lunes, 7 de noviembre de 2011

Si lo prefieres


El invierno hizo de su capa un sayo, y como si tuviese mala leche se plantó como un valentón en la plaza desafiante y exclamó, aquí estoy, y vaya que si se notó.
El muy desvergonzado apretaba los colmillos con toda la fiereza, parecía que le iba la vida en ello; tanto es así que no cesaba de llover y llover. Los campos se sentían asfixiados por no dar abasto a beber tanta agua, y por si fuera poco el agua se convirtió en nieve, emulando el milagro de las bodas de Caná, pero, en este caso, en un sólido blanco, y llegaron rabiosas las nieves, de modo que lo iban revistiendo todo de un traje blanco, como de primera comunión, pero dejando a los moradores empantanados, en un estado lamentable, ya que aparecían como amortajados en un desecho patatal, en el campo de batalla, donde hubiesen caído por su patria miles de soldados, y donde no se podía dar un paso ante el amontonamiento de tantas criaturas tiradas de mala manera por los suelos, como negras colillas, con una cruz en el pecho, dibujada con el cruce de manos y el tronco del árbol encima por el fuerte vendaval, árboles tronchados, que se atravesaban en sus regazos, en sus mismas narices, en pie de guerra unas veces, y otras, implorando el perdón a la misericordia divina por el horroroso temporal.
No obstante la arboleda, como si lo llevase en la sangre, luchaba por conservar su majestuosidad, la dignidad, la figura impoluta junto con el talle y los brotes verdes que en primavera le habían salido, y como si disfrutasen de siete vidas y a su sombra se percibía la blanda suavidad de unas indefensas mariposas arrastradas por ese huracán y la sacudida de esos gigantes arbóreos, atrapadas en un desigual forcejeo, merendándoselas el insensible vegetal, y de paso se llevaban por delante algún que otro esqueleto de lagarto o peligroso escorpión, camisa de serpiente o la misma serpiente con cabeza y extremidades.
Mientras tanto las mesetas y colinas, emparejándose con la campiña, daban fe del escandaloso diluvio, que poco a poco se fueron tornando compactas y engreídas, semejando helados lagos, que enfurecidos y de forma increíble, ladraban rabiosos como perros salvajes en la lejanía, con redobladas ansias de venganza.
Aquellos lagos monumentales y momentáneos, se fueron expandiendo entre chaparrones y ventiscas con cara de niño travieso, formando imágenes raras, una especie de espejismos de compleja plataforma que, a la postre, resultaba extraordinaria, y una ocasión que ni pintiparada para la práctica del esquí.
Albricias, gritaba interiormente Paco. No era un secreto que le encantaba el aroma virginal de la nieve, y esquiar como un poseso por el pecho de las sierras y las faldas, pues muy a menudo soñaba cuando dormía que estaba esquiando en la cama, deslizándose a tumba abierta por las rampas más comprometidas y peligrosas, por lo que vio el cielo abierto aquella mañana de marzo, y masculló entre dientes, qué suerte, ésta es la mía, convirtiendo el sueño en realidad, gritando después y saltando loco de contento en el cristal de las aguas. Con las mismas, asiendo los enseres de los que disponía, se dirigió a la compañera con cierto sigilo.
-Mira, Petra, cariño, por qué no vienes conmigo a esquiar, antes de que la nieve se evapore, o se presente otro horrible temporal, además ya sabes que el tiempo es oro y hay que aprovecharlo, así que gocemos de este día tan delicioso.
-Oye, Paco, qué pesado eres, no me agrada ese deporte, no seas cabezota, pues sabes de sobra que me provoca vértigo, y me huele que tal vez esté embarazada y no debo correr riesgos. No seas un chico malo, así que mejor será que te olvides de mí, y te vayas tú solito a disfrutar del esquí y de tus copitos de nieve, te lo agradeceré en el alma. Sin embargo podría acompañarte en otras actividades menos arriesgadas. Pero fíjate, sabes una cosa, que estoy muerta de frío, y odio la nieve y lo que conllevan sus connotaciones y refranes desde tiempos inmemoriales, cuando estudiaba en el colegio, y ya estoy hasta el moño con tus gustos, pues me salen ronchas y alergias a borbotones por todo el cuerpo, me brotan como un manantial, y me ahogan como si llevase una soga al cuello, y no digamos la cantidad de frases hechas y dichos populares que viven a su costa, verás si no, a saber, año de nieves, año de bienes; buena es