Viva la revolución, la conquista de la vida, parece que exclamaban, gritando a coro con los ojos desencajados, todos los peces de la exposición, al verse tan vilmente atrapados, lejos de su hábitat, y arrojados a la frialdad del abandono más cruel, sin una gotita de agua, segadas sus vidas sin miramiento, como si hubiesen sido transportados de repente en un tren nocturno al paredón de fusilamiento.
Algunos pececillos mantenían aún entornado un ojo, como si alimentaran la esperanza de seguir viviendo. Se observaba en los rostros que muchos se sentían degradados, cosificados, al ser incrustados en madera, cartón piedra o sustancias totalmente inanimadas, siendo sin duda el peor trago que tuvieron que pasar, provocándoles unas inconmensurables pesadumbres, tanto en invierno como en verano, y sobre todo porque no se había respetado la ley natural, el sentido común, como dijera el poeta, al no estar el mulo en la montaña y en la mar la barca.
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