede sugerir cualquier travesura que impacte o venga al paso del cuento de lo cotidiano, como la invasión del planeta por extraterrestres en un abrir y cerrar de ojos en una tormenta de otoño, o por qué no puestos a disparar dardos al blanco apostar por la mayor, que si no hubo orgasmo en su justos términos aquella velada, en todo caso chisporrotearon síntomas de fugaces espejismos que conformaban un cuadro digno de tener en cuenta, al presentar las mejillas encendidas por un fuego interno que la devoraba y trascendía al exterior, de manera que parecía otra.
Pero la situación era ambigua de todas maneras al aparentar que se acababa de acostar con el amor platónico, el amor tan ansiado de su vida, cuando llevaba la pareja ya más de diez horas roncando en el lecho como un volcán en ebullición y sin apenas mirarse, dando vueltas y más vueltas vueltos de espalda, pero ella de súbito emitió destellos de lucidez musitando, esto no se puede prolongar por más tiempo.
A veces evocaba los consejos de la abuela, que la vida está confeccionada de retazos y fracasos y en ocasiones de segundas oportunidades, mas para eso no necesitaba alforjas, respondía.
Sin embargo la incertidumbre la ahogaba por momentos y exclamaba con desespero, a ver quién va a testificar que en nuestra vida habrá una segunda oportunidad para seguir construyendo castillos de ilusiones, bebiendo sorbo a sorbo la vida y después le quiten a una lo bailado. A ver quién es el gracioso que lo puede rubricar.
Así que hay que dejarse de memeces y manos a la obra, que el tiempo es oro y el sol ya está muy alto y se corre el riesgo de morir asfixiado por los fríos del proceloso averno, porque el desierto no perdona y exige en cada momento dar el do de pecho.
Tampoco es preciso levantarse antes de tiempo, porque no conduce a ninguna parte, por mucho que uno se lo imagine.
Acaso a alguien se le ocurra la feliz idea de montar alguna estratagema para burlar los contratiempos y limar asperezas, antes de flirtear con el corazón de las tinieblas.
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