la nieve que a su tiempo viene; la nieve marcina, se la comen las gallinas; amor de madre ni la nieve la hace enfriarse; helada de enero, nieve de febrero, aires de marzo y lluvia de marzo dan hermoso año, y un largo etcétera; esto es tan solo una pequeña muestra, pues el río sigue con su abundante caudal, fluyendo de los veneros de los vocablos y de las cumbres hasta las llanuras, formando meandros entre altiplanicies, campiñas y valles hasta acabarse en el mar, y así de esa guisa en un eterno discurrir por los insondables lechos, que si pintando esto de un color, que si aquello otro o lo de más allá con un arco iris sensacional…y nunca fenecen las aguas, las nieves, las sentencias, los refranes, en el eterno ciclo, real o metafórico, de la naturaleza.
-Bueno, perdona Petra, yo sólo quiero jugar, me lo pide el cuerpo, pero sólo tienes que echarle un poquito de cariño y valor a nuestra relación, y todo se arreglará si te abres a la cordura, anhelando que pasemos un rato divertido, relajante, así, por ejemplo, podríamos desnudarnos en un pispás, y revolcarnos en el suave manto blanco y lograríamos entrar en calor, o jugar al escondite o a la gallina ciega, y a buen seguro que sudaríamos de lo lindo, matando el maldito frío. Dime, qué opinas al respecto. A ver si se te muda el semblante tan recalcitrante y hosco, recórcholis. O si lo prefieres, danzamos en la beldad de la nieve, dejándonos llevar por la fuerza de la gravedad y rodamos monte abajo acariciándonos con el aliento, embadurnándonos todo el cuerpo de sonrisas blancas, y una vez inmersos en esa nívea carpa, no hay que preocuparse, porque nadie que cruce por estos pagos nos reconocerá, aunque acaso, asombrados, se lleven las manos a la cabeza instintivamente, debido a los prejuicios o a la original estampa al visionarnos regocijándonos en unas circunstancias tan singulares, que a buen seguro nunca más volverán a repetirse, los cuerpos cubiertos de un encendido y dulce velo blanco, pero desnudos en mitad de la transparente y sutil carpa de nieve.
"Oye, Petra, o por qué no nos disfrazamos aprovechando los carnavales, cambiamos los roles, como en los mejores tiempos de la inmortal Venecia, tú, un hombre y yo, una mujer, qué te parece. Me coloco las dos hermosas calabazas que tenemos del cortijo de tu padre, de las que tan orgulloso se siente, y me enfundo tus prendas íntimas y la peluca rubia de las bodas, y verás cómo damos el pego esta noche, y nuestra pandilla ni se va a enterar.
"Eso sí, nos hacemos nuestra agenda, un punto de encuentro y el santo y seña, y a navegar por los canales de Venecia en góndola, como personas importantes, qué carajo, si fuese menester. Yo me dedicaré a dar besos en la boca a todo quisque, y estoy convencido de que nadie se va a molestar en esa mágica y misteriosa noche, porque con el porte, la voz y las prendas que vista los trajinaré a todos sin remisión, mientras tú te harás la tonta, esperando que alguien te meta mano, ya me entiendes, puro cuento, pues ante tus bruscas y viriles reacciones de macho indomable nadie osará semejante cobardía, o crearte algún minúsculo problemilla. Piénsatelo, y lo vamos preparando, aunque si lo prefieres nos quedamos en casa, aletargados como todos los sábados del año contando los desconchones de las esquinas de las paredes, las estrellas del firmamento a través de la ventana o las blancas ovejitas, como dos carcamales, para coger el sueño, dos viejecitos que no pueden pisar el umbral de la puerta de la calle, ni dar un paso adelante en la alfombra roja del vivir.
"No sé la respuesta Petra, pero conociéndote casi desde el vientre de tu madre, me da la espina de que hasta que no peines y repeines canas seguro que no vas a espabilar, y despejar el oscuro horizonte, y lo más probable será que pasemos la prehistoria, la historia y toda una vida en las mazmorras o en las cuevas de Altamira o del Drach, entre cuatro muros, como auténticos cartujos, con las botas de pobres de solemnidad puestas respecto a los ecos mundanos, y cumpliendo la promesa de los votos en el monasterio, orando y dándonos golpes de pecho al alba ante el altar de la desidia, encendiendo velas a todos los santos del cielo, y a los cristos del perdón, de la triste pena y de la buena muerte, sin nadar en las halagüeñas y chispeantes aguas del vibrante río de la vida.

No hay comentarios: