Cada noche, cuando paseaba la luna por el
firmamento con sus grandes tacones amarillos llamaba poderosamente la atención
por su cara triste y somnolienta., como si no hubiese dormido durante una larga
temporada, con abultadas ojeras y ojos amoratados, mostrando cansancio y altas
dosis de desidia en sus facciones, especialmente cuando desparramaba sus
lánguidos rayos sobre la superficie de las aguas marinas, los grandes lagos o
las cumbres de los continentes del globo terráqueo.
Al parecer, se sentía muy sola en las frías
noches de invierno, echando en falta alguna alma que le alentase en esas horas
cruciales, y, como era lógico, no podía gozar de una dulce compañía, y menos aún
presumir de ninguna conquista.
Mas con el paso del tiempo, fue afianzándose
en la vida, granjeándose la amistad de los fenómenos atmosféricos, las
mareas, los terremotos, los tsunamis, los tornados, las erupciones volcánicas, y
lo que era muy importante, tener fe en sí misma, y empezó a dar los primeros
pasos en el amor, poniendo en práctica algunas artes amatorias, que aprendió leyendo
a Ovidio y en un viaje que hizo en la nebulosa de los tiempos con muchísimo sigilo
y entusiasmo por el lejano oriente, conociendo las típicas danzas orientales, participando
posteriormente en el baile del vientre, que tuvo lugar en un escenario colosal
y único, en los seductores jardines colgantes de Babilonia.
En otra ocasión, en plena canícula, estuvo
disfrutando la Luna de unas reconfortantes minivacaciones en las islas afortunadas con
Vulcano, que se lo encontró deambulando por los picos del Himalaya un poco
deprimido, cojeando y hastiado por la rutina de la fragua, pero aquellas vacaciones
no cuajaron en nada provechoso y pasaron sin pena ni gloria por el corazón de la Luna. Tuvo que ser el flechazo con
Saturno el lento, que paso a paso se desplazaba por las estrellas, quién se lo iba a
decir, cuando toda la vida lo había estado odiando y deseándole la muerte, pues
no podía oír hablar de él ni en sueños.
Sin embargo no quedó la cosa ahí, porque
finalmente se decantó por los ríos y valles y cordilleras y cabellos del
planeta Tierra, dedicándose a coquetear con ella descaradamente, y después de un período de vida en común, formaron pareja, abandonando el duro celibato, que la
había tenido amarrada al frío banco de la amargura y perseguido durante millones de
lustros, delante y detrás de su romántica cara, pudiendo afirmar por fin que no
pertenecía al club de los célibes.
Aún retumban los ecos de la algarabía de
cuando celebraron la despedida de soltera, y se hizo célebre por el revuelo que
se armó en las esferas siderales con aquellos báquicos amoríos en tales
calendas, dado que en aquellas alturas no estaban acostumbrados a que una de
sus colegas superestrellas encontrase un Amor tan puro, ardiente y sincero.
Y aquí abajo, en las campiñas y alcores y
profundidades abisales le entonaban melodías y canciones, como, "Ese toro enamorado de la
luna, que abandona por la noche la maná"…, al igual que la música y felicitaciones
que se oían en la radio para felicitar a los
enamorados en el día de San Valentín o en peticiones de mano o la posterior luna
de miel, que las divas del estrellato (y famosillos o personajillos) aprovechan para publicitar, previo vergonzoso cobro, en
la prensa del corazón.
Que vivan los cascabeleros y lunáticos novias y novios, de ojos azules y boca morena.
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